Thierno Mbengue: “Pedimos que los políticos tomen partido contra la discriminación racial”

Por Jean Georges Almendras, desde Le Marche, Italia-7 de agosto de 2022

Bajo un implacable sol se van cayendo las máscaras del racismo imperante en la ciudad de Civitanova, en Le Marche, a tan solo seis días del asesinato a golpes y estrangulamiento del nigeriano Alika Ogorchukw. No pocos colectivos afrodescendientes -de las comunidades nigerianas en Italia- y  (pocos) ciudadanos se han dado cita, este sábado 6 de agosto, en una amplia explanada de un centro comercial, que fue punto de partida, de una manifestación de protesta y reclamo de justicia por el crimen de un hombre de 39 años, que culminó en el lugar exacto donde se le segó la vida, sobreviviéndoles su hijo Emmanuel de 8 años y su esposa Charity Oriachi. La movilización, que no llegó al medio millar de personas, y que es en esencia, la primera respuesta masiva a un hecho que ha conmocionado a la opinión pública, local e internacional, fue encabezada por la esposa de Alika,  la que estuvo secundada por familiares y allegados, y activistas de los colectivos presentes, que caminaron a paso lento bajo una sombrilla que poco hizo para mitigar el intenso calor que nos abrazó a todos.

El rostro de Charity está desencajado por el dolor y bañado en lágrimas. Sus ojos no pueden hablar más que en términos de sufrimiento, de impotencia, de indignación. Charity, seguramente en su silencio, recuerda imágenes de su esposo en vida, que se deben de cruzar con las indescriptibles imágenes que sobrevinieron cuando fue informada del horrendo episodio, que ahora es estandarte de una comunidad que mira absorta cómo una manifestación atraviesa calles y plazas, con un solo grito, que se repite como un mantra por los megáfonos que llevan los dirigentes “¿Cosa vogliamo? ¡¡Justicia!!” (¿Qué queremos? ¡Justicia!).

Una nube de reporteros gráficos, a codazos, procuran registrar imágenes, secundados por periodistas, nosotros entre ellos. Las vibraciones de la indignación hacen su juego en toda la marcha: los cánticos de los movilizados retumban en la vía pública. Es el inicio de una tarde en la que otra manifestación -organizada por la Coordinadora antirracista italiana, con la participación del Movimiento Our Voice- se habrá de sumar, instantes después, a la que abrió la marcha.

Por las calles de Civitanova no se ven ciudadanos locales, al menos no en mayoría. El grueso de ambas manifestaciones con la viuda de Alika a la cabeza, lo integran afrodescendientes y una guardia policial, que no cumple cometidos represivos, solo preventivos. La atmósfera es de indignación.

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Los exorcismos de una ciudad turística, del centro italiano, a orillas del Adriático, después del crimen se pavonean bajo la luz solar, con la presencia de los dolientes y bajo la mirada atenta de los indiferentes, que no movilizaron ni un ápice de sus respectivas rutinas para estar allí presentes, para solidarizarse con la víctima de un crimen racista, el que, por otra parte, desde tiendas sistémicas ha sido tildado ajeno a toda intolerancia racial. 

¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Por qué por segunda vez, consumado el hecho, se sigue discriminando lo ocurrido y no se acepta -desde las instituciones- que el crimen existió y que tuvo tonalidades propias de un racismo instalado en la sociedad italiana, de la región y del resto del territorio? ¿Por qué las hipocresías ciudadanas e institucionales siguen a sus anchas, impunes?

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Hacemos todos parte de los exorcismos que nos complacen y que además nos hacen cómplices de maldades de este tipo. Hay libertad para manifestarse, para reclamar justicia; hay libertad para recorrer calles y plazas; hay libertad para que el periodismo hegemónico y útil al sistema, haga su trabajo. 

Pero no hubo libertad para actuar como ciudadanos honestos y sensibles cuando muchos ojos vieron cómo Alika quedaba a merced de su atacante. Para darle un instante de ayuda -que pudo haber evitado perderlo- no hubo libertad, ni derechos humanos, ni respeto a las leyes. Hubo indiferencia. Hubo insensibilidad. Hubo, hasta si se quiere, complicidad. No hubo nada que se asemejara con la humanidad, porque el hombre caído era un hombre de piel negra. Solo por eso. Y nadie debe hacerse el desentendido. Nadie debe llamarse al espanto por calificar este hecho como un crimen racista. Nadie, ni mucho menos las autoridades y la justicia, como ya lo han hecho.

En medio de la marcha, el alcalde de Civitanova Fabricio Ciarapica, refiriéndose al asesinato de Alika, nos ha dicho (más bien, nos ha insistido): “Esto no es un acto de racismo, este es otro acto de violencia de una persona que ha decidido quitar la vida a otra persona. No nos reconocemos en el racismo, Civitanova no es racista de ninguna manera, esto fue un acto de violencia y nosotros lo hemos condenado. Hoy estamos aquí todos para confirmar esta condena unánime, no solo este acto de violencia, toda la violencia y sobre todo nos manifestamos a favor de la paz. Entonces hoy estamos todos unidos bajo una única bandera que es la de la paz”.

