¿El narcotráfico multifacético operando en grado máximo en Rosario? ¿El accionar y la influencia en las calles de la banda de narcos denominada Los Monos? ¿La operatividad de otro grupo delictivo del mismo palo que busca imponerse? ¿Corrupción generalizada en filas estatales, y principalmente a nivel de las fuerzas de seguridad, seguida de una marcada y letal indiferencia del sistema político (salvo excepciones y me consta resaltar, expresamente, el valeroso compromiso público y parlamentario del legislador provincial Carlos Del Frade en su lucha contra el crimen organizado)? ¿Negligencia institucional, dentro de determinados ámbitos? ¿Un descomunal y harto deterioro en la gestión del gobierno de la provincia y en filas de determinados sectores de la función pública? ¿Filtración de la criminalidad entre quienes deben combatirla, desde diferentes frentes? ¿Qué ha estado ocurriendo en los últimos años, en la ciudad de Rosario, donde recién en menos de 24 horas, parecería que el mundo se les vino abajo, siendo que ya el derrumbe de todo vestigio de paz, viene siendo desde hace un buen rato, un mal crónico, de raíces muy profundas? ¿Qué ha estado ocurriendo y está ocurriendo en Rosario, para que subterráneos y non santos intereses -de cuño oficialista, y de cuello alto- conspiraran -en algunos casos subrepticiamente, en otros sutilmente y en ocasiones descaradamente (a la vista de todos)- para convertir esa región de la Argentina en un emblema de criminalidad, corrupción y muerte, con el tenebroso saldo de 66 homicidios en lo que va de este 2023, sin contabilizar los heridos de bala, los atentados a balazos, y los hechos de sangre con implicancia criminal? ¿Qué ha estado ocurriendo en Rosario, para que se llegue a la nada agradable conclusión de la vigencia de una notoria criminalidad local, como regente de una vida ciudadana, donde el miedo, la desesperanza y la incertidumbre, hacen mella y no pasan inadvertidas las noches rosarinas, en las que ya es natural sentir las detonaciones de las armas de fuego, seguidas de esquelas amenazantes, como si todo se tratara de un caos absoluto, y la evidencia más innegable -en los hechos- de que las políticas de seguridad -y de convivencia ciudadana- del gobierno provincial y central, se fueron por el resumidero de la red cloacal local? ¿Qué ocurre hoy en Rosario, que ya sabe a miedo, pólvora, muerte?

No hay respuestas inmediatas. Ha habido intentos para obtenerlas, a lo largo de los años, pero se ve a las claras que las obtenidas, no fueron lo suficientemente convincentes.

Dramáticamente, hace cinco días debió ser necesario un caos mayúsculo en Rosario para que comenzaran a desperezarse del sueño institucional las ayudas del gobierno central, con bombos y platillos, como no podía ser de otra manera, viniendo de la Casa Rosada. Dramáticamente debió correr sangre de menores: un niño de 11 años fallecido -Máximo Jerez- y tres heridos, en una balacera -fruto de un episodio de lucha de poder entre bandas de narcos, en el barrio Los Pumitas- para que los medios de comunicación acompasaran ese despertar gubernamental con un reclamo generalizado a las autoridades provinciales y de la capital, sensibilizando a la ciudadanía, como si esa violencia hubiese aparecido de la nada, siendo que ya era una realidad que saltaba a los ojos desde hace ya unos tres o cuatro años, o quizás más.

Que viene ocurriendo en Rosario que hoy sabe a muerte pueblada y miedo 2

El caos mayúsculo en Rosario, al que me refería, se tradujo en una suerte de pueblada espontánea que tuvo lugar el pasado fin de semana (con un introito de días atrás en el que un supermercado de un familiar del ídolo del fútbol argentino y mundial Lionel Messi) a poco del velorio del niño Jerez cuando pobladores de la comunidad Los Pumitas, del Empalme Graneros – de personas humildes que sobreviven de changas para mantener a sus familias- dijeron basta a los narcos que dominan esa zona, y con palos, picos , hierros y palos, descargaron su furia contra las edificaciones -denominadas “bunkers”- donde se vende droga (el paco, exclusivamente) haciendo lo propio y con mayor virulencia contra la vivienda del narco apodado “El Salteño” (quien fue sindicado masivamente como el responsable de la muerte del niño de 11 años, y de las heridas de los tres restantes) y que debió ser extraído de la zona por fuerzas policiales que en el curso del asedio terminó hiriendo con balas de goma a los integrantes de la familia del menor fallecido, los que por cierto fueron parte activa en reclamar justicia, junto con vecinos presas de la ira, de dolor e indignación, por todo lo acontecido. El saldo de la movida fue el siguiente: casas destruidas a golpes de hierros; incendio de motos y de viviendas pertenecientes a los narcos, con saqueos de muebles y electrodomésticos, y una violencia dirigida especialmente contra el hombre sospechoso de balear a los niños, y que estuvo a muy poco de ser linchado, en un acto típico de justicia por mano propia.

