Jueves 18 Abril 2024
Fue condenado en el reciente juicio en Italia, por el Plan Cóndor, pero sigue impune
 
Por Jean Georges Almendras-16 de agosto de 2021

Por la forma brutal de interrogar a las personas detenidas a su merced, se le apodó “El Burro”, lo que de hecho, me permito decir, es un burdo insulto al animal, porque el comportamiento de la naturaleza, en esa especie, bastante distancia toma de los daños que la especie humana causa formando parte de una “humanidad civilizada”, desbarrancándose (desde hace ya bastante) por un precipicio indescriptible, donde las violencias y las brutalidades son moneda corriente al servicio de la criminalidad, lisa y llana. Esa criminalidad (que da pavor) -y que me genera repugnancia-, como la que ejercieron los militares uruguayos (y del Río de la Plata) en tiempos de dictaduras, emparentada y ligada, visceralmente con la impunidad de aquellos días, y la que hoy mismo sigue erguida, que está tan naturalizada en estas democracias a medias, cuando se trata de responsables de delitos de violaciones de DDHH. “El Burro”, es el coronel retirado (del ejército uruguayo) Pedro Antonio Mato Narbondo, cuya situación de “hombre libre” en territorio brasileño, como acontece de hecho mientras escribo estas líneas, es algo que golpea a los ojos y a la justicia, siendo que recientemente fue condenado a cadena perpetua en un mediático proceso en Italia, relacionado con los represores del Plan Cóndor.

La prensa mundial y regional, recientemente, lanzó la noticia, de que, habiendo sido Juzgado en Italia, el coronel Mato Narbondo se encuentra instalado en su hogar, en la frontera uruguaya, en la ciudad Santana do Livramento, por la muy sencilla razón de que, al estar nacionalizado como ciudadano brasileño la ley no permite su extradición.

Involucrado en secuestros, torturas y asesinatos por motivaciones de neto corte político, en el Uruguay, haciendo parte del operativo Cóndor, este militar retirado fue uno de los represores, 14 en total, que fue condenado en Italia, en el marco de un proceso que fue seguido atentamente por medios de prensa locales y del mundo entero, dadas las graves connotaciones que por su naturaleza tuvo el operativo (que involucró a varios países) maquinado y puesto en práctica por las dictaduras sudamericanas, al servicio de los interés estadounidenses. Como se recordará, el proceso se llevó a cabo en Italia porque muchas de las víctimas tenían ciudadanía italiana, y Narbondo fue uno de los 11 militares de nacionalidad uruguaya, condenado a prisión perpetua, a principios del pasado mes de julio.

Pero “El Burro” está libre como el viento, en Brasil, y en vísperas -en el mes de setiembre- de cumplir 80 años de edad (su aspecto no es el de la foto de portada, la que fue reproducida por medios uruguayos, en el año 2014), viviendo tranquilamente en un barrio de clase media (literalmente a dos kilómetros de una línea imaginaria que separa Brasil con Uruguay, en el centro de la ciudad) donde tuvo el descaro -hablando con un equipo de prensa de Matinal Jornalismo, medio brasileño- de decir, sin remordimientos ni medias tintas: “Yo era militar, seguía órdenes y vivíamos en una era de guerrillas en los países. Los Tupamaros en Uruguay, Var Palmares en Brasil, lo mismo en Argentina, Chile... así que todo lo que diga en mi defensa, como militar, no servirá de nada. Es en el ámbito político donde hay que resolver estos temas. Fue un período y eso fue todo en el pasado”.

No hay foto suya del encuentro periodístico, porque se negó rotundamente a que se lo registrara gráficamente; no hay un mea culpa sobre la mano de obra que prestó a los políticos que señala con el dedo, y a los que alude como los que deberían resolver estos temas, que se ve a las claras, a él no lo atormentan en lo más mínimo; tampoco tuvo la voluntad de presentarse ante las autoridades cuando anteriormente al juicio en Italia fue convocado a declarar en la investigación judicial que se hizo en Uruguay, como involucrado directamente en la tortura y muerte de un trabajador, hecho cometido en 1972, razón por la cual, además de haberse emitido una orden de captura internacional, para las autoridades uruguayas, hoy, “El Burro” está considerado prófugo. Pero todo ese requerimiento de captura se desmoronó no bien el militar, estando en Brasil, acudió a una oficina para optar por la nacionalidad brasileña de su madre, lo que le permitió ampararse en el artículo 5 de la Constitución de Brasil en la que se le garantiza que no será extraditado para responder por delitos cometidos fuera del territorio brasileño.

