Viernes 26 Abril 2024
María Eugenia: cautiverio, ultraje, golpes, abuso sexual y atentado de género, por 23 años
 
Por Jean Georges Almendras-9 de agosto de 2021

Siguiendo el caso judicial de María Eugenia en la ciudad de Rosario, Argentina, hemos observado que los asombros, en todos los límites territoriales de la provincia de Santa Fe -y fuera de ellos-, no estuvieron ausentes, como tampoco, los más duros calificativos respecto a un personaje (un depredador llamado Oscar Alberto Racco -de 59 años- porque definirlo como ser humano, no me resulta, ni me cabe) que tuvo cautiva a su esposa por 23 años -desde diciembre de 1995 y principios de 1996, cuando ella tenía 19 años- hasta el momento en que se escapó de su propio “hogar” de la calle Santiago al 3500, el 8 de mayo de 2019, buscando refugio, protección y justicia, la que recién le llegó dos años después, es decir el pasado viernes 6 de agosto, jornada que se puede catalogar, calificar o señalar, sin rodeos, como el día de su renacer, con todas las de la ley y gracias a la ley, que decidió sentenciar al victimario a 26 años de prisión. El día de la sentencia, la foto que se hizo pública en la audiencia final, es más elocuente que las palabras: a María Eugenia, de 44 años, se la ve abrazando fuertemente a su hijo, cerrando los ojos, literalmente nublada por la felicidad. Hacía dos años ya estaba fuera del recinto de su captor, pero los miedos estaban a flor de piel, hasta que en este mes de agosto sobrevino la audiencia, y los temores salieron de sus recovecos de su frágil emocionalidad, porque la justicia laudó a su favor, gracias a muchas personas que testificaron, quizás superando terrores o porque ya estaban hasta el hartazgo de tanta impunidad; pero especialmente gracias a la fiscal Luciana Vallarella, que desde el primer instante que tomó cartas en el asunto, hizo de su accionar el accionar de una política de género flagrante y directa, diciendo basta al recalcitrante machismo, el que fue (sin duda alguna) uno de los principales motores de la criminalidad que ejerció Racco, metiéndose a donde no llega el sol, todo lineamiento de humanismo y de convivencia, adjudicándose el derecho de someter a otra persona a prácticas denigrantes para con la especie humana. Porque Oscar no solo atentó contra María Eugenia. Oscar atentó contra todas las mujeres del mundo, contra todos los referentes femeninos del mundo y contra toda la comunidad humana, pisoteándola y, no solo por la violencia que ejerció, sino además (y es otro aspecto de esta historia que debe ponernos alertas) por la impunidad de la cual gozó por 23 años consecutivos, siendo que María Eugenia tuvo algunas oportunidades de pedir ayuda, pero no fue escuchada adecuadamente. Lo que significa, que aquello de que nuestra civilización está convenientemente aceitada para prevenir, neutralizar o sofocar estos desmanes, no es tan así.

A María Eugenia, el depredador Oscar Racco la mantuvo cautiva, encadenada, violentada, golpeada, ultrajada y denostada, pero la sociedad fue -dramáticamente- incapaz de darle a ella luces u horizontes de escape para que, en su más indescriptible y extrema situación de vulnerabilidad, con el plus de estar presa del terror, pudiese romper los muros físicos y psicológicos que la tenían privada de su libertad, en todo el sentido de la palabra. Y a pesar de que hubo un pronunciamiento judicial que puso las cosas en su lugar, la sociedad toda (la civilización toda) y las instituciones especializadas en temas de esta naturaleza, le fallaron a Maria Eugenia en mayor o menor grado. Es cierto, muy cierto, que María Eugenia renació, no solo el 8 de mayo de 2019, al tomar distancia de su encierro, sino además cuando tuvo frente a frente a la fiscal Vallarella -que desarrolló una labor valerosa y encomiable, y cuando el Tribunal conformado por los jueces Rafael Coria, Nicolás Vico Gimena y Nicolás Foppiani dio a conocer el veredicto de “condena a 26 años de prisión a Oscar Racco por privación ilegítima de la libertad en concurso ideal con reducción a la servidumbre, en concurso real con abusos sexuales reiterados y agravado por el uso de arma de fuego”. Es cierto también, como ella misma lo expresara pocos días antes del veredicto, que no poseía la máquina del tiempo para “volver 25 años atrás” razón por la cual, el doctor Rafael Coria -juez del Tribunal- leyó la sentencia en los siguientes términos: “tampoco contamos con la máquina del tiempo para devolverle los 23 años que sufrió (Maria Eugenia) pero reconocemos su valentía y compromiso en este debate, y deseamos que pueda desarrollar una vida libre”. La vida libre, que Oscar Racco no le permitió desarrollar, ni junto a su hijo, ni junto a su familia, ni junto a sus amigos y conocidos. La vida libre, que Oscar Racco cercenó de manera cruel y a la vista de todos. La vida libre que solo recién ahora, a sus 44 años, y con un hijo de 27 años, podrá disfrutar, seguramente con otros horizontes, porque ya hace dos años -a la espera del juicio- se fue desenvolviendo en el día a día heroicamente, con las múltiples ayudas que recibió: “Vendía gorras. Mi mamá tiene una máquina de coser, así que hacía eso, pero no me iba tan bien. Conseguimos alquilar una casa, empecé a trabajar en un geriátrico, entré doblando ropa y lavando, terminé de auxiliar, levantando gente. Pero empezó la pandemia y perdí el trabajo. Me recibí de masajista terapéutica, pero no hay trabajo por la pandemia. En este momento estoy vendiendo alfajores por la calle. No hay trabajo. Una cosa que también influye es la edad. Cuando me sale limpio casas, cuido gente en forma particular y estoy estudiando mandatario del automotor, que si Dios quiere este año me recibo. Siempre estoy tratando de buscar una salida, un sueño”, tal lo relatado a la periodista Sonia Tessa, que la entrevistó para Página/12.

