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cabreraPor Jean Georges Almendras-23 de febrero de 2018

Abominable. Cobarde. Brutal. Vil.

Así fue el asesinato de una cajera de un supermercado de Montevideo, del barrio La Blanqueada, a manos de un joven apodado “El Kiki”, que con el arma de fuego con la que llevó adelante un asalto, la baleó por la espalda. En esa misma acción un guardia de seguridad fue igualmente herido por él.

El asaltante es un joven delincuente de cara aniñada que dejando a sus espaldas a una trabajadora agonizante y a otro trabajador mal herido, se llevó del negocio dos mil pesos.

Esta tragedia ocurrió el día sábado 17 de febrero, sobre las 18:30 horas. Cuatro días después, “El Kiki”, fue ubicado por equipos policiales que lo venían buscando denodadamente, en una vivienda de un asentamiento popular conocido como “Don Márquez”, cercano a la ruta 8, en la capital uruguaya. El joven delincuente a sabiendas de que estaba cercado por las autoridades se descerrajó un balazo en el cráneo. De inmediato fue llevado en una camioneta a un hospital. Primero se le diagnosticó “muerte cerebral”, después se produjo su deceso.

La cajera fallecida era Florencia Estefani Cabrera Suárez, de 26 años, madre de un niño de siete años de edad. Una mujer entregada a su familia y una excelente trabajadora, muy querida por el vecindario.

El guardia de seguridad herido de bala (en el tórax y en el abdomen) ha sido identificado como José Enrique Sánchez. Un hombre oriundo de Venezuela que fue baleado por el “El Kiki”y que está en vías de quedar paralítico.

El delincuente asesino, “El Kiki”, era Christian Damián Pastorino Pimentel, de 22 años, de un perfil personal y delictual complejo. Era un joven con antecedentes por receptación con un delito de tenencia de arma de fuego. Era un joven violento y que tenia 13 anotaciones como indagado por hurtos, asaltos y homicidios.. Era un joven que a los 14 años, junto a un amigo, hizo una rapiña y fue capturado, siendo internado en un establecimiento de menores infractores del INAU, donde permaneció encerrado siete meses. Era un joven que a los 19 años (en el 2016) fue detenido, procesado y recluido en la cárcel (en el COMCAR) por 9 meses. Era un joven que le confidenció a la madre que no quería volver a la cárcel porque era un mundo horrible y que allí la pasó mal. Era un joven que estando en prisión lloraba todos los días, según relatos de sus amigos a su madre. Era un joven que estaba siendo buscando intensamente por la policía desde el 9 de diciembre del pasado 2017, por haber dado muerte de cuatro balazos a su compañera Alison Pachón, de 20 años, estando junto con ella su hijo de seis meses. Era un joven que amenazó de muerte a su madre por el solo hecho de haber llamado a las autoridades luego de que él protagonizara un episodio de violencia en su casa, destruyendo muebles y sembrando el terror entre los presentes. Era un joven que tuvo una infancia y una adolescencia en un ambiente familiar de personas trabajadoras carentes de antecedentes penales. Era un joven que según su madre tuvo malas compañías y se fue torciendo, y lo más grave, fue perdiendo sensibilidad y amor a la vida. Era un joven que se hizo consumidor de drogas. Era un joven que llegó a decirle a su madre que antes de ir a la cárcel prefería la muerte al resistirse a sus captores. Era un joven que no confiaba ni un ápice en la rehabilitación en prisión, y lo sabía perfectamente por experiencia propia. Era un joven que andaba siempre armado, cometiendo asaltos. E irónicamente, era un joven que tenía una hermana que trabajaba como cajera, como lo hacía Florencia Estefani Cabrera Suárez, su víctima.

Abominable. Cobarde. Brutal. Vil.

Así fue el asesinato de Florencia. Así fue la agresión que sufrió el guardia venezolano.

Y la sociedad uruguaya entonces, montó en cólera. Lloró y pidió a gritos la cabeza del “Kiki”. Su madre misma, en un determinado momento, cuando era intensamente buscado por equipos de la policía luego del mortal ataque, avergonzada por lo ocurrido a Florencia Cabrera habló públicamente, subrayando que era necesario darle captura porque su hijo estaba perdido y otras vidas podrían llegar a perderse.

La sociedad uruguaya se rasgó las vestiduras. Como siempre pasa cuando se registran hechos de esta naturaleza, que no son exclusividad del 2018, porque en la crónica policial de los últimos 30 años, crímenes viles e infamias teñidas en sangre, con el costo de inocentes, han existido siempre. Y no pocas veces los delincuentes han demostrado con sus actos contra la vida, insensibilidades y bajezas.

En los días que corren no pocas veces se han reclamado a las autoridades de turno las cabezas de los victimarios, medidas extremas y hasta la presencia de los militares en las calles uruguayas, otra vez.

