omertaPor Jean Georges Almendras-31 de diciembre de 2016

Gregorio Álvarez, de profesión militar (que  por una desviación de su ética castrense, se convirtió en dictador)  dejó de existir a la edad de  91 años. Su vida expiró  el miércoles 28 de diciembre de este 2016 en el Hospital Militar. La muerte lo abrazó (debido a una insuficiencia cardíaca)  cuando en cumplimiento de un mandato judicial ajustado al estado de derecho, en un Uruguay de vida democrática y de más tres millones de habitantes, se hallaba en prisión (desde hace ya unos nueve años) en una vieja construcción militar de la calle Domingo Arena esquina Zapadores, en el barrio Piedras Blancas de Montevideo.

Gregorio Álvarez fue detenido por personal policial el 18 de diciembre de 2007, a pedido de la fiscal penal Mirtha Guianze y por orden del juez penal Luis Charles, a   23 años después de haber dejado la Presidencia de facto de la República Oriental del Uruguay y a 34  del golpe de Estado que lideró personalmente junto a otros pares.

Gregorio Álvarez, quien con el paso de los años de su vida de militar recibió el mote de “El Goyo”, fue sentenciado en el año 2009 a 25 años de prisión por delitos vinculados a las violaciones de los derechos humanos. Oportunamente, el juez penal Luis Charles lo sometió a proceso por “coautor de reiterados delitos de desaparición forzada”; por los traslados clandestinos desde Argentina, en 1978, de 18 personas que luego habrían sido asesinadas. Pero ahora bien, el 23 de octubre de 2008, el Tribunal de Apelaciones en lo Penal de 2do Turno ratificó su procesamiento por participación en los traslados clandestinos de detenidos desde Argentina pero cambiando la carátula del expediente (de “reiterados delitos de desaparición forzada”) por el de “37 delitos de homicidio muy especialmente agravado”.

Hay un episodio del pasado y que se hizo público, que deja en evidencia la personalidad de Gregorio Álvarez. No en vano cobró fama de ser hombre déspota, autoritario y en extremo soberbio. Se ha publicado en diferentes medios locales que cuando  el juez penal Luis Charles (en ocasión de una de las audiencias en el marco de la indagatoria judicial) le extendió la mano  para saludarlo, en el juzgado, el ex dictador –que obviamente no correspondió el saludo- le preguntó: “¿Es necesario?”.”No, pero es de buena educación” le respondió el magistrado. En ese encuentro, el juez Charles lo responsabilizó por haber tenido “pleno conocimiento de todas las acciones que se llevaban a cabo” y “por tener una decidida participación en las mismas”.

Otro episodio que resultó (y seguirá siendo) no menos significativo, tuvo lugar en el 2006, en Montevideo, cuando todavía gozaba de su libertad. En el día del Ejército, cuando Gregorio Álvarez fue consultado por una periodista del informativo Telemundo de Canal 12, luego que los ex comandantes impulsados por Álvarez escribieran una carta abierta, en la que asumían las responsabilidades institucionales y sus consecuencias, por los actos de servicio cumplidos por integrantes del Ejército.

Cuando Gregorio Álvarez afirmó en la entrevista que “los militares nos hacemos responsables de todo lo que hacen los subalternos” la periodista le preguntó: “¿Se arrepiente entonces?”.Álvarez respondió: ”¿Cómo me voy arrepentir?”. La colega  insistió una vez más:”¿No se arrepiente de nada?¿No es una mea culpa?”. Luego otra vez: “¿Usted se hace responsable de los hechos de la dictadura?”. Gregorio Álvarez respondió:”¿Pedir perdón? Antes caer de espaldas que de rodillas”

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Apoyado en ese concepto, Álvarez cerró su ciclo mediático, como persona libre. Al optar por caer de espaldas. Optando por desechar el arrepentimiento. Optando por sepultarse en vida. Optando por el silencio, respecto a los hechos cometidos por los subalternos. Y optando por mirar con soberbia cuando la sociedad y la justicia lo requirió frontalmente. Cuando la sociedad, herida, lo llevó contra las cuerdas, y los jueces y fiscales dictaron sentencia.

