29a edición de resistencia
Debo parafrasear obligatoriamente a las recientes palabras de la familia del fiscal antimafia paraguayo Marcelo Pecci, asesinado por la narco mafia en Paraguay, el 10 de mayo del pasado 2022 en Colombia -aún tratándose de circunstancias diferentes, no correspondería, pero hay un denominador común, que el lector comprenderá perfectamente- cuando recientemente en una carta pública a propósito de un nuevo aniversario del magnicidio se afirmó: “El olvido es la peor forma de injusticia”.
Una vez más este 20 de mayo de 2024 se realizará por la principal avenida 18 de julio de Montevideo, capital del Uruguay, la edición numero 29 de la Marcha de Silencio, convocada por Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, más conocida como Familiares. Una vez más una densa columna humana silenciosa, hará su habitual recorrido por la avenida desde el cruce de Jackson y Rivera, para terminar en la Plaza de la Libertad. No habrán ni oratorias, ni arengas, ni cánticos, ni consignas. Solo silencio. El silencio atronador que año a año miles de uruguayos y no uruguayos dan forma como una singular expresión de resistencia a uno de los atropellos más detestables que puede hacer el poder político del Uruguay, de la mano de la omerta de la casta militar, de no dar información sobre los desaparecidos, en una cruzada servil y funcional al terrorismo de Estado de los años de la dictadura y que hoy se perpetúa vestida de democracia. Una democracia que no es tal, gústenos o no.
Y es por esa razón es que esas palabras, ese pensamiento, de la familia del fiscal Pecci, vienen a tono, con fuerza increíble, porque dejándonos de eufemismos propios de una lucha que lleva ya años y años, es hora y momento que debemos ser incisivos con el sistema que nos domina y que nos disciplina -bajo muy sutiles formas institucionales e ideológicas- precisamente para que ese olvido, si triunfa, no sea la peor forma de injusticia, porque ya no debemos solo exigir el nombre y el apellido del represor, del desaparecedor de seres humanos -que sería hacer justicia, y no hacer venganza, como se atreven todavía a decir- sino además, exigir y reclamar, con autoridad moral y conciencia, la ubicación exacta de cada uno de los enterraderos de las personas que todavía se encuentran dadas como desaparecidos: cerca de dos centenares, para que los antropólogos forenses hagan su trabajo y para que tengan las manos libres para llegar a la verdad. Enterraderos en predios militares o quizás en otros predios que oportunamente oficiaron de centros clandestinos de detención, en los años 70.
Estamos de acuerdo: olvidarlos a ellos, a los desaparecidos, será inexorablemente la peor forma de injusticia. Y cada año, en la medida que todo sigue igual o peor, creemos avanzar tenazmente para hacer añicos esa injusticia, pero al mismo tiempo, cada año -si las nuevas generaciones no toman las riendas de esa lucha- también ( y mal que nos pese) avanzamos por los senderos implacables del tiempo y vamos destruyendo todo un camino recorrido de pequeñas y grandes luchas contra esa cultura de la impunidad, que nos ha ido acompañando desde el tenebrosos pacto del Club Naval, momento aquel que se construyeron cimientos oprobiosos para la conciencia de los pueblos, por más que hayan sido óptimos para la salida a la democracia. Paciencia. Lo hecho, hecho está, pero habrá que estrechar filas y revertir la situación.
Nos aprietan los tiempos, la implacable biología ,no solo de las madres y las abuelas y los familiares de nuestros desaparecidos -porque son nuestros desaparecidos, quede bien claro este sentimiento- sino además, de quienes se encargaron de cometer los actos del terrorismo de Estado. De aquellos que un día, se entintaron las manos de sangre, y que no podrán hablar, ya no por ser exclusivamente leales a la omertá criminal, sino, lisa y llanamente porque ya no estarán disponibles. Ya no estarán vivos. Vivos para hablar.
Y el olvido seguirá siendo la peor forma de injusticia. Pero no solo el olvido de los de los desaparecidos, sino el peor de todos: el olvido institucional e histórico de ellos. El olvido de que una vez se detuvieron personas, se las asesinaron y se las enterraron con cal y tierra en predios militares. El olvido de que hubo hombres -y seguramente mujeres- de uniforme, que no solo supieron esto, sino que además participaron e hicieron parte de esas macabras acciones. Y lo que es peor, que las callaron por años y años, siendo testigos también (en el anonimato) de los numerosos testimonios que se divulgaron de esas búsquedas, de esos dolores, de esos sufrimientos, fruto de la pútrida represión, a la que muchos hoy todavía tienen la irreverencia y la audacia de negar o desvirtuar, y aún más de encubrir, apelando a argumentos de todo tenor. Argumentos que se sustentan en la más detestable de las opciones, cuando las dictaduras apretan, la de hacerse cómplices de ellas, por miedo, por interés o por estar en la línea de los dictadores, en el ayer y hoy.
Este 20 de mayo, caminaremos en silencio por la avenida 18 de julio; madres y seres queridos de detenidos desaparecidos llevaran las fotos de ellos. Escucharemos sus nombres y los apellidos. Locutores de este tiempo los honrarán con sus voces. Se nos nublarán los ojos de lagrimas. Sentiremos un nudo en nuestras gargantas. Romperemos el silencio con el presente. Con nuestro presente, sin contemplar ni las inclemencias del tiempo, ni las inclemencias históricas, de un tiempo hipócrita, de una democracia falsa, de una libertad enturbiada por la corrupción , las diferencias sociales, el crimen organizado, y la ausencia de información (o de voluntad política) para saber el lugar donde están enterrados los detenidos uruguayos -y no uruguayos- de los días de la dictadura.
Este 20 de mayo ¿Tiempo de mayores compromisos? ¿Ahora, que es tiempo de campañas políticas? ¿ Escucharemos palabras y más palabras, con la carga de un pasado de falsas promesas en años de democracia en el tema de los desaparecidos? Todos fallaron, no podemos hacernos trampas al solitario: todos los gobernantes post dictadura fallaron. Unos no hicieron nada, dieron la espalda a Familiares, pusieron trabas, leyes, y más trabas, se explayaron con retoricas, dialécticas coyunturales y hasta osaron negarlo todo, aplicando a raja tabla la cultura de la impunidad: un personaje en particular, Julio María Sanguinetti. Otros, se mantuvieron en la línea media, pero fueron igualmente tibios. Tibios, indiferentes, ausentes. Y la izquierda, en tres períodos consecutivos, no hizo lo que se hubiera esperado, con el agravante de que hasta se permitió, en el 2013, sacar de un plumazo a la jueza penal Mariana Motta, de su intenso trabajo como investigadora de represores con cerca de 50 casos en sus manos, en un período en el que la cúpula era un ex guerrillero, José “Pepe” Mujica, hoy figura mediática, pero no fue ni más ni menos que un turbio que no estuvo a la altura,como su par que fue Ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro. Seamos sinceros,y no nos hagamos trampa al solitario.
Este 20 de mayo , habremos de hacer memoria de todos estos daños colaterales, dirán algunos burlona y cínicamente. Porque será así. Y lo piensan así, quizás sin hacer autocrítica, que sería lo más sano y lo más reparador, dentro de la izquierda. De los represores, de los políticos que fueron parte de la dictadura no puedo esperar,ni buenas ondas, ni confesiones, ni honestidades, ni transparencias, pero del resto, sí.