Jueves 25 Abril 2024

Por delitos de lesa humanidad ocurridos en el Batallón de Infantería 6 de San José, en dictadura

En horas de la mañana de este miércoles 1° de junio una centena de personas, sobrevivientes, familiares, activistas y miembros de organizaciones sociales, le dieron una nueva versión a la tradicional rutina del pueblo de San José de Mayo, ubicado a casi 100 kilómetros de la capital uruguaya. Durante varias horas ocuparon la calle Treinta y Tres, en el cruce con Dámaso Antonio Larrañaga, donde se encuentra el Juzgado Letrado de Primera Instancia de Primer Turno en lo Penal de San José. Dentro, tendría lugar la lectura del fallo de la sentencia por la causa que investiga una serie de delitos de lesa humanidad ocurridos en el Batallón de Infantería 6 de San José, durante la etapa militar de la dictadura.

Al bajar de los vehículos, las personas iban intercambiando saludos, abrazos y palmadas en la espalda. Algunos hacía tiempo no se veían, en algunos casos desde los años de encierro. Casi instantánea e instintivamente, cada uno fue ocupándose en distintas tareas para acondicionar el lugar, de una forma casi ritual. Años de militancia, años de ocupaciones, años en la calle. Ya se había acordado la utilización de las instalaciones del edificio de la Sociedad Italiana de San José, ubicado frente al juzgado, como espacio de apoyo para una jornada que duraría varias horas. Algunos, pacientemente, fueron sacando sillas y algunas mesas, para demarcar sobre la calle el espacio donde se haría la conferencia de prensa al cierre de la audiencia. Otros, fueron colgando carteles con consignas de “Memoria”, “Verdad” y “Justica”, sobre las fachadas, marcado la cuadra, a la vez que resignificaban el espacio y la historia.

Un niño vestido con túnica escolar, al pasar por el lugar, le pregunta a su hermano, “y acá, ¿qué pasa?”.

Aquí, en este 1° de junio de 2023, en la cuadra del juzgado, en medio de un pequeño pueblo del interior del país, se está condenando el terrorismo de Estado. Y con esta imagen se topaban los vecinos que, cumpliendo con sus rutinas, se encontraban con el tránsito interrumpido por el pueblo que hace memoria.

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Es importante destacar que efectivos de la municipalidad se acercaron al lugar, e incluso colaboraron con cartelería, para desviar el tránsito. Y pese a las directivas que tenían para delimitar el tiempo, supieron aggiornarse a la importancia del hecho, humanizarse por sobre los fríos reglamentos, y en ningún momento interrumpieron la ceremonia. Misma actitud tuvo el personal policial del juzgado, que solo en dos ocasiones pidió abrir el paso, pero era para permitir que la jueza y el personal del tribunal estacionaran sus autos en el lugar habitual, a las puertas del juzgado.

El arribo de la jueza María Elbia Merlo fue acompañado con aplausos, y se escuchó decir entre la gente, que durante todos los días de audiencia había tenido un comportamiento “muy humano”. Instantes después integrantes del tribunal se acercaron a la vereda y pidieron a los presentes que acordaran quienes ingresarían a la sala, que es un espacio pequeño y no está pensado para eventos de esta envergadura, pese a que la audiencia tenía la característica de ser oral y pública. Entre los pocos que pudieron ingresar junto con los miembros del tribunal, fueron los abogados de parte y las víctimas: Pedro Duran, Jorge Frones, Margarita Boidi, Lisandro Barceló, Pablo Casartelli, Jorge Rocca, William García y Ana Espinosa; también ingresaron algunos miembros de la prensa, entre los que estaba Carlos Barceló, hijo de dos de las víctimas y Antimafia Dos Mil. Detrás de ellos se cerró la puerta del tribunal que entro en una especie de apnea del tiempo.

