49 años después del golpe cívico-militar en Uruguay, el hijo de Wilson recuerda ese día

(Primera Parte)

Por Victoria Camboni-27 de junio de 2022

“Yo miro las tomas de la última sesión del Senado que pasan año a año por televisión, y creo que soy el único sobreviviente que estaba en sala esa noche. Yo tenía 18 años”.

Juan Raúl Ferreira, hijo del legendario caudillo del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, debe ser la última de las personas vivas, según sus propias palabras, que estuvo en la famosa sesión del Parlamento de aquel 26 de junio de 1973, horas antes de que el presidente Bordaberry disolviera las cámaras y los militares ingresaran al Palacio Legislativo.

Cuarenta y nueve años después del golpe de Estado en Uruguay, nos recibió en su hogar, donde conversamos sobre aquella fecha tan particular para la historia del país, una historia que lo atravesó, y lo ubicó en un lugar emblemático del inicio de la dictadura, al lado de un hombre emblemático del Uruguay de aquellos años.

Amablemente, el anfitrión hizo pasar al equipo de Antimafia Dos Mil a su oficina personal, donde rodeado de libros, placas, diplomas y algunas fotos emblemáticas, nos recibió con café y agua fresca. En la puerta de su recinto personal, una chapa marcaba el nombre del lugar, “El club de Tobi”, parafraseando el nombre de un cuarteto de cuerdas que versiona un cancionero realmente vasto y de conocimiento popular. Mientras nos ubicamos en el pequeño pero acogedor espacio, fue imposible no observar con ávida curiosidad el póster del salvadoreño cura tercermundista Óscar Romero -de quien fue gran amigo, según nos relató después-, una foto de su juventud junto a Wilson en 1976 en Londres en pleno exilio, recortes de diarios, felicitaciones de la Embajada de Israel y una foto de su padre junto a Fidel Castro. Llegar a ese lugar, y escuchar como primer relato, que trabajó con Orlando Letelier –el canciller de Salvador Allende- durante los tres días previos al atentado que acabó con su vida en Washington, y cómo recibió de manos del propio Fidel una colección completa de libros sobre personajes cubanos, son relatos fascinantes, de una persona que estuvo en momentos en que la historia, sucedía.

Juan Raul Ferreira golpe de Estado en primera fila 2

En ese contexto, Juan Raúl Ferreira nos ubicó en el tema por el que lo fuimos a entrevistar: el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 en Uruguay, 49 años atrás, pero que hasta hoy sigue incidiendo en la vida del país.

“La verdadera actividad yo me acuerdo que ocurrió el 26”, relata. Y para adentrarnos en el contexto de lo que ocurrió ese día, repasó un poco de historia de la historia. “Mi primer recuerdo fuerte es que teníamos un país muy movilizado; (ahora) no existe esa movilización cuando no es preelectoral y a veces preelectoral cuesta mucho”.

“Nosotros salíamos todos los fines de semana de gira con mi padre. Era política, no era electoral. El fin de semana habíamos estado en Maldonado. Yo recuerdo que se veía el clima del domingo; el golpe de Estado fue en la noche del lunes al martes. El domingo en Maldonado gente de la JUP había rodeado el acto nuestro, tiraba piedras. Yo me acuerdo que fui a enfrentarlos, vi venir a la policía. Yo dije ‘bueno, ta, viene protección policial’, y la policía me llevó preso”.

“Una anécdota; mi padre tenía humor en los momentos más dramáticos y tremendos. En determinado momento en su discurso, dice, ‘se están llevando preso a mi hijo’. Dije, ‘me salvé’. Y dijo, ‘mejor, así se va acostumbrando porque vienen tiempos difíciles’. Igual, el diputado del departamento hizo unas gestiones, me soltaron enseguida. Estuve un rato. Me sacaron para que no me peleara con los de la JUP”.

“Después de eso, él se fue a su campo a descansar, reflexionar, a pensar, meditar. Yo llego como a las 2 y pico de la mañana del lunes, es decir de la víspera del golpe, y había una esquela del capitán Bernardo Rafael Piñeyrúa, que era un militar demócrata, que luego terminó preso, y decía: ‘Tengo que hablar con Wilson con urgencia’. Yo fui a la casa como a las seis de la mañana a decirle que mi padre no estaba -las comunicaciones no eran las de hoy-, y él me dijo, ’en cuanto puedas decile que me vea porque ya está tomada la decisión del golpe”.

