Veinte periodistas fueron asesinados

Pueblo Pedro Juan Caballero, devastado por la criminalidad

Parte segunda

Por Georges Almendras, Victoria Camboni y Alejandro Diaz-13 de octubre de 2022

Es fácil caer en la idea de que los sicarios del narcotráfico surgen solamente de los barrios marginados, atravesados por la incultura del narcomenudeo. Pero dentro de nuestra historia latinoamericana los principales asesinos en masa fueron militares y policías. Los mismos uniformados (aunque a veces operaban de civil), que durante los procesos militares de la región secuestraban, torturaban, violaban y asesinaban sistemáticamente jóvenes, activistas y disidentes políticos, eran también los responsables del narcotráfico y otros crímenes de similar índole de la época y de la actualidad. En la Argentina, terminada la dictadura siempre se habló de la “mano de obra desocupada”, para referirse a aquellos agentes criminales de la dictadura que se reciclaron plenamente en la lógica capitalista o mercenaria de la democracia. Los casos sobreabundan. Esta calaña de uniformados que putrefacta las instituciones del Estado, dentro de estas han creado escuela. Es por eso, por esa falta de depuración institucional, que el gen fascista, ratero y criminal se perpetúa dentro de las fuerzas. Rodolfo Walsh decía que “el que tortura, también roba”, refiriéndose a la conducta predatoria de los grupos de tareas durante los allanamientos a los domicilios de los disidentes políticos. El Paraguay no ha estado exento de este dramático fenómeno.

La locutora radial paraguaya Ángela Acosta Méndez tenía 26 años cuando fue asesinada de un disparo. Inmediatamente las sospechas recayeron sobre el suboficial Agustín Alfonso Verón, quien prestaba servicio en la comisaria de Mayor Otaño, en la frontera con Argentina. Verón fue señalado por una niña de 13 años, que lo identificó como la persona que se llevó a Ángela el día que fue asesinada. Poco estuvo Verón detenido antes de fugarse de una comisaría. El homicidio, fue el 21 de diciembre del 2006. Días antes, la locutora en colaboración con el periodista chileno Alberto ‘Tito’ Palma Godoy, habían presentado información que vinculaba directamente a dos policías, los suboficiales Mario Antonio Giménez Villalba y Marcelino Hernán Gómez Duarte, con un cargamento de marihuana de 136 kilos que había sido incautado. Ambos fueron condenados y sentenciados con penas menores. ¿A qué se habrán dedicado luego los ‘poliladron’?

Pocos meses después, el 22 de agosto de 2007, Tito, de 48 años, se encontraba cenando con su joven esposa, habían tenido un hijo apenas dos meses atrás. Aquella noche los tres compartían velada con el padre de ella, cuando intempestivamente dos hombres uniformados irrumpieron en el domicilio, y sin mediar palabra abrieron fuego. Once despiadados balazos terminaron con la vida de Tito. Su mujer, Wilma, fue herida en una pierna y milagrosamente salvó su vida.

Tito tenía una amplia trayectoria como periodista, la que había iniciado mucho tiempo antes en su Chile natal. En 1995 se había radicado en Paraguay, y desde entonces trabajo incansablemente denunciando los sistemas criminales que operaban en la triple frontera. Las bandas de contrabandistas, los agentes militares y policiales cómplices, los políticos corruptos, los grandes tratados empresariales. Todo era denunciado por Tito. Las amenazas fueron una constante, cada vez más notorias, cada vez más cercanas, cada vez más íntimas. “Me contrataron para matarte”, decía uno de los últimos mensajes que recibió.

Cansado, desanimado de la inoperancia y colusión política, Tito decide volver a Chile. Organiza meticulosamente su viaje, pero no se resigna a irse en silencio cabizbajo. Antes del fin, como diría Sábato, e imitando a otros baluartes del periodismo como Walsh, envió una carta dirigida al presidente del Paraguay, Nicanor Duarte Frutos denunciando la situación criminal en a la triple frontera y exigiendo voluntad política. Así mismo, le aclaraba al máximo responsable político del narcoestado paraguayo, en aquella, su última denuncia, que “lamentablemente, no se puede contra la mafia”.

