Jueves 18 Abril 2024
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Por Margherita Furlan-5 de febrero de 2021

Una vez más, las palabras del recordado maestro del periodismo italiano e internacional, Giulietto Chiesa, se transforman en una profecía revelada. Sus enseñanzas y los análisis superfinos, propios de su extraordinario genio, viven a través de las editoriales que nos dejó para que todos puedan entender lo que está pasando ahora releyendo sus preciosos escritos. Por lo tanto, gracias a Giulietto Chiesa nadie podrá decir que "no fuimos advertidos". Lo que sigue es simplemente un resumen de sus advertencias sobre la figura de Draghi, que viene de lejos.

El 20 de enero pasado, el exsenador de Delaware y exvice de Barack Obama, Joe Biden, frente a 200 mil banderas, en Washington, sin público para vitorearlo, pero protegido por 25 mil hombres del ejército estadounidense, juró sobre la Constitución de los Estados Unidos de América. Es el 46º presidente de la potencia atlántica. Casi simultáneamente, en las mismas horas, en Roma, el exprimer ministro italiano, Giuseppe Conte, subía al Colle, sin mayoría en el Senado: Matteo Renzi había hecho saltar los votos de su partido, Italia Viva, que, según las encuestas más recientes, representa alrededor del 2% del electorado italiano. Después de días fluctuantes, el 2 de febrero, el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, le encargó a Mario Draghi la tarea de formar un nuevo gobierno, tras el final del Conte bis.

Mario Draghi, el director recién retirado del Banco Central Europeo, aceptó el encargo, después de haber calentado los motores con un poderoso titular en el Financial Times el 25 de marzo del 2020: 'We face a war against coronavirus and must mobilise accordingly' (nos enfrentamos a una guerra contra el coronavirus y debemos movilizarnos en consecuencia). ¿Qué pensar realmente de este Draghi que usa un lenguaje keynesiano (el Keynes de las famosas consideraciones sobre Las consecuencias económicas de la paz de 1919) después de haber sido el cuidadoso "guardián de las puertas" del credo hegemónico ultraliberal durante décadas? ¿Es un Draghi que vuelve a sus orígenes, joven ayudante del profesor Federico Caffè, uno de los padres del keynesianismo italiano, tras una brillante tesis sobre "Integración económica y variaciones del tipo de cambio" discutida con él como ponente en la Sapienza y premiada con magna cum laude? ¿O es el Draghi de su segunda (y mucho más larga) vida, la que pasó en el corazón de los baluartes financieros mundiales?

Por cierto, su currículum académico es notable (en 1981, con apenas 33 años, es nombrado profesor de Economía y Política Monetaria en Florencia), pero es el otro, el financiero, seguramente mucho más denso, y también "visible", el que marca su perfil. Y es un perfil que seguramente tiene muy poco que ver con los ideales keynesianos de la juventud. En efecto, empieza pronto a tener en sus manos la "materia burda" del capitalismo real, como gran comisario de Estado: de 1991 a 2001 fue Director General del Ministerio de Hacienda nombrado por Guido Carli (ministro del VII gobierno de Andreotti) y luego reconfirmado por todos los gobiernos sucesivos: Amato, Ciampi, Berlusconi, Dini, Prodi, D'Alema. En esta función, promueve y gestiona la larga serie de "privatizaciones salvajes" del sistema público italiano (IRI, Telecom, Comit, Credit, Eni, Enel, etc.) por un total de 182 mil millones de liras. Causó sensación la noticia del encuentro que tuvo lugar en 1992, al inicio mismo de ese proceso de privatización, a bordo del yate HMY Britannia de la Reina Isabel, con altos representantes del mundo financiero internacional, durante la cual -según se informó- Mario Draghi declaró que era perfectamente consciente del hecho de que tal intervención "debilitaría la capacidad del gobierno para perseguir algunos objetivos ajenos al mercado, como la reducción del desempleo y la promoción del desarrollo regional", pero que, sin embargo, lo consideraba "inevitable porque estaba motivado por 'el aumento de la integración europea'". Diez años (durante los cuales hizo que el Tesoro suscribiera una serie de productos derivados que resultaron muy costosos para nuestras finanzas públicas), antes de pasar, en enero del 2002, a la alta dirección del banco de inversión estadounidense Goldman Sachs con el cargo de Vicepresidente y Director General de Estrategias Europeas y, desde el 2004, como miembro del Comité Ejecutivo del grupo (el mismo que en ese período entregó a Grecia un paquete de los mismos productos derivados suscriptos por Italia, para permitir que la frágil economía helénica entre en Europa y que resultaría tóxico en la siguiente década). Luego, como suele ocurrir, debido al efecto de las llamadas "puertas giratorias" que regulan las trayectorias dentro de la oligarquía global, en el 2005 Draghi llega como director al Banco de Italia, donde permanecerá hasta el 2011, año en que pasa a dirigir el BCE.