“Enrique Erro, cuyo desafuero era el pretexto por el cual se iba a dar el golpe de Estado, se había ido a Buenos Aires a dar unas conferencias para la Juventud Peronista. Cuando yo llego a mi casa después de la reunión con Piñeyrúa, mis padres habían vuelto. Habían dicho que se iban a tomar un par de días, pero llegaron y dijeron, ‘el horno no está para bollos’”.

“Mi padre fue a la casa del general Seregni como a las 10, 10 y media de la mañana, y allí ambos estuvieron de acuerdo en dos cosas: primero, en pedirle a Zelmar Michelini que fuera a Buenos Aires a impedir que Erro volviera, quizás para ganar un poco de tiempo. Yo de todas maneras creo que los dos lo que estaban era muy preocupados por la suerte de Zelmar”.

“Mi siguiente recuerdo es Zelmar despidiéndose en casa nuestra. Nosotros vivíamos en Avenida Brasil y la Rambla. Ya había hablado con Seregni, ya sabía que ambos habían conversado del tema, y eso hizo que Zelmar no estuviera en la sesión esa famosa de despedida”.

“La otra cosa que acordaron con Seregni era, mi viejo designó a Pivel Devoto, él a Oscar Botinelli, para redactar una proclama conjunta contra el golpe. Telefónicamente invitaron al Dr. Sanguinetti que dijo que no, que ellos creían que había que combatir contra un mismo enemigo, pero cada uno en sus trincheras y acciones comunes, no. Y decidieron seguir adelante igual con la proclama y que la firmara el Partido Nacional y el Frente Amplio. Salió dos o tres días después, fue todo mucho más rápido de lo esperado”.

“Después de eso, durante toda la tarde mi padre empezó a tener reuniones con distintos dirigentes políticos. Nos fuimos al Palacio Legislativo, al despacho del Toba que era presidente de la Cámara; era como haciendo cruz con el de mi padre, y yo no me acuerdo cuántas veces crucé el Salón de los Pasos Perdidos porque me pedía que le dijera al Toba que se fuera, y el Toba -yo eso lo viví hasta la última vez que lo vi, que fue la noche del secuestro-, era puro optimismo, le ponía voluntarismo, y Zelmar era más pragmático. El Toba, no se quería ir”.

“Finalmente cruzó mi padre, lo convenció de que se fuera, pero tampoco se fue tanto, se escondió; se escondió en una casa en Atlántida y después fue medio complicado, se lo sacó en el Vapor de la Carrera, el gerente era amigo. Lo hizo subir a las cuatro de la tarde cuando no habían llegado los funcionarios de Migraciones”.

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-Toda esa situación fue pasando en la previa del 27…

“Toda esa situación fue pasando el día 26. Y ese día, además, mi padre tenía un acto… en realidad no tenía él un acto, era un país muy movilizado; había un acto en el cine Grand Prix de la coordinadora de la zona. Él se suponía que ni siquiera iba a estar en Montevideo y apareció para sorpresa de los muchachos que lo recibieron con gran alegría y ahí les anuncia que no se van a ver por mucho tiempo. Es una especie de despedida a la militancia. Yo me acuerdo de los rostros de gente amiga, que yo conocía personalmente, que pasaba del entusiasmo y la alegría, a ponerse a llorar porque no podían creer”.

“Ahí regresa mi padre al Palacio para la sesión de despedida. Había una sesión ordinaria en curso, después -a mí me interesa esto porque algún libro sobre la vida de mi padre le erra bastante feo en eso-, a Jorge Sapelli, colorado -fue el ministro de Trabajo de Pacheco, a pesar de eso tenía muy buena relación con la CNT, un hombre de diálogo-, fueron el senador Paz Aguirre por el Partido Colorado, mi padre por el Partido Nacional y el Ñato Rodríguez -era comunista- por el Frente Amplio, a pedirle que no estuviera en esa sesión que se estaba armando de despedida institucional, porque a esa altura el golpe era muy inminente, pero que fuera al Consejo de Ministros a arruinarle la fiesta, lo que era un sacrificio difícil de pedirle, porque todavía hoy se sigue pasando esa última sesión por televisión, a tantos años. Pero Jorge Sapelli no estuvo por eso; no fue por lavarse las manos, todo lo contrario. Es el único caso en la historia donde un golpe de Estado, el presidente destituye al vicepresidente (en ese momento Sapelli era vicepresidente del mandatario Juan María Bordaberry, ndr). Generalmente es al revés, pero como fue un autogolpe y Jorge no aceptó bajo ningún concepto la nueva institucionalidad, a los dos meses salió un decreto destituyéndolo”.

