Sábado 4 Mayo 2024

Testimonios de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo tras el campeonato mundial

Por Alejandro Diaz-26 de diciembre de 2022

Daniel Alberto Pasarella, capitán indiscutido del equipo de fútbol argentino, estrecha la mano de Jorge Rafael Videla, luego la de Eduardo Massera y por último la de Orlando Ramón Agosti, mientras sostiene la preciada copa del mundo. Todos sonríen; sabrá Dios que pensaría cada uno internamente. Acto siguiente, Pasarella toma el trofeo con ambas manos y lo besa. Luego, alza el tantas veces deseado premio por sobre su cabeza, y por sobre la realidad histórica del país. El estadio Monumental, de la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, atiborrado de gente grita al unísono. ¡Argentina campeón del Mundial de Fútbol de 1978! El aliento de los enfervorizados hinchas llega a todos lados, incluso a aquellos rincones donde no llega la civilización. Aquellos sótanos y recovecos convertidos en infiernos deshumanizantes, donde la verdad histórica de la República Argentina intenta ser ocultada. El aire de la Capital Federal, y del país, se llena de un vaho de morbo y de hipocresía.

Miles y miles de turistas y fanáticos de todas partes del mundo arribaron al suelo argentino en aquellos días, quizás desconociendo la trágica realidad de un país sumido en el terrorismo de Estado. Quizás, solo quizás. Aquellos que se animaron a ver más allá de las luces del escenario, se cruzaron con un vocablo local, que pese a las traducciones era difícil de describir, y mucho más de asimilar: desaparecidos.

El mundial de la paz, el mundial de Videla

El primero de junio de 1978, la ciudad de Buenos Aires estaba paralizada. Las calles estaban desiertas como nunca antes se había visto en una ciudad que nunca duerme. Toda la atención estaba puesta en el Monumental de Núñez, el mítico estadio de River Plate. Allí, a partir de las 13 horas, se daría inicio al acto inaugural de la undécima copa mundial de la FIFA: “La confrontación en el campo deportivo, y la amistad en el campo de las relaciones humanas, nos permiten afirmar que es posible, aún hoy en nuestros días, la convivencia en unidad y en la diversidad. Única forma para construir la paz. Por ello pido a Dios, nuestro señor, que este evento sea realmente una contribución para afirmar la paz. Esta paz que todos deseamos, para todo el mundo, para todos los hombres del mundo. En el marco de la amistad entre los hombres y los pueblos, bajo el signo de la paz, declaro oficialmente inaugurado este onceavo campeonato mundial de futbol 78”, fueron estas las palabras elegidas por el dictador Jorge Rafael Videla, que fiel a su estilo, eligió usar un atuendo de civil para lucirse como un presidente, y no como un golpista ante los espectadores y el mundo. Y en este sentido, es importante considerar que el mundial de fútbol, como elemento de propaganda del régimen, no fue una cuestión solo argentina. La presencia del dictador y represor boliviano Hugo Banzer Suarez y del secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger -dos piezas fundamentales del Plan Cóndor, y de la cartelización institucional de narcotráfico-, daban un mensaje de respaldo a las dictaduras latinoamericanas, no solo para el público en general, sino para los organismos multilaterales de crédito, que formaron parte de la organización del evento, financiando obras y remodelaciones que costaron miles de veces su valor real.

“El Mundial ha proyectado una excelente imagen de la Argentina hacia el mundo. Es obvio que el país ha obtenido un notable progreso en un lapso muy corto”, decía Kissinger por esos días. 

Lapso después del discurso de Videla durante el acto de inauguración, cerca de la hora 15:30, empezó a rodar la pelota, en lo que fue el primer partido del campeonato, Alemania Federal contra Polonia. Dos naciones unidas por un genocidio. El fútbol se presentaba como un símbolo político de una “paz”, indudablemente impuesta.

Las “locas de Plaza de Mayo”

Mientras tanto, contra toda masificación, un grupo de mujeres, unas pocas mujeres, atravesaban la desolación de Buenos Aires, para reunirse en Plaza de Mayo. Esta no era una cita cualquiera, desde hace tiempo, una pegada a la otra, por encima de sus concepciones personales, estas mujeres se paraban frente a un gobierno explícitamente fascista, frente a una sociedad explícitamente indiferente e hipócrita. Estas mujeres se paraban frente a secuestradores, torturadores, violadores seriales, asesinos y simples rateros, a reclamar por aquel vocablo indescifrable para los visitantes: los desaparecidos.

