No existen, ni ahora, ni existirán en el mañana, las palabras justas para definir -sin entrar en inexactitudes- el crimen de Marielle Franco, cometido hace ya cinco años, porque su pérdida, ahora mismo, nos duele, como si habría ocurrido hace instantes. Las balas mafiosas que acabaron con ella y con su chofer Anderson Gomes, materializaron el lenguaje mafioso imperante en el Río de Janeiro de aquellos días. Y materializaron uno de los crímenes políticos, más emblemáticos y más abominables, de los últimos años.

Hoy escribimos en nuestra redacción sobre esta valerosa mujer, ciudadana del mundo, porque su lucha era para el mundo, desde su realidad regional, como punto de partida de un compromiso con la vida, con la justicia, con la verdad. No era para cualquiera llevar sobre sus espaldas la muy loable y sabia decisión de pensar en los demás, abandonando el egoísmo natural de la condición humana, para ceder tiempo, espacio, y gran parte de sí misma, para abrazar una lucha social, con mayúsculas, con la responsabilidad que solo una persona íntegra puede poner en práctica. Así era Marielle Franco, una intensa defensora de los derechos humanos, dentro de su comunidad, y era además una abanderada de la libertad, para la convivencia humana en una sociedad brasileña marcada por la violencia, no solo de los narcotraficantes instalados en los morros donde están las favelas, sino también, la violencia institucional, porque los excesos de las fuerzas de seguridad, fueron recurrentes y en algunos casos o circunstancias, descarados.

La responsabilidad y el compromiso con la vida y la verdad, siempre fueron los valores y el sustento cotidiano de Marielle; valores que en ella marcaron la diferencia. Valores inamovibles, que solo corresponden a personas, cuyo nombre y su apellido serán preservados para la memoria, porque se lo merecen. Marielle fue un claro ejemplo con mayúsculas, de la entrega personal que se puede dar por amor al prójimo, y Marielle fue también un muy sólido ejemplo de ética militante. La ética militante que desde las sombras no hace otra cosa que sembrar odios. Los odios que desataron plomo sobre su cuerpo, porque la presencia de Marielle entorpecía; estorbaba al poder, o mejor dicho lo cuestionaba, lo señalaba; y peor aún, Marielle estaba creciendo -a intenso ritmo- como emblema de la justicia, porque era una mujer justa, que, en el mañana, en un puesto militante (ya solo como concejala socialista), seguramente sería altamente peligroso para los interese mafiosos y fascistas del régimen bolsonarista de aquellos días.

Todos y cada uno de los escritos, de mis colegas, con su personal estilo, no pretenden más que homenajearla, y contribuir para que cada uno de los párrafos escritos -con la pasión del individuo libre y sediento de justicia- sea un sólido reclamo de justicia legítima, para que la impunidad no siga carcomiendo la verdad, y para que la memoria de Marielle siga incólume, como su obra misma y su ideario, que hoy es seguramente ejemplo indiscutido para las comunidades faveladas de Río de Janeiro, y para el mundo.

Desde las esferas pútridas de un gobierno que fue mafioso y que fue fascista, el de Jair Bolsonaro, quiero recalcarlo, se conspiró, no solo contra un ser humano, para tumbarlo y para dar un mensaje a todos aquellos que quisieran seguir sus pasos, sino también, para injuriarlo y para denostarlo, después de muerto. Porque esto ocurrió, mientras se daban sepultura a sus restos, en una plaza de Río de Janeiro abarrotada de miles y miles de personas.

Marielle, madre, carismática, dotada de una personalidad y sensibilidad indescriptibles, lesbiana, negra y además licenciada universitaria, activista de LGTB, y defensora de los pobres, y concejala de un partido de oposición, estaba erosionando -con sus denuncias y sus intervenciones públicas- las estructuras criminales que venían ejerciendo brutal violencia sobre los favelados, como si el hacerlo -día a día, con el saldo de jóvenes negros muertos- fuera algo normal.

Marielle los enfrentó, los denunció y los señaló con el dedo, porque la acompañaba la verdad. Marielle no se amilanó ni se dejó intimidar. Marielle fue, ante todo, una lideresa sin par.

Una mujer única, que recordarla es poco, por más que las razones sobren, y por miles.

Foto: Wikipedia / Midia Ninja

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