Cinco preguntas incómodas

Ganar, para EEUU, significa neutralizar a Moscú de cara al choque con Pekín

El exprimer ministro israelí Bennett intentó mediar, pero Biden lo impidió

Europa quedó en el medio

En lugar de insistir como idiotas en una distinción completamente obvia – el 24 de febrero del 2022 hubo un atacante y un agredido en Ucrania – sería mejor comenzar a hacernos algunas preguntas, tal vez incómodas, pero útiles.

La más obvia se refiere a la decisión de enviar a Kiev armas cada vez más ofensivas, lo cual corta todas las negociaciones. La respuesta a esta pregunta es negativa: ahora está claro que aumentar el armamento ucraniano no genera treguas, pero sí aumenta el número de muertos y la posibilidad de un conflicto nuclear. Para las industrias de guerra occidentales es una bendición, pero no para los ciudadanos, ni para los ucranianos y los europeos atacados, que pagan el precio de la guerra.

La segunda pregunta se refiere a las razones del conflicto. Después de las negociaciones con Gorbachov en 1991 y en los años que van desde la Revolución Rosa del 2003 en Georgia hasta la Revolución Naranja del 2004 en Ucrania, ¿se hizo todo lo necesario para darle tranquilidad a Moscú, que había disuelto la URSS abriéndose a Occidente? En absoluto, dado que poco tiempo después Occidente decidió, por voluntad de los Estados Unidos y Europa del Este, expandir la zona de influencia de los Estados Unidos y la OTAN hasta las puertas de Rusia. La mentira que más se resiste a morir es la que retrata a Vladimir Putin como un zar imperial. Los verdaderos imperialistas son los occidentales, encabezados por Washington. Ahora está claro que la Doctrina Monroe del siglo XIX (ninguna interferencia será tolerada en áreas cercanas a los Estados Unidos), hoy se aplica a Europa hasta las fronteras rusas. No entender que esta prórroga no sólo rompió las promesas hechas a Gorbachov en 1991, sino que representó una provocación mortal, es el pecado original de Occidente. Moscú es el agresor y Kiev el agredido, pero esto no significa que la guerra fuera "sin provocación" e inevitable.

La tercera pregunta, vinculada a la segunda, es: ¿ha hecho lo suficiente la prensa hegemónica europea para comprender las raíces de la guerra que comenzó en el 2014 en el Donbass, mucho antes de febrero del 2022? La respuesta es no. Los medios escritos y hablados no están haciendo su trabajo de perros guardianes. No están al servicio de los ciudadanos y lectores, sino de los intereses geoestratégicos de la OTAN. Practican la censura, la autocensura y hasta llegaron a acusar de desinformación a uno de los máximos periodistas occidentales- Seymour Hersh, premio Pulitzer, conocido por haber revelado la matanza de My Lay en 1968, los antecedentes del asesinato de Bin Laden en 2011 y las torturas en las cárceles de Abu Ghraib en la guerra de Irak- que el 8 de febrero reveló con abundancia de fuentes a los autores -el gobierno de Estados Unidos, ayudado por Noruega y Suecia- del sabotaje que el pasado mes de junio destruyó los dos gasoductos Nord Stream.

Fue un acto de guerra preparado muchos meses antes del 24 de febrero del 1922, y desatado no solo contra Moscú, sino también contra Alemania y contra las relaciones energéticas Europa-Rusia (uno de los objetivos fue facilitar la dependencia de la Unión Europea del gas licuado estadounidense).

Estas revelaciones fueron ocultadas no solo por los periódicos y la televisión, sino también por Facebook, donde las noticias son calificadas como noticias falsas (señalamos que el verificador de datos de Facebook para Italia es Open, de Enrico Mentana).

Hersh está acusado de ocultar las fuentes. Sabemos lo que sucedería con este último, si se rebela. Tendría el final de Snowden y de Assange.

