A ocho años de su asesinato Antimafia Dos Mil recordará al periodista desde Paraguay

Por Georges Almendras, Victoria Camboni y Alejandro Diaz-10 de octubre de 2022

“Todos los jóvenes pueden cumplir un papel muy importante, muy diferente, porque los jóvenes de ahora son mucho más despiertos en cuanto a la corrupción. Uno a corta edad ya se da cuenta de cómo es nuestro país, lastimosamente abunda la corrupción. Claro que la gran mayoría de los jóvenes pueden hacer un cambio en cuanto a la corrupción, la narcopolítica y en relación a todas las injusticias que pasan en nuestra sociedad”.

Marianela tiene 21 años cuando dice estas palabras en la intimidad de su hogar en Curuguaty, durante una entrevista con nuestro corresponsal, el exfiscal Jorge Figueredo, en los primeros días de diciembre del año pasado.

La tersa piel de Marianela refleja una eterna juventud, que contrasta con la profunda tristeza de su evasiva mirada. Hay en su postura, un cierto halo sacrosanto. Sus dedos dibujan el contorno de su mano, como quien acaricia al más allá. Su respiración serena, solo se interrumpe con sus determinadas palabras. Hay en el tono de su voz una certeza. Y en esa certeza, una esperanza.

Marianela es la hija de Pablo Medina, el fotoperiodista paraguayo que fue vilmente asesinado por la narcopolítica, el 16 de octubre del 2014, junto a su aprendiz Antonia Almada, otra juventud eterna. Pablo y Antonia fueron emboscados en un camino rural por los sicarios del Clan Acosta, cuyo líder, Wilmar ‘Neneco’ Acosta, era el intendente de Ypejhú, una pequeña localidad fronteriza con el Brasil, en el departamento de Canindeyú, una región cooptada por el crimen organizado, la cultura del contrabando y la política coludida con el narcotráfico. Neneco, es miembro del Partido Colorado, y está apadrinado políticamente por la diputada Cristina Villalba, uno de los pilares de la estructura narcopolítica de Horacio Cartes.

El asesinato de Pablo, es una consecuencia directa de su trabajo como periodista, de su participación ciudadana, de su búsqueda de justicia. Pablo fue asesinado porque desde el Estado y desde la gran prensa, lo dejaron solo. Y como sostuvimos desde el principio, dejar solo a un periodista latinoamericano condenado a muerte por el crimen organizado, más que abandono, es complicidad.

Conocimos a Marianela cuando aún era una niña, durante las jornadas de protesta y de reclamo de justicia por el asesinato de nuestro compañero de redacción y su joven escudera. Durante un acto, en la plaza Los 34 Curuguateños, Marianela, acompañada de su pequeño hermano, con la misma certeza en su voz, dijo: “Aún somos niños, pero cuando seamos grandes vamos a tener herramientas para denunciar las injusticias”.

Ocho años han pasado desde aquel primer viaje que las redacciones de Antimafia Duemila de Italia y de Antimafia Dos Mil Sudamérica, realizamos a la tierra paraguaya. Una travesía de periodismo y de militancia, para unirnos a nuestros compañeros de la redacción paraguaya, a los jóvenes activistas de Our Voice y a los familiares, bajo la consigna “Justicia por Pablo”.

Sicarios de frontera

El 16 de octubre de 2014, temprano, Pablo inició la que sería su última travesía. Parte desde Curuguaty, rumbo a Villa Ygatimí, donde se reúne con las hermanas Ruth y Antonia Almada. Juntos recorren durante toda la mañana los parajes de Crescencio González y Ko’e Pora, entrevistando a los campesinos de la zona sobre el estado de los cultivos. Pablo conoce la región desde siempre. Su familia, sus hermanos, han vivido, luchado y muerto en aquellas tierras, defendiendo el derecho a vivir en paz. En enero del 2001, el crimen organizado asesinó a Salvador Medina, el hermano mayor de Pablo, quien también ejercía el oficio del periodismo; aquel día su hermano Gaspar salvó milagrosamente su vida. En diciembre del 2002, la familia Medina nuevamente vuelve a ser golpeada. Digno Salomón, que era docente y activista, fue asesinado en un hecho hasta ahora nunca aclarado, presuntamente a manos del crimen organizado.