Mario Draghi las sombras del banquero 2

Pero esto ya es noticia conocida. De él recordamos la feroz "carta", firmada como director entrante junto con el director saliente Jean-Claude Trichet, en la que intimaba al gobierno italiano a tomar medidas urgentes para "restaurar la confianza de los inversores": "una profunda revisión de la administración pública", "Privatizaciones a gran escala", incluida "la plena liberalización de los servicios públicos locales; […] La reducción del costo de los funcionarios públicos, si es necesario mediante la reducción de salarios; […] La reforma del sistema nacional de negociación colectiva; […] Criterios más estrictos para las pensiones de jubilación" y, por último, pero no menos importante, "reformas constitucionales que endurecen las reglas fiscales". Por otro lado, fue su idea del "pacto fiscal" ("una revisión fundamental de las reglas a las que las políticas fiscales nacionales deben estar sujetas para ser creíbles") la que se materializará en el 2012 con la firma de una versión más endurecida del Pacto de Estabilidad establecido con el Tratado de Maastricht (que Draghi consagrará en una entrevista con el Wall Street Journal con estas palabras: "No hay alternativa a la consolidación fiscal, el modelo social europeo ya pertenece al pasado"). Suyo es el fatídico 'cueste lo que cueste' con el que, según todos, en julio del 2012 salvó al euro atacado por la especulación internacional. Pero esto no basta para hacernos olvidar la masacre social de tres años después, en julio de 2015, en detrimento de Grecia y de su pueblo: el vae victis insinuado por el Eurogrupo y sancionado por la Comisión, a las que el BCE sumó su propio peso, recortando los flujos de liquidez de emergencia a los bancos griegos como castigo por atreverse a celebrar un referéndum contra los dictados europeos. Recordemos las filas de ancianos en Atenas, frente a los cajeros automáticos secos, no diferentes a los de hoy, caras cercanas al final de la vida, frente a las salas de los hospitales donde los medicamentos escasean, como las enfermeras. La orden de cortar el oxígeno a la Grecia rebelde provino de la oficina de Draghi en los pisos superiores de la Euro Tower.

Su editorial en el Financial Times, el de hace casi un año, es el discurso de un hombre consciente del impacto disruptivo de la emergencia, no solo en el plano económico, sino también en el social. Habla, como Keynes hace exactamente un siglo, de consecuencias comparables a las de "una guerra". Y del hecho de que "las guerras [...] se financiaban con cargo a la deuda pública". Así abre una primera brecha en el muro de la austeridad, es decir, declara abierta una "nueva era", por así decirlo, en la que "un cambio de mentalidad" parece inevitable: "Niveles mucho más altos de deuda pública se convertirán en una característica permanente de nuestras economías y tendrán que ir acompañadas de la cancelación de la deuda privada", escribe. Y, de hecho, va más allá, en el campo específico que le corresponde, el del papel de los bancos: "Los bancos deben prestar fondos rápidamente y sin costo a empresas preparadas para salvar puestos de trabajo. Al convertirse así en vehículos de política pública, el capital que necesitan para realizar esta tarea debe ser aportado por el Estado en forma de garantías públicas sobre los descubiertos o préstamos adicionales. Ni la regulación ni las normas sobre garantías deben obstaculizar la creación de todo el espacio necesario en los balances de los bancos para este fin. Además, el costo de estas garantías no debe basarse en el riesgo crediticio de la empresa que las recibe, sino que debe ser cero independientemente del costo de financiamiento del gobierno que las emite".