Ese 1° de junio de 1978, contra toda masificación, el periodista holandés Jan Van der Putten, saltó el cerco de censura de la dictadura y fue a la plaza frente a la casa de gobierno para entrevistar a aquellas mujeres estigmatizadas como ‘las locas de Plaza de Mayo’. Esa entrevista donde Marta Moreira Alconada, madre de Domingo Roque –desaparecido desde el 22 de diciembre de 1976-, rogó a la prensa internacional la difusión de la verdad. 

“No sabemos nada de ellos. Nos han quitado lo más preciado que puede tener una madre: su hijo. No sabemos si están enfermos, si tienen frío, si tienen hambre. No sabemos nada. Y es desesperación, señor, porque ya no sabemos a quién recurrir, consulados, embajadas, ministerios, iglesias. Todos nos han cerrado las puertas. Por eso les rogamos a ustedes: son nuestra última esperanza. Por favor ayúdennos. Son nuestra última esperanza”, dijo Marta. 

Muchas de estas mujeres, que vestían un simple pañuelo blanco sobre sus cabezas, se animaron a denunciar la represión sistematizada impuesta en el país. E incluso, uno de los aspectos más aberrantes de los cobardes militares, fue el secuestro y la apropiación de infantes nacidos en cautiverio. “¿Dónde están nuestros hijos? ¿Dónde están nuestros nietos?”, serían las consignas que darían forma a un verdadero emblema de la humanidad, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

“Éramos un pequeñísimo grupo de mujeres desesperadas, con nuestras tres mejores madres asesinadas, violadas, torturadas y tiradas vivas al río. Nadie nos conocía, nadie hablaba de nosotras. A partir de ese momento nos conoció el mundo”, dijo a la agencia Télam Hebe de Bonafini en una entrevista en el 2018.

De la dictadura a la Scaloneta

Página/12, dialogó con algunas de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, con motivo del reciente triunfo del seleccionado masculino argentino de fútbol en Qatar. Gentilmente, estas valientes mujeres, que no solo se animaron a combatir de frente a uno de los procesos militares más violentos de la historia, también fueron protagonistas de la historia de nuestro país. Una historia compleja, de luchas y resistencias, de amores y desamores, de triunfos y decepciones.

El día de la final contra Francia: “Fue un día en el que me dirigí a todas las imágenes de vírgenes y de Dios y también de mi marido, que fue deportista en Estudiantes de La Plata, y le dije: '¡Hace algo!”, dijo durante la entrevista Estela de Carlotto, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Que además afirmó: “Sabemos que la única lucha que se pierde, es la que se abandona”.

Estela recuerda que: “El Mundial del 78 se hizo como una gran gloria para Argentina. Y nosotros pensábamos que -ya sabiendo el destino de nuestros familiares-, mientras la gente gritaba de alegría, también había quien gritaba de tortura y de muerte”.

Pero ante esta gran hipocresía, montada con el aval de organismos internacionales: “No nos quedamos quietos, sabíamos que podíamos movilizarnos y gestionar la verdad de lo que estaba pasando con las desapariciones forzadas. Nos vino bien la presencia de prensa de todo el mundo, con la que pudimos dialogar y poner en conocimiento lo que estaba pasando en la Argentina. Y nos posibilitó también el contacto con organismos internacionales”. 

Mi padre, que era testarudo y obstinado, siempre aceptaba jugar de David ante Goliat, y en esa discrepancia de fuerzas él decía: “Yo soy pequeño y me muevo rápido, ellos son grandes y se tienen que mover despacio, entonces ahí tengo mi ventaja”. 

Aquellas mujeres, y no solo ellas, lograron apoderarse, a partir de su gigantesca humanidad, del enorme aparato mediático mundial. Y así, con una simpleza imprevista, lograron romper el cerco de censura de la dictadura y de los organismos internacionales de poder y sometimiento, que digitaron la dictadura. Su historia y la de los desaparecidos, comenzó un largo recorrido de concientización en el mundo, que continúa hasta hoy.