Y no puedo dejar de decir que a muchos de esos reclamantes, no los recuerdo haberlos visto pedir las cabezas de los victimarios, de uniforme; de los victimarios de los tiempos de dictadura. Tiempos de crímenes por pensar a contra corriente (o por luchar para cambiar el sistema). Tiempos del terrorismo de Estado. Tiempos en los que estaban a la orden del día, crímenes con el sello del gatillo fácil, de las desapariciones forzadas, de las persecuciones políticas y de las torturas a granel. Crímenes políticos, amparadas entre otras cosas, por el Plan Cóndor. Crímenes de Estado, pero crímenes al fin, y me atrevería a decir, con una carga de alevosía mucho más abominable.

En los días que corren, la sociedad uruguaya, con el asesinato de Florencia se ha rasgado las vestiduras. Se ha descompuesto de dolor, por tanta saña a la hora de apretar el gatillo, justo en el momento en que el criminal –“El Kiki”- se retiraba del lugar. Un crimen que no es de Estado, pero es crimen al fin, y un crimen que involucra al Estado. Y que también nos involucra a todo nosotros, como integrantes de esta sociedad. Una sociedad que se está descomponiendo.

¿Descomponiéndose exclusivamente porque hay muchos “Kikis” sueltos por acá y por allá? No. Sino porque esa descomposición es el resultado de una serie de situaciones y circunstancias de una cadena de deterioros que salpican al ciudadano, al gobernante, y al sistema. Y si pensamos que “El Kiki” es un hecho aislado, nos equivocamos. Porque “El Kiki”, no es un hecho aislado. Es el reflejo de una crueldad mucho mayor de la que él fue autor. La crueldad de un sistema que lo llevó por ese despeñadero; y es la crueldad que nos lleva a los ciudadanos honestos y de trabajo, , al despeñadero de convivir con esos personajes. ¿Personajes salidos de una caja de zapatos que estaba escondida en algún lugar del planeta? No. Son personajes que hemos construido nosotros mismos. Todos nosotros. Como ciudadanos, como periodistas, como políticos, como parlamentarios, como técnicos en rehabilitación de infractores y de delincuentes, como educadores, como autoridades, como funcionarios públicos y como gobernantes.

Todos en alguna medida somos responsables de la muerte de Florencia y del deterioro del “Kiki”. Ambos, protagonistas equidistantes de una realidad social a la que no podemos mirar con indiferencia.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?

Pues porque la familia de “El Kiki” falló en algún momento. Pues porque el Estado en algún momento también falló, a través de su aparato policial y de sus mecanismos de contención social. Fallas que se arrastran de antes de la dictadura y después de la dictadura. Está claro que las leyes que rigen no son acertadas, pero no precisamente por no ser duras o por no considerar la pena de muerte, como se piensa erróneamente, sino porque han sido y siguen siendo orientadas expresamente para defender la propiedad privada, los valores materiales, la represión, y la corrupción, y si se quiere el delito, que sutilmente se está posicionando en el sistema político, dándonos sorpresas diariamente. Y está claro que las leyes que nos rigen no alcanzan, especialmente en materia de contención de los jóvenes como “El Kiki”, cuyo accionar está delatando que no estamos acertados en los caminos para prevenir las violencias que surten la crónica roja, día tras día. Porque se necesitan soluciones de fondo y no represiones para tapar el ojo, o para sacar réditos políticos. Los réditos políticos que siempre nos doblegan y nos hacen trampa al solitario.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?

Pues porque los sistemas de rehabilitación juvenil y de rehabilitación de la población reclusa en el Uruguay, no fueron tales. Ni ayer, ni hoy. Más hoy, que adolecen de más falencias y de más insuficiencias, y de más corruptelas que notoriamente contrastan con las exigencias del mundo moderno, que se precia de civilizado.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?.

Pues porque hoy, los niveles de corrupción dentro del sistema carcelario se han incrementado horrorosamente. Hoy, la superpoblación reclusa es altamente preocupante. Hoy, la violencia dentro de las cárceles, de la mano de la corrupción de los funcionarios, es extrema. Y lo que es peor: la violencia que a diario se ve en las calles de Montevideo (esa inseguridad ciudadana de la que tanto se habla y tanto se polemiza) es el reflejo de lo que pasa en las cárceles. Y la violencia dentro de las cárceles es el reflejo de lo que pasa en nuestra sociedad. Así de simple. Pero eso no es todo, porque la violencia carcelaria, que las autoridades la admiten, y hasta la promueven, mirando a un costado, conviene. Favorece a los corruptos que trabajan en ella, y destruye por completo a los jóvenes como el “Kiki”, que a la larga, al salir, lo hacen transformados en bestias. Literalmente, en bestias. En bestias que la sociedad luego los tritura. Como fue triturado el “Kiki” llevándose consigo a Florencia Cabrera. Su víctima. La víctima de un victimario devorado por el sistema carcelario. Un sistema carcelario que a la postre se transforma en el ideólogo de sus delitos, y en victimario del joven delincuente. Aunque cueste creerlo, o admitirlo, es así. Literal.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?.

