TOGAS MANCHADAS CON SANGRE
Por Giorgio Bongiovanni - 10 de Octubre de 2013
El 18 de Junio de 2012 el asesor jurídico de Napolitano, Loris D’Ambrosio, le envió una carta de dimisión al Jefe de Estado (que posteriormente fue rechazada) después de la polémica sobre las llamadas telefónicas mantenidas entre el Quirinal* y el indagado en el proceso judicial sobre la negociación mafia-Estado, el ex ministro Nicola Mancino. Una misiva en la que no solo recordaba su colaboración sino que además ponía negro sobre blanco las siguientes palabras: “Usted sabe acerca de lo que escribí incluso hace poco a pedido de Maria Falcone. Y sabe que en esas pocas páginas no dudé en hacer referencia a los episodios del período 1989-1993 que me preocupan y me hacen reflexionar; que me llevaron a dilucidar algunas hipótesis – solo hipótesis de las que también he hablado con otros – casi como siendo presa del vivo temor de haber sido considerado en aquel entonces simplemente como un ingenuo y útil escriba de cosas útiles a hacer de escudo para acuerdos indecibles”.

A más de veinte años de los atentados esos acuerdos indecibles surgen con mayor evidencia. Basta con observar y leer entre líneas, observando los elementos que emergen de las últimas investigaciones sobre los atentados de Capaci y Via D’Amelio que están llevando a cabo los Fiscales de Caltanissetta, o bien las investigaciones de Florencia sobre los ideólogos y sobre los atentados de 1993 (hoy fue confirmada en la Corte de Apelaciones la cadena perpetua para el jefe mafioso Francesco Tagliavia). O incluso seguir las investigaciones de la Fiscalía de Palermo sobre la negociación Estado-mafia, escuchando además las audiencias del proceso judicial en curso, o la próxima solicitud de apelación en el proceso judicial por la fallida captura de Bernardo Provenzano en Mezzojuso en el año 1995. Ahondar en las motivaciones de la sentencia de Marcello Dell’Utri, condenado a nueve años por concurso externo en asociación mafiosa, del cual todavía se espera el juicio en la Casación. Y leer además los informes investigativos y las declaraciones de los colaboradores de justicia que dejan en evidencia el nuevo “Status” para Cosa Nostra, en el que el prófugo de Castelvetrano, Matteo Messina Denaro, queda identificado como un posible Jefe de la organización criminal.

A estos hechos les tenemos que sumar los comportamientos, anómalos en la mejor de las hipótesis y criminales en la peor, del Jefe de Estado y de personajes que actualmente ocupan un escaño en el Parlamento, en la Cámara de Diputados y en la de Senadores. Luego esperamos poder conocer las revelaciones de los hijos de Paolo Borsellino, interrogados por la Fiscalía de Caltanissetta y cuyas actas de interrogatorio quedaron bajo secreto de sumario, y las de su madre, la viuda Agnese Borsellino, quien falleciera el pasado mes de Mayo.

Lamentablemente falta la Agenda Roja de Paolo Borsellino, que desapareciera aquel 19 de Julio de 1992 y que sería la prueba de todas las pruebas, pero a falta de la misma lo que si queda claro es el hilo que une todos estos elementos y que demuestran esa verdad que es evidente pero que nadie quiere ver: sin lugar a dudas las masacres de Capaci y de Via D’Amelio fueron atentados de Estado.

Quienes cometieron ciertos delitos, quienes los organizaron y los pusieron en marcha fueron los hombres de honor de Cosa Nostra por orden de la Cúpula (donde sus figuras más importantes eran Totò Riina e Bernardo Provenzano) pero el pedido venía de otras esferas de poder.  
Nuevos elementos han dejado en evidencia el hecho de que junto con la mafia, no solo en el plano ideológico, sino también en el ejecutivo, se encontraban sujetos ajenos a Cosa Nostra.

