Viernes 29 Marzo 2024
Por Agustín Saiz-18 de enero de 2020

A 47 años del secuestro de Laura Franchi, vamos a reproducir a continuación su testimonio y el de sus dos hijas, también victimas del mismo secuestro, en el marco de la jornada número doce del juicio de los Pozos. Como en una trenza, esta historia fragmentada por el aparato represor del terrorismo de Estado, se irá reconstruyendo desde tres perspectivas diferentes. Vale aclarar que en el momento de aquellos hechos María Laura tenía apenas tres años y medio de edad, y Silvina todavía estaba en gestación en el vientre de su madre. Por lo tanto, desde el punto de vista del horror infligido, para ellas, el recorrido de la búsqueda de justicia, memoria y verdad, inicia directamente desde un punto de cero absoluto. Aun así, la verdad emergió a lo largo del recorrido de estas tres mujeres, con la fuerza suficiente para lograr hoy estar cerca de una instancia reparadora a través de la justicia. Y a pesar de haber pasado lamentablemente tanto tiempo, este es otro de los grandes capítulos que seguramente quedará circunscripto, como otra gran victoria de la dignidad humana por sobre los peores crímenes que el género humano ha sido capaz de concebir.

Laura Franchi

El 23 de noviembre de 1974 Laura Franchi embarazada de Silvina, fue secuestrada por la policía de la provincia, mientras llevaban adelante con un grupo de amigos y compañeros un picnic en la zona del delta. Entre quienes se llevaron por la fuerza, había menores y una de ellos era su hija María Laura. El objetivo principal de capturar al grupo era intentar obtener información de su esposo Mario Stirnemann quien militaba en el PRT. Todavía faltaba un año y medio para el golpe de Estado en la Argentina, pero las fuerzas de seguridad empezaban a poner a punto la metodología del genocidio, arrasando con el entorno de quienes eran un blanco escogido.

Se los trasladó primero a la Comisaría de Quilmes en donde fueron interrogados bajo tortura por personal especializado. Entre los más golpeados estaba Juan José Stirnemann, hermano de Mario y cuñado de Laura que “quedo como un despojo humano”. Laura estuvo con su hija aproximadamente dos días en la cocina de la comisaría, intentando contener y mitigar como fuera posible todo el horror que las rodeaba. Desde allí se podía ver pasar a las víctimas golpeadas después de los interrogatorios u observar sus pertenencias que habían sido apiladas en el patio de la comisaría, provenientes del allanamiento que en paralelo hicieron en su casa. En ese mismo espacio, también tenían que convivir con los oficiales que aparecían con sus ropas manchadas de sangre, para emborracharse durante un descanso entre los interrogatorios.

María Laura fue usada como elemento de extorsión para sus familiares y esos momentos quedaron grabados no entre sus recuerdos, sino en el inconsciente, y desde luego emergerían esporádicamente. Luego de dos días fue entregada a su abuela materna y vivió bajo su amparo hasta el momento del exilio, al que se vieron obligadas, alojándose en Francia.

A su madre Laura, desde Quilmes la trasladaron a Banfield. A lo largo de este período los interrogatorios se incrementaron. Por su condición de embarazada, el aparato represor tuvo la “gentileza” de poner a un médico para que le auscultara su pulso y así poder indicar a los represores, hasta dónde podía continuar la intensidad de los interrogatorios.

En Banfield fue “legalizada” y luego trasladada a la cárcel de Olmos. Pasó de la clandestinidad a estar procesada, acusada de asociación ilícita y de formar parte de un grupo subversivo. Cuando su embarazo estuvo avanzado, fue entonces que el Doctor Leone (ajusticiado en un operativo de la organización Montoneros) que estaba a cargo del dispensario del penal, le hizo un tacto vaginal tan violento que le provocó una hemorragia. Fue llevada de urgencia a un lugar semiabandonado que estaba muy sucio, en donde la encadenaron a una camilla. Una celadora que estaba todo el tiempo al lado de ella como guardia, se quejaba de que no quería estar más en ese lugar porque había ratas. Gracias a la visita de un médico, que le pidió los datos a Laura debido a la situación tan delicada, pudieron informarle a su familia. A partir de entonces llegaron los reclamos de sus familiares y lograron que la trasladasen a un policlínico.

