Jueves 18 Abril 2024
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Con permiso de la Casación, hay obligación de decir que, en este mundo, hay Casación y Casación. En unos momentos intentaré explicarme mejor sobre el punto.

Sin embargo, quiero advertir desde ya al lector que lo que sigue es un artículo escrito hace casi 9 años, de hecho, tiene fecha del 13 de octubre del 2014. Por lo tanto, se requiere que el lector esté dispuesto a comprender lo que, para nosotros, era entonces el meollo del problema, sabiendo que 9 años es mucho tiempo y algunas referencias, que en ese momento eran de actualidad, hoy pueden parecer anacrónicas.

La esencia del problema sigue siendo la misma. O en realidad, con el paso del tiempo, se agrava aún más. Así lo creemos.

Y ahora tenemos la obligación de explicar a qué nos referimos cuando decimos que hay Casación y Casación.

Respetamos la sentencia de la Sexta Sección de la Corte de Casación, absoluta y absolutoria, más allá de toda duda razonable, de los imputados que estaban en proceso: carabineros, políticos y jefes mafiosos (estos últimos favorecidos por la prescripción). Todos abandonan definitivamente la escena por no haber cometido el hecho imputado por la acusación o por estar prescrito.

Pero para convencernos, con igual vigor, con igual certeza, con igual conciencia de que la esencia descrita hace nueve años no ha cambiado, están las sentencias similares sobre las masacres de Roma, Milán y Florencia, de segunda instancia e incluso de Casación.

Sentencias que ya habían establecido que, entre el '92 y el '94, el Estado y la Mafia negociaron.

Negociaron a lo grande, a espaldas de los italianos, y con resultados catastróficos. Y también esa vez, más allá de toda duda razonable.

Por eso, a nuestro juicio, se equivocan todos aquellos que, en estas horas de embriaguez colectiva, se están convenciendo de que la sentencia absolutoria de los acusados borra para siempre las enormes responsabilidades del Estado italiano en la escalada de sangre que duró más de setenta años. Y bastaría una pizca de sentido común para entenderlo.

40 AÑOS DE ESTADO-MAFIA Y DE MAFIA-ESTADO

Las convergencias paralelas en el país de la política y el asesinato

Por Saverio Lodato-13 de octubre de 2014

El riesgo de repetirse, de rascar el fondo del barril, de caer en consignas, de esperar, de alzar la voz, de ser oído por los sordos, o, por el contrario, de caer en el escepticismo, de dejarse vencer por el desánimo, de dejar las batallas imposibles que no se pueden ganar a pesar de los santos, existe. Y es innegable. En el Evangelio está escrito que "no se vive sólo de pan".

¿Por qué, entonces, se debería poder "vivir sólo de la lucha contra la mafia"? ¿Por qué sólo una élite elegida por la población, que según las fases por las que ha pasado se dilata y se encoge como un acordeón, debería tener una opción de vida, caracterizada por una fuerte ética, imbuida de valores nobles, lógicamente inatacables, pero que tiene el pequeño defecto de no ser adoptado por la gran mayoría de la población? En resumen: ¿quién nos obliga a hacerlo?

No son meras preguntas. Estas son preguntas, en todo caso, con las que la "antimafia" –no hay otra palabra que se pueda utilizar– debe tratar. Porque si se quiere avanzar, hay que saber en qué dirección ir.

Los años que pasan –mejor dicho: las décadas que pasan– nos hacen sentir un viento helado imposible de ignorar. Las polémicas internas están desgarrando a los representantes de las fuerzas de avanzada antimafia. El hecho no se le escapó a Don Luigi Ciotti, quien de hecho advirtió: "La antimafia no se beneficia con las controversias". Muy justo.

Nino Di Matteo arriesga su vida. Sin embargo…

Y, sin embargo, hay magistrados contra magistrados. Ex magistrados, que se han vuelto políticos, contra magistrados en servicio. Periodistas contra magistrados y viceversa. Exponentes políticos de todas las parroquias que disparan desde cero –siempre fue así, pero ahora hay un clima de ajuste final de cuentas– contra el principio de control de legalidad. El hecho de que el gobierno, en la Cámara, haya sido derrotado en votación secreta con la aprobación de una enmienda propuesta por la Liga del Norte que introduce reglas vengativas sobre la responsabilidad civil de los jueces, nos hace entender que el ambiente está caldeado.

