En Pedro Juan Caballero, Paraguay

El dolor de una madre cuyo esposo, el periodista Humberto Coronel, fue asesinado por la mafia

Por Jean Georges Almendras-7 de noviembre de 2022

La idea que uno puede hacerse de la pérdida de una vida humana por balas mafiosas, no es la suficiente, o si acaso la más acertada, o la más ajustada a la verdad, sencillamente porque no se logra asumir el hecho en sí mismo, ni su magnitud porque no es nuestro; y porque ha sido distante a nuestra cotidianidad. Entonces, si esa idea de haber perdido un ser querido en esas circunstancias, está a años luz, inevitablemente debemos tener frente a frente a quienes vivieron la tragedia en carne propia, para perfectamente dimensionar, de cara a la realidad, lo que significa sufrir la muerte violenta de un ser querido a manos de la criminalidad. Y esto es lo que nos ocurrió cuando una mañana del pasado mes de octubre, después de recorrer cerca de 500 kilómetros, llegamos -desde la ciudad de Asunción- a la vivienda donde ahora reside la viuda del periodista Humberto Coronel, en la localidad Costa Romero de Villa Horqueta. A Ana Yolanda Argüello le fue arrebatada la vida de su esposo el mediodía del 6 de setiembre de este año –hace dos meses aproximadamente- cuando salía de su trabajo, a las puertas de la emisora radial La Voz de Amambay en Pedro Juan Caballero; y al hijo de ambos, de cinco meses, de nombre Arthur, le arrebataron a su padre. El victimario fue un sicario que arma en mano, y tripulando una moto arremetió contra Coronel y le disparo ocho veces. El periodista, de 33 años de edad, no llegó a subir a su auto y cayó al pavimento, sobre la vereda, junto a un árbol, literalmente agonizante. Su asesino siguió su trayectoria, dejando a sus espaldas una tragedia indescriptible. Una más de tantas.

Irrumpimos en el hogar de la familia Coronel y nuestro primer contacto lo hicimos con la madre de Ana, en una amplia edificación, aunque sencilla, a la vera de la ruta en la que funciona una despensa, hoy, el único medio de vida de todos quienes allí habitan. No bien descendemos del automóvil nos recibe Pablina Díaz. En sus ojos se nota tristeza, pero su rostro es el de una persona que lucha por seguir adelante, y antes de respondernos, hace una pausa, baja la mirada y tomando impulso recuerda “cuando él (su nieto) tenía tres días de nacido, a su padre le dejaron un panfleto en el auto de su compañero de trabajo, que decía que Humberto y él sabían muchas cosas y que le iban a hacer callar. No sé qué decir de todo esto. La mafia asesina en la frontera”.

Toma confianza y sigue relatándonos, como si por un instante tuviera le necesidad de contarlo todo; de rememorarlo todo, desde el nacimiento de Arthur hasta el momento mismo en que supo que habían baleado a su yerno. Habla pausadamente, mirándonos siempre a los ojos. Con esa mirada franca, sobrada en transparencia y curtida por el sufrimiento: “Me dejó consternada, súper consternada me dejó”.

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Hoy la familia Coronel se ha reagrupado en Villa Horqueta, pero al momento del atentado, Humberto y su esposa residían en Pedro Juan Caballero, distante unos 172 kilómetros, desde el lugar en el que nos encontramos. Tras el atentado, en esa familia, reina la incertidumbre. Solo hay una rutina para sobrevivir, porque hay que vivir el día a día “aunque no sabemos todavía qué hacer hasta ahora, pero estamos pidiendo justicia, que se haga justicia”.

Las autoridades a las pocas horas del asesinato de Humberto han identificado al sicario, pero de él, ni rastros: está prófugo y se lo supone en territorio brasileño. La familia Coronel, en cambio, nada sabe de las investigaciones, al menos de fuentes policiales. Solo saben que Humberto ya no está. Y hoy no tienen miedo.

“Y no hemos recibido amenazas, ni tampoco hemos tenido problemas”, afirma Pablina.

Como tampoco saben lo que Humberto hablaba por la radio ni lo que denunciaba: “Él leía solamente los mensajes que se le mandaba a su programa. Eso es lo que él hacía, eso es lo que yo sé, que él hacía”.

