Sábado 17 Mayo 2025

Noventa y cuatro años de edad. Cuarenta y ocho años buscando a su hijo Hugo Orlando Miedan Espen, cuyo secuestro se perpetró por un grupo de tareas de la represión argentina el 18 de febrero de 1977, para ser llevado luego al centro clandestino de detención y tortura El Atlético. Elia Espen, esta en silla de ruedas. Es una anciana con el pañuelo blanco de Madres de Plaza de Mayo, linea fundadora. En su rostro, no pasan inadvertidos los sufrimientos de su historia, y de la historia de su hijo, dado como desaparecido. Uno de los 30.000. En su rostro, sin embargo, hay ternura. La ternura propia de una mujer que después de la tormenta, de una gran tormenta, ha encontrado una paz admirable, que no es la paz de la resignación, o de la reconciliación, es la paz que deja inexorablemente el sufrimiento hacedor de una entereza gigante. De una entereza que solo puede emerger del clamor de justicia, porque a su hijo le ha sido arrebatada su vida. Porque a su hijo, no solo se lo ha secuestrado, sino que se le ha hecho añicos su vida, es decir, ha sido victima de uno de los delitos más graves de todos los tiempos, como es la desaparición forzada. Y Elia Espen, desde aquel terrible día de febrero ha ido cobrando y sumando fuerzas para construir segundo a segundo la entereza a la que anteriormente hice referencia. Y esa construcción no le ha sido gratuita, porque le ha dejado huellas; le ha dejado rastros.

Y esas huellas y esos rastros se hacen visibles en el rostro de Elia, cuya ternura es quizás una de las ternuras que solo un terrible sufrimiento puede dibujar o diseñar. Dibujar y diseñar con tal precisión, que los resultados son ante todo, no solo un testimonio dramático, sino por sobre todo una enseñanza. La enseñanza que solo puede surgir del indescriptible dolor que está en su alma, en sus ojos, y en su sonrisa que acaricia a su interlocutor , ese interlocutor que no ha vivido en carne propia, ni un ápice de su dolor. La enseñanza de reclamar justicia, no de reclamar venganza, como siempre se argumenta desde las filas negacionistas o funcionales a la casta militar que hace loas a la cultura de la impunidad, hoy por hoy de la mano dea vicepresidenta de la República Argentina Victoria Villarruel y los laderos de sus reivindicaciones nefastas.

Elia Espen sostiene la foto de su hijo en sus manos. Se distingue el rostro de Hugo Orlando y la fecha de su secuestro, que es la fecha en la que nació la Elia Espen que está ante mí. Con sus 94 años curtidos por la búsqueda de su Hugo, que ella ha asumido desde esa fecha. Con sus 94 años que le permiten ejercer ciertas apreciaciones y ciertos pedidos. Ciertas palabras y ciertas exigencias.

Elia Espen ya lleva cuarente y ocho años de una tenaz militancia que ha compartido con otras mujeres. Y entonces nos mira fijo a los ojos y nos habla. Nos habla sumida en la verdad, porque su historia es verdadera y porque de la verdad se trata. La verdad (que hay quienes tienen el atrevimiento de negarla) más drámática que uno pueda imaginar, dado que su hijo ha sido secuestrado y privado de su libertad en El Atlético; ha sido torturado y luego ha sido asesinado, quizás, siendo arrojado a las aguas del Río de la Plata.

Elia Espen, tiene el sufrimiento en su rostro; el que también visibiliza coraje. Ese coraje que enseña; y que confrota a quien la observa indiferente a su sentir combativo. Ese coraje removedor y ejemplarizante. Ese coraje que convoca a no abandonarse a la hipocresía, ni mucho menos al poder, y ni muchos menos a la desidia.

Elia Espen tiene en su rostro la paz propia de una mujer que no ha bajado los brazos nunca; que ha sido leal al sentimiento de justicia, y no se ha defraudado a sí misma a la hora de luchar a brazo partido buscando a su hijo, y a los hijos de otras madres y de las abuelas.

Hoy , Elia Espen, sus 94 años es más que un emblema, es más que una referente histórica, como lo han sido Norita, Hebe de Bonafini, Mirta Miravalles, y muchas, muchas más, y como hoy es Estela de Carloto, y cientos más. Y me resisto a seguir dando nombres, porque son interminables. Como interminables sus respectivas historias , sus interminables sufrimientos hasta nuestros días, que siguen buscando a sus hijos, fotos en mano, y ese valor admirable. Buscándolos y fortaleciendo y preservando la Memoria. La sacra memoria que desde el poder pretender pulverizar, con el maquivalismo más degradante de los días que corren.

Y en este contecto aterrador, con ese valor admirable y estoico, y tenáz, la Madres y las Abuelas, ancianas todas, subieronn al escenario como cada 24 de marzo para que acompañadas por ese pueblo consciente de lo que ocurrió hace 49 años, puedan ser escuchadas, para decir su verdad, que es la verdad de los 30.000 desaparecidos; la verdad que ha sido, es y será, la de todos los que hemos estado (y estaremos siempre) allí, en la Plaza de Mayo, abrigándolas a ellas, con ese apoyo, incondicional, clamoroso, y militantem que solo puede pertenecer a una lucha (por lejos) más que justa, más que imensa y más que sensata.

Este 24 M, ya dejando atrás ese emblemático escenario de Plaza de Mayo, Elia Espen, me (nos ) confidencia -abrazada a su fortaleza, a su entereza, y a sus palabras armónicas- con el tono bajo de su voz, y con una paciencia infinita, y un enérgico -y más que legítimo- clamor de justicia, lo siguiente: “Les pido fuerza, no abandonen a lucha. Digan siempre lo que piensan, por favor, porque es importante decir lo que pensás, porque si decís lo que no pensás quedas para la miércoles, porque te retrucan enseguida. Yo pienso, esto, esto,esto. Te guste o no te guste. Yo lo digo. La memoria no podemos, repito, no podemos borrar nunca; los chicos van creciendo, pero tienen que saber lo que pasó, cómo pasó y todo lo que hicieron. Vivimos un momento horrible con Milei y Villarruel, que no piensan en la gente, solamente piensan en ellos. Gracias por estar”.

Gracias Elia, es lo menos que pude responderle, para darle después un beso en la frente y un muy fuerte abrazo; porque somos nosotros los que debemos ser los agradecidos, por su enseñanza, su fuerza y su entrega, a una causa , que además de ser justa, no tiene fronteras, y que ellas la viven sin los egoísmos y las hipocresías, y las demagogias a las cuales estamos acostumbrados.

Así de clarito, y así de frontal: decir lo que pienso y lo que siento, guste o no guste, ajustándome, a la recomendación de Elia, porque verdaderamente, tiene toda la razón.

¿Alguien se anima a contradecirla?

*Foto de Portada: Antimafia Dos Mil