Figuras que tuvieron un rol tanto en Capaci como en Via D’Amelio. El arrepentido Gioacchino La Barbera, perteneciente a la familia de Altofonte que participó en las fases operativas del atentado, le reveló al Fiscal sustituto de la Dirección Nacional Antimafia Gianfranco Donadio que durante las reuniones previas para la preparación de los atentados, en los que perdieron la vida los Jueces Falcone y Borsellino, había un hombre “desconocido” que hablaba en voz baja”. El colaborador de justicia Gaspare Spatuzza, gracias a quien se abrió nuevamente el proceso judicial sobre el atentado de Via D’Amelio, habló de un “mister X” que se encontraba en el garaje al que antes del atentado se había llevado el coche Fiat 126 para llenarlo de explosivos. “La persona que estaba en el garaje no era de Cosa Nostra. Estoy convencido de ello. Una de las posibilidades es que pudiera pertenecer a las fuerzas del orden, y mi vida la manejen ellos, yo soy la primera persona que está interesada en verla en la cárcel. Pero realmente no recuerdo. Este es un misterio fundamental que hay que resolver y yo estoy aquí por la verdad” – dijo a los Jueces.

Gracias a las revelaciones de otro colaborador de justicia, Giovanni Brusca, descubrimos que, antes que él, había sido designado Pietro Rampulla para oprimir el botón de accionamiento de la bomba a control remoto, pero que luego el 23 de Mayo de 1992 estuvo ausente ya que “ese día tenía un compromiso familiar”.
Y Rampulla seguramente no era uno cualquiera, sino “un hombre de honor” de la ciudad de Mistretta además de ser un terrorista con contactos con los servicios secretos y con movimientos subversivos de extrema derecha.

Otras pruebas tienen que ver con la presencia de restos de explosivo de tipo militar Semtex, a disposición única y exclusivamente de los servicios secretos italianos y extranjeros, en los dos atentados. Y eso significaría que sujetos ajenos a Cosa Nostra, hombres de carne y hueso que no pertenecían a familias mafiosas, no sólo observaron los atentados sino que además participaron activamente. No tenemos pruebas concretas de que se haya utilizado el mismo explosivo, más allá de lo que fue recuperado por los hombres de Brancaccio, para las bombas de 1993 o que en estos atentados hubieran estado presentes algunas figuras ajenas a Cosa Nostra pero hay elementos inquietantes que prueban la fuerte conexión entre los atentados de Florencia, Roma y Milán y el diálogo con sectores del Estado, así como ha sido escrito negro sobre blanco en las motivaciones de la sentencia en primer grado para Francesco Tagliavia en las que se precisa cómo la negociación entre el Estado y Cosa Nostra “indudablemente existió y que como mínimo fue impuesta inicialmente en un do ut des” y que “Quienes tomaron la iniciativa fueron representantes del Estado y no hombres de la mafia”.

Luego están las declaraciones de Gaspare Spatuzza que fueron definidas por los Fiscales de Florencia, que generalmente suelen ser más moderados al ahondar en las investigaciones sobre los ideólogos de los atentados, como creíbles y que no pueden ser desmentidas. Incluidas aquellas en las que habla del encuentro que tuvo con el boss mafioso Giuseppe Graviano en el bar Doney. Precisamente en este diálogo el jefe mafioso del barrio de Brancaccio habló abiertamente de Silvio Berlusconi y de Marcello Dell'Utri como dos personas confiables (“dijo que teníamos el País en las manos gracias a algunas personas serias que no eran como los ‘cuatro crasti’ (borregos) de los socialistas que primero agarraron los votos y luego nos hicieron la guerra. Luego me lo nombró a Berlusconi y a nuestro paisano Dell’Utri”). A este punto el escenario se vuelve aún más dramático.