El hermetismo de Pablina no es caprichoso, no es especulativo. Nos ha hablado con sinceridad sobre el trabajo de su yerno, pero, además, nos ha confesado que antes del atentado el miedo no estaba presente, en el diario quehacer de Humberto: “No, no tenía miedo. Él siempre decía que no falló con nadie, que no teme de nada, que él no tiene una falla. Yo procuré por él para traerle para este lado, pero decía que él no teme, que no tiene falla con nadie. Sí, me decía eso”.

Ana Argüello y Humberto Coronel se conocieron en el 2012, ambos son oriundos de la zona de Horqueta, y se casaron hace unos diez años. Él estudiaba derecho, cursaba 5to. año, pero un día resolvió hacer a un costado el estudio para construir su hogar. Optaron por trasladarse a Pedro Juan Caballero y sentar base en una localidad cooptada por la criminalidad pero que irónicamente brindaba oportunidades laborales, porque se trata de una ciudad de notoria y muy próspera actividad comercial, en paralelo a que los grupos criminales imponen sus códigos, y sus violencias. Pero con los años, para Humberto Coronel, Pedro Juan Caballero, no fue sinónimo ni de prosperidad ni de una mejor vida. Su presencia allí, le significó la muerte.

Su largo cabello negro recogido hacia atrás deja ver a una mujer de 27 años de facciones interesantes. En su rostro se pueden percibir dibujados, perfectamente, dos sentimientos: el del dolor y el de la resistencia. Ana me mira con la cabeza y la frente en alto. Habla en voz baja, pero sus palabras demuestran decisión y no levanta el tono. Toma a su hijo en brazos y lo abraza, lo acaricia. Hace silencio. Ese silencio que dice más que un torrente de recuerdos, apreciaciones o reflexiones. Que me tientan a no preguntarle nada. Pero ella no puede con su naturaleza, que es la transparencia y el hablar con la verdad, y lo hace, accediendo a la curiosidad periodista.

A finales de su adolescencia dijo sí al matrimonio con Humberto, y dijo sí, a la idea de construir su hogar en Pedro Juan Caballero, como dijo sí a la propuesta laboral para ser un periodista de una radio enfrentada contra la mafia. Pero nunca llegó a imaginar, por aquellos días, que sobrevendría la tragedia y que ella misma abrazaría el cuerpo sangrante de un Humberto ya sin vida, caído sobre la vía pública, sobre la vereda, sumergida más en la angustia y en la impotencia, que en el shock. Ana, es hoy la viuda de Coronel. La madre de un bebe de cinco meses. Una madre que no ha bajado los brazos, ni mucho menos su coraje para confrontar cara a cara, si fuera necesario, a todos y cada uno de los criminales que tuvieron que ver con el atentado.

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“No sé ni con qué términos explicar la manera en que me siento, de la forma vil en que le arrebataron la vida a mi marido. Me siento destrozada. Me quedé con mi hijo pequeño de cuatro meses. No sé ni qué decir, no sé qué palabras expresar, si estuvieran frente a mí los asesinos… les diría, qué tipo de corazón tienen para poder hacerle así a sus semejantes, si no tienen luego familia, si no se ponen en mi lugar, en el lugar de los padres de mi marido…”.

No hay odio en sus palabras. A menos de dos meses del asesinato hay serenidad en sus expresiones y en su semblante. Si dejar de abrazar a su hijo,hace una pausa y atina a responderme.

“Él había recibido amenazas en junio, el 10, cuando recibió ese cartel rojo que decía en portugués que iban a ir apagando a los que saben mucho, muchas cosas, no recuerdo bien porque estaba en portugués, y ahí puso el nombre de un compañero de él y Humbertito; no puso su nombre así, Humberto, sino Humbertito. La verdad, que él al principio no creía en esas amenazas porque él no le debe a nadie, no hizo nada. Él así me decía, porque yo había dado recién a luz a mi bebé y tal vez no sé si no me quería preocupar, pero él siempre me decía que yo no me preocupe, que estuviera tranquila, así decía. Pero no sabría decirte si él no quería nomás que me preocupe”.

“Él hablaba de diferentes temas ahí en su programa, hablaba mucho…y ese día justamente él estaba hablando de la inacción policial, que se le disparó a un auto cerca de la investigación, eran esas cosas las que él decía. Qué información sabría, no sabría decirte”.