Los grandes historiadores y los grandes juristas, tal vez –y lo decimos como un atenuante parcial– doblegados por la vitalidad de una materia nunca domesticada, nunca catalogada para siempre, hasta el punto de parecer destinada a la eternidad, ahora se refugina, dejando a un lado las herramientas de la profesión, en la parafernalia de la banalidad: no es verdad que la mafia haya ganado, pero como no se puede decir que la mafia ha perdido, he aquí la cuestión interpretativa: la mafia ha ganado sí y no, la mafia está y no está, la mafia antes disparaba, pero hoy ya no dispara, visible entonces, invisible hoy.

Al darse cuenta, como los cerebritos de cola larga que son, de que asumir la existencia de una tratativa entre el Estado y la mafia en 1992 y 1993 terminaría por destruir los castillos que estaban construyendo, empezaron a aparecer las "sentencia con mal olor" tronando que nunca hubo una tratativa y, si la hubo, fue por un buen fin y que cualquiera puede ser juzgado por el delito de tratativa que nuestro código penal no contempla. Ante tal argumentación, uno diría, en broma, que el único veredicto conocido, por ahora, es este: la mafia ha derrotado tanto a historiadores como a juristas 3 a 0. Los cuales, de hecho, terminaron perdiendo las razones de su trabajo. Prueba de ello es que, para ambos, no queda más que alimentar la saga del "negacionismo" (¡no hubo tratativa!) que hoy conduciría al rechazo seguro de cualquier licenciado en historia contemporánea que la adoptara. Que los juristas como Fiandaca y los historiadores como Lupo lo superan, pero así son las cosas.

Para posteridad la ardua sentencia de Casacion 2

Muchos políticos –y no solo ellos– montan tesis similares con la esperanza de aferrarse a un bote salvavidas que los proteja de un poder judicial que eleva cada vez más el perfil de sus investigaciones. No quieren que sus defectos salgan a la luz. Les gustaría seguir robando. Pretenden la calidad de vida de un sátrapa, a pesar de vivir de un país agonizante. Expatriados, fugitivos, se unen al "club de los perseguidos políticos", tan pronto como algo les sale mal.

Cierto. Todo sería más sencillo si se reintrodujera el escudo de la inmunidad parlamentaria.

El dúo Calderoli (de la Liga) y Finocchiaro (Partido Democrático, con escolta paseando por Ikea) se prepara para hacerlo, proponiendo su reintroducción al Senado, sólo para "ver el efecto que tiene" en la Italia de hoy. Y ahora, presionada por el propio PD, Finocchiaro balbucea que no quiere quedarse con la cerilla en la mano.

Pero cuando uno se encuentra con esta lista diaria de dolores, muchos protestan, queriendo callar a las molestas moscas de la antimafia: "Esto es noticia, no es historia". Queriendo subrayar, en quienes se ocupan de las noticias, casi una vocación a esa "ciencia de los desposeídos" a la que se refería hace décadas el filósofo Lucio Colletti a propósito de una "metodología" que pretendía leer el mundo prescindiendo de sus contenidos.

Nosotros, en cambio, encontramos muy acertadas las palabras de Giorgio Bocca –y aún hoy perfectamente válidas– que no fue historiador ni se jactaba de serlo; un cronista y punto, Con eso basta. "Un libro, Diez años de mafia -escribió en una reseña en L'Espresso, hace más de veinte años– que nos hace comprender por qué aún habrá cien, mil años más de mafia".

Quizá Giorgio Bocca debería ser considerado un historiador polifacético en este país de globos aerostáticos que se han convertido en ciertos "historiadores" con carné. Pero no perdamos el hilo de nuestro razonamiento.