Su abogado, Julio Martín Favero, al ser abordado por el periodismo no tuvo reparo alguno en ratificar que el militar es un ciudadano libre en Brasil, con derechos y deberes como cualquier persona, pero, además, puso especial énfasis sobre los hechos del pasado, confrontando sin titubear a todas las acusaciones que pesan en su contra: “Narbondo era militar en una época en la que prácticamente había una guerra civil. Nadie es un ángel, pero no puedes creer todo lo que se le atribuye. Estoy lidiando con las consecuencias y dentro de la ley. Y no me pregunten si me da vergüenza defender a un ciudadano al que llaman genocida y no sé qué más”.

La cultura de la impunidad que rodea a personajes como “El Burro”, es patética; pero no por ello es real, real y tangible. Y tan patética, porque no deja dar un solo paso -a operador de la justicia alguno- para que se apliquen los caminos relacionados con la ley; porque para los impunes de siempre, los delitos cometidos no parecen perturbar, ni sus sueños, ni sus rutinas. Poco les importa que salgan a la luz pública sus historiales, que hacen verdadera -y horrenda- gala a la más absoluta malignidad ideológica de aquellos días.

A Mato Narbondo, entonces, por saberse protegido, muy poco le importará, que la nómina de acusaciones, una vez más, sea ventilada y conocida por todos los rincones: fue condenado en Italia por participar en la muerte y desaparición de cuatro ciudadanos de ese país. A saber: Bernardo Arnone, Gerardo Gatti, Juan Pablo Recagno Ibarburu y María Emilia Islas Gatti de Zaffaroni. Todos ellos fueron detenidos en Buenos Aires y trasladados al centro clandestino “Automotores Orletti”, lo que fue corroborado por sobrevivientes con quienes se cruzaron en medio de las torturas y los golpes, dentro del temible taller de automóviles que es emblema del horror que padecieron cientos y cientos de personas de diferentes edades y nacionalidades, y que era conocido entre los represores, como “El Jardín”, como una cruel burla para quienes allí sufrían todo tipo de tormentos, como antesala del momento de ser trasladados a los aviones de la muerte, para ser arrojados aún con vida al Río de la Plata, a la zona del Delta del Tigre o a otros zonas fluviales.

Otro caso -en el que se vio involucrado “El Burro”- es el de dos niños, hermanos entre sí (de uno y cuatro años), que fueron secuestrados con sus padres en Argentina por funcionarios de la inteligencia uruguaya. Pese a las acusaciones que apuntaban con el dedo a Matos Narbondo, no fue posible inculparlo, en el marco de las investigaciones de la justicia uruguaya, al punto que logró ser absuelto por ausencia de pruebas. En cuanto a los niños, Victoria y Anatole Julien Grisonas, se supo que luego de ser derivados por sus captores a centros clandestinos, fueron abandonados en una plaza pública de Chile donde una familia se hizo de cargo de ellos, hasta que finalmente recuperaron su respectiva identidad, pero nunca hallaron con vida a sus padres.

Otro de los episodios de absoluta criminalidad política, en los días de la dictadura uruguaya y argentina, en que “El Burro” está sindicado como uno de los autores materiales de las muertes de los exlegisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, Senador del Frente Amplio y Diputado del Partido Nacional (presidente de la Cámara de Diputados) respectivamente, que fueron secuestrados en Argentina -en 1976- derivados a Orletti y finalmente, tras ser torturados salvajemente, ultimados a tiros, junto a Rosario Barredo y Willian Whitelaw, dos jóvenes vinculados al MLT Tupamaros, siendo abandonados los cuatro cadáveres dentro de un vehículo, en las calles de un barrio de la capital argentina. Precisamente, sobre este caso, de gran impacto en la sociedad uruguaya y en el sistema político, ya en tiempos de democracia, es decir, en la década del 80, el militar Mato Narbondo fue acusado frontalmente cuando se iniciaron las investigaciones para dilucidarlo. Esto ocurrió, cuando una enfermera que medicaba al militar, después de un episodio depresivo, reveló a una comisión del Parlamento uruguayo, que él le había confesado el crimen de Michelini, mostrándole incluso un trofeo que le fue entregado -como reconocimiento- por las Fuerzas Armadas uruguayas. Al filtrarse a la prensa esa información (de hecho, obviamente, para neutralizar las investigaciones como parte de una conspiración seguramente de origen castrense y con la presunta complicidad de integrantes del sistema político) toda esperanza de dilucidar el crimen se disipó y la enfermera no tuvo las debidas garantías para continuar con sus declaraciones, y en consecuencia “El Burro” pasó inadvertido y fue cubierto por el manto de la impunidad. No obstante, en el 2011, por su participación en este episodio, tanto el dictador Juan María Bordaberry (hoy fallecido) y su entonces Canciller Juan Carlos Blanco fueron procesados con prisión -30 años- bajo los cargos de desapariciones forzadas y asesinato político.

