En 1983 Pippo Fava, uno de los mártires asesinados por la mafia precisamente por su extraordinaria visión del sistema criminal que denunciaba sin peros, se dirigió a los sicilianos para explicarles su total imbecilidad. Lo hizo precisamente como un "siciliano" al hablar de la instalación de las rampas para misiles atómicos en Comiso.

Hechos que tuvieron lugar "bajo la mirada inerte de los indignos".

Y también señaló la peligrosa similitud que existe entre el estallido de una guerra nuclear y un asesinato mafioso.

Hoy el peligro de una guerra de dimensiones planetarias es más inminente que nunca, e igual de inminente en esta tierra de Sicilia es el regreso de las elecciones tanto en el Municipio de Palermo como en la Región.

Y es aquí donde se juega una nueva partida. Desafortunadamente, en la actualidad, parece que nuestra estupidez, la de los sicilianos (de buena fe o no) está de regreso. No sólo porque hay un peligroso retorno al silencio (con empresarios que ya no denuncian el 'pizzo' o dinero para la protección mafiosa), sino también porque se acepta sin ningún tipo de objeción el retorno de ciertos sujetos ya condenados, mafiosos y filo mafiosos, en el escenario de la política regional.

Los sicilianos olvidan las sentencias firmes contra Marcello Dell'Utri (condenado a 7 años por concurso externo en asociación mafiosa) y Totò Cuffaro (condenado a 7 años por complicidad con la mafia). Haber cumplido una condena no hace menos indigna su presencia en el escenario político.

Digan lo que digan sobre las disputas internas en Forza Italia (el partido fundado por un hombre de la mafia y otro que le pagaba a la organización criminal) Dell'Utri y el presidente de la Asamblea Regional de Sicilia (ARS) Gianfranco Miccichè siguen vinculados. Y frecuentar o sentarse a la mesa con mafiosos para hacer tratos, políticos o no, es como ser la misma cosa.

Es igualmente grave, que, treinta años después de las masacres, se acepte sin más la demolición del sistema normativo antimafia, no se investigue definitivamente por la verdad y la justicia a los atentados de Capaci y vía D'Amelio, y todavía se diga que la mafia cometió esos crímenes sola.

La esperanza es que algunos de nosotros, los sicilianos, y yo también soy muy siciliano, despertemos y comencemos a dar apoyo y solidaridad, con presencia laica, civil, artística y política, a aquellos magistrados que aún hoy arriesgan sus vidas como Falcone y Borsellino.

Hasta entonces ¡Viva! Viva la imbecilidad siciliana.

Quiero hacer un discurso correcto y sereno sobre los sicilianos, aclarando por supuesto que soy un perfecto siciliano. Es decir, un discurso sobre la estupidez de los sicilianos. A menudo afirmamos ser extraordinariamente inteligentes, o al menos tener más imaginación y placer en la vida que cualquier otro pueblo sobre la faz de la Tierra. ¡No es verdad! La historia está ahí para demostrarlo. Durante miles de años hemos sido simplemente una tierra de conquista, a la que otros llegaban, saqueaban, violaban, construían algunos monumentos, nos enseñaban algo y se iban. Nos apropiamos de una parte de esa civilización, a veces incluso nos convertimos en los guardianes del templo, esperando que a que llegara otra ola de saqueo. Fuimos casi siempre colonia por la incapacidad de ser verdaderamente un pueblo. Tomados los sicilianos uno por uno, también puede suceder que algunos sean capaces de expresar (en poesía, crimen, finanzas o arte) momentos de talento sin igual. Son los que nos joden, los que nos dan la impresión, muchas veces la certeza, de ser los mejores. En realidad, en conjunto, somos casi siempre un pueblo imbécil.