La guerra contra la guerrilla

El 12 de enero del 2009, el referente campesino y periodista Martín Ocampo Páez, fue asesinado de un disparo frene a su domicilio en la localidad de Concepción, en el centro del país a orillas del rio Paraguay. Ocampo, gran conocedor de la región y de las realidades del campesinado, fue asesinado en el marco de una serie de operativos represivos llevados a cabo por fuerzas conjuntas de la policía y del ejército, bajo la lógica de la guerra contra la guerrilla. Una lógica que arrasará las comunidades campesinas del Paraguay y que tendrá su punto máximo en la Masacre de Curuguaty en el 2012, que servirá como excusa para dar el golpe de Estado blando contra el presidente Fernando Lugo. Una lógica que era denunciada por el periodista. El asesino de Martín Ocampo Páez nunca fue identificado.

Balas y votos

El 3 de marzo del 2011, dos hombres empuñando armas largas, violentaron la casa del periodista Merardo Romero y lo asesinaron de varios tiros de escopeta frente a sus familiares. Los sicarios, Ofelio José Pérez Paredes y Arnildo Enciso Borja, fueron condenados a seis años de prisión, en junio del 2015. Las investigaciones comprobaron que los sicarios tuvieron una serie de llamadas telefónicas en los días del atentado con José Valenzuela, un alto funcionario de gobierno, miembro del Partido Colorado. Según las denuncias realizadas por Periodistas Sin Fronteras, Valenzuela habría pagado dos mil dólares por el homicidio. La familia también responsabiliza a Miguel Ángel Soria, exalcalde de Ytakyry. Hasta el momento no hubo consecuencias políticas por el caso.

Pedro Juan Caballero: cronología de una tierra devastada

En el último tiempo, desde Antimafia Dos Mil, hemos puesto especial atención en la creciente violencia narcopolítica que atraviesa una de las ciudades fronterizas más infames del Paraguay: Pedro Juan Caballero, la tierra donde fue asesinado el periodista Santiago Leguizamón, que no sería el último.

Violencia que tuvo un momento clímax en mayo de este año, con el asesinato del intendente de la localidad José Carlos Acevedo, hermano del gobernador del departamento de Amambay, Ronald Acevedo, a quien le asesinaron una hija en un violento atentado que dejo otras tres víctimas, entre ellas un reconocido narcotraficante, meses antes. Los Acevedo son una familia patricia de la zona, que detenta el poder político hace más de 20 años, y que en la actualidad está completamente enfrentada al gobierno de Mario Abdo Benítez, al que tildan literalmente de “inútil”.

El 6 de febrero del 2013, en las últimas horas de la tarde, Marcelino Vázquez González, propietario de la radio Sin Fronteras, les puso el pecho a las balas calibre 38 que extinguieron su vida. El atentado tuvo lugar en la puerta de una discoteca, de la cual Marcelino era dueño. Dos motociclistas lo enfrentaron y sin darle lugar a ninguna reacción, descargaron varios tiros contra su cuerpo. Su hijo, que estaba dentro de ‘La Disco’, corrió a auxiliar a su padre, quien murió algunos minutos después mientras era atendido en la urgencia médica. Las sospechas cayeron sobre Edgar Giménez Duarte y Ramón Fariña Figueredo, que fueron detenidos en poco tiempo. Desde Reporteros Sin Fronteras denunciaron que a Vázquez “probablemente lo asesinó la mafia”. Según las crónicas de la época, Marcelino, días antes del atentado, había echado de La Disco a los dos sospechosos, por haberlos encontrado vendiendo drogas dentro.

Aquel día, el asesinato de Marcelino no fue el único en Pedro Juan Caballero, otro joven había sido ejecutado algunas horas más temprano. Las balas en la frontera no discriminan.