Quien nos da una mano es Giacomo Leopardi, con sus Pensamientos: "Digo que el mundo es una liga de bribones contra los buenos, y de cobardes contra los generosos. Cuando dos o más bribones se encuentran por primera vez, fácilmente y como por señas se conocen por lo que son; e inmediatamente están de acuerdo; pero si no les pasa eso, ciertamente tienen una inclinación el uno por el otro, y tienen un gran respeto el uno por el otro". Y luego: "Si un sinvergüenza tiene contratos y negocios con otros sinvergüenzas, muy a menudo sucede que se comporta con lealtad y no lo engaña; si es con gente honrada, es imposible que no les falte la fe, y donde les convenga, no tratan de arruinarlas...". Así va el mundo, nos dice Leopardi: una liga de sinvergüenzas contra hombres de bien. Incisivo, no se puede negar.

E Italia, por su parte, ¿cómo anda?

Casi siglo y medio después de Leopardi, Goffredo Parise, autor, entre otras cosas, de un maravilloso reportaje sobre Japón (titulado La elegancia es frígida, de Editorial Adelphi) escribe sobre Marco –el nombre literario del viajero que no era otro que él mismo – y refiriéndose a Italia desde donde había partido para ir a Tokio: "Marco... pensó en las costumbres del país de la política y del asesinato, tan lejano, pero aún tan presente en su alma".

Italia: el país de la política y el asesinato. Parise tampoco estaba bromeando.

Estamos en el meollo del asunto.

Es en Italia donde la liga de bribones contra hombres buenos (Leopardi) ha desatado lo mejor de sí misma en el país de la política y del asesinato (Parise). Es por eso que, durante más de un siglo y medio, con el permiso de Giovanni Falcone, quien en un momento estuvo convencido de que eso podía terminar, Cosa Nostra todavía dicta las leyes.

Pero ¿todavía tiene sentido hablar de Cosa Nostra?

¿No es un contenedor lingüístico hecho añicos en la Italia de la Expo y del Mose?

De los escándalos que diezman todas las regiones italianas ¿ninguna queda excluido?

¿En la Italia de Scajola y Dell'Utri, de Berlusconi y Matacena, de esos dirigentes del PD y del Pdl que cuentan sobornos, en la Sicilia de Cuffaro, Lombardo y Genovese, o en la Lombardía de Formigoni, sin querer alargarnos demasiado?

En esta Italia –digo– ¿no les parece que todos los sujetos que he nombrado (y otros más) "fácilmente y como por señas se conocen entre sí por lo que son"? Basta hojear los diarios y leer las intercepciones telefónicas para comprender que el "club de los poderosos" incluye ahora a todos en sus filas: al político y al ejecutivo estatal, al banquero y altos funcionarios de los aparatos represores (¿Desviados? ¿No desviados? Pero ¿qué marca la diferencia en este punto?), arregladores y camorristas, altos prelados y profesores universitarios, mafiosos, camorristas y 'ndranghetistas, ministros y ex ministros, generales de cuerpo de ejército, subsecretarios y ex subsecretarios, hombres de la P3, P4 o P5, etc., etc., etc. Todos ellos, para citar nuevamente a Leopardi, se reconocen por lo que son.

Érase una vez, en nuestro medio, un dicho: "Si todo es mafia, nada es mafia". Y a la política italiana le encantaría parafrasear: "Si todos somos corruptos, nadie es corrupto".

Matteo Renzi dijo al respecto: "Si fuera por mí, acusaría a los políticos que roban de alta traición y los enviaría a todos a casa". Mejor que nada. Si por nosotros fuera, a los que tienen rentas vitalicias autoasignadas de cien mil euros al mes los mandaríamos a todos a la cárcel. Matices, que, sin embargo, marcan la diferencia.

Italia es así

Y esta es la razón por la cual -como ya tuve la oportunidad de escribir y repetir con motivo del recuerdo de Giovanni Falcone en la Facultad de Derecho de Palermo (22 de mayo de este año)- el cuento de hadas de la mafia opuesta al Estado (y viceversa), que durante un siglo y medio ha sido servido a los italianos como una dulce melaza, debería ser reemplazado por una narrativa muy diferente: el Estado-mafia y la mafia-Estado siempre han existido en Italia. Y nunca, como en este momento, las dos entidades se han vuelto simbióticas.