Estas son las palabras detrás de las cuales muchos comentaristas han imaginado que se estaba gestando una verdadera "revolución". Pero es legítimo preguntarse: ¿es un verdadero punto de inflexión? Más allá de los aspectos emocionales del mensaje y las referencias a las tragedias de los años veinte y treinta desencadenadas por la cita perdida con la historia de los líderes democráticos de la época, la que evoca la conciencia de la transición de una economía de paz a una economía de guerra. ¿Es la guerra realmente un "cambio de mentalidad"? ¿O, más bien, una "ruptura de paradigma", que entierra al dios fallido del pasado reciente: la furia del mercado privatista del último cuarto de siglo? ¿La acumulación privada como única palanca del desarrollo económico y regulador exclusivo del orden social? ¿La función de lo "público" como variable dependiente del interés privado? Analicemos bien las expresiones utilizadas por Draghi: hay un pasaje central en su razonamiento, casi una especie de "bisagra". Inmediatamente después de hablar del imperativo de "intervenir con la fuerza y ​​celeridad necesarias para evitar que la recesión se convierta en una depresión duradera" e inmediatamente antes de advertir que tendremos que acostumbrarnos a ver "altos niveles de deuda pública" para dar un dato permanente del horizonte futuro, el exdirector del BCE aclara, casi de pasada, que "la pérdida de ingresos que sufre el sector privado, y la deuda contraída para compensar la diferencia, debe eventualmente ser absorbida, en su totalidad o en parte, por los presupuestos de los Estados". Un poco más adelante explicará que los bancos, como son capaces de "llegar a todos los rincones del sistema económico" y "generar liquidez instantáneamente, otorgando sobregiros o facilitando la apertura de crédito", son la herramienta ideal para distribuir recursos en tiempo real, allí donde "sirvan" para mantener la sostenibilidad y dinamismo del sistema, mereciendo así la cobertura necesaria de los déficits con recursos públicos. Por tanto: "Banca" (privada) -"Empresa" (privada)- Mercado laboral y de productos básicos (ambos privados): esto parece, en el "New Deal de Draghi", el circuito privilegiado, de hecho, exclusivo, de la regulación social. A lo "público", es decir, al Estado, le deja la tarea de prestamista de última instancia, de financiador final de un dispositivo que sigue siendo un monopolio privado. Y que se destaca como el único mediador con la sociedad.

Mario Draghi las sombras del banquero 4

Nada sugiere que exista una mínima posibilidad de apertura de canales para la erogación directa de recursos de las finanzas públicas a los temas sociales. O para la hipótesis, aunque extrema, de alguna reapropiación de recursos financieros, organizativos y operativos por parte del sector público en forma de nacionalización o participación empresarial (como Iri en sus orígenes o la Ley de Recuperación Nacional de Roosevelt). El capital sigue siendo completamente privado y mantiene el monopolio de la distribución de los recursos colectivos. El "paradigma liberal" está intacto, incluso hoy, en otra época. El cambio es imposible.

