Magistral y removedor trabajo del director Santiago Mitre y del actor Ricardo Darín
La valerosa historia del Juicio a las juntas militares en la piel del fiscal Julio Strassera
Por Jean Georges Almendras-1° de octubre de 2022
Una cita obligada con el cine argentino, mejor dicho, con el filme de dos horas 20 minutos 'Argentina 1985' en el que se puede conocer la historia del juicio a las juntas militares en ese país, y cuyo estreno se materializó en casi 200 salas argentinas (estreno que se hizo extensible en algunos cines de Montevideo) sumerge al espectador en uno de los acontecimientos más trascendentes de los últimos tiempos, porque por vez primera -hecho inédito, además del juicio de Nuremberg, post segunda guerra mundial- dictadores de las fuerzas armadas argentinas fueron sentados ante un tribunal de jueces, para ser juzgados, merced a la acusación del fiscal Julio César Strassera. Pero esta realización cinematográfica -que es candidata, casi favorita, para competir como Mejor Película Extranjera en la edición de los Oscar del próximo 2023- nos ha dejado literalmente, presos de la sorpresa, tomando en cuenta que su existencia en sí misma y su consecuente exhibición masiva, hace mucho más de lo que se propone como arte, en el rubro cine. Este filme de Santiago Mitre, desde mi visión, es un excelente trabajo testimonial (por otra parte, muy prolijo, acertado, exquisito y muy respetuoso de la historia reciente) que, sin llegar a ser panfletario, resuena con fuerza como una muy elocuente dramaturgia, de un hecho real de la historia argentina, que se inscribe dentro de que lo que en otros tiempos sería el cine político. Pero, hoy por hoy -y es imposible no mencionarlo- esta brillante labor de Mitre, supera toda expectativa cinematográfica, porque es por sí misma un relato funcional para preservar la memoria, en un contexto regional, en el que el castigo de los responsables de las violaciones a los derechos humanos y de delitos de lesa humanidad en los días del Plan Cóndor, para algunos países, sigue siendo una asignatura pendiente, tal es el caso de Brasil -que no ha habido juicios de índole alguna-, de Paraguay (que ha sido muy tenue el castigo para los dictadores) y de Uruguay, donde los militares siguen aplicando la rigurosa omertá, y las Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos Uruguayos reclaman y denuncian airadamente -desde hace 27 años- en sus “Marchas del Silencio” de todos los 20 de mayo, que nada se sabe de sus seres queridos enterrados en cuarteles militares, por la falta de voluntad política para obtenerse las debidas respuestas y lo que es más: verdad y justicia. No obstante, no podemos dejar de mencionar y recordar al lector, que en nuestro país, el dictador -el entonces presidente Juan María Bordaberry- y militares que asumieron el gobierno cívico castrense, como Gregorio Álvarez, y más de una veintena de represores (algunos civiles entre ellos) fueron condenados por violaciones a los derechos humanos -muchos gozan de prisión domiciliaria- lo que no significa que se haya realizado, desde filas de los gobiernos democráticos (colorado, blanco y frenteamplista) una gestión coherente y satisfactoria en materia de DDHH. Todo lo contrario, sorprendentemente, parecería más bien haberse dado pasos hacia atrás y no para adelante en ese rubro. Una anomalía de la cual tres gobiernos de izquierda, serían también los responsables (con la venia de la casta militar, obviamente, que siguió con sus silencios a la hora de dar detalles de los enterramientos de los detenidos desaparecidos). Hoy, con un gobierno -de Luis Lacalle Pou- de neto corte fascista, fruto de una coalición con un partido -Cabildo Abierto- que representa a la casta militar, sin tapujos, el tema de los represores libres por las calles de Montevideo, y por el mundo, es una constante que no podemos ignorar, a la hora de hacer balances, y mucho más a la hora de ver este trabajo cinematográfico de Mitre.