El vehículo, guiado por Pablo, avanza por el rojo camino dejando una estela de polvo a su paso. El recorrido es sinuoso y lleno de baches, un fiel reflejo de la vida a la que están sometidos los lugareños en aquellos olvidados parajes. Llegando a colonia Itanarami, y luego de pasar una pronunciada curva, son interceptados por dos sujetos vestidos con ropas camufladas, Wilson Acosta Marques y Flavio Acosta Rivero, ambos sicarios del clan Acosta, que durante aquella mañana y quizás desde días antes, vienen siguiéndole los pasos a Pablo. En todo momento los sicarios se comunican por teléfono entre ellos para crear la encerrona, y también con Neneco, quien desde Ypejhú, a 50 kilómetros de distancia, coordina las acciones. La situación es clara, las investigaciones de Pablo sobre el clan Acosta están rasgando el velo que cubre los vínculos entre el narco de frontera y la política colorada. La decisión, tomada vaya a saber Dios por quién y cuando, es encomendada a Neneco, que por este crimen perderá su lugar institucional, su carrera política y su libertad. El asesinato de una figura destacada, de un magnicidio por decir de alguna manera, es imposible de ocultar, y siempre habrá quien pague los platos rotos por el sistema criminal integrado. ¿Quién y qué cosa le habrán prometido a los Acosta para llevar adelante este vil encargo?

Pablo detiene la marcha, quizás considerando que los dos sujetos eran militares, quizás sabiendo quiénes eran, pero esperando que fuera esta, otra de las tantas amenazas que había recibido durante años. Wilson se acerca a la ventanilla de la camioneta, empuñando un arma larga, y pregunta: “¿Sos Pablo Medina, el periodista de ABC Color?”. Pablo afirma, e instantáneamente los sicarios cumplen su cometido, disparando varias veces. Pablo, que atina a decir “No me tiren”, prácticamente muere al instante; Antonia agoniza algunas horas. Ruth, que permaneció oculta en el asiento trasero, salvó su vida, y logró dar la voz de alarma.

El clan Acosta

Durante años la familia Acosta, a fuerza de violencia, se empoderó en la región de Ypejhú, una pequeña localidad en el límite con Brasil donde una línea de tierra imita la frontera dibujada en el mapa, dividiendo la localidad de su melliza brasilera, Paranhos. En la práctica, más allá de la cartografía política, el pueblo es uno solo. Gentes vienen y van, mercaderías vienen y van, contrabandistas y contrabando vienen y van. Sicarios vienen y van. Esta realidad más regional que binacional, quedará demostrada a la hora de darle captura a los responsables materiales del asesinato de Pablo y de Antonia, que prontamente cruzan la calle y fugan a Brasil, quedando, al menos momentáneamente, al margen de los investigadores paraguayos.

Desde los 80, el clan Acosta -liderado en aquel entonces por el padre de Neneco, Vidal Acosta-, se convirtió en una de las tantas células del Primer Comando Capital (PCC), que durante años se abrió paso entre la espesura amazónica, para llegar al altiplano, desde donde emana una de las monedas más fuertes del capitalismo: la cocaína.

Hacia el 2010, más de una veintena de asesinatos son adjudicados al clan Acosta, que para este tiempo ya es liderado por Neneco, quien logra hacer el salto cualitativo en las relaciones del narco con la política: poner uno de los suyos dentro de las instituciones. Neneco asume la intendencia en el 2010 y su mandato se extiende hasta el 2015. El apoyo político prestado por la diputada Cristina Villalba -una de las regentes del sistema en el departamento de Canindeyú, alineada completamente con el modelo político de Horacio Cartes-, es trascendental para la consolidación del clan Acosta y de su aire de impunidad. Ninguna banda de chacales sobrevive sin el respaldo del aparato político judicial. No hay forma.

En el 2015 había elecciones nuevamente y Acosta pretendía mantenerse en el poder. El Partido Colorado, por supuesto, lo respaldó. En la vereda opuesta estaba Julián Núñez Benítez, quien habiendo sido intendente anteriormente, se presentó como candidato nuevamente. El clan Acosta no pensó retroceder, y sin más, ejecutó a Núñez el 1° de agosto de 2014. Un crimen, que según su esposa Fanny Fernández, “habría quedado encarpetado” de no ser por las investigaciones de Pablo.

El clan Acosta, volvió a probar la impunidad y ejecutó a Medina y a Almada, y nuevamente gracias al periodismo, en este caso internacional, el crimen no logró ser ocultado, y nuevamente aquí estamos.

Según ABC Color, “días después del crimen de Pablo, el fiscal Javier Díaz Verón, reportó que la diputada Villalba lo llamó para interceder por Acosta, entonces intendente de la Ciudad de Ypejhú, incluso antes de que se emitiera una orden de captura contra este o se hiciera público el hecho de que Acosta era sospechoso”, con todo lo que eso implica.

