Domingo 28 Abril 2024
Recuerdo de un genocidio y de un atentado a la libertad

Por Adriana Navarro-11 de abril de 2022

En un día como hoy, pero de 1831 (un 11 de abril) un pueblo era convocado a un macabro encuentro. Madres con sus hijos, hombres, jefes guerreros que habían defendido su tierra natal, eran llamados a encontrarse con sus hermanos de batalla. Habían peleado junto a hombres de piel blanca, descendientes de conquistadores, para independizarse de ese dominio avasallante que provenía de España.

La conquista no fue un encuentro de culturas, sino un choque de culturas donde los recién llegados quisieron quedarse con todo, convertirse en legítimos dueños, y establecer su reinado.

Pero encontraron en este pedacito de tierra a un pueblo valiente, indomable, que no aceptaba otra forma de vivir más que la libertad. Libertad, para ir venir por todo el territorio, para intercambiar sí con otras tribus, pero no poniendo alambrados o fronteras.

Los charrúas: sí los Charrúas, que para sorpresa del historiador Maggi, -como resultado de sus propias investigaciones- fueron el pueblo protegido de Artigas, formando parte de la Leyenda Negra de Artigas. Nadie quiere contar mucho que nuestro prócer convivió con los charrúas durante 10 años, un hecho que no se nombra mucho en las escuelas. Una parte de la historia que quizás no conviene mucho, a la “historia oficial” que quisieron contar quienes citaron ese fatídico 11 de abril, a este pueblo originario, en el lugar llamado Salsipuedes, en el departamento de Tacuarembó, donde una horqueta formada por dos ríos, se convertiría en una trampa mortal.

Los charrúas fueron convocados por Fructuoso Rivera, invitados a dejar las armas y convidados con alcohol, y pacientemente se esperó a que estuvieran bajo el efecto del mismo, para lanzar el más cruento ataque sobre todos. La meta era el exterminio.

La pregunta inmediata es: ¿por qué?, ¿por qué tanta crueldad?, ¿por qué tanto miedo a este pueblo?, ¿por qué?

La excusa fue que los charrúas eran vándalos que tenían asustada a la población rural.

Quizás parte de la respuesta podemos encontrarla justamente en el hecho contrario, años atrás, cuando el charrúa acompañó el éxodo del pueblo oriental, ejerciendo incluso una protección contra el poder portugués, y formando parte de la cohesión social que se formaría durante el mismo, entre los negros, los criollos y la nación charrúa. Distintos pueblos se hermanaron ante la adversidad. Pero el charrúa no aceptaría nuevos dominadores, y ese podría ser el verdadero motivo para desear su desaparición.

En el libro “El Poder Charrúa” el autor J.A. Hunter, -riverense-, habla de cómo el espíritu charrúa ha llegado hasta nuestros días, a pesar de esta masacre, de este genocidio.

Las mujeres charrúas, fueron las que criaron a muchos de los hijos de las mujeres blancas, que no se adaptaban fácilmente a vivir lejos de las ciudades; también tuvieron hijos propios con los descendientes de españoles y les trasmitieron valores tan importantes como el de la palabra dada, libre de contratos escritos, propios de la desconfianza de la cultura conquistadora. Y seguramente, también le trasmitieron el amor a la tierra, a la libertad, a la defensa de esos valores que a veces se definen como la garra charrúa, sin que se especifique o se defina algo que entendemos sólo interiormente.

Hubo sobrevivientes: algunos caciques no confiaron en la invitación, y algunas mujeres que sobrevivieron a la batalla, cuenta el historiador Gonzalo Abella que fueron traídas a Montevideo, junto a sus pequeños, a pie, sin ninguna piedad, como si fuesen animales. Y sus llantos, al ser separadas de sus hijos, eran tan desgarradores, que sobresaltaban a las mujeres de la alta sociedad, que no podían soportarlo y solicitando a Rivera que las volvieran a juntar con sus hijos. Los gritos dejaron de escucharse y no se sabe si las mujeres fueron expulsadas de la ciudad o muertas. Lo cierto es que se necesitaba separar a los niños de sus madres para que se perdiera aquella cosmovisión tan distinta; para que se perdiera por tanto la lengua, y hasta los nombres.

Ese era su espíritu, lleno de amor a la vida, indominable ante la evangelización armada, sin perjuicio de que hubo charrúas cristianos.

A pesar de esta masacre, su huella cultural, moral y espiritual persiste. Está presente.

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*Foto de portada: elmuertoquehabla.blogspot.com