El 24 de abril de 2013, Pedro Juan Caballero estaba de fiesta; al menos una parte. El entonces diputado por el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), Pedro González, había ganado la elección para la gobernación del departamento de Amambay, en la que compitió contra su correligionario, el entonces senador Robert Acevedo. La campaña de González y Acevedo, estuvo atravesada completamente por mutuas denuncias de colusión con el narcotráfico. Es importante destacar que en el 2010, Robert Acevedo había sobrevivido a un ataque de sicarios.

Aquella noche de abril, la caravana de los festejos por un momento había borrado la permanente tensión que se respira en Pedro Juan. Carlos Artaza estaba exultante. Hacía cuatro meses que había transferido su labor periodística al ámbito público, y desde entonces ocupaba un lugar en el área de comunicación de la gobernación de Juan ‘Ancho’ Ramírez. El triunfo de González, a Carlos le sentaba bien. De regreso a su casa, cerca de la medianoche, dos sujetos en una motocicleta se pusieron a la par del vehículo que Carlos conducía, y antes de que pudiera realizar maniobra alguna, las balas se hicieron carne. Cinco certeros disparos antes de que los motociclistas huyeran a toda velocidad. Algunas horas después, mientras era trasladado de urgencia a Asunción -puesto que no hay y nunca habrá un servicio médico adecuado en la zona-, Carlos Artaza murió, dejando un reguero de interrogantes.

PJC, ¿bastión del narcotráfico internacional regido por la ‘Ndrangheta?

Fausto Gabriel Alcaraz tenía 28 años, era el conductor del programa matutino en radio Amambay, la radio de la familia Acevedo. El 15 de mayo del 2014, poco después del mediodía, luego de terminar la jornada radiofónica, llegó a su casa sin sospechar, pese a las amenazas, que dos sicarios merodeaban el lugar al acecho. Encañonado lo llevaron dentro. El estruendo de los disparos marcó una nueva tormenta de fuego sobre el pueblo. Dos armas -calibre 40 y 9 milímetros- escupieron 11 proyectiles sobre el cuerpo del periodista. Fausto murió en el acto.

Su crimen estuvo, desde el primer momento, ligado directamente al crimen organizado, pese a que nunca se oficializaron responsables. Fausto denunciaba con fuerza no solo la presencia cada vez más violenta del narcotráfico, sino la total y absoluta ausencia del Estado, lo cual es paradójico considerando que trabajaba en la radio de una familia de políticos.

Robert Acevedo, en aquel presente senador de la República del Paraguay y jefe de la familia, salió a dar la cara por uno de los suyos. Enfrento a las cámaras y a los micrófonos dejando muy en claro que el crimen contra Fausto se debía a que “él denunciaba a todos los narcos, a los grandes, y ellos no perdonan y cometieron eso. Esto es cosa del narcotráfico”. Además, agregó, “La policía está totalmente vendida. El subcomandante que estaba acá era integrante de una gavilla de asaltantes. Todos los que vienen acá lo hacen para recaudar. Todos los fiscales son unos vendidos. Estamos a disposición de los narcotraficantes. (…). ¿Cómo se explica que haya caravanas de hombres armados o nunca se haya intervenido el aeropuerto de Pedro Juan Caballero?, donde se mueven en promedio unas 23 avionetas con cocaína, provenientes de Bolivia. Las mismas salen a las 2:00 y vuelven a las 16:00, repletas de cocaína”. Según publicaba ABC Color, Acevedo señaló en aquel momento a Jorge Rafaat Toumani, un capo narco de la frontera, que fue asesinado por un ejército de sicarios del Primer Comando Capital, que empuñaron un fuerte arsenal –incluso una ametralladora antiaérea calibre 50-, en un hecho de guerra que superó cualquier ficción. Fue en junio del 2016.

Horas después del asesinato de Fausto, fue encontrado en un pastizal el cuerpo de un joven de 19 años, Juan Carlos Sánchez Valdez. Tenía siete impactos de bala incrustados en su cuerpo. Las autoridades lo marcaron como uno de los sospechosos del asesinato del periodista. “La investigación se hace difícil por la corrupción imperante tanto en la policía como en la fiscalía. Hay fotos de fiscales tomando cerveza con narcos, ellos responden a los narcos y no a los intereses de la población”, dijo Robert Acevedo al respecto. La investigación continúa estancada.