Pues porque las malas compañías de “El Kiki” y él mismo, son el resultado de un submundo que se desarrolla y crece en paralelo a las rutinas y a los hábitos de los ciudadanos honestos y trabajadores como Florencia. Pues porque la delincuencia tiene una escuela, o mejor dicho una universidad del delito. ¿Dónde? ¿A la vuelta de la esquina? No necesariamente. Yo diría más bien en los centros carcelarios y en los establecimientos donde presuntamente se rehabilitan a los jóvenes infractores. Y en el mal ejemplo que a veces damos nosotros mismos, que nos preciamos de estar del lado de los buenos. Y en un consumismo alienante, que favorece a quienes en las calles tienen el sartén por el mango, corrompiendo jóvenes a punta de adicciones y de oportunidades para tener ropas y artículos de telefonía de marca, y últimamente de armas. Esas armas que circulan bajo cuerda y que forman parte del atuendo criminal, porque seguramente se consiguen fácilmente. ¿Esas armas que usted lector las fabrica en su casa? No señor, sabemos que no es así. Porque esas armas están en las calles, como la droga, porque hay toda una logística que opera en zonas liberadas. Zonas liberadas para los negocios turbios, negocios cuyos clientes son jóvenes como “El Kiki”. Negocios manipulados por gentes de poder económico, del narcotráfico urbano y del narcotráfico internacional. ¿Negocios de los cuales participan hombres del poder político y hasta del gobierno? Es muy, pero muy probable. Los secretos a voces, que se saben pero que no se denuncian o no se revelan. Los secretos a voces de que detrás de todo ese submundo siempre hay gente del poder político, policial o empresarial, y muy influyente.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?.

Pues porque vivimos inmersos en un sistema perverso, donde los individualismos y los egoísmos se exaltan y se premian, y se publicitan. Pues porque las personas se embrutecen de sed de poder y de sed de dinero. Pues porque los jóvenes se sienten sin esperanzas de progreso y de un futuro mejor. Pues porque hoy por hoy, fomentar y regar los sentimientos de solidaridad y amor por el planeta, no son moneda corriente. Pues porque hoy por hoy, son moneda corriente: las hipocresías, las demagogias y las mentiras. Pues porque, es más fácil gritar venganza que gritar justicia, que no es lo mismo. Pues porque vemos diariamente que la sociedad se desploma a merced de los intereses políticos y de las especulaciones partidarias, pasándose la pelota los ministros del interior de turno, y los jefes de policía de turno, y los directores de cárceles de turno. Y muchos jueces y fiscales también.

¿Y por qué no podemos ser indiferentes?

Pues porque es más fácil (y más cómodo, y más mediático) rasgarse las vestiduras, por la muerte de una ciudadana que detenerse un poco a reflexionar que esa muerte, no es un hecho aislado, sino que forma parte de un contexto. Pues porque este perverso mundo, superado en ambiciones, y abusos, deteriora, como deteriora la droga. Pues porque en este perverso sistema financiero, las esperanzas y la calidad de vida de los hombres comunes y corrientes, y de los jóvenes comunes y corrientes, son cercenadas por un sistema político, que constantemente promete y constantemente no cumple. Y así estamos con un país, en apariencia próspero, pero en realidad sumido en una crisis económica, educativa, cultural y social, en extremo preocupante.

A la hora de rasgarnos las vestiduras por este crimen abominable, creo que tendremos que mirar un poco el bosque y no solo el árbol. Y el árbol que tenemos que mirar también es frondoso. Una frondosidad que apabulla y que si la miramos con buen ojo, nos dejará desconcertados. Porque descubriremos a los verdaderos ideólogos de los asesinatos que cometen los jóvenes como “El Kiki”. Los ideólogos invisibles. Que lo regentean todo. Desde las sombras. Manipulando vidas. Los ideólogos sin nombre y apellido. Silenciosos. Que no precisamente son integrantes del hampa. Y que están. En puestos claves. Con tareas claves y con intereses claves. E impunes. Sobre todo impunes.

Tras el crimen de Florencia, como si hubiera sido ese hecho la gota que desbordó el vaso, líneas y líneas de escritos periodísticos se difundieron por todos lados. Acá y en la vecina orilla. El registro gráfico (de las cámaras de circuito cerrado del supermercado) del hecho de sangre, en un abrir y cerrar de ojos ganó las calles. Los noticieros de radio y de televisión informaron a borbotones las particularidades de la tragedia. Y la sociedad uruguaya, por enésima vez, se sobró en deseos de venganza. Y se escandalizó.