Pero “El Burro” sigue impune. Llevando su vida sin contratiempos en el Brasil: libre, como el viento. Pero en el horizonte, y fundamentalmente (y felizmente) después de la condena en Italia, hay algunos nubarrones que se ciernen sobre su persona.

Matos Narbondo, si bien está afincado en territorio brasileño, para hacer efectiva su jubilación, de aproximadamente 80 mil pesos, tiene la obligación de presentar cada cierto tiempo, en territorio uruguayo, una prueba de vida. ¿Y cómo lo hace? Pues como no puede entrar en el Uruguay, porque cabe la posibilidad de que pueda ser detenido, envía, a través de su esposa, un certificado médico el departamento de Rivera. Ahora bien, el semanario Brecha -en el 2019- reveló en un contundente informe, que Matos Narbondo no solo habría cruzado la frontera varias veces, sino que, además, en una oportunidad se hizo presente en el Consulado uruguayo de Livramento, donde en teoría, debía ser detenido, pero esto no aconteció. La prensa consultó a la Cónsul Elisa Peres sobre el particular, pero de su parte no se obtuvo respuesta alguna.

En paralelo, sobrevino el juicio y su posterior condena en Italia, y es cuando surge una posibilidad de que “El Burro” pueda ser llevado ante la ley, pero en territorio brasileño. Se pudo saber que el Ministerio Público uruguayo habría invocado un acuerdo entre los estados del Mercosur que obligaría a Brasil a asumir la sentencia contra el militar retirado en un Tribunal nacional.

En un medio periodístico brasileño, se señala, que una fuente de la justicia uruguaya dijo, enfáticamente y solicitando no revelar su identidad, que: “Si Italia solicita la extradición de Narbondo, pasará lo mismo que con Uruguay: Brasil argumentará que no puede extraditar a sus ciudadanos. Por eso, hace uno o dos meses Uruguay solicitó formalmente a la justicia brasileña que se cumpliera con el acuerdo del Mercosur y se procesara a Mato Narbondo por los delitos de los que es responsable aquí”.

Brasil se llamó al silencio. Según el brasileño Jair Krischke (presidente del Movimiento por la Justicia y los Derechos Humanos) la jurisprudencia brasileña no reconoce la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, lo que sería bueno para quienes bregamos para que “El Burro” sea alcanzado por los tentáculos de la Ley.

Estaríamos en puertas de que al exmilitar Mato Narbondo, le ocurra lo que le ocurrió al militar uruguayo Néstor Trócoli en Italia (donde estaba gozando de la impunidad, por tratarse de un ciudadano italiano): que pueda ser sometido a un Tribunal en Brasil, que pueda ser condenado y en consecuencia encerrado en una cárcel del Brasil, dándose cumplimiento a la sentencia dictada en Italia, pero instrumentada en territorio brasileño.

Del dicho al hecho hay un largo trecho (por definirse aún), no hay duda. Un trecho sobrecargado de incertidumbres y de expectativas, que, a la vuelta de la esquina, se tornan implacables, lacerándonos brutalmente, porque los años transcurridos, de abulias judiciales e indiferencias, hicieron de las familias que perdieron sus vidas en manos de esas alimañas (que todavía tienen el descaro y el cinismo, de hacer uso y goce de ciertos beneficios) y de nosotros, que desde nuestras redacciones escribimos -día tras día- para denunciar tamañas impunidades, no han hecho más que incrementar los reclamos de justicia, y a diferentes niveles.

Reclamos, que son exigencias a gritos, que se multiplicarán, con la fuerza y la intensidad que corresponde a cualquier ser humano que se precie de tal y que tenga conciencia, que la criminalidad que se ejerció durante las dictaduras nos debe arrancar de lo más profundo de nuestro ser, la sed de justicia, para que los corruptos que todavía trabajan para encubrir a responsables de los delitos de lesa humanidad, hoy, se hagan cargo de sus bajezas y de sus cobardías, asumiendo que también ellos, aún sin haber torturado, violado, o asesinado, tienen sus manos tintas de sangre, y no podrán andar por la vida con la frente en alto, ni ante la sociedad, ni ante sus hijos, porque solo por el hecho de ser cómplices con su silencio, también se convierten en culpables.

Y bien culpables, porque optaron por mirar a un costado, como si nada hubiese pasado.

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*Foto de portada: elmuerto.com