De las masacres negras a las rojas, de la eliminación de grandes personalidades "incompatibles" con la "liga de sinvergüenzas" a las masacres de la mafia, cualquiera que sea la pista que uno tome de la historia nacional italiana en los últimos setenta años, el cuadro final sigue siendo el mismo: miles de víctimas. y de verdades negadas, instituciones coludidas y comprometidas, y enormes heridas infligidas al tejido democrático. Limitémonos a los hechos actuales.

Mencionaré solo algunos ejemplos para dar una idea: las "expresiones" de Totò Riina. El cual amenazó de muerte a Nino Di Matteo. Y arremetió contra el juicio sobre la tratativa. Y dijo que estaba en contra de que declarara, en aquel juicio, el jefe de Estado, Giorgio Napolitano. Ahora, de repente, se queda en silencio. O lo silenciaron.

El CSM (Consejo Superior de la Magistratura), por su parte, primero puso a Di Matteo bajo acción disciplinaria y luego, por buena voluntad, cerró el caso.

Napolitano –ya es muy conocido– exigió y consiguió que se destruyeran sus llamadas telefónicas con el investigado Nicola Mancino.

Las caravanas de camellos de la información, de los gurús de la política, de las instituciones, practicaron el tiro al blanco contra los pobres cirineos de la Fiscalía de Palermo, que parecen recordarnos a Alfieri: "Yo quería, siempre quise, y tenía muchas ganas de"… investigar, por supuesto, se entiende.

En resumen, todos en esta Italia hacen el trabajo para el que son aptos.

Para posteridad la ardua sentencia de Casacion 3

En cambio, no se investiga la tratativa, advertida por los Napolitano, los Scalfari, los Ferrara, los Macaluso, los Violante, los Arlacchi, los Sgarbi, los Cicchitto, los Gasparri, los Fiandaca, los Lupo, etc., y así sucesivamente. Y para que se cierre el círculo, con el exclusivo y preciado testimonio del difunto, Padovani garantiza que, si Falcone viviera, pensaría lo mismo sobre este proceso de la tratativa: una "locura sin sentido".

Ahora que los vivos y los muertos han dicho lo suyo (aunque a estos últimos se la hayan hecho decir) surge espontáneamente una pregunta: ¿no es un poco simplista trazar una línea de demarcación afirmando taxativamente: aquí termina el Estado y aquí comienza la mafia?

¿Cómo se separan los intereses políticos de los intereses mafiosos? ¿Los intereses de las instituciones de los intereses de la mafia? ¿No estamos en presencia de un grumo inextricable?

En este sentido, el caso de Marcello Dell'Utri es tan ejemplar que nos puede ayudar. Veamos.

¿En qué se diferencia Dell'Utri, que fundó Forza Italia con Berlusconi, del senador Dell'Utri? ¿Dónde acaba el senador y empieza el bibliófilo? ¿Cuándo se convirtió el bibliófilo en saqueador de la biblioteca napolitana de los Girolamini? ¿Y por qué el bibliófilo se vuelve falsificador publicando los falsos diarios reales de Mussolini? En resumen: ¿cuándo termina el hombre de cultura refinada que tanto gustaba (¿gustaba?) en los salones milaneses y comienza el adulador servil de Vittorio Mangano, el mozo de cuadra palermitano de Arcore, que fue para él un "verdadero héroe"? ¿O el Dell'Utri que enloqueció a Paolo Borsellino al querer traer caballos al hotel?

¿De qué material está hecho el jefe del tercer milenio?

Ahora que Marcello Dell'Utri está en prisión, exige a la administración penitenciaria más libros para leer, amenazando con una huelga de hambre en caso de negativa. Que los supuestos líderes de Cosa Nostra, los Totò Riina y los Bernardo Provenzano vayan a la escuela con él, un verdadero jefe no rechaza las raciones de la prisión, no espera una ensalada o una llamada telefónica extra: ¡pide más libros! ¡Ya no es tiempo de patanes en la cima de Cosa Nostra! ¿Está claro?

