Operativo policial brutal en la favela Jacarezinho de Río de Janeiro; graves violaciones de DDHH
 
Por Jean Georges Almendras-8 de mayo de 2021

Que en las favelas de Río de Janeiro frecuentemente se registren tiroteos entre policías y elementos del sub mundo del narcotráfico, no es novedad. Que los favelados se hayan acostumbrado a esa dramática convivencia, no es novedad. Que en todo el mundo esa nada deseable realidad de vida, sea considerada como unas de las particularidades de la urbe carioca, no es una novedad. Y que la brutalidad policial esté siempre presente en las operaciones que se realizan, tampoco es una novedad. Pero lo que nos cuesta entender, aún a sabiendas de que todas esas tristes situaciones ya son habituales por esas zonas, es que la brutalidad policial no tiene límites, siendo que ya anteriormente hubo masacres causadas por uniformados. Ocurre, que recientemente, la sociedad brasileña, preferentemente la de Río de Janeiro, vivió el impacto de una acción policial que dejó un saldo de muerte y de heridos, estremecedor: nada menos que 25 fallecidos y cinco personas heridas, dos de las cuales viajaban en los vagones de un metro.

La noticia se esparció por la ciudad y por todo el país, arrancando mayoritariamente expresiones de indignación y de repudio, porque una vez más (por enésima vez) las fuerzas policiales dejaron bien en claro, que no solo a través de la fuerza bruta cumplen con sus cometidos, sino que además, a esa fuerza bruta, le adosan una característica propia de las fuerzas represivas, de todos los países del mundo: el abuso más absoluto y más riguroso, en el ejercicio de su función. Una función, alimentada por quienes están sobre ellos, es decir sus superiores en la cadena de mando, y los jefes políticos, que también están en la cadena de mando, porque el poder político en definitiva, es el que pone los puntos sobre las ìes a los policías, o mejor dicho les impone mandatos, los utiliza, y los corrompe, porque les deja los caminos abiertos (a ellos que representan la ley y el orden) para que los atropellos sean encubiertos, sean justificados y básicamente, sean transformados en los senderos habituales por los que cada funcionario en las calles debe caminar, si es que quiere mantener su trabajo, y ser fiel a una concepción ideológica, dentro de la línea del más absoluto autoritarismo.

El funcionario policial, que en su tarea cotidiana, se desprende de sensibilidades y aún más, se desprende de los protocolos que la función requiere, ya por naturaleza inevitablemente va abrazándose (sin darse cuenta, salvo tristes excepciones como ser cuando algunas personas entran en la institución ya con aptitudes de asesino perfectamente definidas) a un instinto criminal (fruto de la fuerza y de la seguridad emocional que le da, llevar puesto un uniforme, y portar armas) que lo va alimentando día tras día, siempre en el marco del convencimiento de que esa brutalidad y ese exceso, en la práctica, hace parte de su función de “buen policía”.

25 muertos y cinco heridos 2

Esos “buenos policías” que dan palo hasta abrir cabezas y quebrar piernas y brazos, y que meten bala a granel sobre personas viviendo una protesta (como ocurre en Colombia, hoy por hoy, por dar uno de los tantos ejemplos esparcidos por el mundo entero) o cuando se hacen operativos en barrios populares, donde seguramente todos son delincuentes, lo que no es cierto, progresivamente se van despenando en caída libre hacia el abismo de la criminalidad del terrorismo de Estado, a conciencia o no. El camino empedrado de los excesos de violencia cometidos por policías conlleva trasgresiones a las normas penales, a los protocolos internos de la institución a la que representan; pero la peor de todo es que las trasgresiones que se cometen (por tratarse de representantes de la Ley, y por vestir un uniforme que los liga con el poder político institucionalmente) atentan contra la vida humana, y violentan derechos humanos. Y es más grave aún, porque se cometen esas trasgresiones impunemente, porque los responsables materiales se saben literalmente impunes; y como mínimo, protegidos por sus superiores, siempre y cuando estos no estén contaminados por la “legalidad a raja tabla”.

Esos “buenos policías” se sumergen entonces en una espiral de autodestrucción que los arrinconará algún día, o los catapultará a la popularidad y a la fama, pero siempre y cuando no le suelten la mano los poderosos de turno del sistema político. Un caso flagrante y mediático, de este tipo de situación, ocurrió no hace mucho tiempo con un policía argentino de apellido Chocobar, quien, al intervenir en la ciudad de Buenos Aires, luego de una rapiña de la que participaron dos jóvenes, en misión de perseguirlos por las calles, los baleó por la espalda causando la muerte de uno de ellos. Lapso después se supo que el fallecido estaba desarmado y que la Justicia tenía en la mira al funcionario, como presunto autor de abuso de funciones y homicidio especialmente agravado; pero lo que desató iras y repudios, fue el hecho de que aún cuando las investigaciones judiciales estaban en proceso, insisto con el detalle no menor de que era inminente su procesamiento (tal como ocurrió posteriormente), desde el vértice mismo del Poder Ejecutivo argentino, es decir, desde la Casa Rosada, el policía recibió loas y apoyos por haber sido “un buen policía”: el propio presidente de la nación argentina Mauricio Macri y su Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, citaron a la casa presidencial al agente Chocobar, para ser felicitado publicamente (la prensa fue convocada para sacar fotos del encuentro) por el procedimiento, dando un mensaje expreso y subliminal (a la fuerza policial argentina, de que los próximos funcionarios que tuviesen igual comportamiento, seguramente serían firmes candidatos a visitar la Casa Rosada, para ser reconocidos con bombos y platillos). Eso se interpreta, en todos los países del mundo, como la más descarada aplicación de la cultura de la impunidad, propia de las ideologías de neto corte fascista.

