Jueves 28 Marzo 2024
Por Jean Georges Almendras-27 de enero de 2022

Sus ojos, su mirada, su rostro, su semblante. Inolvidables, y tanto, que permanecerán eternamente, porque son ojos que superan el espacio y el tiempo, porque desbordan de bondad, de ternura y de fuerza. Esa fuerza del militante social que fue Luis Pérez Aguirre, con la investidura sacerdotal de los jesuítas, que la lucía con sus obras, y con sus acciones, más que con la textura. Conocido por todos como “Perico”. Conocido por todos como un incondicional defensor de los derechos humanos, se nos fue de la presencialidad rigurosa, el 25 de enero de 2001 al ser atropellado por un omnibus en un balneario de la costa Este. Se nos fue y nos desgarró a todos el corazón, porque tuvimos el infortunio de perderlo en su plenitud como hombre íntegro, como religioso comprometido con el ser humano en toda su más ilimitada extensión y como un activista perserverante, honesto y entregado apasionadamente al prójimo, razón por la cual fue un gestor y artífice de obras sociales y en favor de la vida, de una magnitud apabullante. Primero, luchando en favor de las mujeres que ejercían la prostitución en la calles, segundo, como fundador de una granja-hogar en la ciudad de Las Piedras (La Huella) para los jóvenes, y después, como un muy activo referente que luchó para encontrar los restos de los desaparecidos en la dictadura cívico militar del Uruguay, jugando un papel muy importante en el encuentro entre el poeta argentino Juan Gelman y su nieta Macarena. Y de estar entre nosotros, seguro estoy que habría logrado extender esa lucha por todos los rincones, y los frutos -hoy, precisamente, aún a sus 80 años de edad- habrían sido indescriptibles, porque solo él, conoció los sufrimientos de la represión de la dictadura, de terceros, y en carne propia: porque una vez fue detenido por la policía y luego torturado en el que en otrora fue el edificio de la Jefatura de Policía de San José y Yi, en Montevideo; porque fue procesado por los militares en 1982, pero ante todo, porque -junto a Adolfo Amexeiras, Marta Delgado, Juan José Mosca, Jorge Osorio y Josefina Plá, entre otros- fundó la sección uruguaya del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), para dar apoyo incondicional a los familiares de los uruguayos desaparecidos, en reclamo por el retorno a la democracia y la liberación de todos los presos políticos.

Con el retorno de la democracia asumió la responsabilidad de integrar la Comisión para la Paz, presidida por el arzobispo de Montevideo, Nicolás Cotugno y los abogados Carlos Ramela (en aquel momento asesor de la presidencia de la República), Gonzalo Fernández y José Claudio Williman, más el historico dirigente de la central de trabajadores (CNT) ,José “Pepe” D’Elía.

Su camino, aunque empedrado, encontró siempre las mieles del apoyo de todo aquel que lo descubría, por sus actitudes, y aptitudes, como un ser solidario, filósofo, sencillo, humilde, inteligente, audaz. Fue además, aviador, un excelente montañista, psicólogo, docente universitario, teólogo y un conspicuo conocedor de la psicología humana. Fue un sacerdote tercermundista, por antonomasia. Un revolucionario de su tiempo y de su época, que también se hizo su tiempo para ser escritor, periodista y conferencista de nivel internacional en no pocas instituciones académicas de nuestro país y de otras regiones del planeta. Y fue especialmente un faro de luz, para quienes padecían persecuciones, pobreza, soledad, y para quienes sentían en su alma y en su corazón, sed de justicia social y de conocimiento.

“Perico”, como lo conocían todos, un buen día -el jueves 25 de enero de 2001, al atardecer- hizo su paseo habitual en bicicleta, en el balnenario Costa Azul, cercano a donde estaba descansando un breve período, en la casa de la comunidad de La Huella en Guazuvirá, y fue en esa circunstancia que sobrevino la tragedia: un ómnibus interdepartamental, guiado por un hombre de 34 años, lo atropelló en el cruce de las calles Rivera y Lavalleja. “Perico” guiaba la bicicleta escuchando música en su preciado walkman y no se percató de la presencia del pesado vehículo al hacer una maniobra, y los resultados fueron fatales para él. Y allí quedó su cuerpo tendido sobre la calle, y cuando llegó la policía no le halló documentación alguna, por lo que por varias horas (cerca de 15) para las autoridades fue un NN. Vaya ironía. Vaya mueca del destino.