¿Prudencia? ¿Estrategia? ¿Instinto? No sé cómo calificarlo, pero sí está claro, que Humberto, además de haber adoptado una conducta funcional a la protección de sus seres queridos, era portador de información sensible sobre el entramado mafioso que se encuentra instalado en Pedro Juan Caballero, involucrando a delincuentes locales, elementos del PCC brasileño y a todo un poderoso tentáculo mafioso extendido por el territorio paraguayo, con alcances inimaginables, y que en su derrotero quizás llegarían hasta la capital misma: Asunción, donde seguramente, hasta el Fiscal Marcelo Pecci, debió haber tenido sobre su mesa de trabajo, datos valiosos, con nombres y apellidos valiosos, de jefes mafiosos de Pedro Juan Caballero.

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En nuestro reciente viaje a Pedro Juan Caballero, con redactores locales de nuestra redacción, tuvimos sólidos indicios -a propósito, les consignamos, que estamos trabajando en torno a una muy reveladora entrevista con la que era hasta hace pocos días, intendenta interina de esa ciudad, Carolina Yumi, propietaria de la radio en la que trabajaba Coronel- de que esa localidad fronteriza, da cobijo a uno de los nidos mafiosos más influyentes de la región. Y fue precisamente en ese entorno, y en ese contexto urbano y criminal, que el esposo de Ana habría hincado el diente al sistema mafioso de turno, cuya cúpula, de una, y sin mucho trámite, hubo ordenado a un sicario, ejecutarlo a balazos a plena luz del día.

Y es Ana misma la que nos recuerda la tragedia de esa jornada. Con sus palabras. Con sus expresiones. Con su sensibilidad. Con su bronca.

“Estaba sola con mi hijo, y una amiga me avisó, y me dijo que se le disparó a él y que le habían llevado al hospital. Pero eso no era cierto, no se le llevó al hospital porque él ya falleció ahí. Una amiga me avisó y yo tardé un poquitito para llegar porque no podía salir con la criatura, porque estaba sola en mi casa con mi bebé. Nunca, imaginé que iba a pasar esto, nunca. Y hasta ahora no creo. Siento que él va a llegar en cualquier momento y que esto no pasó. Él entraba a las 12 del mediodía a su trabajo. Ese día almorzamos temprano, después él se despidió como siempre, me dio un beso a mí, le dio un beso a su hijo y se fue. Después nunca más. Yo sé que ahora nunca va a volver”.

Dejándonos llevar por los sentimentalismos, habríamos imaginado quizás, entrevistar a una mujer sumida en el llanto. Pero no fue así. Más bien, encontramos a una mujer fuerte. Que sufre, es cierto, pero que no se muestra vencida. Todo lo contrario. A sus 27 años sabe que su hijo la necesita y que ella debe estar entera emocionalmente.

“La gente de la radio me acompañó y ayudó siempre”, nos dice y agrega, con expresiones convincentes: “La situación acá está difícil. Todas las cosas que están pasando. No hay justicia y vivimos con miedo, pero no el miedo de que atentarán contra mí o mi familia, sino el miedo al momento en el que estamos. Yo no he vuelto a Pedro Juan. Estoy acá en Horqueta. No tengo custodia ni la he pedido. Después de todo lo que pasó, no estaba para pensar en eso. Me quedé aquí. Ahora mismo no sé todavía lo que voy a hacer, pero, sí luchar por mi hijo. Cómo mismo voy a hacer todo eso, todavía no sé. No sé si voy a quedarme acá, o si vuelvo a Pedro Juan, o si me voy a otra parte, no sé. En este momento no trabajo, porque yo dejé de trabajar desde el momento que me embaracé. Estaba dependiendo exclusivamente de mi marido. Me embaracé, le tuve a él, tuve cesárea, entonces no estaba trabajando desde ese momento”.

Hace una pausa y habla con palabras que van dirigidas a todas aquellas mujeres que han pasado por este dolor: “Les digo que saquen fuerzas y que luchemos por los que están, en mi caso por ejemplo por mi hijo, luchar por él, seguir adelante, pedir a Dios que llegue la justicia, para que las personas que hacen este tipo de hechos puedan pagar. Eso sería lo que les puedo decir”.

También nos habla de esa ciudad escenario del crimen: “Pedro Juan Caballero es una ciudad hermosa. Me encanta Pedro Juan Caballero. Pero es una ciudad en la que suceden muchos tipos de hechos tristes. Pero eso no cambia mi opinión buena que tengo a través de esa ciudad. Hay mucha oportunidad para salir adelante. Nosotros justamente por eso nos fuimos de acá con Humberto, porque por acá no hay tanta oportunidad como allá. Allá te pagan bien, conseguís trabajo, para poder tener un mejor futuro. Más seguridad, necesitamos más seguridad”.

