Por Jean Georges Almendras-24 de diciembre de 2022

Al golpe bajo dado por la mafia que opera en zonas de interés financiero-criminal de la madre tierra sudamericana, que no son pocas, cuando asesinó al activista y sindicalista medioambiental Chico Mendes en el Brasil, hace 34 años, a saber, el 22 de diciembre de 1988, sobrevino el impacto, y la conmoción mundial, pero ni por un momento, desde las entrañas mismas de la criminalidad empresarial de aquellos días, se sospechó, que segar esa vida, sería en definitiva para ella,  un verdadero boomerang, porque el  mundo entero no solo puso sus ojos en los autores materiales, sino en particular, sobre la ideología que sustentó el mortal ataque. Esa ideología criminal que, en aquellos días del atentado, no solo no se agotó ese día, sino más bien, se potenció, con el estremecedor saldo de víctimas por América Latina: conste que más vidas se perdieron, en los años siguientes. Vidas de campesinos, vidas de integrantes de pueblos originarios, y vidas de activistas ambientalistas, luchando a brazo partido, para defender tierras, fauna autóctona, y derechos, en lugares del planeta que para los esbirros del capitalismo predador, no son ni más ni menos que escenarios propicios para contabilizar proyectos, de neto corte empresarial, para hacer fortunas, desoyendo derechos sobre tierras, y desoyendo soberanías, y avasallando todo a su paso, para fortalecer, preferencialmente, sus intereses monetarios. Así de burdo. Así de inmoral. Así de criminal. Y en ese contexto, hoy recordando a Chico Mendes, no podemos ignorar, por ejemplo, a Berta Cáceres. Ambas víctimas mediáticas, que entregaron sus vidas en regiones distantes entre sí, pero unidas por un común enemigo dramático y estremecedor: el poder.
 
Se llamaba Francisco Alvez Mendes Filho, y era conocido por aquellos días de intensa vida de sindicalista y de activista del medio ambiente, como Chico Mendes, nacido en la localidad de Xapurí, de Brasil, el 15 de diciembre de 1944. Fue, además, recolector de caucho, como su padre. Fue un luchador pacífico, no obstante tener suficientes motivos para adoptar la violencia como metodología de combate, dado que sus ojos vieron desde la infancia los atropellos de los poderosos de su tiempo, especialmente cometidos contra los trabajadores de la amazonia, en los terrenos donde se recolectaba el caucho. Allí, dentro de ese contexto, de violencia social contra la desposeídos y los asalariados -explotados laboralmente- que Chico se fue formando en la lucha sindical, y casi en simultáneo en la lucha en favor del medio ambiente.
 
Con los años, su popularidad cobró notoriedad, no solo en la región, sino además en el exterior (fue premiado con el Global 500 de la ONU, en Inglaterra, y con la Medalla del Medio Ambiente de la Better World Society, en Estados Unidos) y esa circunstancia, irónicamente, lo visibilizó como elemento peligroso para el poder.  Ese poder representado por capataces violentos y empleadores sedientos de ganancias que entendieron que ese hombre -defensor de la Amazonia- era sin lugar a dudas un obstáculo a sacar del medio, a cualquier precio. Tal como le ocurrió, bastantes años después a la indígena lenca Bertha Cáceres, en territorio hondureño. 
 
Chico Mendes fue asesinado a la edad de 44 años, y sus victimarios (los sicarios) fueron Darly Alvez Da Silva y uno de sus hijos, Darly Alvez Pereira, que según se informó oportunamente, verdaderamente eran latifundistas (rancheros, se dijo en aquel momento) integrantes de la Unión Democrática Ruralista, cuyo principal cometido era estar a favor -bajo todos los medios- de la explotación privada de la tierra. Y el dato más siniestro de esta organización, en apariencia funcional a proyectos de desarrollo rural en la Amazonia, es que se caracterizó por disponer asesinatos de personas que optaban a resistirse a sus intereses, a sus bolsillos; literalmente a decir no a la industrialización de un territorio rico en recursos naturales, hasta nuestros días.
 
El propio Chico Mendes, tuvo, en varias oportunidades, la lucides de describir la situación de todos aquellos que osaban a denunciar, cuestionar o confrontar al régimen de terror impuesto por los latifundistas y terratenientes de aquellas tierras y en aquellos tiempos, abrazados al poder económico bosquejando proyectos.
 
