Viernes 14 Febrero 2025

Tres militares fueron enviados a prisión; pero resta mucho por hacer

No puedo ignorar el rostro de Marisa Fleitas relatándome hace un par de años todo el sufrimiento que debió soportar siendo adolescente, cuando junto a otros jóvenes fue trasladada contra su voluntad al cuartel militar (Batallón de Infantería 10) del departamento de Treinta y Tres, en territorio uruguayo, en abril de 1975. Marisa Fleitas con esa serenidad que la caracteriza tuvo la deferencia de aceptar la entrevista en el programa “Enigmas”, en Radio Sarandí. No puedo dejar en el tintero del olvido su testimonio valiosísimo, precisamente, cuando en las últimas horas se dió a conocer que la justicia penal procesó con prisión a tres militares por torturas que se cometieron a esos jóvenes, que hacían parte de grupo estudiantil que integraba Marisa, quien en aquel programa me hablo, y a mi conductora Erika Pais, con transparencia, humanidad, sin revanchismo alguno y con mucha sensibilidad; esa sensibilidad que por aquellos días de abril del 75 no se encontraba entre los represores; los represores que no dudaron un instante en ultrajar (torturar) a los adolescentes, por el solo hecho de ser militantes de la juventud comunista, y activistas de una legítima resistencia que se ofreció a la dictadura cívico militar,ergo, al terrorismo de Estado. No puedo olvidar ni el rostro de Marisa Fleitas, hoy una mujer adulta, ni sus palabras, que fueron voz inequívoca de los 39 adolescentes prisioneros en el establecimiento militar, donde el poder insano, desviado, y terrorista estaba allí, específicamente, desparramando sus malvades. Maldades materializadas por manos de uniformados del ejército uruguayo, tales como José María Lete, Rogelio Garmendia y Pedro Buzó, procesados con prisión: por “coautor de reiterados delitos de privación de libertad, atentado violento al pudor, abuso de autoridad contra los detenidos y lesiones graves”; por “abuso de autoridad contra los detenidos, lesiones graves y privación de libertad”; y por “presunto autor de reiterados delitos de abuso de autoridad contra los detenidos y lesiones graves”, respectívamente.

Hablando en “Enigmas”, Marisa Fleitas, que en ese tenebroso año 75 tenía 13 años y su hermana Alicia 15, representó a todos y a cada uno de sus compañeros: esos adolescentes torturados por el poder del terror de turno, cuyos exponentes -de un tiempo vergonzoso, y repulsivo, injustificado por su naturaleza misma y donde el abuso de funciones era normal- ahora estarán en prisión, lo que significa que toda esa tempestad de autoritarismo, de aquellas épocas -en este período democrático- no ha sido aún zanjado, ni mucho menos superado. ¿Por qué? Pues porque desafortunadamente la cultura de la impunidad sigue agazapada al alma institucional de una sociedad dividida aún entre la sensibilidad de reclamar justicia, verdad y memoria, y entre el negacionismo, la insensibilidad, y la indiferencia de algunos sectores e integrantes del sistema político, y de la casta militar, y ahora último -y por si fuera poco- de la intriga más desafortunada, e inoportuna, instalada en nuestro país, nada más ni nada menos que de la boca de la ex guerrillera y ex personalidad política de la izquiera uruguaya Lucía Topolansky, alias “La Tronca”, secundada por su esposo José “Pepe” Mujica Cordano; él, nada más ni nada menos que un referente local, regional y mundial, de una lucha revolucionaria del ayer. Ambos, con sus declaraciones, causaron un verdadero desconcierto, provocando todo tipo de indignaciones y repudios, porque no fue poco afirmar que “algunos testimonios ante la justicia, en causas sobre delitos de lesa humanidad, habían sido falsos” (sembrando la duda a todo lo actuado por la Justicia, en esa materia). Un hecho, que hasta puede ser tomado como una suerte de inmolación; o como una suerte de traición a una lucha popular y legítima por encontrar justicia; o como una operación, lisa y llanamente, más a favor de los militares, que de quienes están de este lado de la vereda. Toda una situación y un contexto más que confuso.