Lo demuestra la historia. El 2 de junio de 1992, pocos días después de la masacre del juez Giovanni Falcone, que había encontrado la ruta financiera que llevó a la mafia a los brazos de la política, de los negocios y de las decisiones erga omnes de los Estados Unidos de América, en el yate Britannia, frente a la Reina Isabel y a 100 delegados de la City de Londres, Mario Draghi pronunció las siguientes palabras: "Damas y caballeros, queridos amigos, en primer lugar deseo felicitar a la Embajada Británica y a los Invisibles Británicos por su excelente hospitalidad. La celebración de esta reunión en este barco es en sí misma un ejemplo de privatización de un bien público fantástico. Durante los últimos quince meses se ha hablado mucho sobre la privatización de la economía italiana. Se han logrado algunos avances en la promoción de la venta de algunos bancos de propiedad estatal a otras instituciones cripto-públicas, y por esto, la mayor parte del crédito es para Guido Carli, ministro del Tesoro. Pero poco se ha hecho con respecto a las ventas reales de las principales empresas públicas al sector privado. No es de extrañar, porque la privatización extensiva es una gran decisión política, diría extraordinaria, que sacude los cimientos del orden socioeconómico, reescribe las fronteras entre lo público y lo privado que no han sido cuestionadas durante casi cincuenta años, induce a un amplio proceso de desregulación y debilita un sistema económico en el que los subsidios a los hogares y las empresas aún juegan un papel importante. En otras palabras, la decisión sobre las privatizaciones es una decisión política importante que va más allá de las decisiones sobre entidades individuales a privatizar".

Es evidente que, en la mente de Mario Draghi, máximo exponente del neoliberalismo imperante, no hay ninguna referencia a la Constitución de la República Italiana y, sobre todo, a las dos entidades jurídicas que protege: el individuo y la comunidad, considerando los intereses de todos, es decir de la sociedad, que prevalecen sobre los de los individuos. Prueba de ello es que Draghi considera factores negativos a los subsidios a las familias y a las empresas. Desde 1992 hasta hoy, después de 29 años de privatizaciones, Italia nunca ha experimentado una pérdida económica tan grande y un aumento tan pronunciado del desempleo, ya que sus principales fuentes de producción de riqueza han pasado a manos extranjeras: las industrias estratégicas, los servicios públicos esenciales, las fuentes de energía y los monopolios, a que se refiere el artículo 43 de la Constitución. Italia se ha convertido en un lugar donde los extranjeros compran experiencia y tecnología y, al mismo tiempo, obtienen ganancias, dejando a los italianos con muy pocas oportunidades de trabajo, con despidos masivos, con deudas, con estructuras ruinosas y con miseria.

Pero la historia también nos dice que la superestructura -se podría decir así- abrumó a la estructura. E impide que el pueblo comprenda cómo se construye la nueva estructura, cuya producción principal es inmaterial, pero poderosa: se llama "engaño". Es por eso que los dueños del mundo necesitan reducir nuestra "tasa de comprensión". Y el tema concierne no solo a las grandes masas que deben permanecer inconscientes: también les concierne a ellos mismos, que deben rodearse de científicos estúpidos (especializados hasta el punto de no poder mirar más allá del centímetro cuadrado de sus conocimientos, es decir, no pueden ver la complejidad de la crisis) y de profesores ignorantes y dogmáticos (que aprenden y enseñan las reglas del mapa del dinero y se detienen horrorizados ante los contornos del dibujo).

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La Trilateral, cuando Draghi estaba hablando sobre el Britannia, ya había enviado la señal crucial a todos los "dueños del mundo". Un signo que las clases subordinadas no pudieron -y no pueden- leer o, al leerlo, comprender, porque estaban "en otra parte", en un lugar de lucha de clases que ya no existía. El mensaje de la Trilateral fue este: ya no es momento de buscar el "consentimiento", de usar guantes de terciopelo. La era de los halagos, del consumo, de la cultura liberadora, de la democracia, estaba por terminar. Ya no habrá más un "para todos". Por eso era necesario desarmar a las masas antes de que se volvieran peligrosas, habiendo percibido el engaño y el destino que les está reservado. Las herramientas tecnológicas ya existían para ejercer el nuevo "control". La clase intelectual que medió este control fue y es la de los gestores del mensaje prefabricado. Es una clase estúpida, no creativa y repetitiva. Pero así debe ser, de lo contrario también se vuelve peligrosa.