Y concluye: “Yo me siento destrozada. Me es difícil esta situación, no sé cómo lidiar con todo esto. Solo pido a Dios que me de fuerza y que pueda salir adelante, pueda saber vivir con esto, porque siempre voy a recordarle. Nunca voy a olvidarle, nunca voy a olvidar esto. Para siempre va a estar marcado en mi vida”.

Fue imprevisible para nosotros la propuesta de Ana, de visitar la tumba de su esposo Humberto, como paso previo para conocer a sus suegros. Ella abordó el automóvil, al que no pudo subir su esposo aquel 6 de setiembre, porque el sicario lo tumbó antes al piso, a puro plomo.

Veo el vehículo y veo los impactos de bala en la carrocería, en la parte posterior, sobre el lado izquierdo. Son un inequívoco rastro tangible de la tragedia.

Ana y su madre suben al rodado, porque es su herramienta de trabajo, su medio de transporte. No han resuelto aún si mantenerlo con ellas o venderlo. Todavía no tienen nada definido. Todavía viven días de incertidumbre, de recuerdos que atenazan el alma.

Mientras seguimos de cerca a ese automóvil, pienso en nosotros. Pienso que, en el nombre del periodismo, osamos quebrar unos instantes la privacidad de Ana, entrometiéndonos en su rutina. Pero esos pensamientos se me diluyen, porque sorprendentemente vemos y sentimos, con quienes me acompañan, que fuimos bien recibidos. Que no hubo ni rechazos, ni hipocresías a nuestra presencia. Ni miedos.

Éramos dos periodistas uruguayos -Victoria Camboni y yo- dos paraguayos -Jorge Figueredo y Omar Cristaldo- y un fotógrafo argentino (activista de Our Voice) Leandro Gómez. Y a pesar de la tragedia, la familia de Humberto Coronel, fue amable, educada, pero especialmente respetuosa con nuestro trabajo.

Y su testimonio es válido. Es estremecedor, pero valiente. Un testimonio que confronta, que grita resistencia y que reclama justicia. Porque es un testimonio verdadero, que no se esconde en el silencio, porque lo que ocurrió no es para silenciarlo. Es para difundirlo. Difundirlo con honestidad, y con espíritu combativo, funcional a la verdad. Ese mismo sentimiento que llevó a Humberto, a decir la verdad desde sus micrófonos. Esa verdad que le costó la vida, como les costó la vida a los otros periodistas de su país, asesinados por la mafia.

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Nos adentramos en un cementerio humilde. Una tierra sacra. Una tierra destinada al descanso eterno. Camino junto a Ana. Lo hacemos en silencio, por un sendero que no es sendero porque no tiene límites, y tierra y vegetación casi que se confunden. A ambos lados tumbas, y entre ellas, en una muy modesta, que está en construcción, descansan los restos de Humberto. No hay palabras. Ana se inclina sobre una lápida donde una vela encendida, una fotografía y una placa lo dicen todo. Ana mira la fotografía. Mira a su alrededor y no se desmorona. Aguarda unos minutos, respira y nos mira. Gira sobre sí misma y se aleja con serenidad y nos dice: “Por favor no saquen fotos de toda la tumba porque la estamos construyendo poco a poco. Solo registren dónde está la vela”. No fueron necesarias sus palabras, porque Leandro, ya desde hace instantes trabajó abrazado al respeto y supo muy bien llevar adelante el registro. El rostro de Ana, parece agradecérselo. Y habla.

“Vamos a conocer a mis suegros, los papás de Humberto. Están muy mal con todo esto”.

Humberto Coronel creció en la zona de Horqueta junto a sus padres: Dionisio Coronel y Ramona Godoy, que hoy viven en una típica edificación rural confortable, pero de trazos humildes. Sus manos y sus rostros curtidos hablan a las claras que el trabajo rural y sus respectivas vidas, fueron duras. No hubo ni comodidades, ni lujos. Las vidas de ambos transcurrieron sin nada de apellidos ni de aureolas de sociedad. Ambos formaron una familia campesina y anónima, subsistiendo en una zona rural paraguaya, con todo lo que ello significa. Humberto creció ahí, en ese contexto, y solo con su inteligencia, su tesón y los valores que sus padres deben haberle trasmitido, supo abrirse camino, primero para estudiar y después para construir una pareja y luego su hogar. Hasta que un buen día un hijo les cambió la vida. Como les cambió la vida a Dionisio y a Ramona, transformados en abuelos. Pero en la primera semana de setiembre la mala noticia de la pérdida de Humberto los sumergió en la tristeza. Fue muy duro ese golpe. Y Ramona es la que más lo siente.

