Primer juicio por violencia sexual de los represores
 
El fuerte testimonio de Silvia Labayrú, una sobreviviente de la ESMA
 
Por Andrés Volpe, desde Argentina-24 de abril de 2021

Silvia vivió 43 años en España, tras formar su familia, luego de la brutal experiencia. Hace algunos años regresó al Espacio de Memoria de la ex ESMA con su hija y volvió algunas veces más: “La impresión más clara que me produjo cuando entré por primera vez fue que me pareció un lugar muy pequeño, cuando yo lo recordaba muy grande. Y pensé: qué lugar tan pequeño para un infierno tan grande”.

Silvia Labayrú fue secuestrada un 29 de diciembre de 1976, con 20 años y embarazada de casi seis meses, por un grupo de tareas de la ESMA. Tuvo a su hija en cautiverio y se la entregaron a los pocos días a su familia. La liberaron un año y medio después. Mientras transcurría el Mundial de Fútbol del ‘78, Alfredo Astiz la llevó al Aeropuerto de Ezeiza para que subiera a un avión con destino a Madrid, donde la esperaba ya en el exilio su esposo. Los dos eran integrantes de la organización Montoneros. Ella, ex alumna del Colegio Nacional de Buenos Aires, de familia de militares de alto rango. Hoy Silvia Labayrú tiene 64 años y es una de las tres denunciantes en el primer juicio por los crímenes de violencia sexual cometidos contra víctimas que estuvieron privadas ilegalmente de la libertad en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó durante la última dictadura militar en el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada.

En el juicio, cuya sentencia se espera para este mes de abril, solo son tres las denunciantes, aunque se sabe que fueron muchas más las mujeres que sufrieron violencia sexual en la ESMA.

Es la primera vez que da una entrevista. Fue a Página 12. Reproducimos sus palabras en lo que consideramos un testimonio importante, donde se demuestra que los militares no tuvieron reparo ni discriminaciones a la hora de repartir dolor.

“Las violaciones fueron parte de un plan común en muchos de los campos como forma de arrasamiento de la subjetividad de las secuestradas. Éramos un botín de guerra”. Y detalla: “El Tigre Acosta me dijo que la prueba de que yo no los odiaba era que tenía que aceptar tener relaciones sexuales con algún oficial”, expresaba Silvia, en tono pausado.

Silvia denunció por estos hechos al oficial de inteligencia, en ese momento teniente de Fragata, Alberto González, y a Jorge “El Tigre” Acosta como instigador. Cuenta en su testimonio en el juicio, que González la sometía sexualmente en distintas locaciones, fuera y dentro de la ESMA: en hoteles de alojamiento, pero también en la casa de su padre, cuando él no se encontraba en el domicilio, y en la de él mismo. Hay algunos detalles de su testimonio que prefiere que no se sepan aún, hasta que se conozca el fallo, para no entorpecer la investigación judicial.

“Cuando nació mi hija, a los pocos días se me acerca el Tigre Acosta y me dice: ‘Vos tenés que adelgazar porque estás muy gorda'. Me llevó a una salita y me dijo que como yo no había entregado gente, como prueba de que no los odiaba tenía que aceptar tener relaciones sexuales con algún oficial, que eso no iba contra la moral cristiana, ni contra mi matrimonio, que era una prueba de mi recuperación”, cuenta.

Para Silvia y muchas otras víctimas, fue un peso enorme cargar con el estigma de ser sobrevivientes y una suerte de “traidoras” por haber mantenido un vínculo de sometimiento con los oficiales de la ESMA y cuenta “No se pensaba que en ese contexto era imposible hablar de consentimiento. Consentimiento, cero, si teníamos encima la amenaza de la muerte”.

La hermosa joven rubia de ojos celestes, tuvo un “poco de suerte” y salvo su vida. Es que pertenecer a una familia de militares de alto rango, entre estos un ministro del gobierno de facto de Pedro Aramburu y ser también hija de un militar retirado, piloto de aerolíneas argentinas influyó para evitar ser una desaparecida más. Pero eso no la salvo de que la convirtieran en una esclava sexual.

“Mi testimonio ante la CoNaDep fue uno en los que se basó la condena a las Juntas Militares” cuenta Silvia de haber declarado sobre las violaciones a los derechos humanos ocurridas en la ESMA en múltiples oportunidades, la primera en 1979 en ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.