Allí se sucedieron una serie de enfrentamientos entre el personal médico, que quería atender a Laura, y el personal policial que ingresaba a la sala de maternidad para sacarla. En contra de la decisión del médico fue trasladada nuevamente a Olmos por pedido de Leone. Pero a los pocos días, tuvieron que volver al policlínico para dar a luz. Así nació Silvana. Durante el parto su madre estuvo encadenada a la camilla con los guardias esperando en la puerta. La bebé nació con un problema de luxación de caderas que obligaba a Laura a quedarse allí para poder estar juntas. Pero nuevamente el doctor Leone, de corte ideológico fascista, tenía una posición adversa y le obligó a volver al penal de Olmos. Debido a que había quedado placenta en su vientre, a Laura la volvieron a intervenir quirúrgicamente en el dispensario de la cárcel. Posteriormente a la operación sufrió una cistitis muy fuerte y orinó sangre. Años después comprendió que esa cistitis tan dolorosa, era la que le había causado la pérdida de un riñón.

A fines del 76 a Laura la trasladaron de Olmos a la cárcel de Devoto e ingresó bajo un régimen de máxima peligrosidad. Silvina fue entregada a su abuela, quien ya estaba a cargo de su hermana María Laura. Las visitas pasaron a ser muy esporádicas, a través de un vidrio en el que solo se hablaban por medio de un teléfono. Los organismos de DDHH pidieron un listado de los presos que tenían registrados y desde ese momento Laura pasó a integrar el listado “oficial” de los presos políticos en la Argentina. Como tenía doble ciudadanía, la situación de Laura pudo ser reclamada desde Italia y el cónsul la visitó en la cárcel. Después de seis años de estar detenida le dieron finalmente la opción de quedarse presa o exiliarse en el exterior.

De los países que entregaban visa le prohibieron ir a Italia, por lo que Laura tuvo que elegir entre diferentes destinos que desconocía y se decidió por Francia. Antes de irse intentaron hacerla firmar el acta de defunción de su marido, quien había sido asesinado por la represión en noviembre del 75. Como la incertidumbre era total y prácticamente no había información de lo que pasaba en el país, decidió no firmarla para no dar un elemento legal ya que no tenía claro qué era lo que había sucedido. El costo fue muy doloroso porque como consecuencia de esa elección no le permitieron exiliarse junto a sus hijas, y tuvo que viajar al exilio sola.

Durante su viaje le tendieron una trampa en la escala de Brasil a través de un sujeto que ocupó el asiento a su lado, e intentó hacerla descender invitándola a tomar un café. Pero el capitán a bordo le prohibió bajar del avión, sospechando que podía pasarle algo. Tiempo después, se enteró de que también desaparecían personas mediante la coordinación del aparato represivo con otros países.

Al llegar, Laura no conocía absolutamente nada respecto a su nuevo destino en Francia. Para su sorpresa, en el área de retiro de equipaje, una excompañera que había estado detenida con ella, se le acercó junto a un grupo de miembros de organismos de DDHH. La emoción fue enorme. Laura comenzaba así una etapa nueva, pero la lucha continuaría a partir de ahora para intentar recuperar a sus dos hijas junto a ella.

María Laura Stirnemann

María Laura fue relatando cronológicamente sus recuerdos de acuerdo a cómo fueron emergiendo a lo largo de su historia. De niña todavía le quedaba la impresión del secuestro y el trauma inconsciente de lo vivido en la comisaría. Sufrió numerosas crisis y debido a sus problemas estuvo bajo tratamiento psiquiátrico. Su abuela, que la cuidaba en la ciudad de Olavarría, la encomendó al sacerdote, quien en vano le hizo un exorcismo.

Stirnemann 2

Desde que trasladaron a su madre a la cárcel de Devoto no volvió tener más visitas de contacto con ella: “Cuando hice la comunión le pedí al señor Videla por correo que liberara a mi mamá para que pudiera venir a la fiesta. Y me contestó una carta diciéndome que a mi mamá no la podía liberar pero que podía hacer una visita de contacto y que cuando yo creciera iba a entender por qué ellos estaban presos. Pude visitar a mi mamá, fui con mi traje de comunión en los pasillos de Devoto y pude verla. Fue súper importante porque hacía como cinco años que no la podía tocar”.

