Por Sebastiano Ardita-19 de julio de 2021

Han pasado 29 años desde que Paolo Borsellino miró a la muerte a la cara y eligió ir a su encuentro por amor a su tierra y a la democracia.

Durante años fue para nosotros, los magistrados, un escudo que nos protegía de los poderes criminales, no solo mafiosos sino también financieros, políticos e institucionales. Pero ya no es tiempo de auto celebraciones, en las que el valor de los héroes se transmite por sí mismo a toda una categoría.

Estamos en vísperas de una reforma judicial que corre el riesgo de presentarse como perjudicial para la parte procesal, y cuanto menos inútil para la parte jurídica. Las responsabilidades de las instituciones políticas se suman a las de los últimos 30 años. Pero la grave y profunda crisis de imagen y representación que preocupa al Poder Judicial no se puede abordar cerrando filas contra la política, ni contra los abogados, ni pidiendo un acto de fe hacia los magistrados para garantizar el statu quo.

En los últimos años hemos recibido un gran reconocimiento público hacia Paolo Borsellino y otros héroes de la magistratura. Debemos corresponder con la misma moneda de dedicación a la función, de respeto a los ciudadanos y a las otras instituciones. Nuestra fortaleza moral y nuestra credibilidad deben residir en la capacidad de atender a las necesidades de los más débiles, de contribuir a la paz social sin encerrarnos en la armadura de quienes creen que están actuando con razón, solo porque ejercen una función que otros han pagado con sus vidas. Necesitamos cuestionarnos y mirar las cosas con ojos de ciudadanos, a quienes a veces se les ha dado la idea de un poder que lucha internamente o contra otras instituciones.

La memoria de Paolo Borsellino, su sacrificio, hoy ya no pueden ser más cheques en blanco, créditos válidos para todos y para siempre. Debemos ganarnos el derecho a ser dignos de él.

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*Extraído de: facebook.com

*Foto de portada: © Francesco Pedone