En el comienzo de esta semana el hartazgo de la mayoría de los residentes de la Comunidad Los Pumitas, por vivir a merced de los narcos -violentados por ellos en su diario vivir- en una tierra de nadie, se hizo sentir con inusitada violencia, y hasta me atrevería a decir, merecidamente, dado el panorama reinante.

Desde la Casa Rosada, su titular Alberto Fernández, lapso después, muy circunspecto ante cámaras de televisión, hizo anuncios del envío a Rosario de 1.400 efectivos de fuerzas federales, y una compañía de militares, para cumplir una labor exclusivamente de urbanización popular, sin armamento, se aclaró muy bien, por aquello de que no se vaya a pensar, que tras cuernos palos: es decir, que a la casta militar se le suba los humos y de la misión de dar seguridad o de urbanizar (de evangelizar con el uniforme, se me hace a la idea) sobrevengan los excesos, con los resultados que -desafortunadamente- ya se conocen.

Metafóricamente hablando, es como si los bomberos hubieran llegado a sofocar el incendio de Rosario, cuando ya el fuego prácticamente destruyó todo y la ciudad quedó reducida a un manojo de ruinas humeantes -de muerte, desesperación, miedo, y corrupción- porque al decir de los pobladores de la Comunidad Los Pumitas, la “guerra contra los narcos recién dio comienzo, y de manera muy violenta”. Y tanto fue así, que ya el lunes mismo al caer el sol -cuando los periodistas y reporteros gráficos se fueron del lugar- con las sombras de la noche, por WhatsApp y Facebook, los narcos dieron a conocer un video, por demás contundente y estremecedor: un enmascarado manipulando un arma materializó la amenaza.

“Escuchen manga de giles, van a tener que devolver las cosas que sacaron adentro de la casa. Si no, les vamos a dejar todos los días un muerto adentro de sus casas ¿Me escucharon? Todas estas balitas van para ustedes, guachos, más vale que devuelvan las cosas, que le vamos a dar a todos plomo”.

Para muestra basta un botón. Y la muestra de los últimos cinco días, en Rosario, alcanzó y sobró, para que a todo nivel nos resulte prácticamente una obligación, a raja tabla, no ser indiferentes, a todas y cada una de las instancias de violencias que se vieron por televisión, con toda suerte de imágenes y de testimonios.

Detrás de los escritorios de los burócratas de la capital argentina, y hasta del periodismo -salvo excepciones, que las hay, por cierto- no se hubo dimensionado seriamente nada de lo que venía ocurriendo en Rosario, porque de lo contrario no habría corrido sangre de niños por las calles de la Comunidad Los Pumitas. Pero el refrán dice: “No hay mal que por bien no venga”, lo que quiere decir que saquémosle punta a lo ocurrido y digamos -aunque no es consuelo alguno- que por lo menos ahora, la población argentina conoció las entrañas mismas del dolor rosarino: en testimonios crudos, en imágenes crudas y en reflexiones populares que estremecen.

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De las muchas coberturas periodísticas de televisión que he visto sobre los hechos de Los Pumitas, quiero rescatar una -elegida casi al azar- para compartirla con ustedes, permitiéndonos así, adentrarnos -inconsultos, y me disculpo por ello, con los colegas y con el entrevistado- en el sentir de una familia residiendo en ese gheto de violencia narco, aunque la exministra de Seguridad Sabrina Frederic, hoy titular de Cascos Blancos -consultada por la prensa sobre toda esta situación- no opina en esa línea porque afirma que “el comercio de drogas ilegales no genera violencia. La prueba es Buenos Aires. Hay situaciones especiales, pero no quiere decir que siempre genere violencia. En Rosario hay una violencia que tiene sus años y no pudo ser disminuida, de 2014 a 2017 fue disminuyendo, pero de ahí volvió a subir. El problema está asociado a muchas circunstancias, entre ellas el rol que cumple el Estado protector, cuidador, benefactor, que no lo cumple, y el rol del Estado desde la seguridad. La policía de Santa Fe tiene lazos con quienes cometen este tipo de delitos. Las políticas de Estado han fracasado”.