Estando ya en Francia el primer objetivo de Laura fue recuperar a sus hijas y luchó con todas sus fuerzas para lograrlo. María Laura y Silvina pudieron llegar al país al año siguiente con su abuela el 2 de abril de 1982. Para ellas fue muy traumático estar con alguien que prácticamente no conocían. La memoria de lo sucedido con María Laura durante el periodo de encierro era prácticamente nula, pero siempre estuvo latente y de a poco fueron surgiendo los recuerdos: “Sucedió que tuve una relación con un muchacho que tenía problemas de adicción y sufrí violencia de género. En un momento dado me hizo hacer una ruleta rusa, porque quería que le demuestre una prueba de amor. Me puso una pistola en la cabeza y dispara. En el momento que abro los ojos me llega un recuerdo. Me doy cuenta y recapitulo, y veo una misma escena. En el lugar de la Comisaria de Quilmes habían hecho una ruleta rusa conmigo para hacer hablar a mi tío. Nosotras habíamos caído con él y él sufría la tortura para averiguar sobre mi papá y por eso lo presionaban a través de mí. Desde ahí me fueron naciendo como flashes algunos recuerdos”.

“Unos meses después tuve una pesadilla y vi a mi mamá, colgada de una soga con algo en la cabeza, que la metían en el agua. Entonces recordé situaciones que había pasado mi mamá. En otras ocasiones tenía llantos, cuando tuve a mi hija no podía escucharla llorar. Y allí también recordé que a mí me hacían escuchar los llantos de la gente que torturaban. Eso era otra forma de tortura, hacerme presenciar torturas para presionar a las víctimas”.

Siendo adulta decidió volver a la Argentina para descubrir su identidad y reorganizar su proyecto de vida. Estudió antropología y trabajando en excavaciones pudo realizar en lo profundo de su ser que necesitaba encontrar a su padre para conocer su verdadera historia.

“El relato que teníamos de mi papá es que él se había ido con una compañera a Brasil y nos había abandonado. Busqué datos alrededor de él y estuve investigando. Logré hallar sus restos en el cementerio de Lomas de Zamora. Cuando pude desenterrarlo y darle sepultura gracias a los antropólogos forenses, pude comprobar que fue un homicidio porque así lo demostraban los indicios del cuerpo. Intente hacer un juicio al Estado pero el abogado me explicó que estaban las leyes de amnistía vigentes. Dejamos el expediente hasta que las leyes se anulen. Con el tiempo formamos también HIJOS en Paris para luchar desde acá. Cuando se anularon las leyes, comenzamos con los juicios por la muerte de papá. Él cayó el 4 noviembre de 1975, sufrió catorce días de torturas y después lo ejecutaron el 18. Eso está probado pero no se pudo juzgar porque los imputados fallecieron en el transcurso y no hubo forma de hacer justicia. Por ello, a este testimonio también lo estoy dando porque sería la primera causa en la que se puede hacer un poco de justicia respecto a lo sufrido por mi familia”.

Silvina Stirnemann

Silvina Valeria Stirnemann nació en cautiverio en el penal de Olmos el 27 de abril de 1975. Su madre Laura estaba embarazada de 4 meses cuando cayó en el pozo de Banfield. Los recuerdos de sus primeros años son muy confusos. Los familiares que la criaron después de estar un año y medio con su mamá en la cárcel, enseguida comprendieron el shock emocional que sufría. De pequeña visitaba periódicamente junto a su hermana y abuela, a su mamá en la cárcel de Olmos, pero posteriormente, cuando fue trasladada a Devoto las restricciones fueron mucho más difíciles de sortear. La política de denigración no solo estaba dirigida a los detenidos sino también a las familias por medio de los maltratos y obstaculizándoles la posibilidad de verse. A los 7 años viajó para encontrarse con su madre en el exilio y desde allí comenzó su vida desde cero. “En un cierto modo me salvó que en ese momento, de lo más profundo de mi infancia pude recordar una memoria del abrazo de mi mamá de cuando era pequeña. Y ese abrazo fue el que me reencontré en Francia y el que me dio de nuevo una identidad y sentido a mi vida. Ahí entendí por qué estaba y por qué existía, en un cierto modo por qué estaba en el mundo. Cuando me reencontré con mamá, también lo hice en cierto sentido con mi padre, porque por primera vez escuché hablar de la historia de ellos, del amor que se tenían juntos. Durante mucho tiempo le pregunté a mi vieja que me contara cómo se habían conocido y era mi cuento para irme a dormir, todas las noches le preguntaba eso. Y fue una forma de recuperar ese lazo, entender quién era mi viejo, saber que existía, saber que yo no era la hija del viento, que no venía de la nada”.