Llegados a este punto nos preguntamos: ¿no se simplificaría todo utilizando la clave interpretativa a la que nos referíamos antes: las eternas convergencias entre Estado-mafia y mafia-Estado?

Y, de hecho.

Por qué todos los sujetos que enumeramos anteriormente se han arrogado el derecho de considerar un juicio ordinario regularmente instruido en el respeto regular a las partes –el juicio sobre la Tratativa Estado-mafia– como nuevas Columnas de Hércules sobre las que grabar su enfado: ¿"Non plus ultra”? ¿Bajo qué título lo hicieron?

¿Y no eran muchos de esos sujetos los mismos que, hace unos quince años, se mostraron indignados por el juicio de Giulio Andreotti? ¿No se suponía que la política debía abstenerse ante un juicio en el que un siete veces primer ministro fue juzgado por hechos mafiosos?

Giulio Andreotti fue una ambigua figura política de la República Italiana (palabras de la Casación) que habitualmente se reunía, en Palermo, con la élite de Cosa Nostra (palabras de la Casación). Fue el principal artífice de convertir a la política en un instrumento de poder cínico e indiferente.

Eugenio Scalfari, Emanuele Macaluso y Giorgio Napolitano, ¿cuándo encontrarán el coraje de decir en voz alta esta verdad elemental? ¿Qué esperan para cerrar esa vergonzosa página que pesa una tonelada en la historia actual? Terminen con la cháchara garantista. Giuliano Ferrara, por su propia (y orgullosa) admisión, un agente de la CIA en Italia en esos años, puede seguir defendiendo con simpatía a Andreotti. ¿Pero los otros? ¿Qué razón tienen?

Para posteridad la ardua sentencia de Casacion 4

Y más en general: ¿quién debe hacer los procesos en Italia? ¿Quién es el responsable de hacerlos?

Qué diríamos si un político, un periodista o un presentador de televisión irrumpiera en el quirófano ordenando al cirujano: corta aquí, corta allá, o mejor no cortes nada, y como si no fuera suficiente, empezaran a dar bofetadas a los ayudantes que flanquean al cirujano.

El llamado "garantismo" no tiene nada que ver con eso.

El "garantismo", el mismo que hace más de diez años impuso en la Constitución la engañosa definición bipartidista de "juicio justo", nació como "garantismo" de cinco estrellas.

¿Alguna vez se ha oído, a los sujetos antes mencionados, decir una palabra en apoyo de un pobre diablo atrapado en las redes de la justicia italiana? Digámoslo mejor: ¿hay un solo "ladrón de gallinas" que haya tenido el honor de las primeras planas por haber sido víctima de un "juicio injusto"? Las chispas que en oleadas recurrentes encienden el debate sobre la necesidad de una "reforma de la justicia" ¿no surgieron siempre de iniciativas de investigación dirigidas a "nobles", en diversas capacidades, de la República Italiana? Los primeros vagidos de este "garantismo", que hoy se ha convertido en un joven robusto, se remontan a los comienzos de Tangentopoli. ¿Una casualidad? Y no es una broma.

¿Y los picapleitos de Manzoni, de a tanto el kilo, realmente han desaparecido del bello país? Diríamos que no. Hoy se han vuelto más descarados. Comparar ideas no tiene nada que ver con eso. De hecho, ya no se pretende disputar sólo el trabajo del cirujano, sino la figura del cirujano como tal. Los picapleitos del tercer milenio son la expresión de un "garantismo" que, gracias a la televisión y a un sinfín de periódicos complacientes, se ha "militarizado" definitivamente. Les hemos tomado el gusto.

Basta oírlos hablar, cuando se hacen pasar por Padres de la Patria, para comprender que consideran la justicia un "lujo" que Italia, tal como es, no puede permitirse. Porque, esto es lo esencial, en el país de la política (y del asesinato, agregaba Parise) no puede haber escrúpulos de ningún tipo que perturben al manipulador.

Pero qué justicia, qué legalidad, qué ética y qué cuestión moral: ¡La política no tiene tiempo para peinar muñecos! Los muertos no vuelven. ¡Que lo acepten los miles de familiares de las víctimas!

