-Abril 22 de 2016
Se llama Máxima Acuña. Es indígena cajamarquina, que vive en el Perú. Es campesina. Es abuela. Es defensora de su tierra contra un consorcio minero denominado Yanacocha, que posee la concesión para explotar el yacimiento aurífero más importante de Perú y de América Latina. Y a mediados del mes de abril de este 2016 fue la elegida para recibir el Premio Ambiental Goldman 2016, el galardón ambiental más importante del mundo.
El video del momento de la entrega de la distinción recorre el mundo vía internet. La imagen de ésta mujer campesina, ataviada con ropas propias de su cultura originaria, subiendo al escenario mientras recibe el aplauso de una concurrencia muy sobria me irrita un poco porque me da la impresión de que –aún aplaudiendo efusivamente- esa genta parecería estar sumergida en la hipocresía. Pero la secuencia, también me regocija.
No obstante me pregunto: ¿Esa concurrencia muy sobria comprenderá verdaderamente el sentido de la lucha de esta mujer pequeña, pero gigantesca en su compromiso?
Viendo a esta mujer campesina circundada de algarabía estoy por demás seguro que ella vivió ese momento bajo otros parámetros. Lo vivió con la sensibilidad de la mujer campesina cuya lucha no es temporal, sino diaria. Esa sensibilidad que la preserva de las hipocresías y de las falsas modestias, porque su lucha: no es una postura, no es una estrategia y mucho menos una especulación. Su lucha le sale del alma. Una lucha que viene de sus ancestros. Una lucha que viene de la conciencia de los pueblos oprimidos y abusados. Una lucha que siempre nos pone con la piel de gallina, por lo valerosas que son esas mujeres, compañeras incondicionales de la madre tierra. Y por ser así, tan compañeras, la defienden: de los colonizadores del ayer y de los depredadores de hoy. Depredadores al servicio de un capitalismo perverso. Al servicio de un consumismo cruel. Al servicio de un despotismo disfrazado de progreso.
Máxima Acuña, subió al escenario. No para pavonear su cultura, ni mucho menos para ostentarla. Subió para hablar a conciencia, como si estuviera hablando en una plaza pública o en una montaña, bajo el sol resplandeciente y junto a sus afectos, y a los suyos. Subió para denunciar una arbitrariedad. Una denuncia a su manera. Con su impronta.
A Máxima Acuña, aunque todos la vimos sola en el escenario, no estaba sola. Estaba muy bien acompañada. Estaba acompañada por los muchos años de luchas campesinas. Estaba acompañada por las almas y las energías de los compañeros suyos que perdieron su vida a manos del invasor y del poderoso. Estaba acompañada por el alma –y el espíritu- de la activista e indígena lenca Berta Cáceres, asesinada en Honduras, el día 3 de marzo de 2016.
Ese día que entregaron la distinción a Máxima Acuña, en el Teatro de la Ópera en San Francisco, Estados Unidos, como parte de su discurso de agradecimiento ella entonó una canción: un huayno basado en la experiencia que vivió al enfrentarse con la empresa Newmont Minig Corporation, que pretendió obtener su propiedad para culminar con el proyecto minero Conga
“Yo soy una jalqueñita, que vivo en las cordilleras. Pasteando mis ovejas en neblina y aguacero. Cuando mi perro ladraba, la policía llegaba. Mis chocitas las quemaron, mis cositas las llevaron. Comidita no comía, solo agüita yo tomaba. Camita yo no tenía, con pajitas me abrigaba. Por defender mis lagunas, la vida quisieron quitarme. Ingenieros, seguritas, me robaron mis ovejas, caldo de cabeza tomaron, en el campamento de Congo. Si con esto, adiós, adiós, hermosísimo laurel, tú te quedas en tu casa, yo me voy a padecer”
Después dijo: “Por eso yo defiendo la tierra, defiendo el agua, porque eso es vida. Yo no tengo miedo al poder de las empresas, seguiré luchando por los compañeros que murieron en Celendín y Bambamarca y por todos los que estamos en la lucha en Cajamarca”.
Máxima Acuña, fue ovacionada. Máxima Acuña, recibió el galardón con lágrimas en los ojos. Máxima Acuña nos dio su enseñanza, con la misma humildad con la que defiende sus lagunas, su tierra y la vida.
Máxima Acuña, aquel día, nada menos que en el Teatro de la Ópera, hizo añicos el proyecto Conga, de la empresa Newmont. Un proyecto que significó la friolera de 4.800 millones de dólares de inversión. Un proyecto que tuvo cimientos de violencia porque Acuña y su hija llegaron a ser golpeadas por primera vez por empleados de seguridad de la empresa en el año 2011 por no querer desalojar el terreno. Pero la violencia no cesó. Se incrementó, porque en el año 2012, una movilización regional contra la mina terminó con cinco muertos durante enfrentamientos entre civiles, policías y militares. Las muertes, que se lloraron amargamente, no fueron en vano, porque se detuvo el avance del emprendimiento. La reacción de los poderosos no se hizo esperar porque por aquellos días la compañía entabló un juicio a Acuña, por usurpación, buscando siempre doblegarla y que abandone el lugar. Tres años después, en el 2015, la compañía perdió el juicio en segunda instancia. Máxima Acuña ganó esa batalla y no bajó los brazos. Su lucha continuó. Hoy, sigue.
*Foto Portada: www.youtoube.com*Foto (2): www.noticiasser.per
*Foto (3): www.grufides.lamula.per