“Paz Aguirre preside la sesión, comienza la despedida. Yo recuerdo mucho el discurso de (Amílcar) Vasconcellos, de Hierro Gambardella, del Ñato, el Pancho Rodríguez Camusso. Y había una cosa muy increíble: cada uno terminaba como levantando sus propias banderas, pero uno no respiraba sectarismo. Mi padre mismo termina gritando ‘¡Viva el Partido Nacional!’. Pero era una manera como que cada uno iba aportando su bandera a algo que era un esfuerzo colectivo que era la restauración democrática”.

“Hay que verlo, es muy difícil de explicarlo. Realmente se sentía un clima de unidad, aunque Vasconcellos terminaba diciendo ‘¡Viva Batlle!’, Hierro Gambardella terminó ‘¡Viva Brum!’. Cada uno ponía lo suyo, pero en un clima tremendamente unitario”.

“Después de ahí nos fuimos con mi padre, y yo lo único que quise saber de cómo iba a ser su salida, era la parte que me tocaba a mí, que era con un amigo, el doctor Enrique Cadenas, que se puso la gabardina de mi viejo. Con él nos íbamos a ir como yo me iba todas las noches con mi padre en un Ford Escort blanco que tenía, y mi padre se había planeado una salida a escondidas por la otra puerta, por otra salida. Y eso funcionó, porque apenas salimos del Palacio, todos los jóvenes que eran parte de ese esfuerzo, salieron no hacia donde iba mi padre sino hacia donde iba yo, como que él estaba ahí. Hubo un episodio de esos, él lo recordaba siempre, de un policía el cual nosotros conocíamos porque era el que estaba en la puerta del Palacio siempre. Podría haber pasado cualquier cosa, pero él policía lo agarra con la mano uniformada. Mi viejo podía haber reaccionado de cualquier manera. Y le dijo ‘Wilson, mi casa es muy pobre, pero ahí no lo van a ir a buscar’. Y ese tipo de expresiones de solidaridad, yo después más vaqueano, aprendí que hacen la diferencia en todo. Esas pequeñas expresiones de solidaridad anónima. Mi viejo decía, Zelmar lo decía; ‘la solidaridad es la única arma con la que no ha podido el fascismo’”.

“A las pocas cuadras nos detienen y nos retienen hasta la madrugada -era una noche muy fría- con las manos en la cabeza preguntando dónde estaba Wilson. Era notoria la sorpresa que les causó que no estuviera en el auto. Mi padre se había ocultado en una pequeña nave de recreo en la cual iba a viajar a Buenos Aires. Cerraron el Puerto del Buceo. Después hubo todo un operativo. Finalmente salió”.

“Roy Berocay en su libro para jóvenes y adolescentes lo cuenta con mucho humor. Es cierta la anécdota. Se subieron mi padre y mi madre. Mi madre siempre quería acompañar esas cosas, no tenía por qué, porque ella no estaba requerida. Pero ella iba. Y mi padre se tira arriba de ella en una avioneta a la que suben andando, incluso mamá se lastimó y le quedó la cicatriz toda la vida. Cuenta Roy Berocay que mi viejo le dice: ‘No podrás negar que no te he dado una vida aburrida’. Pero así salen hacia Paysandú en una avioneta los dos con el piloto -Jorge Henderson les prestó su avioneta e hizo de piloto-. En Paysandú cruzan a territorio argentino y avisan enseguida que no tenían permiso de vuelo, cuál es la situación, y los recibieron. Eran otros tiempos de Argentina, aquel del cual mucho después nos fuimos. El presidente era (Héctor José) Cámpora, el ministro del Interior era Esteban Righi, los esperaba el ministro del Interior en Don Torcuato. El asilo político fue prácticamente automático. Después vinieron otros tiempos”.

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*Foto de portada y restantes: Romina Torres / Antimafia Dos Mil - Our Voice