El último monumento civil que otros están erigiendo en la colonia de Sicilia, bajo la mirada inerte de los indígenas, son las rampas para misiles atómicos. Discutámoslo por un momento ya que se trata de nuestra vida y especialmente de la de nuestros hijos. La guerra nuclear es como un asesinato mafioso: no se declara, sino que se lleva a cabo, es decir, se desata sin previo aviso y en el momento más imprevisible. Sucede que uno de los dos bandos, en la desesperación de estar condenado a la derrota, o en la ilusión de poder aniquilar instantáneamente al enemigo y al final presumir de una población sobreviviente, decide la agresión atómica. Que, por supuesto debe ser total y contemporánea, en primer lugar, tratando de golpear y destruir la mayor cantidad de estructuras de guerra del adversario. Este también es un principio mafioso perfecto: nunca abofetear a tu rival ni dispararle en las piernas, sino apuntar directamente al centro de los ojos para no correr el riesgo de una reacción.

A su vez, la nación atacada solo tiene una oportunidad de sobrevivir: independientemente de sus ciudades destruidas y sus millones de muertos, reacciona lo más rápida y aterradoramente posible, tratando de golpear los objetivos esenciales del oponente de inmediato, en primer lugar, naturalmente, instalaciones de armas ofensivas nucleares. Esto también es parte de la lógica perfecta de la lucha: me disparas en el centro de los ojos, antes de morir tengo que tantear desesperadamente para dispararte al corazón. La hipótesis de la guerra nuclear es sólo ésta: una destrucción recíproca y fulgurante de las respectivas estructuras atómicas y de las grandes ciudades, tras lo cual los ejércitos tradicionales, en trajes de amianto y plomo, comenzarán a avanzar lentamente, eliminando misericordiosamente a los moribundos y tomando prisioneros a los sobrevivientes.

Todo el mundo sabe esto. Durante cuarenta años, miles de científicos, generales y políticos han estado trabajando para perfeccionar este proyecto de destrucción total y contemporánea por lo que es absolutamente seguro que en Rusia y América han alcanzado la perfección en este sentido: ahora están en condiciones de atacar en dos minutos los objetivos esenciales del enemigo y de ser aniquilados. Todo completamente informatizado: el ser humano ni siquiera tiene que pulsar el fatídico botón. Para los seres vivos, los cerebros electrónicos han calculado exactamente el momento de persignarse.

Dicho esto, para entender exactamente la situación siciliana, es decir, para evaluar la trascendencia de la planta de misiles nucleares en Sicilia, sería adecuado ponerse a imaginar (aunque no hace falta mucha fantasía) la crónica de lo ocurrido en un día indeterminado del pasado agosto, justo antes del mediodía en Moscú, en una de los misteriosos subterráneos del Kremlin (a prueba de ataques nucleares, por supuesto, ya que los líderes políticos y los principales estrategas, ya sean duros capitalistas o sombríos marxistas, siempre velan por su seguridad en forma perfecta y ciertamente con escapar al apocalipsis atómico, para luego ser ahorcados por los vencedores o, en el mejor de los casos, devorados por algún hambriento grupo de sobrevivientes).

Bueno, esa mañana de ese día de verano no especificado, se reunió una cumbre estratégica en el Kremlin a la que asistieron ministros de guerra, mariscales y científicos. Desde Italia había llegado la noticia de que se habían concedido los primeros contratos para la construcción de la base de misiles nucleares en Comiso. La noticia especificaba que la mayoría de los contratos habían sido otorgados a caballeros del trabajo, sicilianos y norteños, y este detalle causó gran impresión porque hasta el Kremlin había oído hablar de la extraordinaria habilidad y rapidez de los caballeros en la realización de las obras públicas. En una pared de la gran sala moscovita subterránea estaba el mapa de los dos hemisferios en el que se indicaba a Comiso como un punto rojo brillante en medio del azul del Mediterráneo.

