Martes 23 Abril 2024
El vuelo del Cóndor trae recuerdos: los de Román Venencio, sepulturero de Villa Paranacito
 
Por Alejandro Díaz-30 de junio de 2021

Majestuoso, surca el cielo. Desde las alturas lo controla todo. Una exhibición de la potencia de la naturaleza. El característico sonido que deja en el aire cuando corta el viento mientras sobrevuela las laderas de la montaña, irrumpe en la escena. Todos los que hemos podido contemplar este sobrevuelo coincidimos en lo mismo: la sombra del cóndor te cambia. 

Más de cuarenta años después los relatos de los secuestros, las torturas, los asesinatos y las desapariciones que se gestaron dentro del macro proyecto militar, económico, político y genocida, conocido como Plan Cóndor, siguen enriqueciendo la memoria y abonando las causas judiciales, que aunque tardías (puesto que muchos de los culpables continúan muriendo de viejos en la impunidad) serán base jurídica en las cientos de causas de violaciones a los Derechos Humanos, que los usurpadores de los Estados “democráticos”, continúan repitiendo, luego de concluídas las etapas militares del proyecto regional. 

La fiscal federal de Concepción del Uruguay, Josefina Minatta, junto al director de Derechos Humanos de Gualeyguachú, Matías Ayastuy, acompañados por corresponsales del diario capitalino Página/12, fueron guiados por Román Venencio por el predio del cementerio de Villa Paranacito, donde las investigaciones intentan esclarecer la existencia de tumbas anónimas y la identidad de los cuerpos allí encontrados, los cuales según los relatos del guía, serían víctimas de la represión durante la dictadura.

Villa Paranacito es una pequeña localidad entrerriana, ubicada en el delta del Paraná. Los avances más recientes en materia de causas judiciales por crímenes de Lesa Humanidad, han dejado entrever la existencia de otras zonas en el delta entrerriano, que fueron lugares de naufragio para las víctimas de los vuelos de la muerte. A raíz de estas investigaciones es que se llega al testimonio de Román Venencio.

Román, es un trabajador del cementerio, ya jubilado hace unos años. Recuerda que entre la década del 70 y la del 80 realizó una serie de enterramientos de manera irregular.

“Yo no me voy a llevar esto conmigo”, les dice a los cronistas del diario.

“Yo cumplía órdenes, pero siempre me dieron no sé qué, por eso les ponía una cruz. No tengo idea de qué pasó con esa gente, pero yo digo lo que sé, que están acá”. La culpa corroe la conciencia cuando uno podría haber hecho distinto. El miedo, frente a los fusiles obligó a cientos como Román a ser parte de la historia del horror. 

¿Por qué callar la verdad durante tanto tiempo?

Según los cronistas, Venencio “dice que a él le daban órdenes de enterrarlos. No llegaron todos juntos, pero todos más o menos igual: en bolsas negras que permitían adivinar de qué lado estaban los pies del cuerpo y de qué lado la cabeza. También, al manipularlos, notó que los pies de los cuerpos estaban atados. Los fue enterrando uno al lado del otro. Cuando vio que eran varios decidió armar un mapa del cementerio para poder identificar bien en dónde quedarían luego. Jura y perjura que ese mapa lo terminó y lo entregó al Municipio”.

Dónde están esos registros, es una de las tantas respuestas que el tribunal a cargo del juez Pablo Sero intentara dilucidar. 

En las próximas semanas el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), llevara su ciencia a las tumbas indicadas para intentar devolver la identidad a estas personas y al mismo tiempo intentar resolver uno de los misterios más grandes del siglo pasado: ¿Dónde están las compañeras y los compañeros desaparecidos?

“Había inhumaciones NN en los cementerios de Gualeguaychú y de Ibicuy; había certificados correspondientes registrados en los municipios de cada lugar. Sin embargo, esos restos fueron pasados a osario hace dos años”.

“Llegué tarde”, se lamentó la fiscal.

Pero, más allá de este caso puntual, hay un sinnúmero de testimonios de la época que callaron ante el horror, ante el temor, pero por sobre todas las cosas ante funcionarios públicos de facto, puestos a dedo, o democráticamente electos que no representan al pueblo que los sostiene, que no celebran con honor las responsabilidades que les fueron encomendadas. Los benditos archivos de la dictadura, que los gobernantes del poder ejecutivo se niegan a abrir, pasaron sistemáticamente por cientos de manos antes de ser archivados.

¿Por qué recién ahora el Estado llega hasta este testimonio? Más de 40 años llevan las instituciones democráticas dándole la espalda a los testimonios de crímenes contra los Derechos Humanos elementales de ayer y de hoy.  

Habrá, por supuesto, responsabilidades conscientes, maliciosas y otras tantas inconscientes que padecen las consecuencias de la impunidad de manera endémica y estructural, acostumbrados a la fuerza, a aguantar. Es este el crimen último de las dictaduras, la inculcación de una cultura de sometimiento. Aislados, separados, divididos, deshermanados es como hasta ahora nos han condicionado. Una nueva cultura nace y florece desde los museos y mausoleos del silencio que un sistema patriarcal impuso sobre una cultura ancestral, y simbólicamente llega desde las manos de una mujer. 

No señora fiscal, no llegó tarde.

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*Foto de portada: www.eldiadegualeguaychu.com