“En esos juicios la violación estaba considerada como parte de los tormentos y las torturas. No tenía una entidad jurídica aparte. Yo dije que había sido víctima también de esos hechos, pero no entré en detalles. En 2013 se consiguió después de una larga lucha que fueran tipificados como delitos contra la integridad sexual. Entonces, denuncié lo que me pasó. La causa la tuvo el juez Sergio Torres y ese juicio siguió adelante y durante muchos años estuvo… como se dice aquí… encarpetado… cajoneado durante años. En algún momento me llamaron de la defensa exigiendo que me prestara a tener una pericia médica para demostrar que tenía secuelas físicas de esas violaciones después de casi cuarenta años, lo cual era absurdo. Reclamé ante la fiscalía. Se planteó que eso era inviable y se consideró así. Y finalmente, en los últimos años este juicio se reactivó. Entramos tres personas que hicimos estas denuncias en firme. Hubo una cuarta que denunció incluso antes que yo, pero por un “error” administrativo no se le permitió ser parte de este juicio. Siguió apelando y su caso está ahora mismo en Casación”, remarcó la sobreviviente.

Sobre si hubo varones abusados

“Ningún varón denunció. Suponemos que debe haber habido casos, pero si para una mujer es difícil denunciar el delito de violación mucho más para un hombre. Había una política por parte de Acosta, de propiciar, de proponer que los oficiales violaran a las mujeres de la ESMA. Fue el precio por sobrevivir. Es verdad que uno podría haber roto una bombilla y haberse suicidado, pero en los campos de concentración casi nadie se suicida. En los campos alemanes tampoco la gente se suicidaba: uno quería sobrevivir y dar testimonio. Uno tenía la idea, de que si salía de ahí, iba a contar todo esto. Y esto fue lo que ocurrió mayoritariamente. Algunos sobrevivientes se tomaron más o menos tiempo en declarar. De hecho, la mayoría de las mujeres violadas en la ESMA, aun hoy siguen sin poder denunciarlo”.

El peso de los prejuicios

“Alguna mujer que sí denunció violaciones como Sara Solarz de Osatinsky, no causó muy buena impresión entre algunos compañeros sobrevivientes porque de algún modo se interpretaba que estaba mancillando el honor de su marido, dirigente guerrillero. Hasta qué punto llegan esos prejuicios, que la gente "de uno", prefiere que se oculte esto y de algún modo que las violaciones queden acalladas”.

Sexo sin violencia física también es violación

“Estas violaciones en su mayoría no ocurrían, porque si hubo otras violaciones que sucedieron en Capucha City por guardias “al uso clásico”, digamos, con una violencia física ni te apuntaban con una pistola en la cabeza. No era así el procedimiento. El hecho de que no te torturaran en la violación no quita que fueran violaciones porque te están obligando a hacer algo bajo secuestro y bajo amenaza de muerte. Eso no tiene otro nombre que violación, pero ha sido difícil de entender incluso para las propias secuestradas. Consentimiento cero. A diferencia de lo que se espera, judicial y socialmente, y es que la violada ejerza una fuerza y se resista y tenga secuelas físicas y heridas, en la inmensa mayoría de los casos, la mujer se deja violar precisamente para salvar la vida y que aquello acabe lo más rápido posible. La pasividad responde a que el tipo acabe lo antes posible, para que no te pegue ni te mate. Esto que ocurre en la inmensa mayoría de las violaciones no cursadas con un secuestro, también ocurría en las violaciones donde estaba la amenaza de muerte y la pistola simbólica puesta en la cabeza, porque a la semana siguiente podías estar en la lista de los miércoles para que te tiraran al mar”.

Los fetiches de los milicos

“Ellos robaban ropa en todas las casas donde secuestraban gente. Entonces había un lugar llamado Pañol donde había ropa y todo tipo de cosas y nos exigían al grupo de mujeres que estábamos en ese proceso de “recuperación” que nos vistiéramos de un modo femenino, digamos, porque esa era otra muestra, de que no éramos marimachos montoneras. Tenían esa idea de que las mujeres dejáramos de ser guerrilleras para volver a ser 'mujeres'".

Usada para infiltrarse

“Pasados los meses, después de que habían secuestrado o asesinado a la mayor parte de la organización, ya empezó a haber un flujo de secuestros mucho menor. Entonces empezaron como a inventarse otras actividades para justificar tener toda esa mano de obra expectante. El tema de las Madres de Plaza de Mayo los volvía locos y pensaban que detrás de ese movimiento tenía que estar Montoneros. Lo mandaron a Astiz a infiltrarse. Estuvo varios meses metido en organismos de derechos humanos, hablando con gente y demás. Y en un momento dado decidieron que fuera alguna secuestrada con él para reforzar la idea de que era familiar de un desaparecido. Buscaron a alguien que podría ser la hermanita menor, alguien rubia y de ojos azules y me eligieron a mí. Eso ya fue en el final del proceso de infiltración. Me obligaron a asistir a cuatro o cinco reuniones, algunas en la iglesia de la Santa Cruz, otras en una casa en La Boca, donde estaba la monja francesa Alice Domon. Me afectó muchísimo personalmente que terminara ese hecho como terminó”.