Un residente de Los Pumitas, cuyo nombre no ha sido divulgado, y que además no muestra su rostro, responde las preguntas del periodista; rescatamos de su prolongado y descarnado testimonio los párrafos, más significativos y emblemáticos, de lo que él, los suyos y sus vecinos, viven, en algunas de las viviendas que se vieron por televisión.

“Estamos amenazados ( ) No queremos más un nene muerto o un grande, o yo o cualquiera, o por ahí ustedes que vienen a cubrir una nota, les puede pasar a ustedes, como le pasó a éste nene”.

“Tenemos un audio grabado de la cárcel ( ) de que estas personas , si es que se les puede llamar personas, si ellos tienen madre, padre o hijos, no creería que puedan venir a matar a un inocente”.

“De noche acá estamos pendientes de Dios, porque el que nos guarda, y nos protege es Dios, fíjese que anoche (por la noche del lunes, ndr) eran las 11 de la noche, se fueron todos los periodistas, y estamos agradecidos y contentos que hayan venido, para hacerle saber al pueblo lo que pasa acá”.

“En Rosario no tenemos Intendente, no tenemos Gobernador, no tenemos un presidente, ellos se acuerdan solo cuando necesitan el voto de los pobres”.

“No podemos salir a las calles, nos siguen amenazando desde las cárceles”.

“Acá nadie hace nada. Ayer cuando el pueblo se levantó, tenemos el video, ellos (los narcos, ndr) piden ayer un abogado que mando cuatro patrulleros con 30 policías, que los cuidan a ellos y no a nosotros, porque están arreglados con ellos, con nosotros no, porque somos pobres”.

“Ahora más que nunca esto se tiene que terminar con el pueblo. Se tiene que terminar acá y en todas partes”.

Para este ciudadano, que habló con el colega de televisión de LN, de espaldas a la cámara -porque tiene miedo ser ajusticiado, así de literal- su apocalipsis y la violencia que vivió, tiene el mismo nombre y el mismo apellido: el narco, atenazándolo día a día en su habitat. Este ciudadano ni por asomo aludirá a los tecnicismos que se vocean -desde filas especializadas- sobre una espiral de violencia polifacética, que es el resumen de un todo compartido, donde las culpas son compartidas, pero el protagonista principal del escenario del caos y del desorden, indiscutiblemente, es el crimen organizado -del que hacen parte los narcos- y todo lo que hay a su alrededor: la indiferencia oficial ante las corrupciones que conciernen -y no generalizo, porque seguramente hay funcionarios honestos- a algunos operadores de justicia, de las fuerzas de seguridad y del sistema político; y especialmente a las complicidades que se mecen dentro de una institucionalidad rosarina contaminada de cabo a rabo. Y las evidencias de ese connubio, sobran.

Complicidades que se hacen más visibles aún, a la hora de los discursos oficialistas que se vienen pavoneando desde el fin de semana que pasó; discursos algunos que, en vez de aclarar aguas, las oscurecen aún más, con la vestimenta de la hipocresía institucional, y política.

¡Rosario duele, y mucho! porque detrás del crimen organizado, hay un subterráneo de acciones, omisiones y desvíos, de personajes que hacen parte del poder, y lo más grave, y lo más turbio, que, conviven en su cotidianidad funcional, con elementos de ese crimen organizado, que, a la luz solar, lo señalan y lo acusan, cuando en realidad -en la nocturnidad y entre las sombreas- no hacen otra cosa que apañarlo y encubrirlo, y hasta a veces, propiciarlo y alentarlo, sobre todo cuando en los establecimientos penitenciarios se da cobijo a las cúpulas de la criminalidad, para que sigan operando sus negocios de la droga y de las finanzas, como si estuvieran libres, de juerga y con vida fuera de las rejas.

Este lunes que pasó, ciudadanos humildes, con el dolor y la indignación -y con rabia diría yo, y mi redactor Díaz, diría, con el hartazgo al mango- corriéndoles por las venas, se hicieron sentir para que tiemblen los cimientos de una estructura institucional, de una buena vez por todas.

Mientras ahora escribo, esas gentes humildes, atrapadas por la telaraña criminal, todavía andan en esas, luchándola, confrontando al crimen organizado y a sus cómplices, para subsistir, a sabiendas de que quizás mañana ya no estarán junto a sus seres queridos.

¡Decir que todo esto nos da mucha rabia, es poco!

Foto: Télam / Sebastián Granata

Foto 2: LMNeuquén / momento en que la policía retira de la vivienda al narco señalado como responsable de los balazos a Máximo Jerez

Foto 3: enmascarado profiriendo amenazas a través de un video difundido por WhatsApp y Facebook

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