Por Alejandro Díaz-17 de julio de 2021

Un silbido sostiene la imagen, y el cuerpo vibra desde fuera hacia dentro. Toda la piel se eriza por un instante, que ante la supresión del aliento, se hace eterno. Todo se vuelve confuso. Todo es explosión. Ese momento, dramáticamente esperado, finalmente se hace presente. Es en ese instante que muere un justo y nace un mártir.

Es 19 de julio de 1992, un coche bomba explota en vía D’Amelio. Una calle de un barrio residencial, al pie del monte Pellegrino, a pocas cuadras del puerto de Palermo, una calle surcada por edificios a ambos lados. Un lugar tranquilo. No hay laboratorios químicos, ni arsenales de armas, no hay edificios representativos de extremos políticos, no hay instituciones gubernamentales, no hay nada atípico. Una simple calle de doble mano donde vive el pueblo palermitano. El estruendo hizo vibrar las ventanas a varias cuadras de distancia. Desde algunos rincones se ven las columnas de humo. Uno podría decir que fue un accidente, una fuga de gas quizás. Es un domingo cualquiera; en uno de los edificios una señora ya anciana, Maria Pia Lepanto, se preparaba para recibir a su hijo: Paolo Borsellino.

Minutos antes de la explosión, en la calle, un movimiento de autos alteró momentáneamente el ritmo de la cuadra; un grupo de personas se movieron en bloque, aunque intentaron aparentar normalidad, su constante mirar a uno y otro lado dejó de lado cualquier discreción. Desde hace 57 días están en alerta máxima. Desde hace 57 días el hombre custodiado espera; espera por aquel momento.

No espera por morbosidad, ni tampoco por cansancio, espera porque conoce; conoce a su enemigo. Un enemigo que no amenaza, avisa. Un enemigo con un historial de sangre que se ha llevado a muchos de sus colegas y colaboradores. Un enemigo que hace 57 días asesinó a Giovanni Falcone, su amigo, su confidente, su compañero de cuadra, su socio en esta empresa heroica conocida como Pool Antimafia, que a pura valentía y rabia se paró de frente a un poder arcaico acostumbrado a la soberbia y al sometimiento, a la sujeción, a la intimidación; un enemigo acostumbrado a la omertá.

A las 16:58 de aquel domingo, la bomba explotó dando muerte a Paolo Borsellino y a cinco de sus escoltas: los agentes Agostino Catalano, Vincenzo Li Muli, Walter Eddie Cosina, Claudio Traina y Emanuela Loi, la primera mujer en formar parte de una escolta.

Todos y cada uno de ellos esperaban el momento. La valentía, la determinación, la vocación de servicio, la confianza en aquel hombre, en su visión, fueron determinantes para vencer cualquier duda. Solo salvó su vida Antonio Vullo, que al momento de la explosión se encontraba estacionando el coche posicionándolo para la salida; en sus declaraciones ante los tribunales recuerda: “luego de la explosión fui envuelto por una nube caliente, quede tirado dentro del vehículo, cuando logre salir vi que todo estaba destruido, vi a Cosina que era el conductor del otro automóvil, empecé a girar sin rumbo, intentando encontrar ayuda y ayudando a mis compañeros”.

La investigación judicial por el atentado atravesó múltiples etapas a lo largo de los años, y estuvo siempre atravesada por la agenda política de la época, así como también por los intereses corrosivos de aquellos sectores que estaban involucrados en las sospechas que el magistrado llevaba adelante, o en el mismo atentado.

En un primer momento, teniendo en cuenta la gravedad del atentado y el antecedente del asesinato de Giovanni Falcone de días antes, se conforma el equipo de investigación “Falcone-Borsellino”. Este grupo estuvo a cargo del agente de policía Arnaldo La Barbera, quien era el jefe de la Squadra Mobile de Palermo que cumple tareas de policía judicial. Las indagaciones llevaron a la detención de Salvatore Candura y Vincenzo Scarantino quienes se auto incriminaron por el robo del Fiat 126 que fue utilizado para el atentado, donde fueron utilizados casi 100 kg de trotril. Luego de algunos días Scarantino comenzó el proceso de colaboración con la justica. Desde un principio, sus “colaboraciones” fueron sospechadas por parte de la magistratura, estando entre ellos el entonces fiscal Antonio Ingroia, quien desconfiaba de sus declaraciones, e incluso llego a no tenerlas en consideración en otras investigaciones.