El último día del juicio, Oscar Racco, con el barbijo cubriéndole el rostro, y al momento de leerse su condena, está ubicado en un espacio de la sala donde se encuentra el Tribunal. Esta sentado con ambas manos apoyadas en el escritorio, y está esposado, y celosamente custodiado por cuatro policías, y en el mismo sector se encuentra su abogado defensor. Solo se le distinguen sus ojos. Escucha la sentencia y está inmutable. María Eugenia en cambio, vive en libertad absoluta, flagrante, e inequívoca, ese momento que hace dos años no era más que una ilusión a distancia. María Eugenia está sentada en una silla y a su lado se ubica la fiscal Vallarella. La acompaña también una amiga de la adolescencia y Facundo, su hijo. Sobreviene la lectura del veredicto. Un segundo después, en toda la sala la algarabía por la decisión judicial es inevitable

Ha comenzado otro capítulo en la vida de María Eugenia. Fuera del recinto judicial, el periodismo la aborda y ella contesta: “Ojalá no haya otra María Eugenia. Tengo que pensar la vida de hoy para adelante. Veo esto como algo ejemplificador”.

Familiares, amigos, técnicos testificaron a lo largo del juicio; en la previa, la suboficial Samanta Duarte llevó adelante entrevistas en el barrio Cura; los jueces tomaron muy en cuenta las apreciaciones de los profesionales en psicología, que mencionaron, sobre María Eugenia, que el Síndrome de Adaptación Paradójica a la violencia doméstica “derivó en su disociación, en su despersonalización, en la aceptación de esa dominación que hizo que esa libertad ambulatoria que el acusado destaca, sea meramente aparente”.

Desde el estrado de los jueces del Tribunal se puso especial énfasis en la firmeza del relato de Maria Eugenia, y esto fue seguramente una de sus más indiscutibles aliadas: “Para nosotros, el testimonio de María Eugenia tiene un muy alto valor intrínseco por la extraordinaria calidad de su discurso. La testigo se presentó en la audiencia con una actitud serena que acompañó la firmeza y convicción de su relato. Utilizó lenguaje sumamente claro y pudo construir con elocuencia sorprendente tramos de su vida que indudablemente estuvieron signados por un terror que resulta difícil de imaginar”.

El juez Vico Gimena fue más categórico: "Así, se analizó, en cuanto a la naturaleza de la acción y los medios empleados para ejecutarla, lo que impacta como agravante, el hecho de haber utilizado violencia física y psicológica para mantener a María Eugenia durante 23 años sometida completamente a su voluntad. A partir del maltrato físico, sexual y emocional logró doblegar, aniquilar, eliminar su voluntad. Le quitó su esencia, como dijera un testigo, 'le robó su alma'. También su identidad, llamándola con otro nombre (Lucía). La redujo a una cosa de su propiedad y lentamente la alejó de sus seres más queridos".

Se planteo, además, "que del relato de la víctima surgieron algunas circunstancias vinculadas a la probable ausencia de perspectiva de género y/o la debida diligencia del Estado, por lo que debe evaluarse y analizarse su responsabilidad en función de los compromisos internacionales asumidos y los principios rectores establecidos en el marco interpretativo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y dentro del marco de competencia correspondiente".

"A María Eugenia le quitó 23 años de su vida; la que no pudo planificar y dirigir libremente. La privó de sus deseos, sus proyectos y sus sueños. No pudo criar a su pequeño hijo de 2 años, a quien vio en escasas oportunidades. No pudo compartir su niñez, su adolescencia, acompañarlo en su etapa escolar, aconsejarlo, transmitirle su amor. Tampoco fue libre de elegir las actividades a desarrollar. No fue libre en elegir y vivir su sexualidad, debiendo soportar abusos sexuales por parte de Racco. No pudo acompañar a su padre en su enfermedad, tomando conocimiento de su fallecimiento años después de su acaecimiento. Por último, le quitó su personalidad, obligándola a que se vistiera con ropa masculina, se cortara el pelo y cambiara su nombre por el de Lucía Puccio".

