hijosLA IGLESIA Y LOS HIJOS DE LA MAFIA
Por Giorgio Bongiovanni - 24 de Noviembre de 2014

Probablemente se podría llegar a compartir, en parte, la decisión de la curia de Palermo de negarse a confirmar al hijo del boss mafioso Giuseppe Graviano. La ceremonia se habría tenido que celebrar junto a otros 49 chicos en la catedral en la que se conservan los restos del beatificado Padre, Pino Puglisi, cuya muerte fue ordenada precisamente por dicho boss y por su hermano Filippo. En cambio, para el hijo de la mafia, de 17 años, las puertas del Duomo de Palermo estuvieron cerradas.

A pesar de todo habríamos deseado que la Iglesia actuara en forma diferente. Habríamos querido que le preguntara a este joven si realmente quería recibir los sacramentos y así rechazar la cultura mafiosa que, a pesar suyo, ha respirado desde la cuna. El hijo de Giuseppe Graviano tiene todo el derecho de vivir su vida y de insertarse plenamente en la sociedad. Pero, por el apellido que tiene, ya carga con una gran responsabilidad. Si a través de la confirmación tuviera realmente la intención de confirmar su camino de fe, necesitamos saber cuáles son sus decisiones de vida, qué piensa de la historia de su padre a quien siempre ha visto detrás de las rejas, y que nació a través de una inseminación artificial), de la historia de su familia que ha cometido genocidios y que ha asesinado a niños para Cosa Nostra.

Al recibir los sacramentos este joven, para llegar a redimirse, no puede hacer nada más que convertirse en un mensajero de justicia. No le pedimos que reniegue de su padre, sino que lo exhorte – y que también exhorte a su tío, Filippo Graviano, quien también se encuentra en la cárcel bajo el régimen del 41 bis – para que se arrepienta y que revele todos los secretos de Estado sobre los atentados de los años ’92 y ’93 y sobre los homicidios de los cuales es responsable. Le pedimos que tome distancia de esa cultura de violencia y abuso a la que, a su pesar, pertenece, para que a través de un acto de valentía la rechace en bloque. Si Giuseppe Graviano, al escuchar el reclamo del hijo, decidiera colaborar con la justicia, sería un enorme paso al frente para derrotar definitivamente a la mafia.

Las culpas de los padres no tienen que recaer sobre los hijos. Es cierto, pero para poder decirlo a la luz del sol la diócesis de Palermo tendría que abandonar su actitud ambigua que la ha caracterizado desde siempre (salvo rarísimas excepciones): de hecho hasta ahora no se ha visto una clara toma de posición en cuanto a juicios de mafia, como por ejemplo el que se está desarrollando sobre la “negociación” entre el Estado y la mafia, o sobre los casos en los que los curas locales han colaborado a mantener prófugos a jefes mafiosos del nivel de Pietro Aglieri, o de Bernardo Provenzano. Tampoco se ha visto un gesto – concreto y sobre todo constante – de apoyo hacia el Centro de acogida “Padre Nostro”, nacido del proyecto educativo del Padre Puglisi, cura antimafia al que la Iglesia estaría pretendiendo defender al no confirmar a un hijo del boss en el lugar en el que se conservan sus restos.

En los últimos años dicho centro ha sido objeto de repetidas amenazas e intimidaciones, sin embargo en Palermo los altos cargos de la Iglesia no han dado ninguna señal de tomar distancia del clan mafioso de Brancaccio, en el que Giuseppe y Filippo Graviano siguen siendo los que mandan. Hasta el día de hoy no se le ha garantizado ni la protección, ni la ayuda que necesita desesperadamente ese centro que hoy se encuentra bajo la dirección de Maurizio Artale.

De la misma forma que necesitamos urgentemente una Iglesia que se libere de sus contradicciones, que no enarbole la bandera de la coherencia “una tantum” en contra de un joven de 17 años, sino que se convierta realmente en ese templo de fe en el que el Padre Puglisi creía. Que probablemente, si él se hubiera encontrado frente al hijo de Graviano, mirándolo a los ojos le habría dado una posibilidad de redención. Por el contrario la toma de posición de la diócesis corre el riesgo de convertirse en una reacción hipócrita, un “no” en seco, para tutelar la fachada de una Iglesia cuyas puertas tendrían que estar abiertas a todos los que realmente quieran abrazar los principios de la fe cristiana. Pero que de hecho son incompatibles con los dogmas de Cosa Nostra.