Un régimen de terror, que fue aludido por él, sin tapujos, en una de sus intervenciones. Una que fue calificada como premonitoria: “No quiero flores en mi tumba porque sé que se irán a arrancarlas a la selva. Sólo quiero que mi muerte contribuya a terminar con la impunidad de los matones, que cuentan con la protección de la policía, y que ya han matado a más de 50 personas como yo, líderes seringueiros dispuestos a salvar la selva amazónica y a demostrar que el progreso sin destrucción es posible”.
 
Dramáticas palabras de Mendes, a las que sumaron otras, a escasos días de habérsele quitado la vida en la puerta de su casa. Palabras con una carga de valor indescriptible, pero también, con una carga de tragedia, lamentablemente, nada distante de la realidad; de su realidad.
 
“Si descendiese un enviado de los cielos y me garantizase que mi muerte facilitaría nuestra lucha, hasta valdría la pena. Pero la experiencia me enseña lo contrario. Las manifestaciones o los entierros no salvarán la Amazonia. Quiero vivir”.
 
Pueblos enteros de Latinoamérica se estremecieron al conocer la noticia del atentado contra Chico Mendes. Pueblos enteros se indignaron. Lo lloraron, lo ponderaron y lo rescataron de las infamias y de las indiferencias de quienes no admitieron -impunemente- que se había asesinado a un hombre de bien, amante de la vida, de la tierra y de la libertad. Y el estrago que significó ya no tenerlo físicamente, avaló con creces que sus palabras no estaban erradas; y no eran equívocas. 
 
Los actos de intimidación, y de hostigamiento, y de asesinato de los activistas ambientalistas y de quienes desde filas del periodismo osaron denunciar abusos, dentro de los territorios brasileños continuaron siendo moneda corriente. Uno de ellos, de tiempo más reciente, que visibilizó la crueldad criminal en toda su extensión, fue la muerte -en junio de este año en la Amazonia- del periodista británico Dom Phillips, de 57 años, y del indigenista brasileño Bruno Pereira, de 41 años. Este último fue ultimado de tres tiros por la espalda, y su amigo y compañero de labor, Phillips, fue igualmente baleado por el solo hecho de acompañarlo, tal lo establecido por las autoridades a la hora de confirmar públicamente la captura de los responsables del doble homicidio. Un hecho cometido en una zona remota y apartada de la Amazonia, considerada en extremo peligrosa por la presencia operativa, allí, de narcotraficantes, otros grupos criminales y cazadores furtivos, estimándose que entre estos últimos se maquinó el doble atentado, porque estimaron que sus denuncias les perjudicarían sus negocios ilegales, en una tierra que más que amarla y protegerla, no la hacían más que destruirla y contaminarla, con operaciones serviles al poder empresarial. 
 
Por ejemplo, según la policía, a Pereira lo habrían asesinado específicamente porque denunció, en no pocas oportunidades, la pesca ilegal en tierras protegidas, y porque además venía realizando un proyecto para dar asistencia a indígenas locales, a denunciar invasiones de sus tierras, habiendo incluso recibido -ya anteriormente- amenazas de muerte.
 
Entonces, en ese contexto, de sistemática turbiedad criminal, hombres como ellos, en este tiempo, y como Chico Mendes, hace 34 años, procuraban llevar adelante proyectos legítimos de preservación de la tierra, del medio ambiente, de la fauna, en oposición clara y contundente de los proyectos predadores de los capitalistas protegidos por sicarios y por los elementos de la criminalidad, de siempre. 
 
Recordarlo, a Chico Mendes, no alcanza. Homenajearlo en la agenda de unas efemérides, no alcanza. No alcanza la vida, para señalar con el dedo acusador, a tanta infamia desatada en la Amazonia y fuera de ella, sobrevolando sobre las cabezas de personas que abrazan causas justas y luchas sociales, con un activismo comprometido y tristemente, a conciencia de sus consecuencias.
 
No alcanzan ni vidas, ni esfuerzos, ni sacrificios, como periodistas orientados en esa misma línea, para la tenaz defensa de la vida y para la denuncia de las violencias que se fomentan desde los sitiales del poder económico de nuestros días.
 
Chico Mendes, sobre tu martirio, intentaremos día a día, en convencernos que no ha sido en vano, ni que dejará de serlo nunca.
 
Lo mínimo que podemos hacer.
 
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*Foto de portada: captura de video