La opinión sobre montoneros

“Para hacer la revolución hay que estar vivos. Soy muy crítica de la conducción montonera, de cómo se nos expuso, cómo no se nos cuidó. Por supuesto creo que todo lo que se ha hecho en relación a Memoria, Verdad y Justicia es fundamental. Me he sumado a eso. A los compañeros se los debe honrar, recordar, se debe profundizar en que se haga justicia, castigo a los culpables, pero eso no me impide tener una visión crítica de lo que fue esa organización y de lo poco que esas muertes consiguieron, en relación al extraordinario coste”.

Su exilio en España

“Tuve mucha ayuda de mis padres, económica y de todo tipo. Y de mis amigos más cercanos. Una ayuda crucial, determinante. Pero cuando llegué a España había mucha gente que no me quería escuchar, que me condenaba, porque habíamos sobrevivido teníamos que ser traidores: ¿qué habíamos hecho para sobrevivir? Esa pregunta sobrevolaba. Entonces no querían ni escucharte. No querían hablar, me cerraban las puertas de bares, me impedían la entrada a reuniones de exiliados porque decían que yo tenía que ser una traidora. Estudié Psicología y me fue prácticamente imposible ejercer la profesión porque en el entorno de los psicólogos y psicoanalistas argentinos había una creencia de que si yo había sobrevivido y había salido de la ESMA tenía que estar loca y no podía ejercer la profesión. Lo intenté. Me formé después de hacer la carrera, en la Escuela de Psicología Pichón Riviere, estudié Psicoanálisis, pero me di cuenta de que había un impedimento con lo cual con muchas compañeras sobrevivientes decimos: Cuando salimos de la ESMA creímos que el infierno se había terminado, pero no se había terminado. Porque una cosa es que te machacara el enemigo y otra que te hicieran el vacío los tuyos”.

La razón de participar en el juicio

“Para mí ha sido muy importante. Terminé mi alegato diciendo que más allá de los años que les den de condena por estos hechos, lo que me motivaba, con lo difícil que me resultaba hacerlo, era alentar a que otras mujeres que pasaron por lo mismo se animen a denunciarlo, que ahora estamos en otro tiempo político, jurídico y social, en donde por fin este tipo de temas pueden salir a la luz, y podemos tener la garantía como yo la tuve en este caso, de ser impecablemente tratada por la fiscalía, por todo el personal judicial, donde realmente se nota que hay un cambio de ciclo. Porque yo he declarado muchas veces y los jueces que tenías adelante te trataban como si la acusada fueras tú”.

Este primer juicio por las violaciones perpetradas contra mujeres secuestradas en la ESMA empezó el 27 de octubre pasado. Y se encuentra a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 5 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, integrado por la jueza Adriana Palliotti y los jueces Daniel Horacio Obligado y Adrián Federico Grumberg (presidente). El Ministerio Público Fiscal está representado por el fiscal federal Leonardo Filippini y la auxiliar fiscal Marcela Obetko: cuentan con la asistencia de la Unidad Fiscal Especializada de Violencia contra las Mujeres (UFEM), que encabeza Mariela Labozzetta. Son juzgados el ex oficial de inteligencia González “alias “Gato”, “González Menotti”, “Luis”, y Acosta (se negó a declarar), el jefe de la Sección Inteligencia del Grupo de Tareas 3.3.2 que operaba allí, alias “El Tigre”, “Santiago”, “Aníbal” o “Capitán Arriaga”, por los delitos cometidos contra Silvia Labayrú (declaró durante 4 horas), Mabel Lucrecia Luisa Zanta y María Rosa Paredes.

Los imputados Acosta y González registran además condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad, dictadas por el mismo tribunal, con distinta conformación, en las causas “ESMA II” (2011) y “ESMA Unificada” (ESMA III, 2017). Esta última aún no se encuentra firme. Acosta también fue condenado a 30 años de prisión en la causa conocida como “Plan Sistemático”, sobre apropiación de niños y niñas.

Desde su exilio Silvia se separó del padre de Vera, tuvo otra pareja, y luego se casó con un español, con quien tuvo un hijo. Vera, su hija es cardióloga y vive en Escocia. Su hijo menor, tiene 26 años, es músico y estudia en Boston. Al no poder ejercer la Psicología, cuenta que se dedicó a hacer estudios cualitativos, de opinión y de mercado, hizo algunas materias de Sociología y finalmente se dedicó a la Publicidad. Tiene en la actualidad una empresa vinculada al rubro editorial. Siempre pensaba que nunca volvería a vivir en la Argentina donde solo había vuelto de visita en las últimas cuatro décadas, pero el reencuentro con su gran amor de la juventud, a mediados de 2019, le cambió sorpresivamente el rumbo a su vida.

Hoy se encuentra batallando con los fantasmas de su pasado, e intentando asegurarse de que su historia como otras tantas no queden en el olvido y que ya, definitivamente, el “nunca más quede sellado en la memoria argentina”.

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*Foto de portada: www.periodismopopular.com