Pero lo que es aún más sorprendente es que todas las personas mencionadas anteriormente, seamos claros, parecen no saberlo.

Realmente creen que están expresando "opiniones" libres, "juicios" sinceros, "conceptos" criteriosos. Creen que tienen razón. Llevan máscaras, trajes de teatro, llevan un tiempo recitando el mismo guión y –como actores experimentados –han acabado identificándose en la parte del "garantista perfecto".

Cierto. Conocen muy bien la historia de Italia. Muchos de ellos –en distintos ámbitos– han atravesado épocas oscuras y tenebrosas en la historia de nuestro país. Pero tal vez, habiéndose familiarizado demasiado con esas épocas, ya no se dan cuenta de que, en la lucha contra la mafia, no hay "terceras vías" cómodas.

Otra muy distinta –cuarenta años atrás– era la forma de entender la lucha contra el terrorismo. Hubo años, vale la pena remontarse, en los que la palabra clave, esgrimida como consigna, no era "garantía", sino "firmeza".

Y qué pérfida puede ser la historia con aquellos que pretenden pasar por todas sus fases, adaptándose, con rodeos, a todos sus recovecos.

Con el terrorismo no se "trata", proclamaban los líderes políticos de la época. Leonardo Sciascia, que se tomó la libertad de decir y escribir: "No estoy con las Brigadas Rojas, pero tampoco estoy de parte de este Estado", fue ridiculizado. Sin embargo, quienes querían "tratar" tenían un argumento que no era indiferente al suyo: salvar la vida de Aldo Moro. Craxi, por ejemplo. En cambio, se hizo una elección diferente. Y ya sabemos cómo terminó todo.

Pero, ciertamente, hoy dan ganas de sonreír al escuchar a algunos olvidadizos cuando, con referencia a la tratativa de hoy, la de la mafia, beatifican sus finalidades sosteniendo que fue llevada adelante "por un fin". ¿Acaso querían hacerla "para un mal fin"? ¿Y por qué no trataron con el terrorismo "por un buen fin", para salvar la vida de Aldo Moro?

Para posteridad la ardua sentencia de Casacion 5

La historia es otra. El terrorismo rojo y el terrorismo negro fueron herramientas momentáneas del poder para regularizar y reprimir fuertes conflictos sociales mientras en Italia llegaba a su fin la gran temporada de masacres que había empezado con la matanza de Portella della Ginestra. Estas herramientas del oficio se usaron siempre que fueron útiles. Luego, cuando ya no eran necesarias, se decidió ponerlas en el museo de los instrumentos contundentes.

Ahora, cuarenta años después, se alzan débiles voces –ignoradas por los medios de comunicación y por los "expertos" en terrorismo– de funcionarios del Estado de avanzada edad, que revelan que el comando terrorista en vía Fani había sido expertamente infiltrado por agentes del servicio secreto. Esto ¿no nos dice nada?

¿Por qué los líderes de las Brigadas Rojas detenidos repitieron la letanía de haberlo hecho todo ellos mismos? Porque sabían muy bien que eso era lo que querían oír de ellos: que los aparatos desviados del Estado no tenían nada que ver. Y derecha e izquierda se dieron la mano en el gran teatro que proponía hasta el infinito, en cartel, y bajo la consumada dirección de Francesco Cossiga, el espectáculo de clausura de los años de plomo. Un pequeño teatro, se podría decir, para todas las temporadas.

En conclusión: el terrorismo siguió siendo un cuerpo extraño para la sociedad italiana. La mafia no, la mafia nunca ha sido un cuerpo extraño. Ni a la sociedad ni al Estado. Desde hace cincuenta años se suceden las comisiones parlamentarias antimafia. Con la mafia que, por otro lado, se ha convertido en la otra gran "profesión más antigua del mundo".

He aquí, entonces, por qué "se puede tratar". Y se debe. Y es "algo noble".

