Por Alejandro Diaz-25 de enero de 2022

El presente argentino siempre es caótico. Sobre todo, en aquellos años en los que Carlos Saúl Menem aún ejercía la “monarquía de la República”, aquella descrita bajo el lema “Robo para la corona”. Ese presente se caracterizó por la proliferación de empresarios y grandes fortunas construidas de la noche a la mañana; bandas policiales dedicadas al robo y al secuestro, entre otros muchos delitos, y la ocupación de militares y represores en seguridad privada, la llamada “mano de obra desocupada”. Todos estos componentes tuvieron un punto de encuentro la madrugada del 25 de enero de 1997, cuando el país se convulsionó con la noticia de que el fotoperiodista José Luis Cabezas había sido asesinado.

Las primeras imágenes no dejaban lugar a las dudas. El crimen de Cabezas, había sido un crimen de tinte mafioso.

José Luis Cabezas era fotógrafo y periodista. Hacía varios años que trabajaba para la revista Noticias, y aquel era su sexto verano consecutivo en Pinamar, un balneario de la costa atlántica que estaba de moda en aquellos años. Junto al periodista Gabriel Michi, durante la temporada anterior, habían logrado una de las fotos más emblemáticas del fotoperiodismo argentino, la del empresario postal Alfredo Yabrán. Aquel empresario obsesionado por su seguridad y por su opacidad, algunos años antes había dicho: “Sacarme una foto a mí, es como pegarme un tiro en la cabeza”. Aquel verano del 97, Yabrán, quería tener un verano tranquilo. Pero el equipo de Noticias, estaba empecinado en responder una pregunta: ¿Quién es Alfredo Yabrán? Y la respuesta fue tapa de Noticias precisamente un año antes de la fatídica jornada de la venganza que Yabrán planificó junto a sus esbirros.

La noche del 24 de enero de ese 1997, José Luis, junto con Michi, se acercaron a la residencia donde se hospedaba el empresario postal Oscar Andreani. Allí se estaba celebrando una fiesta donde había numerosas personas y varios medios de prensa; era uno de los eventos más esperados cada año. Entre todas las personas, había dos que desentonaban con el lugar. Ambos fueron percibidos por los vecinos, quienes alertaron a la custodia de Andreani, y estos a la comisaría de Pinamar, pero la policía nunca se hizo presente. Los dos sospechosos, que luego serían identificados como Sergio Gustavo González y Horacio Braga, formaban parte de ‘Los Horneros’, una banda de maleantes al servicio de la policía. Estos eran parte de un cerco de vigilancia que, desde hacía días, más bien semanas, seguían los pasos de los periodistas. La suerte estaba echada.

Cerca de las cuatro y media de la madrugada, Michi deja la fiesta. José Luis se queda poco más de media hora, compartiendo con el resto de sus colegas. Cuando sale, sube al Ford Fiesta blanco que compartían con Michi, y se dirige hacia su casa. Falta poco para el amanecer, pero a la noche de José Luis aún le faltan horas.

Al llegar a su casa, en calle Rivadavia 1256, en el centro de Pinamar, Cabezas baja del auto, sin percibir que es vigilado. En un Fiat uno se encuentra el oficial Gustavo Prellezo, secundado por ‘Los Horneros’. Antes de que pudiera subir a la vereda, Cabezas, es abordado por los secuestradores que a punta de pistola lo reducen y lo meten de nuevo dentro del vehículo. Un grupo de empleados de una panadería ve el forcejeo, y pese a esto, nuevamente la policía no se hace presente, pese a que minutos más tarde un patrullero “peinaría” la cuadra con las luces apagadas. Ya reducido Cabezas, es esposado, y así es llevado fuera de la ciudad. El Ford Fiesta blanco, ahora piloteado por los delincuentes es seguido de cerca por el Fiat Uno en el que habían llegado los secuestradores. Toman por la ruta 11, rumbo al norte, y unos diez kilómetros más adelante, se adentran a un camino rural que conecta con la laguna Salada Grande. Poco más de cinco kilómetros después, ni bien finalizada una pequeña curva, la caravana se detiene y se adentra en una cava a la vera del camino.

Allí en ese lugar, José Luis Cabezas era fusilado de dos tiros en la cabeza.

Su verdugo fue el propio Prellezo, uno de los tantos especímenes de la “maldita policía” de aquellos tiempos. Luego Prellezo dio la orden a Braga de incinerar el vehículo junto con el cuerpo de José Luis, que aún permanecía con sus manos esposadas. El casero de una estancia lindante con el lugar, fue quien se percató del siniestro. “Es una imagen que, en mi vida, nunca jamás me voy a olvidar”, dijo muchos años después Gabriel Michi al relatar sobre el hallazgo del vehículo incinerado en el interior de la cava.

Aquel 25 de enero de 1997, fue uno de los puntos de hartazgo más grandes que tuvo la población argentina de aquellos años. La fuerte presión social evitó los numerosos despistes y desvíos que, aparatos de impunidad de distintos niveles, intentaron poner. La causa avanzó y en poco tiempo, aquel oscuro empresario se transformó en el ojo de la tormenta y al mismo tiempo en el punto de fuga de un sistema criminal preparado a asumir el balazo y a continuar en una nueva forma.

Por el crimen de Cabezas serían encarceladas nueve personas. Los policías de la provincia de Buenos Aires, Gustavo Prellezo, Sergio Cammaratta, Aníbal Luna y el comisario de Pinamar Alberto ‘la Liebre’ Gómez, quien fue el que dio la orden de liberar la zona. También fueron condenados los miembros de la banda ‘Los Horneros’: Miguel Retana, José Luis Auge, Sergio Gustavo González y Horacio Braga. Por último, el jefe de seguridad de Alfredo Yabrán, Gregorio Ríos. Yabrán, no llegaría al juicio, y un halo de misterio rondaría también alrededor de su muerte.

Sería demasiado simplista decir que Cabezas murió por sacar una foto. Sería demasiado simplista decir que la cadena de responsabilidades terminaba en la cabeza de Yabrán. Sería demasiado cómodo para algunos, como lo fue en aquel momento, dejar de preguntarnos, quien era Alfredo Yabrán y que oscuros intereses había por detrás.

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*Foto de portada: joseluiscabezas.blogspot.com