Mirando el bosque y no solo el árbol, saber que la justicia dispuso estos tres procesamientos con prisión, en el caso de los adolescentes de Treinta y Tres, no nos exime de ciertas responsabilidades: como por ejemplo, de no bajar los brazos; de redoblar esfuerzos para que la lucha persista, en varios frentes: primero, para no dejarnos avasallar por la cultura de la impunidad y por sus promotores (particularmente después de ponerse sobre el tapete público la duda en materia de testimonios en los procesos a represores); después, para que el gobierno entrante no defraude las promesas sobre aquello de agotar todos los esfuerzos más inimaginables para hallar enterramientos de detenidos desaparecidos en predios militares; y también, para que los represores sigan cumpliendo sus condenas en la prisión de Domingo Arena, y para que no se incursione en la idea de un eventual revisionismo que podría derivar en el hecho de que la prisión domiciliaria sea una alternativa para ellos; y finalmente, para todo lo concerniente a represores, desde filas institucionales, sea encarado con ética, con conciencia revolucionaria y con la sensatés de un gobierno -de coalición de izquierda- que literalmente no defraude; es decir, que no repita la parsimonia y la ambiguedad que caracterizaron (sobre tema DDHH) a los tres gobiernos de izquierda del pasado, bajo la administración de personajes como Tabaré Vázquez y José Mujica, éste último quien recientemente (y años atrás igualmente, con dichos desatinados) intensificó (¿?) sus coqueteos con la casta militar, y lo que es peor, con la pesada impunidad que desde sus filas se promociona.

No puedo ni ignorar, ni olvidar el rostro, ni las valerosas palabras, de Marisa Fleitas, entrevistándola sobre los adolescentes del cuartel militar de Treinta y Tres, porque en todo ello hubo una muy fuerte y dramática historia del pasado reciente, que nos compromete a todos, sin tiempo ni fronteras ideológicas, al menos entre los que luchamos -ayer y hoy, especialmente- para que se haga justicia, cuando de represores y de encubridores se trata.

No podemos quedarnos con aquello de que los adolescentes torturados, con los procesamientos con prision dictados, han sido resarcidos, porque las huellas profundas (que portan hasta hoy mismo) cada uno de esos jóvenes estudiantes son indescriptibles (por más tiempo que haya transcurrido); de ahí que ni por asomo se nos puede ocurrir que esa prisión resulte sanadora o tenga un efecto reparador. Solo se hizo justicia, y todavía hay mucho por hacer, siempre en materia de represores y de detenidos desaparecidos.

Un terrorismo de Estado deja secuelas enormes, a diferentes niveles, y en diferentes ámbitos; y ni hablemos, de todo lo que hubo provocado en la emocionalidad de esos 39 jóvenes. Jóvenes que estóicamente encararon las circunstancias, en el momento mismo en que eran arrancados de sus respectivos hogares y afectos, por la voracidad de los militares, convencidos erróneamente de que estaban lidiando con monstruos gigantes, devoradores de vidas e instituciones, o con demonios salidos del mismísimo infierno. Ni por asomo, los uniformados del plan Cóndor, tuvieron la capacidad de discernimiento para concluir que esos estudiantes eran precisamente eso, estudiantes, con ideas claras y con el suficiente valor para tenerlas, sintiéndose muy orgullosos de ellas.

Pero esos hombres de uniforme, además de mancillar su investidura y a ellos mismos como personas representando a un Estado, se sumergieron en las profundidades del delito, atentando impunemente a los adolescentes, que hoy felizmente pueden dar crédito con sus ojos, de que finalmente se hizo justicia.

Pero lo que vivieron en carne propia no habrá justicia alguna que pueda reparar las heridas de su alma.

Y si alguien tuvo o tiene la osadía de suponer lo contrario, está equivocado y mal.

*Foto de Portada:

https://sitiosdememoria.uy/smlg-uytt-01