La audiencia

La audiencia se inició a las doce del mediodía, puntualmente, tal como estaba pautado. Afuera, viejas y viejos amigos, con las marcas del tiempo sobre la piel y las marcas de la memoria en sus ojos, compartieron, entre risas, mates y abrazos, la ansiedad de un fallo que se hizo esperar por años. Años de silencio y de impunidad. Años en que la vida pasó muchas veces en el anonimato al borde del olvido, y que hoy busca ser reconocida, no como parte marginal y víctima de la historia sino, como parte activa, que, desde aquel tiempo hasta ahora, ininterrumpidamente, buscó construir una sociedad democrática y justa.

Por espacio de dos horas, mientras el sol de otoño estaba en el zenit, el pueblo en San José, en su día fundacional -refundacional deberemos decir-, esperó por justicia ante las puertas del juzgado. De repente, la apnea se interrumpió, y Carlitos -como el grupo cariñosamente nombra a Barceló-, salió como una tromba a rodearse de los suyos y a traer noticias del frente. Por un instante, la figura del mensajero, esta suerte de Filípides, volvió a tomar su lugar socialmente icónico, por sobre la frívola y frenética mensajería instantánea. Carlitos, transpirado y exaltado, como sparring de boxeador en la esquina del ring, intentó sintetizar en los pocos minutos que duró el cuarto intermedio, lo que hasta el momento había pasado. La jueza Merlo leyó de corrido y en un largo tirón, el grueso expediente, citando los testimonios de víctimas y victimarios, así como también de los cinco peritos que fueron consultados. Otra vez, entre los murmullos del pueblo se destacó la condición humana de la jueza. Algunas palmadas en la espalda, y una botellita con agua, sirvieron como refuerzo, y apurado por el llamado del auxiliar del juzgado, el mensajero volvió a la apnea, para escuchar finalmente la condena. Y otra vez, la cuadra volvió a sumirse en la espera.

Un grito de gol

Una explosión de gritos y aplausos celebró el primer rumor de que el falló era contundente y tajante; “¡Culpables!”. La multitud se abrasó, en un abrazo que parecía no tener fin. De repente, toda la atención volvió a la puerta del juzgado, desde donde, con los puños en alto, y las lágrimas desbordando las miradas, fueron saliendo uno a uno, victoriosos, aquellos que sobrevivieron el terrorismo de Estado, y vivieron para contarlo. Luego fue el turno de salida de los abogados y los fiscales, que también fueron ovacionados.

Poco a poco, entre las diligencias de fotógrafos y periodistas, los protagonistas fueron acomodándose en torno al escenario improvisado para la ocasión, y dieron el anuncio oficial. “12 años y medio de penitenciaria, por los delitos de privación de libertad y tortura en calidad de coautores”. La condena -que por segunda vez en la historia del Uruguay reconoce el delito de tortura-, recayó sobre los dos acusados que llegaron vivos a esta instancia, los militares (que llegaron impunes al retiro), Rubens Francia y Francisco Macalusso. Los militares Winston Puñales y José Antonio Hernández, murieron impunes durante el proceso.

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Antes de que la euforia mermara, Carlitos, el mensajero, volvió a recuperar el centro de la escena y subido a un improvisado patíbulo, a voz desgarrada gritó: “Hoy los gurises, aquellos muchachos de la UJC, otra vez, reescribieron la historia”.

Este fallo, que llega a casi 50 años del golpe de Estado, y de la institucionalización del terrorismo de Estado, es tardío -biológicamente hablando-, y llega también en un momento oportuno en que una juventud vuelve a estar espiritualmente apta para llevar adelante aquella sociedad tantas veces soñada. Este fallo histórico debe ser apropiado por el pueblo, contado de boca en boca, de mensajero en mensajero, de plaza en plaza, hasta que se haga parte de las currículas escolares. Hasta que se haga parte de la cultura. Hasta que el recuerdo se convierta en un presente de memoria, verdad y justicia.

Fotos: Antimafia Dos Mil