Jueves 25 Abril 2024
Por Alejandro Diaz-30 de setiembre de 2021

Cada vez que veo una persona joven morir por un hecho de violencia, no puedo evitar reflexionar en el cariño, en el anhelo, en los sueños, en los deseos, en las dudas, en las certezas, en las pasiones e incluso en los miedos. No puedo evitar pensar en toda la constelación de situaciones, experiencias, sentimientos y sensaciones que son acalladas en un instante frívolo. Cuánto dolor para aquellos que lo amaron, que lo acunaron, que lo aguantaron, que lo alentaron a vivir. Cuánto dolor para aquellos que esta vida arrebatada en un instante, era tan significativa.

La mañana del 3 de abril de 1975 tres hombres, fuertemente armados, descendieron de un Falcon verde e ingresaron a la Universidad Nacional del Sur (UNS), en la localidad bonaerense de Bahía Blanca. Con total apuro, y sin disimulo alguno atraversaron las puertas de ingreso y coparon el hall de entrada; sin divagar se movían determinadamente avasallando todo a su paso, hasta dar con su objetivo. Lo increparon y le pidieron su documentación, sin necesidad, pues ya sabían que se llamaba David Cilleruelo, que todo el mundo lo conocía como “Watu”, que era estudiante de ingeniería, que era comunista y que recientemente sus compañeros lo habían elegido secretario general de la Federación Universitaria del Sur, que agrupaba a varias organizaciones estudiantiles. Sabían todo de él.

“Watu” los vio venir, no necesitó identificarlos, pues las armas largas hablan por sí mismas. Estamos en abril de 1975, falta casi un año para el golpe de Estado que sumirá a la Argentina en una de sus peores pesadillas, sin embargo, la violencia política, el adoctrinamiento cultural a punta de pistola era ya una realidad desde hacía tiempo.

“Watu” los ve venir, espera y cuando le piden sus documentos sonríe, da media vuelta y se dirige por uno de los pasillos hacia su último paso. Un balazo a quemarropa por la espalda le vuela la cabeza.

"¡Pobrecito, se golpeó la cabeza contra la pared!", dijo el asesino, el “Moncho” Argibay, a los traumatizados estudiantes que presenciaron la escena. En una fracción de segundo una vida llena de sueños fue arrebatada.

En febrero del 75 había sido nombrado como interventor de la Universidad, Remus Dionisio Tetu, un rumano con historial fascista que en poco tiempo implementó cambios radicales, cercenando las cátedras de humanidades y cesanteando a parte de la plantilla docente. Tetu sería acusado años más tarde de formar parte de la Triple A, es decir, la Alianza Anticomunista Argentina, una organización criminal de tipo militar, que compartía objetivos y actuaba en sintonía con la Logia P-Due, la logia masónica de tipo terrorista. La Triple A se movilizaba con los presupuestos públicos, y era coordinada desde el gobierno por José López Rega, quien era el secretario privado de Juan Domingo Perón, y ministro de Bienestar Social.

El interventor Tetu realizó estos cambios gozando de la protección de una patota, integrada por miembros de la Triple A, que le aseguraban la intimidación a sus opositores y la ejecución de los valientes. Jorge “el Moncho” Argibay, su hijo Pablo Francisco y Raúl Aceituno, llevaban adelante las tareas de inteligencia y de represión selectiva en la zona. Porque si algo queda claro, respecto de los crímenes de lesa humanidad que sucedieron previos a la etapa militar de la dictadura, es que los objetivos de esta etapa eran personajes y personalidades influyentes a nivel cultural, que estaban en condiciones y lugares determinantes para la construcción de una sociedad distinta. Artistas, sacerdotes tercermundistas, intelectuales, estudiantes, sindicalistas y referentes de las izquierdas eran identificados, analizados, seguidos, perseguidos, intimidados, secuestrados, torturados, asesinados de ser necesario, y desaparecidos.

El joven Cilleruelo ya formaba parte de las listas negras por lo menos desde setiembre del 74, cuando concurrió al sepelio de Luis Jesús García, quien era obrero de la construcción y miembro del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), que era la facción política del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). El “Negrito” García fue la primera víctima de la Triple A en Bahía Blanca.

El asesinato de Watu se convirtió en el primer asesinato político cometido por el Estado dentro de una institución educativa. Por su crimen, Raúl Aceituno fue condenado a prisión perpetua el pasado 3 de agosto por el Tribunal Oral Federal de Bahía Blanca, donde además fueron condenados Juan Carlos Curzio, Héctor Ángel Forcelli y Osvaldo Pallero por asociación ilícita, al haber sido identificados como miembros de la Triple A operante en aquella región, asesinando al menos a 24 personas durante el periodo 1973-1976. Argibay padre e hijo murieron en la impunidad.

Watu 2

Días atrás, la Universidad Nacional del Sur, en un gesto reparador, otorgo la distinción Honoris Causa a David Cilleruelo.

"Sentado en el mismo despacho desde el cual un rector interventor ordenó el asesinato de Watu, siento que debo pedir perdón en nombre de la institución a todos los que fueron perseguidos por ser miembros de esta comunidad universitaria, a sus familias y amigos y a la sociedad en general”, dijo el rector Dante Vega durante la ceremonia, según registró el diario Página/12.

Cuarenta y seis años después de ser arrebatada una vida es devuelta en un pequeño gesto, que será, seguramente, acompañada de una placa conmemorativa o algún símbolo por el estilo que invitará una y otra vez a decenas de estudiantes a revisar la historia, a revisar los hechos y a identificar los procesos y métodos operativos de una organización criminal que tuvo, y que quizás tiene, la fortaleza de someter la estructura militar de un país a su voluntad.

Este ejemplo de vida en un ámbito académico forma, educa y crea cultura. Una cultura que fue golpeada, raptada, violada, torturada, asesinada y que intentó ser desaparecida, porque quizás pudieron esconder sus cuerpos, pero no sus vidas.

En simultáneo, durante más de 40 años, y hasta ahora, el Almirante Massera, condenado por crímenes de lesa humanidad y miembro de la logia P-Due continúa sosteniendo la misma distinción honoris causa emitida por la Universidad del Salvador, pese a que esta niegue el hecho. Y aquí, en este pequeño gesto, no el de la distinción, sino el de la permanente negación, es donde vemos el poder y la determinación sistemática de ocultar la verdad y de construir mentiras de una estructura criminal compleja. Esta lógica evasiva y negacionista es propia de la etapa de impunidad de la dictadura, impunidad que se sostiene hasta el día hoy gracias a que los represores continúan negándose a colaborar con la justicia, ayudando a identificar a las víctimas y a los mandantes civiles de la dictadura.

En las universidades y en las calles el poder de facto intenta con sangre imponer su lógica corrupta y corruptible. Intenta a partir de la violencia, distorsionar la verdad y las certezas. Pero surge, una y otra vez, este joven conocido quizás por pocos, y amado por muchos, que tiene la virtud y el sentimiento de traernos la verdad desde un papel o desde una piedra.

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*Foto de portada: radiokermes.com

*Foto 2: labrujula.com