Y por si fuera poco, desde varios ámbitos del sistema político se reclamaron al gobierno medidas de seguridad más extremas. Más presencia policial. Más dureza en las leyes. Y hasta se habló por ahí, desde ámbitos ciudadanos, de la necesidad urgente de aplicarse medidas prontas de seguridad porque era constitucional y porque el episodio de violencia en cuestión urge contrarrestarlo cerrando filas, para que el delito no gane terreno y que no siga haciendo estragos.

Todo bien, pero no nos olvidemos de los deterioros colaterales que llevaron al joven “Kiki” a transformarse en un asesino. El no nació para matar. Christian Damián Pastorino era un ser humano. Un ser humano que se deterioró. Un ser humano que se malogró. Un ser humano que fue deteriorado y fue malogrado por un sistema que lo potenció tan negativamente, que sus valores, los valores que le fueron enseñados por sus padres y por su hermana, literalmente fueron cercenados, al punto que ese ser humano, educado en un ámbito familiar no delictual, se comportó como si se realmente hubiese crecido en el delito, desde la cuna. Es obvio que se dieron factores que fueron destruyendo al joven, transformándolo en un asesino, carente de todo apego a la vida. ¿Factores afectivos, emocionales, sociales, económicos y barriales? .

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Muchos factores influyeron para que este joven de 22 años llegara a tal deterioro. Y no es justificarlo, es sencillamente evaluar la situación con criterio y sin los apasionamientos nacidos en el dolor y la rabia. De haber sobrevivido “El kiki”, obviamente que todo el peso de la Ley debería habérsele aplicado. Y a propósito me pregunto: ¿Estábamos preparados realmente para rehabilitar a “Kiki”? ¿Y a otros “Kikis”de los tiempos que corren?

Los uruguayos nos rasgamos las vestiduras por el crimen de Florencia. Y pocos serán los que pensarán que además de la víctima Florencia, está la víctima “Kiki”. Pocos comprenderán el sentido de esta apreciación.

Pero hay más. Hay una polarización de alto riesgo dentro de nuestra sociedad, que no podemos dejar en el tintero.

Por un lado, está el delincuente que se polariza, y que ve que la vida, la suya, debe prevalecer a toda costa sobre la vida del otro, porque ese otro es su enemigo número uno.

En el otro lado, está el buen ciudadano que se polariza, y que ve que la vida, la suya, debe prevalecer a todo costa sobre la vida del otro, porque ese otro es su enemigo número uno.

Polarizados así, nunca saldremos del pozo en el que nos encontramos.

A nivel mundial esas polarizaciones son mayúsculas. En consecuencia, los conflictos y las guerras, también son mayúsculas; guerras y conflictos por dinero; guerras y conflictos por intereses del poder económico y político, que cada día coquetea más y más casado con el crimen organizado.

A nivel local, ese crimen organizado también opera en el Uruguay. ¿O acaso nos debemos suponer exentos de esos males?. Para nada. Esos males están. Y toda esta inseguridad ciudadana –de la que tanto hablamos y tanto polemizamos- es el espejo de todos esos males. Es el fruto de todos esos males.

Son los males de nuestro tiempo. No son los males del gobierno de tal o del gobierno de cual, sin perjuicio de que cada administración deberá hacerse cargo de lo suyo, de las verdes y de las maduras.

Admitámoslo, en el Uruguay de hoy nos estamos polarizando, corriendo el riesgo de descontrolarnos. Estamos perdiendo la coherencia, para seguir andando. Estamos perdiendo el discernimiento porque entendemos que “El Kiki” actuó en soledad. Y no es así.

Este joven de 22 años llegó a ese punto porque él mismo fue la víctima de un sistema, mucho antes de Florencia. Una mujer admirable, llena de vida, amante de la vida, de su hijo, de su familia y de su trabajo.

Los uruguayos nos rasgamos las vestiduras por el crimen de Florencia Cabrera. Porque ha sido un crimen abominable, cobarde, cruel y vil.

Pero no nos olvidemos que Florencia Cabrera, también fue violentada por un sistema financiero. Un sistema financiero que según se informó en los diarios, le deparaba mes a mes, un sueldo nominal de 22.00O pesos, para ella y su hijo.

Esa ya es otra historia.

Una historia que no tiene nada de sangre ni de plomo, pero que tiene mucho de sistema financiero cruel y victimario.

Porque es el otro rostro de la violencia sutil de nuestros días, que pasa inadvertido, porque no tiene el sello de “El kiki.

Pero es violencia igual.

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*Foto de Portada: www.diarioelpais.com Francisco Flores

*Foto 2: UNICOM