Pero ese acto de justicia no fue íntegro. ¿Los jueces y fiscales dejaron “cosas” en el tintero? No fueron ellos los que dejaron cosas en el tintero. Fue el mismísimo Gregorio Álvarez quien dejó esas “cosas” en el tintero. Fue quien cerró todos los caminos tendientes a conocer muchas verdades de los tiempos oscuros. Fue quien aplicó la omertá (ese silencio criminal) de los capos de la mafia italiana. Esa omertá propia de los terroristas de Estado. Esa omertá perversa y madre de otros silencios  y madre de tantas impunidades, , acá en Sudamérica y en Italia, y en otras partes del mundo.

Aún esposado y con un chaleco antibalas, con los años encima reflejados en su rostro, y con esa mirada siempre altanera, Gregorio Álvarez era ingresado una y otra vez en la sede judicial de la calle Misiones, en cada audiencia. Los años de vida transcurridos y los tiempos modernos, constantemente acorralado por la justicia (no creo que acorralado por su conciencia) dejaron su huella. Ya no era el militar dando una imagen de “gobernante” o de “estadista”, pero de facto.

Gregorio Álvarez, que ejerció ilegítimamente la presidencia de la República entre el año 1981 y el 12 de enero de 1985, fue una figura emblemática del golpe militar en el Uruguay, del día 27 de junio de 1973. Una dictadura de la bota militar que duró unos 12 años.

Una dictadura que sembró de dolor, de sangre y de muerte, su tierra natal. Una dictadura que entre otras cosas lo inmortalizó, a Gregorio Álvarez, en una fotografía (que recorrió el mundo) en la que se lo ve junto a otros militares: General Esteban Cristi, Coroneles Alberto Ballestrino y Hugo Arregui, y Teniente Coronel Julio Barranino (obviamente, todos ellos armados y secundados por personal subalterno de civil y uniformado igualmente pertrechado) entrando al Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, en la noche de ese día 27 de junio. Una dictadura que también lo  inmortalizó en una fotografía (que también recorrió el mundo) en la que se lo ve con la cabeza apenas alzada, luciendo el número de procesado: 276.487, adjudicado por formalidad rigurosa, por la justicia penal civil, en tiempo de democracia.

omerta3Conocida la noticia del procesamiento con prisión de Gregorio Álvarez, el historiador Lincoln Maiztegui Casas escribió en el diario El Observador: “Que sea punto final”, como título de un perfil que finalizaba de la siguiente manera: “Su carismática personalidad resultó decisiva en la instauración de aquella realidad ominosa, que costó mucho dolor, muchas vidas inocentes y significó –esto lo afirmo con toda convicción- un retroceso en la posibilidad de convivencia que aún hoy estamos pagando. Por ello, su prisión podrá considerarse contraria a derecho, inconducente tal vez, pero no injusta, en el sentido ético del término. Si es posible extraer de todo este drama una enseñanza útil, ella no es otra que la certeza de que los poderosos y soberbios de ayer terminan, si la muerte no los somete antes a un Tribunal superior, siendo, fatalmente, los procesados de hoy. Quiera Dios que el proceso del general Álvarez constituya, por fin, el punto final de un ajuste de cuentas que no parece tener fin”

En el año 2010, en una entrevista concedida a un periodista de Ultimas Noticias, Gregorio Álvarez dijo significativamente ( ¿y proféticamente?): “Yo estoy con el síndrome del ataúd (...) Si cumplo con todos los años que me aplicaron voy a salir con 107 años, así que me hice la idea de morir acá”

Gregorio Álvarez no llegó a cumplir los 107 años. Unos 16 años antes de cumplirse la sentencia judicial que se le impuso, el punto final de su vida se materializó por una cuestión de salud, pero en una prisión confortable y con beneficios  otorgados por la justicia civil. Beneficios relacionados con su calidad de vida aún estando privado de su libertad. Beneficios que  muchos uruguayos no conocieron a la hora de estar privados de su libertad  -ilegalmente- estando  sometidos por  el  terror y  expuestos  a  una tortura, y a una muerte segura, porque el dictador era el Todopoderoso de turno.

Cuando la población uruguaya fue informada de la desaparición física de Gregorio Álvarez los calificativos a su persona no se hicieron esperar. En la órbita popular se dijo de todo. Y  los diarios titularon: “Muere símbolo de la dictadura” “Murió el dictador Gregorio Álvarez” “Sepultado por la historia: Murió Gregorio Álvarez”.

Al disponerse desde el Poder Ejecutivo la no realización de honores de jefe de Estado al fallecido Álvarez  el sepelio y entierro de sus restos se llevó a cabo bajo la órbita estrictamente familiar, en un cementerio de las afueras de Montevideo.

