Viernes 26 Abril 2024
Se permitiría continuar el proceso legal contra Carlos Pedro Tadeo Blaquier
 
Por Alejandro Díaz-26 de julio de 2021

Carlos Pedro Tadeo Blaquier tiene 93 años, y lenta e inexorablemente se dirige a la muerte. Quizás el Estado argentino en sus innumerables facetas, con sus innumerables representantes y usurpadores, consigan el objetivo de lograr que Blaquier muera impune.

Me encomendé a esta tarea de sintetizar las novedades sobre el caso que investiga los crímenes de lesa humanidad, cometidos en la provincia de Jujuy durante la etapa militar de la dictadura cívica, empresarial y eclesiástica que somete a la República Argentina desde hace décadas. Sí, desde entonces -porque la dilación perpetua de estas causas- así resulten absolutorias para los acusados, mantienen vivo el fenómeno. Y esto demuestra que es peor la investigación que el fallo, porque el sistema de responsabilidades en los crímenes de lesa humanidad cometidos desde la época es tan vinculante, que de caer uno caerían todos.

Blaquier tiene 93 años, como decía al comienzo, y es desde hace décadas el señor feudal de una de las regiones más marginadas del continente; donde la flexibilización laboral neoliberal es en realidad esclavitud y trata. En la pequeña “república” que se construyó en torno a Blaquier, que tiene su propia “Casa Rosada”, la violación a los derechos humanos es una cuestión sistematizada. Como así también: obreros apremiados, sistemas sanitarios colapsados, educación selectiva, desalojo de los pueblos originarios y un sinnúmero más de cuestiones.

Cumplo con la actualización: la secretaria de Derechos Humanos de la Nación argentina, dependiente del ministerio de Justicia y Derechos Humanos, elevó un pedido para levantar la feria judicial que permitiría continuar el proceso legal contra el ya nombrado Blaquier y su adlátere Alberto Lemos.

Sinceramente me parece poca cosa. Como poca cosa me parecen también mis palabras, por lo tanto, si usted que lee me lo permite, usaré de aquí en adelante las palabras de Ernesto Sábato de su obra titulada “Antes del Fin”, que sintetizan más que este hecho concreto, todo un sistema de poder del cual Pedro Blaquier es parte. Lo convoco, ante la profunda decepción de aquella posibilidad de que los responsables de tan atroz historia lleguen al fin, impunes.

“Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas. De este modo, entre negativas a escribir estas páginas finales, lo estoy haciendo cuando mi yo más profundo, el más misterioso e irracional, me inclina a hacerlo. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, al amanecer; o cuando mi vieja gatita viene a recostarse sobre mis rodillas; o cuando veo el color de las flores, a veces tan minúsculas que hay que observarlas desde muy cerca”.

“El absolutismo económico se ha erigido en poder. Déspota invisible, controla con sus órdenes la dictadura del hambre, la que ya no respeta ideologías ni banderas, y acaba por igual con hombres y mujeres, con los proyectos de los jóvenes y el descanso de nuestros ancianos”.

“Los excluidos no tienen justicia que los defienda. He ido a la villa treinta y uno, de Retiro, para solidarizarme con los sacerdotes que ayunan en repudio por la crueldad con que se pretendió echar a la gente, derribando sus precarias construcciones con salvajes topadoras. Al regresar a casa, durante la noche he podido ver por televisión cómo se agredía a unos obreros que se negaban a desalojar una fábrica, golpeados con violencia, tratados como delincuentes por una sociedad que no considera un delito negarles a los hombres su derecho al trabajo; expropiándoles, incluso, hasta las pocas leyes laborales que los protegían. También he visto a la policía corriendo con palos y tanques hidráulicos a vendedores ambulantes, en lugar de encarcelar a los que se están robando hasta las últimas monedas y tienen dinero y poder para comprar a esa justicia que cae con despiadada dureza sobre un pobre ladrón de gallinas”.

Cuando terminó la dictadura comenzó el proceso de investigación de la CONADEP: “El informe era transcripto por dactilógrafas que debían ser reemplazadas cuando, entre llantos, nos decían que les era imposible continuar su labor. En más de cincuenta mil páginas quedaron registradas las desapariciones, torturas y secuestros de miles de seres humanos, a menudo jóvenes idealistas, cuyo suplicio permanecerá para siempre en el lugar más desgarrado de nuestro corazón. El terrorismo de Estado provocó también la destrucción de las familias de los desaparecidos. Padres y madres, en su atormentada fantasía, enterraron y resucitaron a sus hijos, sin saber, siquiera, la monstruosa realidad. Será difícil calcular cuántos padres murieron o se dejaron morir de angustia y de tristeza, cuántos otros enloquecieron”.

“Con qué indignación he visto, en un día de huelga nacional, con despótica soberbia, a la policía arrojando al suelo la comida que unos obreros preparaban en sus ollas populares. Y entonces me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva”.

“También de sus tierras han sido excluidos los hombres. Hace unos años estuve con los indios wichis en la plaza del Congreso. Desde hacía una semana, realizaban una huelga de hambre en reclamo por las tierras que, como a tantas comunidades indígenas, les fueron usurpadas desde el tiempo de la conquista, víctimas de un genocidio que se realizó a fuerza de guerras, epidemias desconocidas y el infaltable cautiverio. Desde entonces, el sometimiento y el maltrato que reciben en todo el continente los obliga a sobrevivir en miserables reservas, incapacitados para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda y educación”.

“¿Cómo podríamos explicarles a nuestros abuelos que hemos llevado la vida a tal situación que muchos de los jóvenes se dejan morir porque no comen o vomitan los alimentos? Por falta de ganas de vivir o por cumplir con el mandato que nos inculca la televisión: la flacura histérica”.

Realidades que sabiamente Sábato recoge de distintas épocas, que para su presente ya estaban entrelazadas y vinculadas. Hoy ya no podemos referirnos solo teórica e hipotéticamente sobre estas relaciones de poder. Debemos entenderlas. Ernesto Sábato no escribe un libro de historias, solo hace un prólogo de un mensaje para los que, en el fin, encuentran el principio.

“Sí, muchachos, la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión. No cabe pensar que los gobiernos se van a ocupar. Los gobiernos han olvidado, casi podría decirse que, en el mundo entero, que su fin es promover el bien común. La solidaridad adquiere entonces un lugar decisivo en este mundo acéfalo que excluye a los diferentes. Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia”.

“Hay que recordar que hubo alguien que derribó al imperio más poderoso del mundo con una cabra y una rueca simbólica. Una salida posible es promover una insurrección a la manera de Gandhi, con muchachos como vos. Una rebelión de brazos caídos que derrumbe este modo de vivir donde los bancos han reemplazado a los templos. Esta rebelión no justifica de ningún modo que permanezcas en una torre, indiferente a lo que pasa a tu lado. Gandhi advirtió que es una mentira pretender ser no violento y permanecer pasivo ante las injusticias sociales”.

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*Foto de portada: quepasajujuy.com