La pregunta que debe hacerse dentro de esta tercera pregunta es si los ciudadanos están listos para protestas masivas, como lo hicieron por Vietnam y un poco por Irak (no así para las guerras en Corea o Afganistán). La respuesta es no, aunque los pueblos de Europa sean hostiles a la escalada militar. En la actualidad, los ciudadanos que ya no se sienten representados dejan de votar, imaginando, tal vez, que el mensaje será entendido. No lo será. No escuchar a los ciudadanos es hoy la norma seguida fielmente por la OTAN, la UE, los gobiernos y los lobbies militares.

Cuarta pregunta: ¿Europa se ha involucrado soberanamente en el conflicto, o está participando en la guerra por servidumbre voluntaria a los Estados Unidos? Todo apunta hacia la segunda hipótesis. Una decisión soberana en un estado de emergencia, es decir, libre para defender sus intereses geoestratégicos, implica un cálculo de los daños que pueden derivarse de un esfuerzo bélico prolongado: crisis económica, precios devastadores de la energía, crisis de representación democrática e imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre el clima. Desde la perspectiva de Estados Unidos, esta guerra está destinada a facilitar otras, comenzando por la de China sobre Taiwán (ya programada para el 2025, según anunció el 27 de enero el general Minihan de la Fuerza Aérea norteamericana).

Finalmente, la quinta pregunta es crucial. ¿Se hizo un esfuerzo en Europa para entender las motivaciones de Estados Unidos, tan alejado de la zona de guerra? Ganar, para los neoconservadores estadounidenses, significa neutralizar a Moscú en vista de la confrontación decisiva con Pekín, y para triunfar, Washington necesita reactivar la Alianza Atlántica y aumentar el peso, en la Unión Europea, de los Estados que son más atlantistas que europeos (Polonia, Países Bálticos, Europa del Norte). El gobierno de Estados Unidos está ganando esta batalla. Está utilizando a los europeos como peones en su Gran Juego para vender armas, gas y ejercer una hegemonía planetaria que solo produce caos.

A lo largo de este año ha trascendido que en al menos dos ocasiones Biden determinó la escalada de un conflicto que podría haberse evitado, o por lo menos acortado. Hemos mencionado la destrucción de oleoductos, que demolió los lazos de Rusia con Europa. Pero también hubo un constante boicot a las negociaciones. Así lo reveló el exprimer ministro israelí, Naftali Bennett, en un video fechado el pasado 4 de febrero. El 5 de marzo del 2022, Bennett se reunió con Putin y obtuvo el sí de Moscú y de Kiev, con una serie de condiciones. Putin dijo que renunciaría al desarme de Kiev y a la desnazificación (y por lo tanto, también al asesinato de Zelensky, que se regocijó y proclamó desde el búnker: "¡No tengo miedo!"). Zelensky se ofreció a no unirse a la OTAN. La mediación de Bennett fracasó, a pesar del evidente "pragmatismo de Putin que entendió completamente las limitaciones políticas de Zelensky" y al pragmatismo paralelo de Kiev. Luego vino la masacre de Bucha y "en ese momento no quedaba nadie -dijo Bennett- que estuviera preparado para pensar de una manera poco ortodoxa (o que sacara los pies del plato)". A instancias de Biden y Boris Johnson, prevaleció la "legítima decisión de los occidentales de seguir atacando a Putin (…), no sé si tenían razón (…). Bloquearon la mediación (…). Pensé que estaba mal (…). Después de muchos años, Biden ha creado una alianza contra el agresor en la percepción general, los reflejos son claros en arenas como China y Taiwán. Realmente creo que había una posibilidad de un alto el fuego".

Si Washington ha ganado esta primera vuelta, no es lo mismo para Europa, completamente incapaz de soberanía y que hoy conforma la retaguardia de los Estados Unidos. Y no es el eje franco-alemán el que domina, sino el eje Polonia-Báltico-Estados Unidos (la "Nueva Europa" exaltada por Rumsfeld en la guerra de Irak). En cuanto a Rusia, debilitada por las sanciones, deberá tolerar su dependencia de Pekín. Pero resiste las estrategias punitivas con más eficacia que nosotros, como lo demuestran los preciosos documentales filmados para TV Loft por Alessandro Di Battista en tierras rusas.

Extraido de Il Fatto Quotidiano