Entonces, es cuando entendemos que este filme se enaltece y se hace emblemático, en su esencia y por su sola creación, porque se transforma en una muy convincente herramienta de denuncia pública, con los oropeles propios del arte cinematográfico, al servicio de un causa justa, que diría yo -y creo que no pocos estarán junto a mi- resultará ser sumamente beneficiosa y útil, cuando no imprescindible, para las nuevas generaciones, que solo de esta forma, comprenderán y asumirán, todo lo que pasó en la Argentina en aquellos años del terrorismo de Estado; terrorismo de Estado que también se extendió por Uruguay y por América Latina.
Sabiamente -y seguramente- cuando hubo surgido la idea de dar forma al guion y a la historia, el director Mitre puso la carne al asador, en la piel de uno de los principales artífices del juicio a las juntas militares que se instalaron en la Casa Rosada el día miércoles 24 de marzo de 1976 comandados por el teniente coronel Rafael Videla; me estoy refiriendo al fiscal Julio César Strassera, personificado magistralmente por el actor Ricardo Darín. La historia humana de Strassera, su historia como fiscal, como padre de familia, como ciudadano, como argentino; y la historia de su equipo y de las vicisitudes que le tocaron en suerte, al momento mismo de ser notificado para asumir su papel de acusador de las juntas militares, nunca tan acertadamente fueron llevadas a la pantalla, con una línea de guion coherente y equidistante, para no perderse en el boceto político o ideológico, sino más bien para lograr, que el espectador pueda encontrarse con un personaje que no es idéntico al Strassera verdadero, en el físico, pero sí en la voluntad de buscar justicia y en la esencia de lo que significó elaborar la plataforma ideal para que los militares acusados (algunos de ellos absueltos, aunque otros condenados a cadena perpetua, sin suponerse que más adelante sobrevendrían las impunidades, mismo desde filas gubernamentales, para sorpresa de muchos y no para el asombro de otros) sean públicamente confrontados por la historia, en definitiva.
Julio César Strassera, el fiscal, con el cigarrillo temblándole entre sus dedos, en aquel mes de setiembre de 1985 dio lectura a su alegato final presa de la emoción y de los nervios, acusando a los militares que integraron las juntas de genocidas, con un texto histórico que epilogó con el contundente “Señores jueces Nunca Más”.
Ricardo Darín, el actor, en su piel de fiscal, en este 2022, reconstruyó cada emoción de aquella lectura, coronando con maestría actoral, todo un valiosísimo trabajo de hacer historia verdadera en el lenguaje del cine, para demostrar con sobradas evidencias, en un largometraje en el que cada uno de los actores supo desenvolverse con la soltura y la profesionalidad, y la sensibilidad que corresponde, la altura de una realización actoral única, y de un muy alto nivel de entrega en la construcción de los personajes, respectivamente, cuyo calificativo no tiene palabras, porque supera toda semejanza con la realidad, aun sin ser calco de ella.
No hago una crítica cinematográfica, porque no amerita (el producto no adolece, ni de anomalías , ni de excesos, ni de desbordes actorales); amerita sí, un reconocimiento al director, y en él, a todo el equipo de trabajo, en todos sus niveles operativos; amerita sí, una valoración del significado, que tiene 'Argentina, 1985' en estos momentos, sin alaracas como arte; amerita sí, un destaque mayúsculo, porque el filme dice presente en un momento histórico argentino, sudamericano y mundial, que se transforma en una suerte de alegato, para preservar la memoria y prosearse militante sin remilgos, ni medias tintas, en una época en la que hay fascismo sobrevolando sobre nuestras cabezas, mancillando a mansalva a las víctimas del terrorismo de Estado que declararon en el Juicio a las Juntas militares, y a las que no pudieron hacerlo, porque sus vidas fueron segadas brutalmente.
