padrevirocheDenunciaba a los narcos que lo asesinaron y simularon un suicidio, en Tucumán, Argentina
Por Jean Georges Almendras-6 de octubre de 2016

Conmoción. Dolor. Impotencia. Rabia. Indignación.

Hallaron muerto, ahorcado en su habitación de uno de los sectores de la parroquia de La Florida, en la provincia de Tucumán, Argentina,  al sacerdote de 46 años Juan Viroche. Aunque todo indicaría que se trató de un caso de suicidio, el accionar en vida del religioso, de denunciar valientemente a grupos de  narcotraficantes operando en la zona donde residía, hace pensar –y fortalecer minuto a minuto- la idea de que fue cobardemente asesinado por una o más personas que irrumpieron en su alojamiento para ultimarlo simulando que él habría optado por el ahorcamiento. El propio Fiscal Federal de Tucumán Antonio Gustavo Gómez habría dicho a la prensa local que él descartaba de plano el suicidio, que se habrían observado signos de tortura, que la habitación estaba en completo desorden y que la puerta no estaba forzada.

Las condolencias y las lagrimas que derramaron muchas personas al enterarse de la noticia dan cuenta del profundo dolor en el que quedó sumido el conjunto de habitantes de la localidad de La Florida, distante unos 16 kilómetros de la capital de la provincia.

Según las informaciones que difundió la prensa local, a poco de darse a conocer el deceso del sacerdote, éste ya en el mes de noviembre del pasado 2015 había dado una misa en las calles de la localidad de Delfín Gallo y en la oportunidad junto a varios vecinos rezó por un pueblo sin drogas y libre de delito.

Trascendió que el sacerdote Viroche había denunciado: ”Se ve que hay grandes operativos policiales en la zona del Gran San Miguel de Tucumán, pero el interior comienza a liberarse y (los delincuentes) empiezan a venir hacia acá”

Por otra parte se pudo saber que en el correr de los últimos días el sacerdote habría dicho a un grupo de catequistas haber recibido amenazas y que por esa razón incluso había solicitado a sus superiores ser trasladado a otra parroquia.

En el diario La Nación se consigna que una vecina de nombre María Alcira Luna, de la localidad donde residía el sacerdote, declaró a los medios de comunicación que  Juan Viroche “fue un párroco con un corazón inmenso. Fue un hombre de bien, que siempre pensó en el bienestar de su pueblo, que luchó contra las drogas que tanto daño le hacen a nuestros jóvenes. Ojalá se haga justicia”

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Recordando al padre Viroche, muchos vecinos coincidieron en afirmar que él había contado que los narcos utilizan bombas de estruendo para anunciar la llegada de drogas y  que a determinadas horas de la noche, los fines de semana, sonaba una bomba avisando que ya venían en camino y que luego sonaban dos bombas más avisando que ya estában en los lugares donde los chicos acudirían para comprar la droga. Una denuncia contundente directa.

Según se dijo, también el sacerdote había dicho “No sé qué hay en el corazón de una persona que está envenenando al hijo de su amigo o de su vecino. Sabemos las consecuencias que esto trae y estamos hablando de chicos desde los  13 años. Es terrible dominar a una persona de ese modo y quitarle la libertad”.

Conocida la trágica noticia, sobrevinieron –como es de forma- las pericias de la policía científica en la escena del hecho aguardándose la autopsia de rigor para conocer fehacientemente las causas de la muerte. Pero todo el contexto de su personalidad y  de su vida de religioso comprometido con la denuncia del narcotráfico, demostrarían que una vez más los finos piolines de la criminalidad organizada habrían  asestado un muy duro golpe a los residentes de la zona donde estaba la parroquia del sacerdote Viroche.

¿Por qué debemos ser testigos de un tiempo a esta parte, en México y en Argentina, de este tipo de ajusticiamientos de hombres justos que luchan contra el narcotráfico, con la fuerza de sus valores y de su fe?. ¿Por qué? ¿Por qué tanto barbarismo a flor de piel en estos criminales que no titubean en  matar a una persona que les obstaculiza en su vil actividad de repartir su veneno muchas veces (con la maldita connivencia) de integrantes de las fuerzas policiales, cuando no del sistema político? ¿Por qué ésta humanidad se está devorando a sí misma?¿Por qué debemos convivir con alimañas –que se dicen personas-  que dan forma a las múltiples  redes del narcotráfico diseminado por el mundo, en muchas ocasiones amparado por el poder económico de familias mafiosas con asiento, preferentemente en Italia y en otros países del mundo?¿Por qué?¿Por qué debemos llorar una vez más el martirio de otro justo?

Buscar respuestas a todas éstas interrogantes no debería ser motivo de conflictos. Todo lo contrario, hallar esas respuestas sería vital para tomar conciencia.  

Buscar respuestas a todas éstas interrogantes, más bien, debería ser una obligación y un compromiso ético con el sacerdote, cuya vida ofrendó para que tomemos conciencia del tenor de sus denuncias y del tenor de su coraje a la hora de hacerlas, públicamente.

No en vano, dicen lo residentes de Tucumán que el sacerdote en una de sus intervenciones públicas, recientemente, habría dicho: ”es hora de la revolución”. Y pensamos igual: es hora de la revolución. No son tiempos de palabras bonitas o demagógicas.

Lo mínimo que deberíamos hacer los tucumanos, y usted como lector argentino, uruguayo, paraguayo o italiano y yo como redactor, es continuar con el camino del sacerdote: denunciando. Porque denunciando,  la criminalidad bajo todas las formas, se  debilita. Y debemos debilitarla, desmantelarla, llevarla a tribunales y sentenciarla. O mejor aún, extirparla de nuestra sociedad. Y en eso estamos, sin medir las consecuencias.

El padre Juan Viroche pagó con su vida atreverse a hacerlo, para proteger a los jóvenes de su comunidad y a usted mismo.  ¡No lo olvide!


*Foto de Portada: www.diariohoy.net
*Foto 2: www.eldiariodecarlospaz.com