Cabe preguntarse si es un concepto muy diferente de aquel "hay que convivir con la mafia", planteado con franqueza por el ministro de Forza Italia, Pietro Lunardi, y que en su momento (2001) levantó una tormenta e hizo indignar al honorable Luciano Violante. Después de todo, para tratar, es necesario convivir. ¿O no es así?

Ahora debemos preguntarnos: ¿qué efectos produce esta forma de ver las cosas?

De ahí surge, casi en cascada, que la opinión pública italiana está atónita ante el ensordecedor coro de señales discordantes sobre el tema.

La retórica antimafia de una vez por año, en la que se celebran las avalanchas de víctimas se ha vuelto nauseabunda, y esto también es comprensible.

No fue una buena señal descubrir que los juicios por la masacre de Via D'Amelio tuvieron que ser rehechos porque representantes de las instituciones obligaron, a puñetazos y patadas, a Vincenzo Scarantino, un matón suburbano, a declarar falsedades.

¿Quién iba a ser protegido por la investigación? ¿Quiénes fueron los autores intelectuales externos de via D'Amelio que debieron permanecer en las sombras? ¿Por qué el Estado-mafia y la Mafia-estado necesitaban desesperadamente chivos expiatorios sacados de la mano de obra criminal? La fiscalía de Caltanissetta deberá escalar una montaña, si quiere, como quiere, llegar al fondo de lo que sucedió en via D'Amelio y por qué.

¿Caerá también en el silencio la clamorosa denuncia de Lucía Borsellino? Escuchémosla: "Hace veinte años mi hermano y yo fuimos a entregar el único diario que quedaba en casa, el gris de Enel, el único documento en el que consta que mi padre conoció al honorable Mancino y a alguien más" (Mancino sigue negando el hecho, ndr). (…) "Esa agenda la fui a entregar personalmente, un dependiente me la estaba quitando de las manos para que fuera registrada –añadió Lucia Borsellino– Pedí que se hicieran las fotocopias delante de mí, página por página, y me las llevé a casa. Recuerdo rostros casi molestos. Cuando Arnaldo La Barbera vino a mi casa a entregar el maletín de mi padre, descubrí, después de veinte años, que esta entrega no había sido registrada". Digámoslo claro de una vez por todas: qué incómodos son para el poder italiano todos estos Borsellino: de Salvatore a Lucia, de Agnese a Manfredi, a Rita, porque nunca han inclinado la cabeza en el país del asesinato. ¿No podrían hacer otra cosa?

La lista de cosas que están mal es larga.

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No son útiles a la "antimafia" las fastuosas prebendas estatales que alimentan el rebaño de fundaciones y centros de estudios sobre el tema en los que, de vez en cuando, surge la sospecha de que anida –en este caso sí– algún "profesional de la antimafia".

Luego, está la dolorosa plaga de las candidaturas, en época electoral, de los familiares de las víctimas, tironeadas de un lado o del otro, para dar un prestigio ético, aparente y momentáneo, a los partidos y formaciones políticas a los que la cuestión moral les importa un carajo.

Sin querer recordar el "carrusel" de candidaturas de los magistrados que son buenos para esta clase política los días pares y les va mal los días impares.

Al respecto: desde hace treinta años, los magistrados son elegidos indistintamente de tal o cual lista. Esta maravillosa hipocresía está ahí para que todos la vean. Pero sucede que hoy hay ex magistrados, supuestamente partidarios de la lucha contra la mafia, que están golpeando a Di Matteo y a sus colegas, Francesco Del Bene, Roberto Tartaglia, Vittorio Teresi y toda la fiscalía de Palermo, dirigida por Francesco Messineo, que tienen una carrera en la política (Cámara, Senado, Europa) que ahora es mucho más larga que los años pasados en la magistratura.

No pertenecemos a las filas de los que pretenden que a un magistrado se le debe prohibir de por vida el derecho a entrar en política. Dios no lo quiera. Pero si el llamado "protagonismo judicial" no es una actitud encomiable en quienes tienen a su cargo la acusación, ¿por qué habría de serlo en los "políticos" de hoy que presumen de "reservistas" de las campañas antimafia de ayer?