Norita Cortiñas trae un trágico recuerdo sobre aquella copa mundial del 78: “Un padre, la noche que estaban levantando la copa los genocidas, se levantó para abrir la ventana de su casa, y al ver a la multitud que iba al Obelisco, le vino una angustia muy grande, tuvo un infarto y murió. Ellos buscaban a su hija y al yerno y un nietito, y ver a toda la gente festejando fue un golpe muy grande, y le costó la vida”. 

“El pueblo está sufriendo hambre y la desidia del Gobierno que mira para otro lado”, dijo Norita sobre la gestión de Alberto Fernández que está lejos de los preceptos declarados durante la campaña. La gente “necesita tener una alegría, así que el Mundial lo vivimos de otra manera, disfrutando con el resto de la familia, para ver de qué manera se sobrellevan estas injusticias tan grandes”. Pero esto no desvía los objetivos según Norita, que no duda en afirmar que: “Seguimos con la lucha, los nietos se siguen buscando y el reclamo para que se abran los archivos lo hacemos todos los días”. 

La gran Taty Almeida por su parte, reflexiona sobre el contrasentido que significo la celebración del mundial en medio de aquella realidad represiva: “Toda la gente salió como loca a gritar, era la primera vez que se podía salir sin que nos reprimieran. Mi hijo mayor, que es futbolero, salía a festejar después de escuchar los partidos. Pero Madres, Abuelas, organismos, y tanta gente afectada por este genocidio implacable que estábamos viviendo, no lo pudimos disfrutar para nada”.  

“Es una alegría que nos han regalado ante estos momentos tan difíciles -dice Taty sobre el reciente triunfo mundialista-. Momentos que estamos pasando con este partido judicial, deplorable. Este Mundial ha sido una alegría, pero esa alegría tenemos que conservarla y volcarla también para cuando consigamos por fin justicia, que no va a ser precisamente con esta Corte Suprema”. Taty celebra, pero no se deja enceguecer por la euforia, no se deja distraer, en un santiamén, de una palabra a la otra, vuelve a la realidad argentina. Una realidad que está atravesada por el reciente intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, un hecho de violencia política gravísimo que no está asilado de un contexto donde lo institucional, a nivel judicial y de servicios de inteligencia, está bajo la lupa.  

“El ser argentino”

Tras el triunfo en Qatar, millones de argentinos se volcaron a las calles, a compartir el “ser argentino”. Ese ser argentino que sabe olvidarse de las diferencias viscerales, ideológicas, políticas, raciales y de clase. Ese ser que sabe olvidarse en un instante del precio del dólar, del hambre, de los fallidos atentados, de los fascistas que roen la democracia. Ese ser que sabe olvidarse de todo, cuando la pelota echa a rodar.

Pero el fútbol no es más que un juego, no es más que un placebo. Porque pese a la realidad de que el deporte educa y forma, lo cierto es que el fútbol lejos está de ser una propuesta que resuelva los problemas estructurales de millones de argentinos, y no solo. Cierto es que en medio de esta masividad se puedan filtrar simbólicos mensajes de lucha, como lo fue la entrevista de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en aquel mundial del 78; o el gesto revolucionario de Johan Cruyff -la máxima figura del fútbol en aquel tiempo-, que se negó a participar del mundial por las violaciones a los derechos humanos de la dictadura. Un gesto que dejó en claro dos cosas, una que la verdad ya se conocía, y la segunda, que todos, cada uno desde su lugar, puede tomar acciones determinantes para estimular la humanidad en nuestras sociedades. Y en este sentido es que no puedo evitar preguntarme si es realmente válido alegar el desahogo. No puedo evitar cuestionarme sobre la participación, casi indiferente de los deportistas que “solo participan de un evento deportivo”. Por supuesto que quizás sea injusto exigir expresiones revolucionarias a cualquiera sin considerar sus limitaciones personales, pero sino es al pueblo, de donde los futbolistas salen, ¿a quién le pedimos que realice la revolución?

Las Madres y Abuelas se encaminan a dar sus últimos pasos, sus últimas rondas, sus últimas batallas en contra del poder, y son estas las batallas dignas de gritar: “¡Oh, juremos con gloria morir!”. 

No juremos dar nuestras vidas por una pelota manchada de sangre. No juremos dar nuestras vidas por un fútbol que no es el de los potreros, sino el del coliseo romano. No juremos dar nuestras vidas por el mundial de Videla.  

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*Foto de portada: 20minutos.es