Stirnemann 3

En Francia todo resultó muy complejo para las tres. Además de ser un país ajeno, del que desconocían incluso su idioma, por primera vez estaban juntas y obligadas a reconstruir en la convivencia de lo cotidiano, sus vínculos que habían sido interrumpidos, atravesados por situaciones cargadas de gran sufrimiento. Como madre, Laura intentaba protegerlas y ser prudente respecto a temas tan complejos como lo vivido durante el cautiverio y la cárcel, y la situación de su padre como desaparecido. Eran situaciones naturalmente no del todo resueltas y tan complejas de abordar, como necesarias para la búsqueda de la identidad, que en todas ellas, había quedado trunca. “Yo le pedía saber más pero al mismo tiempo era muy difícil, porque todo era informulable. Ella siempre hablaba de la parte linda del compromiso, de sus compañeras y yo sentía que necesitaba un poco más que esas respuestas. En un momento dije le voy a preguntar que me contara cómo había vivido mi parto. Tenía 13 años. Yo no tenía elementos, solo el relato de otros sobre mi propia vida, todo era muy frágil lo que tenía como construcción propia. Lo pedí como algo que me lo debía, algo que necesitaba saber. Y empezó a contarme como siempre primero las cosas más fáciles, (lo) posible de decir y poco a poco el relato se fue deslizando; y cuando llega para contarme sobre el parto, cierra los ojos y en esa cerrada de ojos me doy cuenta que yo le estaba haciendo revivir el horror y que no tenía derecho de hacer eso. Fue la última vez que decidí preguntar de esa manera tan frontal esa parte de la historia”.

Silvana siendo joven empezó a buscar otras salidas y desde temprano comenzó a estudiar diferentes disciplinas como la literatura, teatro e idiomas, que le permitieron llenar de sentido su mundo con otras posibilidades de pensar. “Estudié sociología política para entender cómo se armaban los entes de poder e hice mi maestría sobre perdón y justicia en Argentina. Entrevisté a madres, a hijos y toda la gente que podía decirme, explicarme, leí un montón, busqué desde el interior mismo de la historia y lo confronté con lo que pensaban los grandes autores. Me di cuenta de que el perdón no podía existir con personas que no eran semejantes, y los genocidas llegaron muy lejos. Se salieron de lo que significa la palabra humanidad, de lo que significa nuestro vivir juntos. Me di cuenta que la única cosa que podía reparar esta historia, la nuestra como colectivo, como pueblo, era hacer justicia. Porque hacerlo era un horizonte. Era algo que nos permitía reconstruir y poder vivir juntos de nuevo, rehacer un contrato social, ampliar derechos. Durante mi maestría, me la pasaba llorando y tenía la impresión de no poder responder… tenía el conocimiento pero no tenía la posibilidad de enfrentarme contra todo eso desde ese lugar. Era el 98 y regía una total impunidad en Argentina. Y para no volverme loca me fui a estudiar cine, seguí militando pero cambié en mi manera de abordar esta historia para hacerlo desde lo emocional puro, porque desde lo racional es inentendible lo que vivimos. Y eso fue mi conclusión, que al no poder entenderlo tenemos que poder sentirlo y reconstruirnos desde esa herida emocional que nos quedó desde la infancia, para mi desde siempre. Yo nací con esa herida”.

“Señores jueces, la justicia es la parte del otro. Uno puede reconstruir todo, pero la justicia es el otro, no se puede hacer justicia solo. La justicia es la parte de la construcción colectiva, de lo que queremos para vivir juntos y de lo que te hace parte de una historia. Por mi madre Laura Rosa Franchi, por mi tío Juan José, por mi viejo Mario Alfredo Stirnemann y por toda mi familia necesito que se haga justica y para ello se pronuncie una condena firme y justa. Muchas gracias”.

Nunca más , es nunca más.

-------------

*Foto de portada y restantes: www.telam.com