Cuando estalla la polémica, ¿no harían mejor en callarse, ya sea por discreción, por pudor o por respeto a los antiguos compañeros que ahora se juegan la vida?

El ambiente vuelve a ser plomizo incluso en el Palacio de Justicia de Palermo. Y eso siempre es una mala señal.

Esos magistrados que hoy discuten, "en términos de derecho", las tesis negacionistas sobre la tratativa y sobre la mafia del profesor Giovanni Fiandaca, nos recuerdan, muy de cerca, a sus precursores de hace treinta años que, con similar terquedad, discutían, incluso ellos "en materia de derecho", de la antigüedad en la carrera de Paolo Borsellino o de las tesis que llevaron al juez Antonino Meli a desmembrar las investigaciones de Falcone sobre Cosa Nostra antes de esparcirlas por todos los rincones de Sicilia. Discusiones estúpidas. Malos tiempos que no queremos repetir.

¿Qué conclusiones se pueden sacar?

De te fabula narratur, Italia, país de política y asesinato…

¿Y nosotros? ¿Qué podemos hacer?

Se podría concluir que una antimafia que no se renueva, que se alimenta de un pensamiento siempre igual, que no puede liberarse del lastre retórico, se fosiliza e –inevitablemente– pierde sustento. La antimafia no puede fingir no ver, encerrándose en la torre solitaria de su supremacía ética. Al principio recordamos las palabras de Don Ciotti: "La antimafia no se beneficia con las controversias".

Habiendo llegado al final, queremos reiterar: una élite, por muy elegida, por muy motivada que esté, no puede hacerlo sola. Contentarse con mantener el punto para proteger la investigación única, el juicio único, los magistrados únicos, es una cosa justa y noble. Pero ya no alcanza.

Así como el "barco" que pone rumbo a Palermo el 23 de mayo de cada año con el mismo timonel, Piero Grasso, ya no alcanza, aunque hoy ocupe el segundo cargo del Estado.

O "la antimafia" logra el milagro de repensarse, logrando llegar a las nuevas generaciones, diciendo plenamente las cosas como son, o asistiremos inexorablemente a la reducción de sus espacios para quienes creen, a pesar de todo, que, en el país de la liga de bribones contra caballeros, y del asesinato, aún existe la posibilidad de seguir esperando.

Para posteridad la ardua sentencia de Casacion 7

El Papa Francisco al excomulgar a los mafiosos, ni más ni menos que el Papa Wojtyla en el Valle de los Templos de Agrigento veinte años antes, dice las cosas como son y nos empuja a la esperanza. Y por primera vez, ante doscientos mil fieles en la Piana di Sibari, en Calabria, execró la 'Ndrangheta; esa 'Ndrangheta que la Iglesia Apostólica Romana nunca había mencionado.

"Esperábamos estas palabras desde hace un siglo", dijo Nicola Gratteri, fiscal adjunto de la República de Reggio Calabria.

Las palabras de un Papa sensible bastaron para que la Iglesia, de un golpe, recuperara un siglo de retraso y silencio. Difícilmente las teorías extravagantes de un puñado de "intelectuales estancados" y unos cerebros con cola larga, nos llevarán de vuelta al "siglo del silencio".

Aunque solo sea para no ceder ante ustedes, señores, haremos todo lo posible para vencer las náuseas que nos asaltan.

P.S. Recordamos a los lectores que desde entonces ya no están algunos de los protagonistas del artículo (Emanuele Macaluso, Eugenio Scalfari; Amedeo Matacena, Totò Riina y Bernardo Provenzano); al mismo tiempo otros fueron absueltos (Raffaele Lombardo y Marcello Dell'Utri por el caso Gerolimini), y otros cumplieron su sentencia (Marcello Dell'Utri y Totò Cuffaro).

Foto de portada: Paolo Bassani

Foto 2: Nino Di Matteo / Paolo Bassani

Foto 3: Salvatore 'Toto' Riina / Shobha

Foto 4: Bernardo Provenzano

Foto 6: Marcello Dell'Utri / Imagoeconomica

Foto 7: Salvatore 'Toto' Cuffaro / Deb Photo