Por otro lado, no es la primera vez que el nombre de Mario Draghi sale de un sombrero como un posible deus exmachina en una situación política complicada. En enero del 2008, cuando se hicieron fuertes los crujidos del gobierno de Prodi, comenzaron a circular con insistencia los rumores de una posible candidatura del entonces director del Banco de Italia para dirigir el ejecutivo. Los amantes del chisme político recuerdan una llamada telefónica fantasmagórica del expresidente de la República, Francesco Cossiga, en vivo en el programa de Luca Giurato, con un contenido inequívoco: "Un vil. Un vil especulador -dijo- No se puede nombrar presidente del Consejo de Ministros a quién fue socio de Goldman & Sachs, el gran banco de negocios americano. Y mal, muy mal -añadió- hice al apoyarlo, como para imponer su candidatura a Silvio Berlusconi. Es el liquidador, después del famoso crucero en el Britannia, de la industria pública, la liquidación de la industria pública italiana cuando era director general del Tesoro".

Hoy, habiendo terminado el papel del M5S como recolector de la ira y frustración de las masas, Sergio Mattarella, actual presidente de la República Italiana y hermano de Piersanti Mattarella, asesinado por la mafia, presenta a Mario Draghi, vestido de "personalidad de alto perfil", consciente -y no sólo porque se lo explicó su antecesor Cossiga- que el exdirector del BCE es miembro del grupo Bilderberg, la Comisión Trilateral, el G30, el Instituto Aspen, es un fiel amigo de los Rockefeller y de los Rothschild, habla en nombre y por cuenta de Goldman Sachs, la City de Londres, Wall Street y toda esa banda de servidores de los extranjeros y traidores que han vendido a Italia llevándose partes fundamentales del patrimonio público italiano, es decir, del Estado.

Draghi es el nuevo emperador y con el emperador cualquier negociación es impensable. El primer ministro italiano in pectore es perfectamente consciente de que el Senado virtual del plano superior está formado por personas varias veces más poderosas, en términos financieros, que casi todos los principales estados occidentales. Sabe que la soberanía de los Estados ya no existe, mientras que, a la Constitución, fruto de la sangre de nuestros padres y abuelos, se le ha oficiado un humilde De Profundis. Esta es la base de una nueva forma de gobierno y de Estado, supranacional, no ya democrático; es un gobierno oligárquico, de los 'dueños del mundo', que maneja el poder en tiempos en que se terminó la abundancia y necesita producir un cambio de sistema basado en el racionamiento drástico de los recursos, a realizarse en formas autoritarias cada vez más duras. El punto de inflexión "nazi blanco", como lo había definido en 2012 el exministro de Economía, Giulio Tremonti, ya está en marcha y no es fruto de la improvisación o de un imprevisto debido al caos no programado. La política ya no existe, pero el gran reinicio ya está aquí, en nuestra casa. Los 'dueños del mundo', ellos mismos, han decidido romper el molde, porque, después de todo, han entendido que ya no vale nada. Y decidieron reemplazarlo por uno nuevo después de robar todas las cajas fuertes. Nadie puede negar que hay genialidad en esta locura.

Pero ahora tenemos que pensar en la regurgitación social que se debería conducir poniendo a un lado el rigor mortis. A nosotros sólo nos queda buscar el camino para salir.

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*Foto de portada: © Imagoeconomica / Mario Draghi

*Foto 2: www.antimafiaduemila.com / El recordado Giulietto Chiesa, periodista y político

*Foto 3: www.antimafiaduemila.com / Juez Giovanni Falcone

*Foto 4: www.antimafiaduemila.com / El expresidente de la República Francesco Cossiga