Pero la presión mediática, las multitudinarias protestas, la indignación que invadió al pueblo italiano ante la brutalidad y el atropello, obligaron a los funcionarios a buscar respuestas, y en algunos casos a crearlas. Las declaraciones de Scarantino ayudaron a consolidar la hipótesis de que el asesinato de Borsellino se había precipitado luego del atentado a Falcone, y que era una acción decidida en manera conjunta por toda la cúpula de Cosa Nostra. En base a esto, rápidamente se lograron condenas, que, aunque importantes, lejos de alimentar las investigaciones de Borsellino, terminaron enterrando el caso y cubriendo nuevamente con un manto de misterio e impunidad aquellas mentes refinadas que se escondían detrás de Cosa Nostra. Falcone lo sabía, Borsellino lo sabía y por eso fueron asesinados.

Hacia 1998 durante la segunda etapa de la investigación, serían condenados en primera instancia los mandantes del atentado, entre ellos el capo histórico Toto Riina; Scarantino “sorprende” a todo el mundo desdiciéndose de sus declaraciones. Negó haber formado parte del robo del vehículo y acusó a Antonio La Barbera (el policía que lideró la investigación, y que luego se comprobó formaba parte del Servicio de Inteligencia), de haber forzado sus declaraciones a base de intimidaciones y apremios. Estas situaciones quedarían evidenciadas años más tarde, con las declaraciones de Gaspare Spatuzza, quien en 2007, aclaró las situaciones. Las declaraciones de Spatuzza a diferencia de Scarantino, cuentan con la total confianza del tribunal palermitano.

Las afirmaciones de Spatuzza cambiaron el rumbo de las investigaciones, que hasta el momento se centraban en la pista de Santa Maria de Gesú, e involucraban al capo Pietro Algieri, investigado también por otros atentados. Spatuzza señala a los Graviano y al clan de Brancaccio como autores de la masacre. También incluyó la presencia de un hombre ajeno a Cosa Nostra durante el momento en que se “armaba” el coche bomba, en sintonía con aquella hipótesis que señalaba, que, en el atentado, había interesados que no pertenecían a Cosa Nostra.

Pero Cosa Nostra desfiló por el banquillo de los acusados; y no solo los ejecutores, también los instigadores de la matanza fueron procesados; luego de la condena de Riina vendría la de Provenzano, y tiempo después también la del súper prófugo (hasta hoy) Matteo Messina Denaro, quien fue condenado en ausencia.

Pero lo más notorio quizás de las investigaciones del atentado contra Paolo Borsellino, sea la fractura de aquella coraza de silencio y misterio que siempre rondó entorno a la visible Cosa Nostra. La identificación y condena de elementos de los servicios secretos italianos en la ejecución y posterior encubrimiento del atentado rompieron todo esquema, y pusieron de manifiesto que los intereses políticos de Cosa Nostra tenían raíz en centros poder capaces de manipular el Estado desde dentro.

Oportunamente, el fiscal Nino Di Matteo, lo explicaba de la siguiente manera: "Estaba claro que en el programa original de Cosa Nostra intervino un repentino factor de aceleración, se abrieron más líneas. Una de ellas condujo a la Tratativa Estado-mafia. Otra fue la de los contratos de la mafia, sin embargo nos concentramos en algunas de las expresiones del Dr. Borsellino, como las de la entrevista con periodistas franceses, en la que habló de investigaciones sobre Dell'Utri, (la mano derecha de Silvio Berlusconi en Forza Italia); y otra concedida al periodista D'Avanzo en la que dijo que iría a Caltanissetta para informar sobre una serie de circunstancias útiles para comprender quién y por qué había matado a Falcone, refiriéndose a los hechos; y luego la consideración sobre Provenzano y Riina de que "como dos boxeadores se enfrentaban dentro del mismo ring" en un momento en que muchos pensaban que Provenzano estaba muerto y que no había oposición posible".

Tanto Borsellino, como Falcone sabían de estas líneas de investigación, fueron ellos los que las abrieron. Fueron ellos quienes encontraron el hilo conductor entre la mafia, la masonería, los empresarios, los políticos y los servicios secretos desviados.

Quizás, estos eran los datos existentes en aquella “agenda roja”, en la que Borsellino volcó sus últimas reflexiones (continuará).

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*Foto de portada: castelbuono.org