“Del relato de María Eugenia surge que el imputado persistente e impiadosamente fue quebrando todos y cada uno de los lazos que unían a la víctima con su vida por fuera de la perversa relación a la que la sometió, despersonalizándola al punto tal de hacerla sentir, según sus propias palabras, sólo un 'pedazo de carne'”. Y agregaron que hubo una "perversa metodología de aniquilación de identidad" que se dio "a partir del maltrato físico, sexual y emocional que logró doblegar, aniquilar, eliminar su voluntad”. También expresaron que "en el hecho surge claramente lo deleznable del móvil, procurando la cosificación de la mujer, lo que lo torna como agravante de la pena".

El caso de María Eugenia, nos pertenece y nos involucra; nos confronta con la realidad, porque marca una brecha que todavía sigue siendo una asignatura pendiente, para las autoridades y las instituciones, porque ese tortuoso episodio existió a la vista de todos; se cometieron una cadena de delitos a la vista pública y está claro que, si hubo alarmas que se activaron en el entorno de María Eugenia, estas no fueron visibilizadas, y ni siquiera tomadas en cuenta, porque seguramente no fueron entendidas. Y si se dictó sentencia contra Oscar Racco, parece que quedaron en el limbo las responsabilidades que le caben a su familia, que estaba cercana al lugar habitación donde María Eugenia convivió con el terror, por espacio de 8.397 días, con sus respectivas noches.

Ríos de tinta han sido dedicados a dar información sobre este atentado, porque efectivamente se trató de un atentado de género, que merecía su inmediata divulgación, para fortalecer la conciencia humana, dirigida a poner fin a estos abusos que se fundamentan en arcaísmos de convivencias patriarcales, en ideologías y filosofías de vida, que van en contra de la especie humana, protagonizados y ejecutados por personas -como es el caso de Oscar Racco- que seguramente deben adolecer patologías, noxas de gravedad apabullante o sencillamente, sentimientos criminales, inadmisibles.

La opinión pública rosarina se ha sensibilizado con la sola noticia de la historia de María Eugenia, y en la medida que los detalles fueron saliendo a luz, el impacto fue mayúsculo, y las indignaciones se adueñaron de las calles de la ciudad, pero a nivel de la fiscalía, el impacto y el sentimiento de repudio cobró un sesgo mucho más autocrítico; mucho más preocupante, por si fuera poco, porque se dibujaron transparentemente responsabilidades estatales. La fiscal Vallarella lo expresó sin rodeos: “Se reconoció la calificación de reducción a la servidumbre y es importante que, en nombre del Estado, el tribunal reconoció la responsabilidad por no haber atendido esta situación las veces que la familia fue a pedir ayuda, por lo que dejó abierta la posibilidad de una reparación”.

No será la primera vez -ni es la última- que las iresponsabilidades estatales en violencias o atentados de género, sobrevuelan airosas en las entrañas mismas de las sedes policiales y de las instituciones especializadas dependientes del Estado. No han sido pocas, las veces, que hubo quienes optaron por las indiferencias (y las omisiones o los olvidos flechados) ante los SOS de mujeres de diferentes edades, que bajo formas diversas -personalmente o a través de terceros- han sido planteados ante mostradores públicos, verbalmente o por escrito, o por teléfono. Pero los machismos instalados por centurias, en los polvorientos caminos de la función pública, han salido a relucir, en cada una de esas ocasiones, y las presunciones o las luces de alertas, dados desde el sufrimiento, han quedado a la deriva o en el silencio. Y solo después, cuando han sobrevenido las tragedias -muchas de ellas, que podían haberse evitado- es que se han disparado las exclamaciones y se han hecho sonar las campanas de las obligaciones del Estado, pero tardíamente. Y esa demora, en definitiva, resulta ser más criminal que el hecho a denunciarse o el hecho denunciado.

Hoy, es María Eugenia la que ha llegado a la otra orilla, sana y salva. La que ha renacido, por su valentía, por su arrojo, y por su entereza, contra todo golpe, contra todo ultraje, contra todo terror, contra todo pánico. Lo logró y lo agradeció, públicamente, en palabras sencillas y honestas, que fundamentalmente fueron una enseñanza, descarnada, pero enseñanza al fin.

“Gracias eterno a todos los que trabajaron, a las agrupaciones de mujeres, a la fiscalía sobre todo, a los jueces por hacer justicia, y como sociedad, que sigamos creciendo en las políticas de género y que aprendamos como mujeres a pedir ayuda, que perdamos el miedo, y que la ayuda existe”.
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*Foto de portada: entremedios.com / María Eugenia abrazándose con su hijo