Ella y su esposo nos reciben respetuosamente y saben que nuestra visita gira en torno a la tragedia, al asesinato de su hijo. Salen a la luz los sufrimientos. Nos hablan en guaraní y nos hablan en castellano. Nos hablan pausadamente. Pero cada palabra es una bofetada al poder, al destino, a la mafia, al sistema, a la crueldad mafiosa.

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“Tengo una enfermedad grande en mi corazón que me duele demasiado. Me duele demasiado. No tengo palabras para los asesinos. Justicia divina pido, porque en el Paraguay no hay justicia. Solo justicia divina. Eso pido”, son las expresiones de Ramona. Me habla mirándome a los ojos, sin bajarlos. Las lágrimas se asoman.

“No sé por qué hay este tipo de riesgos constantemente en Pedro Juan. No nos dan seguridad, las autoridades y posiblemente por eso a mi hijo se le quitó la vida. Y no sé lo que hacía él. No me decía nada, no sé nada. Usted me habla de la mafia, yo no puedo decir nada porque no conozco nada. Soy una campesina auténtica. Me duele demasiado lo que sucedió. Mi hijo era el único apoyo que tenía, que nos ayudaba, y me lo quitaron. Humberto se preocupaba mucho por nosotros, era el que más se preocupaba. Ahora está mi nieto, que lo siento demasiado. No sé en qué tiempo me voy a curar. Demasiado me duele”, agrega.

Dionisio, no es menos, solo que es más directo, más preciso. Más crítico, con la justicia.

“Ya sucedió. La justicia no existe. No tengo seguridad en la justicia, porque los agarran, los tienen y unos días después los sueltan. Es un desastre Pedro Juan Caballero. No hay seguridad. Todo es vendido. Todo, abogado, sea lo que sea. No confiamos en las autoridades. Mi hijo cuando llegaba acá era alegre, feliz, nos demostraba mucho cariño. Nunca demostraba que estaba mal. A mí me acompañaba, iba a la chacra, compartía conmigo todas las actividades. Tengo una tristeza muy grande”.

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Allá en Horqueta, en el departamento de Concepción, en Paraguay, hay llanto y resistencia, por la ausencia de Humberto Coronel. Que conste que su vida dejó una huella profunda y universal: la huella del compromiso con la verdad. Un compromiso que para él fue fatal, y para su esposa Ana, fue sinónimo de dolor. Dolor que se extenderá progresivamente a su hijo, el que seguramente un día transformará en lucha, quizás, en homenaje a su padre. La confrontación al poder mafioso, en una ciudad en la que las oportunidades laborales y la vida comercial conviven con la criminalidad organizada, siempre deja inexorablemente mártires.

La pregunta no es, si habrá justicia o no, aunque también es un cuestionamiento necesario e indiscutible. La pregunta -rigurosa e indeclinable- es si todos esos mártires que la acción mafiosa nos ha dejado sirvieron y sirven para algo. Nos la hacemos pensando en Humberto, en el fiscal Marcelo Pecci, en el periodista Leo Vera, en nuestro colega Pablo Medina y en Antonia Almada, y en todos los demás periodistas asesinados por sicarios en medio de una “floreciente” democracia paraguaya; nos la hacemos, acá en Uruguay, y más del allá del Atlántico: en Italia, en la redacción de Palermo.

Mientras la mafia, siga siendo una ideología instalada entre nosotros, más allá de las lágrimas, habremos de estar presentes, con la misma entereza y serenidad de Ana Yolanda Argüello, porque morir bajo balas de criminales duele.

Pero también nos hace más fuertes. Para resistir y patear el tablero de la muerte, para que prevalezca la vida y la verdad.

Que cada palabra de Ana, de Pablina, de Dionisio y de Ramona, no sean devoradas por el olvido, o por la indiferencia. Nos abrieron su corazón, y nos compartieron su dolor. Solo por eso, merecen nuestra lucha y nuestra lealtad.

Porque su dolor, su rabia, y su sed de justicia, también es nuestro.

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*Foto de portada y restantes: Leandro Gómez / Our Voice - Antimafia Dos Mil

*Video y edición: Victoria Camboni / Antimafia Dos Mil