Veo imágenes que los medios argentinos han divulgado: militares repartiendo alimentos en los barrios carenciados; militares en actitud humanitaria: militares con un altruismo exacerbado y quizás sincero, pero no por ello, aséptico. Y esto (me) irrita ¿Por qué? Porque difícilmente podemos aceptar a unas Fuerzas Armadas humanitarias, porque casi al instante se nos vienen a la mente (y a la sensibilidad que los hombres de uniforme han perdido) las imágenes de los torturados y de los detenidos en los centros clandestinos –como la ESMA– del territorio argentino, en los cuarteles uruguayos donde las torturas no estuvieron ausentes; las imágenes de los nacimientos de bebés en centros de detención inhóspitos y lúgubres, donde las parturientas vivían el nacimiento de sus hijos en condiciones indescriptibles, con el plus de saberlos (ya en el mismo proceso de alumbramiento) literalmente separados de sus familias.

Entonces, en estos tiempos de “Coronavirus”, hablar (vocear) (y promocionar) la labor humanitaria de las Fuerzas Armadas es una labor de contrainteligencia admirable y descarada (y diría además, también cínica). Hablando de Argentina y Uruguay, sus respectivas Fuerzas Armadas no están saneadas ni tienen aún la autoridad moral para regodearse con labores humanitarias, con la conciencia tranquila. Y si lo hacen, lo hacen para mantener el buen marketing de un uniforme impoluto, siendo que en realidad está manchado en sangre. De un uniforme manchado de sangre y de crimen, porque lo único que se ha buscado desde las entrañas de las instituciones castrenses (después de las dictaduras) ha sido impunidad. Esa impunidad que los distancia y los aleja de la posibilidad de integrarse a la población civil, con la frente en alto. Hoy, los militares de Uruguay y Argentina, aún no pueden tener la frente en alto. Es una cuestión de ética. Es una cuestión de valores. Valores que deben ser considerados desde las instituciones militares mismas, y no optar por fortalecer la impunidad para quienes mancillaron el uniforme abrazando terrenos de hipocresía, con ligereza casi antidemocrática.

Desde los sitiales del poder, que ahora tiene entre manos desarrollar estrategias y campañas para dar combate al COVID 19, se diseminan las buenas historias de los militares humanitarios, a través de los medios de comunicación (que tanto hoy como ayer siempre los secundaron en sus intenciones no santas). Esto hace, que de no tener las convicciones firmes y las informaciones adecuadas del ayer (y del hoy) respecto al papel de las FFAA en los tiempos del terrorismo de Estado (del Plan Cóndor), las nuevas generaciones (y también algunas y algunos integrantes de las generaciones pasadas) corran el riesgo de perder el rumbo bajando los brazos en las luchas por las libertades democráticas, por el fortalecimiento de la Memoria y por la justicia, a propósito de tantos desmanes cometidos en los años dictatoriales.

No podemos permitirnos el lujo de dejarnos engatusar por los disfraces humanitarios de los represores y de los políticos que comulgan las mismas ideas y desvaríos de aquellos, que bota militar mediante, erosionaron las democracias, sembraron de muertos nuestras tierras y mancillaron criminalmente la inteligencia humana, subestimando a las clases populares, que finalmente los enfrentaron mediante la lucha armada o mediante la lucha pacífica.

No podemos permitirnos el lujo, invocando solidaridades de estos tiempos de “Coronavirus”, hacer a un lado el pasado oprobioso de las FFAA, dejándoles presentarse en sociedad como los militares que nunca atentaron contra los pueblos en lucha, en rebelión y en insurgencias.

En estos días, en Argentina, abusando de las “bondades” de todo este pandemoniun viral, la casta militar y la cultura de la impunidad hizo de las suyas: un 24 de marzo la Plaza de Mayo estuvo vacía justo la jornada en la que reforzar la Memoria y fortalecer el pedido de justicia era la actividad más emblemática, de un pueblo con ansias de libertad (en un mundo donde las libertades se están pisoteando día y día); cuarentenas sanitarias obligatorias en todo el territorio con toques de queda que legitiman las represiones y la criminalización de las protestas sociales o hacen (o incentivan) que se cometen abusos policiales, en contra de personas que están en situación de calle o son la parte de la sociedad que no tiene ni los perfumes ni las comodidades de los barrios donde la muy buena calidad de vida y el consumismo son los protagonistas del diario vivir.

En estos días, en el Uruguay, donde el gobierno de Luis Lacalle Pou se devanea entre la aplicación de la cuarentena y la economía viva de su país, también se advierte el lastre de unas Fuerzas Armadas y policiales que muy poco han conocido de sanciones penales y de procesos judiciales entre sus filas (aunque sí de escraches sociales). Unas Fuerzas Armadas y policiales uruguayas que no pueden integrarse a la población civil con la frente en alto, porque si en la vecina orilla fueron 30 mil los desaparecidos, acá fueron 200 los detenidos desaparecidos cuyas Madres y Familiares siguen en exasperante espera y reclamo para que se haga justicia en los casos de violaciones de DDHH, y para que se sigan realizando las excavaciones en predios militares para la recuperación de los restos humanos de sus seres queridos. Una espera que pintaría ser prolongada en el futuro, en el sentido de que la cultura de la impunidad, con el nuevo gobierno, de hecho se ha instalado agazapada con todas sus fuerzas al nuevo ADN derechista y facistoide, del gobierno uruguayo, fortaleciendo aún más la omertá en filas de los represores, que están en prisión (la mayoría domiciliaria) o que están prófugos. En ese marco de militares aferrados a esas bondades, el disfraz humanitario emerge y busca reivindicaciones, en definitiva tendientes a “dar vuelta la página” y a calificar los reclamos de justicia o los deseos bajo el rótulo de “sed de venganza”. Una realidad nada tonificante, a la que además debemos sumar, el alto costo social causado por la pandemia (un costo social que se incrementa a pasos agigantados: hoy por ejemplo, ya superan las 52 mil, las solicitudes de seguro social) con severas consecuencias económicas, a todo nivel

Por todo esto y mucho más, y porque creemos en la libertad, en la democracia, y porque no somos demagogos o hipócritas, nos debemos a nuestros compañeros que murieron y a nuestros compañeros que fueron torturados en pre dictadura, en dictadura y en post dictadura. Y porque nos debemos a ellos y porque tenemos la obligación de preservar la Memoria (tal como lo hacen en Italia, hablando de las víctimas de la mafia) nosotros, que hemos sido (y aún seguimos siendo) víctimas del terrorismo de Estado, es que no podemos dejarnos engatusar por el ya manido disfraz humanitario de la casta militar y policial.

Todo bien que los militares de aquí y de allá formen parte de la ayuda humanitaria, pero no olvidar el significado del uniforme que llevan, también es una cuestión de profunda ética y de profunda moral, aún bajo el azote del “Coronavirus”.

Nos guste o no nos guste.

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*Foto de Portada: www.argentina.gob.ar