Voceros de organizaciones civiles de defensa de los Derechos Humanos declararon a la Agencia EFE que con la muerte del ex dictador “no se hace justicia”. Raúl Olivera, del Observatorio Luz Ibarburu destacó que la muerte del ex militar representa “una batalla contra el tiempo” de las personas que están siendo juzgadas por delitos de violación de derechos humanos y no han sido condenadas. Olivera fue claro: “Lo que preocupa es que  la muerte de  los que están procesados tiene un significado distinto, porque durante el proceso judicial no se implica culpabilidad y se presume inocente”. Y agregó que en  ese sentido su muerte “no hace justicia””Pensar que sea la biología la que determine la justicia sería una esperanza poco adecuada. Lo que queremos es que se agilicen los procesos de Justicia para que estos temas queden resueltos con la muerte de cada persona involucrada”. Nilo Partido, representante de la Organización Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos durante la dictadura dijo que con la muerte de Álvarez “Uruguay tiene un dictador menos (..)La muerte de Álvarez representa el dolor y la desaparición de nuestros seres queridos a quienes seguimos buscando” . Efraín Olivera, integrante de Serpaj dijo que Álvarez  fue “una figura lamentable” “es importante recordarlo” para que las dictaduras “no se repitan nunca más”

En el otro extremo de ésta posición el presidente del Centro Militar, Guillermo Cedrés, criticó que Álvarez, a los 91 años, continuase preso.

Hay un registro gráfico de los medios televisivos del  momento en que la caravana de autos de la funeraria ingresaba al cementerio llevando el féretro con los restos de Gregorio Álvarez. La imagen también nuestra a los automóviles egresando de la necrópolis, sobre una ruta importante. Y en el acceso al cementerio se observa a unas personas  portando pancartas de repudio al ex dictador. No hubo insultos ni agresiones. Solo pancartas y el rápido abandono de los vehículos del cementerio de la empresa Martinelli, de hecho con familiares y amigos del fallecido en su interior. Ninguno de ellos acuso recibo abiertamente de la manifestación, Y ninguno de los manifestantes se extralimitó.  Respetaron a los dolientes. Lo que nunca hicieron los militares, ni el propio Gregorio Álvarez,  con las víctimas de la dictadura. Ese respeto que sigue pisoteando a muchas familias de desaparecidos, con una omertá que se sigue cumpliendo al pié de la letra en filas militares. Una omertá maldita que hizo y que hace estragos: a la democracia, a los uruguayos y a la conciencia humana.

“Ni olvido ni perdón para el genocida” decía una de las pancartas.

Gregorio Álvarez, que falleciera con el rango de Gral. del  Ejército  (rango que no merecía mantener, en democracia)   al menos de una muy buena parte de la población del Uruguay, seguramente  no tendrá el olvido. No tendrá el olvido, no por sus buenas obras, sino por sus malas obras. Obras que significaron muerte y destrucción.  Porque  no debe olvidarse, ni  lo que significó su proceder ni lo que hizo.

Y aunque la justicia dio a conocer su pronunciamiento, estrictamente ajustado a derecho, el perdón a sus acciones y a su rol de dictador, en la historia uruguaya seguirá siendo un tema árido y muy difícil  de digerir, al menos  en nuestros días, porque la casuística de violaciones  de los DDHH que giró en torno a Álvarez fue muy voluminosa. Y tan voluminosa fue que involucró a otros de su misma laya, de los cuales algunos están igualmente presos, y otros están caminando libres por las calles uruguayas, amparados en la  oprobiosa impunidad de la cual todavía gozan, vaya uno a saber  debido a qué mecanismos o apoyos de los tiempos que corren.

Todo esto va más allá de las resoluciones judiciales. Todo esto va más allá de las promesas políticas para aclararse los hechos. Todo esto va más allá de las buenas intenciones y todo esto va más allá de las leyes. ¿Por qué?. Porque la  dictadura sembró odios. Odios ideológicos. Odios humanos. Y esos odios humanos de tiempos de dictadura fortalecieron la omertá.

Esa omertá maldita, que “El Goyo”  practicó hasta su muerte. Como la siguen  practicando otros militares (y civiles, de esos días negros de nuestro país) , que esperemos no se mueran antes .

*Foto de portada: www.Elmuerto.com

*Foto 2: www.Elmuerto.com

*Foto 3.ADMila

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