Y eso precisamente es lo que está ocurriendo en Brasil, y en otros países de América Latina donde el fascismo es la columna vertebral de las fuerzas de seguridad y una de las caras más visibles del sistema político, que se respalda en los estados policíacos. Esto ocurrió en Bolivia, cuando el golpe de Estado que derrocó a Evo Morales. Ocurre ahora en Colombia, en Chile, en Paraguay y mal que nos pese todavía sigue pasando en Argentina (después de Macri) siendo que su presidente actual (Alberto Fernández) no parece ser un hombre afecto a ese tipo de autoritarismos.

Entonces, después de la masacre de la favela Jacarezinho de Río de Janeiro, el resultado sobre el proceder de las fuerzas policiales, sigue siendo negativo en grado mayor. Las “autoridades” siguen actuando brutalmente. Como si fueran caballos desbocados. Siguen imponiéndose impunemente, sin respetar la vida ajena, solo por el hecho de vestir uniformes.

Las noticias sobre el episodio se orientan a describir que hubo un operativo el pasado jueves 6 de mayo en la zona norte de Río de Janeiro. Los vecinos se despertaron en medio de detonaciones de armas de fuego y los típicos sonidos de guerra. Algo más allá de lo normal.

En un tiroteo en curso, según numerosos testigos, los policías dieron rienda suelta al uso de sus armas de reglamento en forma indiscriminada, baleando a todo a su paso. Oficialmente se informó que se trató de una redada contra los narcotraficantes, pero en realidad fue una masacre, con el saldo terrible de 25 civiles fallecidos, porque los funcionarios entraban a las casas pateando puertas y baleando a todos, sin reparo alguno. Baleando a mansalva. Después, levantaron los cuerpos en carros blindados, con el solo cometido de no dejar rastros, ni para los investigadores de la Fiscalía, ni para los forenses. El ataque, se pudo saber, tomó como objetivos viviendas humildes ocupadas en su mayoría por personas de la raza negra. Pero las balas no solo se dispararon dentro de los caseríos de la favela, porque los policías también incursionaron en los alrededores, inclusive dentro de los vagones del metro, con el saldo de cinco personas heridas.

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“Fue una masacre”, dijeron numerosos testigos a la prensa local e internacional. Y así lo repitieron a los operadores de Justicia que lograron encontrarse con personas que sobrevivieron a la balacera, huyendo casi reptando por el piso, para no ser alcanzados por los proyectiles policiales.

Un dato no menor, a partir de este hecho, que ha enlutado a numerosas familias: ya anteriormente, el Supremo Tribunal Federal había prohibido terminantemente la práctica de operativos masivos y de una alta complejidad, precisamente porque en su cumplimiento los riesgos de cometer abusos de esa naturaleza no estarían ausentes. Los operativos, de ser necesario hacerlos, debían ser debidamente autorizados y monitoreados por la Fiscalía. ¿Se cumplieron esas disposiciones del Supremo Tribunal Federal? Todo apunta que no. ¿Está el gobernador (bolsonarista) detrás de este accionar?

Mirando hacia atrás, no podemos olvidar, como antesala de este nuevo episodio, otros, de los años 1993 y 2005. En el 93, hubo la masacre de Vigarío Geral que acabó con 21 personas, y después la masacre de Vila Vintém, donde una disputa por el tráfico de drogas dejó un saldo de 19 muertos. En el 2005, se registró una masacre mayúscula en la zona de Baixada, que dejó un saldo de 29 personas muertas.

Sobre la masacre de Jacaresinho la Coordinadora de la Red de Observatorios de Seguridad Pública, Silvia Ramos, ha dicho: "La Policía Civil, que es la que debería usar inteligencia y planificación, fue la autora de esta masacre al matar a más de 20 personas en un operativo, en una acción desastrosa que se llevó a cabo con el objetivo de desarticular cuadrillas de jóvenes que asaltaban en los trenes, pero que se transformó en una operación venganza, una operación matanza. ¿Quiénes son los muertos de la operación en la favela? Los jóvenes negros".

En nuestra redacción me nacen preguntas. Preguntas que lanzo al aire. Preguntas para señalar con el dedo, y sin titubear, a un sistema opresor, racista y fascista. ¿Abuso de funciones por el abuso mismo o racismo puro? ¿El fascismo imperando con sus ayudantes de siempre, es decir las fuerzas policiales? ¿Las fuerzas policiales operando como brazo derecho de una ideología nefasta? Me rechinan los dientes tener que aceptar que el racismo y el fascismo fueron las musas inspiradoras de todos y cada uno de los matones uniformados al momento de disparar para segar vidas humanas, en Jacarezinho. Racismo y fascismo unidos, como siempre, en la historia de la humanidad.

Brasil no podía ser la excepción con el gobernante de turno: Jair Bolsonaro.

Los habitantes de la favela Jacarezihno no olvidarán la masacre. Nosotros tampoco, porque el hecho de no haber estado allí, no solo no nos inhibe de sensibilizarnos con las familias de los fallecidos, sino además nos lleva a denunciar y a repudiar a los responsables. A los responsables materiales y a los intelectuales. Que siempre están allí, meciéndose en los sillones del poder político, prontos a repartir indulgencias e impunidades.

¿Y de los muertos y de sus familias se acordarán estos desalmados? En absoluto, porque muertos, heridos y familias de luto, para ellos son cifras, palabras y nada más que favelados entorpeciendo el procedimiento o escondiendo delincuentes.

¡Horrores de nuestros días! Ver a ese pueblo con gobernantes, políticos y policías, con esos pensamientos y esas ideas, que son luz verde para barrer vidas.

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*Foto de portada: www.heraldodearagon.com

*Foto 2: www.notimerica.com

*Foto 3: www.elcomercio.com