En junio, semanas después del atentado, el director de Antimafia Duemila, Giorgio Bongiovanni escribía: “No es la primera vez que ocurre un caso similar en Paraguay. Por ejemplo, en la misma ciudad en 2013 fue asesinado nuestro colega Marcelino Vázquez. Dicho país es un cruce, así como Colombia, Ecuador y Bolivia, sobre todo para el tráfico de cocaína. El de la droga es un business que en Occidente está en manos de la 'Ndrangheta que, a pesar de no estar directamente relacionada con este específico homicidio, tiene una parte de responsabilidad ya que es líder del narcotráfico internacional”.

Indudablemente en la frontera rigen las lógicas de las mentes refinadas.

Algunas semanas después, ya con la noticia del asesinato de Pablo Medina y Antonia Almada, Bongiovanni en compañía de casi una centena de periodistas y comunicadores, protagonizaba el primer viaje de un peregrinaje permanente bajo el lema “Justicia Por Pablo”, en defensa de la libertad de prensa y contra la mafia.

La ciudad de la furia

Fresca estaba todavía la tinta de los titulares que anunciaban el asesinato de Fausto Alcaraz, cuando las balas del sicariato asestaron un nuevo golpe mortal contra un periodista paraguayo. Edgar Pantaleón Fernández Fleitas tenía 43 años, era abogado, pero además el conductor de ‘La ciudad de la furia’, un programa que se emitía en radio Belén Comunicaciones, en la localidad de Concepción, capital del homónimo departamento. Un territorio atravesado por el crimen organizado, la corrupción estructural y el rumor de la guerrilla. Fernández se ocupaba, desde su espacio radial, de denunciar estas situaciones y en particular era muy crítico con los jueces, los miembros del Ministerio Público y otros tantos colegas filocriminales.

Edgar fue asesinado el 19 de junio del 2014. Su crimen fue particularmente violento. El asesino le disparó, sin piedad, seis tiros en el rostro. Aquella tarde, pasadas las 16:00, Edgar se encontraba en el despacho que tenía en su domicilio personal. Los hechos pudieron ser reconstruidos en parte gracias al testimonio de dos carpinteros que estaban realizando refacciones en el lugar. Ambos fueron sorprendidos por el sonido de los disparos, y luego escucharon cómo una motocicleta se alejaba a toda velocidad. Edgar estaba, lamentablemente, acostumbrado a las amenazas por lo que era muy cuidadoso con la gente que visitaba su lugar. Al no haber signos de forcejeos siempre se contempló la hipótesis de que conocía a su asesino. Edgar, fue otra víctima de la furia.

Las marionetas

Las marionetas bailan sobre el escenario y, pese a sus muecas rígidas, logran dar la sensación de autonomía, ayudadas por ese negro y espeso telón de fondo que mantiene ocultas las mecánicas y las dinámicas. La coreografía resulta hipnótica para quien no quiere descubrir el truco. Pero si uno afina el ojo, puede llegar a ver los hilos. El 4 de marzo del 2015, uno de los hilos del sistema criminal rompió con el patrón de impunidad. Aquel día fue detenido en Naviraí, en el Mato Grosso brasileño, Vilmar 'Neneco' Acosta, el exintendente de Ypejhú, que luego fue condenado a 39 años de prisión.

Aquella victoria de la justicia y de la libertad de prensa fue efímera. Tan solo un día después, el 5 de marzo de 2015, fue asesinado a 200 metros de la frontera el periodista Gerardo Severino Servián Coronel. Tenía 45 años.