Este séptimo trabajo cinematográfico de Santiago Mitre, lo honra, porque es una página del cine argentino, insisto, de denuncia y testimonial, llevada de la mano de actores que hicieron de su oficio, un brazo sensible y noble, para dar cuenta al mundo entero de los dolorosos hechos de un país. Los dolorosos hechos, que significaron el martirologio de miles de personas -con el saldo escalofriante de 30.000 desaparecidos- a merced de las fauces de ideologías nefastas, genocidas -en la ESMA y en centros clandestinos de detención- y que no hicieron otra cosa que sacudir toda la más elemental fibra humana, por el ejercicio más implacable y más deshonroso, de inequívocos crímenes de lesa humanidad, en el nombre de defender instituciones pútridas, y con el pretexto de una guerra, que se ensañó contra indefensos e indefensas, embarazadas, niños y adolescentes, a quienes -por pensar diferente, u oponerse a la bota militar- había que aniquilar, asesinándolos o desapareciéndolos forzadamente.
Cómo trabaja un fiscal; cómo se opone al poder; cómo el poder lo acosa, a él (a su familia) y a lo que él representa; cómo la cultura de la impunidad, en la persona de los defensores de los militares y de ellos mismos, se deshacen en gestos y acciones, para sumergir a su oponente -el fiscal Strassera- cínicamente, aún sentados en el banquillo de los acusados; cómo es el ámbito de una confrontación al poder militar; al poder en sí mismo; cómo fue, como fiscal, aceptar la orden de acusar al poder militar a sabiendas de los riesgos contra su vida; y cómo fue degustar (si cabe el término) el sabor de las condenas que emergieron, sin imaginar que sobrevendrían los indultos que el propio poder maquinó lapso después. Todo se puede ver en este filme, que será inolvidable.
Cómo fue, qué significó y cómo se vivieron esos días del juicio a las juntas, en la piel del fiscal Julio Strassera, (considerado no en vano un héroe argentino, junto a su adjunto Luis Moreno Ocampo, interpretado lúcidamente por el actor Peter Lanzani), se puede ver en este filme, cuyo mayor acierto lo tuvieron, Mitre, y el guionista Mariano Llinás, que optaron -para narrar el hecho- por no salirse del hecho jurídico en sí, que resultó ser clave para el éxito. El indiscutible éxito de una dramaturgia -con razonables toques de ficción- envolvente desde la primera a la última escena, apelándose incluso al humor, y hasta por algunos instantes al absurdo, dentro de una tragedia al por mayor.
'Argentina 1985' marca un presente, de efervescencia destinada, insisto, en preservar la memoria del pasado reciente, para sofocar todo intento de permanencia de la cultura de la impunidad. Y era hora que, en la Argentina, que fue el único país que llevó a juicio a los militares con la contundencia que merecían (aún con las anomalías que sobrevendrían después) diera el primer paso, con el rodaje y con el trabajo concluido de esta película que recuerda a otras películas, de igual talla y de igual valía, como “Zeta”, “Estado de Sitio”, “La Batalla de Argelia”, "La Noche de los Lápices", "La Raulito", entre otras, y a un director como Costa Gavras, entre otros.
El antes y el después de 'Argentina 1985' seguramente lo veremos, en un tiempo no muy lejano. El presente, es de un muy esperanzador abrazo a un cine comercial comprometido, porque, en definitiva, aún vestido de candidato al Oscar y de luminarias del marketing de nuestro tiempo, de plataformas y de otros oropeles, sostengo que es igualmente un filme de denuncia.
Un filme, que no se puede ignorar (vaya a verlo, se lo recomiendo encarecida y honestamente), porque es transparente, valeroso, provocador y en particular, hacedor de conciencia.
En definitiva, un filme justo, dedicado a un hecho jurídico justo -como fue llevar a juicio a las juntas militares de Argentina- de la mano de un hombre justo: el fiscal Julio César Strassera(*)
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*Según su fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo: “Julio Strassera es un prócer argentino pero su estatua no va a tener caballo ni sable. El escultor tendrá que representar sus armas: la verdad y la ley. Entre 1983 y 1985 Argentina construyó los cimientos de la democracia y en ese momento clave Julio Strassera hizo una contribución fundamental, representó a toda una sociedad harta de crímenes y abusos de poder que había votado por investigar el pasado y hacer justicia”
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*Foto de portada: todojujuy.com