La reunión fue larga y minuciosa. Los políticos y militares soviéticos examinaron todos los aspectos de la situación, con el fin de indicar exactamente qué objetivos en suelo ruso podrían alcanzar los misiles sicilianos y, viceversa, desde qué bases soviéticas se podría alcanzar y destruir la planta de Comiso en el menor tiempo posible. Aparentemente, diez misiles de ojivas atómicas son suficientes. Se trata de establecer trayectorias y rutas a la perfección, cosas que los muy sofisticados mecanismos electrónicos pueden descifrar en poco tiempo. Sin embargo, finalmente se decidió encomendar a un equipo científico-militar la tarea de afinar perfectamente en dos años (es decir, antes de que se complete la construcción de la base) una estructura ofensiva desde bases terrestres o desde el fondo del mar, por medio de submarinos atómicos, o quizás incluso desde los inminentes satélites nucleares del espacio, capaz de desencadenar un huracán nuclear sobre Comiso (la guerra ofensiva o reactiva no importa) en menos de noventa segundos. En los cálculos se prevé una aproximación del diez por ciento, lo que significa que, para tener la certeza de destruir la base de Comiso en un radio de diez kilómetros, se prevé una destrucción del entorno, en un radio de cien kilómetros. Es decir, de Messina a Capo Passero. Alrededor de trescientos, entre ciudades y pueblos, y tres millones de habitantes.

El equipo soviético inmediatamente se puso a trabajar. Los científicos y los militares designados combinan la disciplina ciega del buen marxista con la imaginación paciente del pueblo ruso. En este momento, por tanto, en un misterioso laboratorio en territorio ruso, hay un equipo de técnicos y estrategas que trabajan exclusivamente en este proyecto: un sistema de ataque nuclear que, en menos de cien segundos, puede matar infaliblemente a tres millones de sicilianos, entre los cuales tenemos el honor de estar quien escribe, los que leen, más nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, y hasta las casas donde nacimos, las calles por donde caminamos, nuestros libros pacientemente coleccionados, las fotografías de tres generaciones, el diploma con el que nos graduamos, la cuenta de ahorro y todas esas cosas infinitas, diminutas, preciosas, que componen nuestra vida. A partir de ese día de verano, la mitad de Sicilia, los que están vivos y los que nacerán, se verán obligados a vivir con esta hipótesis de muerte atómica sobre su cabeza, un apocalipsis que tal vez nunca se produzca y que sin embargo nada excluye que pueda suceder (incluso por error) de un momento a otro en menos de cien segundos. Se han apropiado de una parte de nosotros y también del amor a nuestros hijos. Porque un día sucederá que nuestros hijos o nietos que están por nacer nos mirarán a los ojos con una sonrisa despectiva y nos preguntarán: ¿dónde estaban cuando se decidió construir la base de misiles en Comiso y a raíz de ello nos condenaron a vivir una vida temporal? ¿Cómo pudieron adueñarse de nuestro destino humano aún antes de que fuéramos concebidos? Un ser humano aquejado de una atroz deformidad incurable, que se entera de que su padre, aunque sabía que nacería enfermo, deforme e infeliz, sin embargo, igual quiso darlo a luz, tiene el derecho a escupir la cara de su padre.

Y mientras esto tan terrible sucede, nuestra máxima reacción fue una lastimera protesta de la asamblea regional, los políticos sicilianos se encerraron en su temeroso silencio, los sindicatos nacionales siempre dispuestos a luchar furiosamente, esta vez permanecieron en estado de estupidez manifiesta, miles de buenos ragusanos manifestaron su preocupación por el justo precio de las expropiaciones para instalaciones militares, otros están organizando febrilmente algunas nuevas iniciativas comerciales, hoteles, villas turísticas, salones de baile y restaurantes típicos (en esos lugares se hace la mejor salchicha del mundo). Es inútil indignarse si el Estado italiano nos ha tratado como una colonia durante cien años. Debido a la incapacidad política y la arrogancia popular, con demasiada frecuencia merecemos serlo. En cambio, sería hora de que aprendamos a ser finalmente dueños de nuestro destino histórico, especialmente cuando coincide con una gran causa civil y humana.

(Los sicilianos, enero de 1983)

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*Foto de portada: Antimafia Duemila