Gerardo trabajaba en una radio en la localidad de Zanja Pyta, distante a unos 12 kilómetros del centro de Pedro Juan Caballero. Hacía pocas semanas que se había mudado a un barrio en Ponta Porá, la localidad melliza del lado brasilero. Sus pequeñas hijas iban a un colegio ahí y se facilitaba el traslado. Después del mediodía, cerca de las 14:40 horas, Gerardo se desplazaba en su humilde motocicleta por la avenida principal entrando a Paraguay. A menos de 200 metros del simbólico cruce fronterizo fue alcanzado por dos individuos en moto. El de atrás sacó un arma y disparó, una y otra y otra vez. Gerardo intentó escapar, pero el veneno de las balas lo hace caer. El pistolero, sin desmontarse, siguió tirando mientras el conductor giraba a la izquierda y aceleraba a toda velocidad a medida que la impunidad avanzaba sobre el territorio.

El titiritero ante la mínima duda corta el hilo; no sea cosa de que se vea una mano descuidada, una mano que sugiera que el titiritero tiene rostro.

Censurados, difamados, perseguidos, torturados… asesinados

Una larga agonía tuvo que atravesar el periodista Eduardo González antes de abandonar este mundo. Una larga agonía que empezó mucho antes de que quedara postrado e incomunicado en una cama de hospital.

El 2 de marzo del 2016, el intendente de Carmen del Paraná, en el departamento de Itapúa, encontró a Eduardo González tirado al costado del camino en la ruta Granero del Sur. Estaba muy magullado e inconsciente. A los pocos metros estaba su motocicleta, y pese a los desvíos investigativos, no había indicios de un accidente de tal envergadura. Ni la moto tenía los abollones suficientes, ni Eduardo los raspones propios del jinete caído. Indudablemente a Eduardo lo habían dejado tirado, dado por muerto. Cirugías de por medio, y alguna que otra leve mejoría, tardo más de un año en morir. Nunca pudo lograr comunicarse, nunca pudo contar la verdad que el crimen organizado intentó silenciar.

Pero la agonía de Eduardo había comenzado mucho antes. Primero fueron las amenazas, los aprietes, las intimidaciones. Eduardo denunciaba el contrabando de ganado en la zona, y la permisividad, y cuando no complicidad, de la policía. El 22 de diciembre del 2014, policías dependientes de la comisaria de Fram lo detuvieron exigiéndole los documentos de la moto en la que se desplazaba. Fue trasladado a la comisaria donde fue torturado por el suboficial Sergio Damián Ávalos, en compañía de otros agentes. Luego le plantaron algunas bolsitas con droga en la mochila y le iniciaron una causa. Durante más de un año soportó la prisión domiciliaria teniendo que perder su trabajo y abandonar sus estudios. La causa se cayó por razones obvias, Eduardo era inocente y la policía mafiosa. Para lavar un poco la imagen, los policías implicados, oficial Cesar Barrientos, el citado Ávalos y los suboficiales José Núñez y Miguel Sosa, fueron trasladados a otras dependencias. Casualmente o “causalmente”, las denuncias por robo de ganado mermaron.

La vida debe continuar

“Pese al miedo, la vida debe continuar”, dijo un compañero de trabajo hace unos días atrás.

Al igual que Tito Palma, Leo Veras fue asesinado cuando compartía la cena con su esposa, su pequeño hijo y su suegro. Lourenzo Veras era brasileño, tenía 62 años, y décadas de denunciar al crimen organizado que opera en ambos lados de la frontera. Décadas de ver la decadencia humana. Décadas de acostarse sin dormir, mirando el techo, recorriendo las imágenes de sangre y muerte. Décadas vividas ante la muerte.

El 12 de febrero del 2020, Leo interrumpió la cena y salió al patio de su casa luego de escuchar ruidos. Antes de que pudiera reaccionar el sicariato le vació el cargador completo. 12 tiros por la espalda, siempre por la espalda. Leo pedía -en una entrevista de radio que dio tiempo antes del ataque-, “no morir de forma violenta”. Y no lo hizo, porque Leo Veras no murió.

Ser periodista en esta Latinoamérica es una lucha incansable, pese a las amenazas, a los aprietes, a los avatares propios de ser un obrero de un sistema degradante, que desangra la tierra por codicia, por ignorancia y por omertá.

Pero la vida continúa, y vivirla, a pesar de todo, es de valientes.

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*Foto de portada: npy.com.py