Hoy, en Octubre de 2013, sabemos todo o casi todo sobre el asesinato de Estado que llevó a la muerte a Falcone, a Borsellino y a otros inocentes. Sabemos que en este Gobierno, así como en los Gobiernos de los últimos 24 años, se anidan en el Parlamento, llegando incluso hasta los cargos más altos del Estado, personajes cómplices, fieles a la ley del silencio mafioso, y especuladores que, en la mejor de las hipótesis, construyeron su carrera sobre la sangre de Falcone y Borsellino, mientras que en la peor, que además es la más preocupante, son ellos los asesinos que pidieron que se eliminara a los dos Jueces palermitanos.

Estamos convencidos de que Cosa Nostra no actuó en forma autónoma y que tampoco obedeció, sino que selló un pacto de sangre con estas figuras. Un pacto que por un lado fue realizado con la promesa de una larga vida a la mafia y por el otro la garantía por parte de la misma Cosa Nostra de permitir la perpetración  del poder por parte de estos criminales y asesinos que gobiernan nuestro Estado.

Fueron muy pocos los hombres del Estado que se opusieron a este pacto. Magistrados como Roberto Scarpinato, Antonino Di Matteo, Vittorio Teresi, Roberto Tartaglia, Francesco Del Bene, Antonio Ingroia (aunque hoy ya no es magistrado), Gian Carlo Caselli, Ilda Boccassini, Sergio Lari, Domenico Gozzo y algunos otros magistrados de las diferentes Fiscalías antimafia de Italia. Son ellos, los dignos herederos de Falcone y Borsellino, quienes merecen nuestro respeto y honor. No se puede decir lo mismo de los altos cargos de la magistratura que en los últimos años se ha manchado de hipocresía, corrupción, omertad y afán de hacer carrera. Ha sido suficiente ver lo que ocurrió con Antonio Ingroia y sus colegas, con instituciones como el CSM (Consejo Superior de la Magistratura), la ANM (Asociación Nacional Antimafia) y las corrientes internas como la Magistratura Democrática, listos para atacar, amenazando con medidas disciplinarias, sumarios y mucho más, con la intención de aislar y de desalentar las investigaciones.

Y lo mismo vale para los miembros de la Corte Suprema de Casación, Fiscales Generales de Casación, Jueces de la Corte Constitucional que ocupan indignamente altos cargos de la magistratura. Sujetos que impidieron a los verdaderos magistrados como Falcone y Borsellino que alcanzaran la verdad.
“El verdadero objetivo del Consejo Superior de la Magistratura era el de eliminar lo más pronto posible a Giovanni Falcone” declaró Paolo Borsellino en 1992, demostrando su gran humildad. Y hoy como ayer esta institución se encargó varias veces de luchar en contra de quienes investigan sobre el bienio de los atentados y de la negociación.

Por ello yo también pido una reforma de la justicia pero no como la que pretende el ex Primer Ministro, el condenado Silvio Berlusconi. Una reforma que haga limpieza comenzando precísamente por los altos cargos de este organismo que ha demostrado ser inepto, que se rige por la omertad y que es connivente, anteponiendo la carrera al credo sacrosanto “La ley es igual para todos”. Y a los altos cargos se les suman los altos magistrados, Jueces y Fiscales que se han manchado con la traición y la corrupción económica e intelectual, con el único objetivo de avanzar en sus carreras y en la política. Una verdadera reforma de la magistratura tendrá lugar únicamente en el momento que se vote una ley sobre la meritocracia y la profesionalidad de los Fiscales y de los Jueces. Los objetivos alcanzados en el campo elevarían los méritos y sobre todo el uso de la experiencia y de la capacidad de los magistrados. Además sería importante abolir el límite de tiempo a disposición de un Fiscal en la lucha contra la mafia y sobre todo no permitiría ninguna interferencia en las investigaciones por parte de algún poder del Estado, sobre todo las que hacen luz sobre las relaciones entre mafia y política. Y aún más revolucionario sería abolir el secreto de Estado además de castigar severamente a los magistrados inéptos y corruptos.

* Quirinal: Residencia del Presidente de la República italiana