Ponerles el bozal a los chacales

“La mafia sin la política sería solo una banda de chacales”, dijo el capo histórico de Cosa Nostra Toto Riina, quien murió en silencio, en un régimen de cárcel duro, luego de una larga condena por haber sido declarado responsable de las masacres de los 90, entre otros tantos crímenes aberrantes. Toto Riina, fiel a su tradición, nunca habló; pese a eso siempre se mantuvo operativo, siempre se mantuvo dosificando mensajes y señales, siempre se mantuvo vinculado. Salvo explícito arrepentimiento y la necesaria colaboración con los procesos de memoria, verdad y justicia, de una vida al servicio del crimen organizado, de una vida de mafia, no se sale nunca. Un mafioso preso acepta la jaula impuesta por el Estado, y el bozal impuesto por la mafia.

Lo primero a considerar es que las investigaciones llevadas adelante por la fiscal Sandra Quiñonez, por las responsabilidades en el crimen de Pablo y Antonia, se limitaron al clan Acosta, que funcionó en la práctica como un pararrayos del sistema criminal. No fueron investigadas las conexiones políticas y económicas que el clan Acosta tenía. ¿Más de 30 años traficando y asesinando en la región sin una red de empresas que lave el dinero y sin conexiones políticas? Como dijimos, para los funcionarios de gobierno, responsables de la investidura estatal, la inoperancia, la incapacidad y el silencio sobre ciertos temas, más que abandono, es colusión.

El 4 de marzo de 2015, Wilmar Neneco Acosta, fue capturado en Caarapó, Brasil, luego de permanecer prófugo varios meses. Su extradición llegaría recién a mediados de noviembre, tiempo suficiente para enfriar la opinión pública y blindar las investigaciones. Luego de un juicio express, fue condenado y deberá cumplir una sentencia de 39 años de prisión; para ese entonces tendrá 84 años.

Wilson Acosta Marques, quien jaló el gatillo de la escopeta que le destruyó el rostro a Pablo, fue detenido en mayo del 2020 en Brasil. Su extradición fue negada por el gobierno brasileño por poseer documentación de ese país, que según su legislación está impedido de extraditar a sus nacionales. En diciembre de ese año, pese a los reclamos del Ministerio Público paraguayo, se le otorgó una suerte de libertad condicional, con las restricciones de tener que presentarse voluntariamente de manera mensual en una comisaría y no poder ausentarse de su domicilio por más de una semana.

Por su parte, Flavio Acosta Rivero, que hizo el seguimiento de Pablo aquel día y realizó los disparos con pistola, fue apresado también en Brasil, en enero de 2016, luego de que su concubina lo denunciara por violencia de género. Flavio también tiene ciudadanía brasileña, por lo que su extradición también fue negada. Pese a esto, gracias a acuerdos de colaboración policial y judicial, entre Brasil y Paraguay, pudo ser juzgado por un tribunal brasileño, con jurado popular, por los crímenes cometidos en territorio paraguayo. Es por esto que en los últimos días del año pasado fue condenado a 36 años de prisión por el doble crimen de Pablo y Antonia.

Por último, también fue condenado Arnaldo Javier Cabrera López, que era el chofer de Neneco, y se lo acusó de tener conocimiento sobre la preparación y organización del crimen y no haber avisado a las autoridades. La pena fue de cinco años de prisión. Eso quiere decir, que hoy por hoy, se encuentra libre ¿dónde? Pocos lo saben.

Más allá de las abismales diferencias entre Toto Riina y los sicarios de Pablo, hay en las narcobandas de la amazonia un hilo conductor que las une. Una cierta “imitación de la mafia”, como nos dijo en su momento Juan Pablo Escobar sobre su padre -el capo narco más famoso de la historia, Pablo Escobar-, que admiraba e imitaba la lógica de la Cosa Nostra.

Organizaciones criminales atravesadas por las lógicas de la masonería desviada, al servicio de un único sistema criminal, pululan en nuestros territorios. Aislar judicial y políticamente los hechos es combatir las consecuencias y no las causas; es combatir los síntomas y no la enfermedad, algo que deben tener presente los funcionarios de bien que representan al Estado, que pretenden representar al pueblo.

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*Foto de portada: Antimafia Dos Mil / gentileza

*Foto 2: ultimahora.com / Vilmar “Neneco” Acosta

*Foto 3: abc.com.py / Wilson Acosta

*Foto 4: hoy.com.py / Flavio Acosta