Por Matías Guffanti
Desde los años en que aquel famoso Cóndor comenzó a volar sobre el sur del continente americano, eclipsando a pueblos enteros con su silenciosa sombra de sangre y muerte, dio inicio uno de los problemas más grandes al cual esos países deberían enfrentarse. No se trató únicamente de los golpes de estados y su brutalidad, sino además, del arribo de las mafias y el narcotráfico, que llegaron de la mano de los dictadores y de la corrupción, para quedarse. Y aunque la Iglesia Católica fue en algunos casos cómplice y en otros indiferente, una rama de ella decidió dar lucha al monstruo que se había gestado, originando el movimiento de los llamados “curas villeros” en las ciudades más afectadas, como lo fue y es actualmente, Rosario.
Debido a la preocupante situación de inseguridad, drogadicción, corrupción y demás problemáticas relacionadas con el narcotráfico, los sacerdotes tuvieron que cubrir los huecos del Estado corrupto, que dejó el problema a la buena de Dios. Los curas villeros se convirtieron en asistentes sociales, terapeutas, psicólogos, y hasta en algunos casos en héroes que enfrentan al narcotráfico y la criminalidad organizada de los barrios, poniendo en peligro sus vidas para ayudar a los demás
Es el caso por ejemplo del padre Joaquín Núñez, quien trabaja en el barrio Bella Vista Oeste de Rosario desde el año 1986 y ha enfrentado desde entonces difíciles situaciones. El sacerdote en una entrevista afirmó: “En las villas se vende mucha droga. Gendarmería corrió a muchos búnkers, pero se cambiaron de lugar. Acá hay una mujer que vende drogas y yo vengo haciendo la denuncia desde hace más de 10 años. Pero la policía está muy comprometida. Lo sé directamente, conozco a muchos de ellos, están muy metidos”.
Y a continuación el religioso dijo: “En la lucha contra el narcotráfico tenemos que comprometernos todos. Y el que tiene el dinero, el poder, los medios para armar toda una infraestructura es el Estado. Pero el Estado también está metido en el negocio, entonces tenemos que ver qué podemos hacer por la población, y hoy día está todo muy pesado, yo los denuncié muchas veces, vinieron policías, dije ahí venden drogas ¿vos fuiste? Ellos tampoco”.
En esas palabras el cura Núñez, que vive en un rancho en medio de la villa, contó la realidad que se vive diariamente en los barrios marginales de la ciudad. Esta situación constante impulsó al sacerdote a ayudar a jóvenes con problemas, como así también a los presos. “Hace mucho que también empecé a trabajar con los presos, porque después que salí de la cárcel, sabía lo que se sufre adentro, los que están encerrados sin juicio y, lo más grave, el movimiento de la droga en la misma cárcel”, señaló Núñez.
Otro cura que denuncia esta realidad es el padre Fabián Belay, responsable del Hogar Padre Misericordioso que ayuda a jóvenes con adicciones, quien afirmó: “La idea de la Iglesia en los barrios es ser un lugar de comunión para todas las demás instituciones. O sea, que se puedan articular los trabajos que existan, tanto con las escuelas como con los centros de salud y con las capacitaciones que se dan en los barrios. Es intentar hacer un aporte desde la Iglesia para ver entre todos cómo recuperar la vida dentro del barrio en cuanto a lo social, en cuanto a los vínculos y la solidaridad. Pero la Iglesia no va como un paladín, sino como alguien más que quiere generar y ayudar a crear ese espacio”.
La Iglesia en los últimos años hizo un cambio radical, fundamentalmente a partir del nombramiento del papa argentino Francisco. Según el responsable del centro de recapacitación, ahora lo que busca la Iglesia, ante la circunstancia que se vive, es caminar los barrios, escuchar la necesidad de adentro del barrio y el gran desafío de los sacerdotes se convirtió en trabajar con los pibes de los barrios que más lo necesitan, trabajando en el tema de la adicción, prevención, asistencia y contención.
Si bien estos testimonios podrían señalar a un Estado ausente en las zonas más pobres, de lo que en realidad se trata es de un Estado corrupto, beneficiario de estos conflictos que los religiosos intentan remediar. Así lo explica el último libro de Carlos Del Frade, titulado Ciudad Blanca, Crónica Negra, en donde se afirma que el problema no es la ausencia sino la corrupción. “(…) cuando las herramientas del estado funcionan a favor de los negocios ilegales surgen las zonas liberadas y la indefensión ciudadana es cada vez mayor”, escribió el autor.
Otro testimonio importante, en el cual se puede observar la presencia de la Iglesia donde el Estado decide no actuar, es en el del sacerdote Lucas Policardo, especialista en Derecho Canónico, quien en una entrevista explicó: “La droga es un capítulo aparte, ya que hay muchos elementos relacionados, la gran cantidad de dinero que se moviliza, la impunidad con que se arman bunkers, la complicidad de miembros de los distintos estamentos políticos y de seguridad y la experiencia de soledad por la que muchos buscan la droga como escape o consuelo, hacen que este flagelo sea difícil de combatir”.
El cura, que trabajó en los barrios periféricos de la ciudad con asistencialismo denunció: “Los mismos vendedores crean un ámbito de temor, para generar un aura de poder y así manejarse con plena impunidad, hay gente muy armada, que protege los bunkers como verdaderas fortalezas”.
“Uno desde el lugar de sacerdote, sencillamente busca contener a las familias y a las personas, y dar respuestas con talleres y charlas personales. He hablado con algunos jueces y políticos. Escuchan atentamente, pero no dan respuesta. Toda esta realidad implica voluntad política y social verdaderamente comprometida y firme, con la ayuda de todas las instituciones de la sociedad, buscando el bien de las personas y no intereses por mezquinos. Porque esto es fruto de una gran desigualdad social, desde lo laboral hasta lo recreativo”, aseguró Policardo.
En un Estado donde reina la corrupción y donde los encargados de proteger a la ciudad son los que entregan a la gente al dolor y al sufrimiento a cambio de dinero, los hombres vuelven a sus orígenes y a su interior, buscando ayuda y consuelo en los ideales y la fe. Una Iglesia nueva, que encarna sus valores para convertirlos en acto, así como lo hizo el cura villero de Buenos Aires Carlos Mugica, ofrece a la población la seguridad y el consuelo que las mafias y la impunidad les arrebataron, restituyéndoles sueños y esperanzas perdidos hace tiempo.