Las horas en que fue un NN la desolación de toda la comunidad fue indescriptible, por ignorar su paradero, hasta que finalmente cuando se fue a la comisaría del balneario La Floresta, recién al día siguiente, la bicicleta de “Perico” ubicada en el patio de la dependencia policial delató la tragedia. Se acudió a la morgue de la ciudad de Pando y allí la desgarradora toma de conciencia de su desaparición física alcanzó niveles de dolor, conmoción y congoja que hoy, mucho nos cuesta describir y relatar.

Por aquellos días el padre provincial de los jesuítas, Armando Raffo, sumergido en la consternación atinó a decir: “Trabajaba como nadie por los derechos humanos y la justicia social. El trabajo que él hacía no lo va a poder hacer otro, entre otras cosas por los contacto, por el prestigio y por tantas cosas. No hay ningún otro que pueda brindar el servicio que él prestaba”.

Veintiún años después lo recuerdo a “Perico” respondiendo a mis preguntas en las no pocas veces que lo entrevisté en La Huella, para el noticiero de televisión en el que yo trabajaba. No puedo borrar de mi mente, ni de mi alma, sus palabras y su timbre de voz, allanándome siempre respuestas que resumían las esperanzas que depositaba en los jóvenes de su comunidad, en su fuerza y en sus anhelos. Una comunidad que él lideraba con el ejemplo cotidiano, codo a codo con todos sus colaboradores, y con los jóvenes mismos, sin ilusionarlos con promesas, pero alentándolos a seguir adelante, trabajando con ellos, con admirable dedicación y amor, por la vida, por la vida en libertad, enseñándoles a construir sus vidas, y su futuro.

Veintiún años después, no puedo borrar de mi memoria su presencia en los medios y en los ámbitos donde la lucha por ayudar y hacer suya la causa de las familias de los uruguayos detenidos desaparecidos, estaba presente.

Aquel día de su entierro, hace veintiún años, hubo una ceremonia religiosa con cuerpo presente en la iglesia del Seminario de la calle Soriano. Una multitud lo acompañó y allí estuve, para dar cobertura periodistica. Y mis ojos, aquel día, se llenaron de lágrimas, porque vieron a los jóvenes de La Huella abrazar desconsoladamente el féretro ubicado frente al altar mayor, para no dejarlo partir, para no dejarlo a merced del olvido, para no abandonarlo, y para no quedar ellos mismos, en soledad y merced a su ausencia.

Aquel día, en esa escena se daban cita la lucha social y el compromiso que tuvo “Perico”, con el mensaje cristiano, como un verdadero misionero de Cristo.

Aquel día, un cortejo mutitudinario se extendió hasta su última morada en el marco de un espectacular homenaje, a un hombre que con sus valores y con su sola presencia, imponía la luz de sus sentimientos para con el ser humano, que iba mucho más allá de la iglesia a la que representaba, porque en cada uno de sus pasos, “Perico” hizo que la lucha por la justicia social y la defensa de los perseguidos, fuera su forma de vida. ¡Y vaya que lo logró!

Veintiún años después lo tenemos presente, y hoy mismo, sus palabras y su accionar, serían ejemplo indiscutible para las muchas situaciones que hoy se están viviendo en el tema derechos humanos, en el tema de los desaparecidos. En temas de la vida nacional. Sus ideas y sus obras, acompasarían -con militancia enérgica- a los múltiples reclamos que hoy siguen cargando a cuestas las Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, señalando con el dedo que la cultura de la impunidad se mantuvo incólume y la voluntad política para trabajar por la Verdad y la Justicia, estuvo ausente, en tiempos democráticos, lo que para “Perico” habría sido una bofetada que, seguramente, habrían desatado los vendavales más intensos y más encendidos de su protesta, dirigida principalmente a la casta militar, a los círculos políticos, y a los gobernantes de turno -de todas las banderas- obviamente.

Veintiún años después, claro que lo sentimos entre nosotros, pero su ausencia en físico, la extrañamos, y eso duele.

Pero también nos impulsa y nos moviliza, a seguir la lucha, como él lo habría hecho.

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Video cedido por Telemundo 12

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*Foto de portada: gub.uy