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“La paz”, que sigue siendo la palabra mágica en boca de las autoridades, de piel blanca, para alejar los demonios del repudio a una intolerancia que es generalizada, encubierta; que se ve y se palpa, de una u otra forma, en toda Italia, en toda Europa, y en las aguas del Mediterráneo cuando se deja morir a seres humanos solo porque luchan para buscar otras tierras, otros horizontes, solo para sobrevivir, no para atesorar cuentas bancarias ni para poseer tarjetas de crédito, lujos o propiedades.

Hablar de paz, en medio de una manifestación que reclama justicia, no ha sido lo más afortunado, seguramente, pero ya ese no es el punto a escribir sobre esos dichos, porque es mejor ignorarlos, y porque el punto medular de esta jornada, de reclamos e indignaciones en público, es la hipocresía que nos rodea, y que está instalada en la conciencia ciudadana. Desde los sitiales del sistema que nos rige y nos somete, ya es un hábito escuchar blasfemias contra la vida y la libertad humana. Pero que una comunidad, se precia de pacífica y de justa, y de solidaria, con los migrantes, y seamos honestos, con aquellos que no tienen la piel blanca, ya es el colmo de la insensibilidad, porque en los hechos, se suceden toda suerte de discriminaciones y diferencias sociales, en lo laboral y en otras facetas de la vida humana.

¿Cómo apartaremos de nuestra memoria colectiva las lágrimas de Charity? ¿Con retórica institucional post morten? ¿Con retórica pacifica post morten?  Lo dudo. ¿Con sed de justicia, como por ejemplo se han expresado los jóvenes de la Coordinadora antirracista italiana y los demás manifestantes de las comunidades nigerianas que participaron de la manifestación que abrió la movilización? Es mucho más probable, y aun así, habrán puntos suspensivos, mal que nos pese.

Hallé el momento oportuno para literalmente extraer de la manifestación, por unos instantes a Thierno Mbengue, miembro de Our Voice, para conocer en profundidad su pensamiento, sus ideas y el sentido de su participación en la movilización, representando a los compañeros de su Movimiento.

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“Esta manifestación ha sido organizada por la Coordinadora antirracista italiana, de la cual nosotros como Our Voice, formamos parte, junto a agrupaciones como Dalla Parte Giusta della Storia o Italiani senza cittadinanza. Somos afrodescendientes, somos chicos de la segunda generación y de colectivos de los que forman parte segundas generaciones, que buscan una reivindicación y quieren llevar su voz a las plazas de Italia y cambiar lo que está sucediendo”

“El homicidio de Alika nos hace ver cómo en Italia la situación política, la situación humana, incluso, está yendo a la deriva. El homicidio de Alika no es simplemente el acto de un chico, del asesinato, o de la indiferencia de la persona que ha preferido mirar antes que intervenir. Es el fruto, la consecuencia de la propaganda política racial que existe de justificación, de odio verbal y de odio físico que se viene dando respecto a los extranjeros y respecto, sobre todo, a los inmigrantes, de la segunda generación, de los jóvenes, y de nosotros, los chicos provenientes de otros países, que cultivamos nuestra vida aquí y contribuimos a un crecimiento económico y social de Italia”.

Cuando a boca de jarro le lanzo a su rostro los dichos del alcalde de Civitanova, enfatizado en que este no fue un crimen racista, Thierno Mbengue no se asombra, se sonríe irónicamente, porque sabe perfectamente el origen de esas afirmaciones.

“Las declaraciones del alcalde entran, obviamente, en su lógica, en la lógica de la derecha italiana, la lógica de la Liga, de Forza Italia; porque no es posible definir un homicidio de este género como 'no racista' sino simplemente 'ciudadano', es definible no racista por parte de la política, la política de derecha; La Liga, Hermanos de Italia y Forza Italia, siguen perpetuando la propaganda política racial, de discriminación racial”.

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El joven Mbengue es universitario, ciudadano italiano y un tenaz activista de Our Voice y del movimiento popular antimafia. En su airada exposición a la hora de la oratoria en la vía pública, no ha obviado el tema mafioso, o, mejor dicho, lo ha subrayado muy especialmente. Y en el diálogo con Antimafia Dos Mil, ha perseverado en señalarlo una vez más con el dedo, y en un muy enfático tono de denuncia.

“No se puede hablar de racismo si no se habla de mafia, porque somos conscientes del acuerdo que Italia  ha hecho con Libia, y es dinero que después va a la mafia de Libia, por ende a las milicias mafiosas, entonces se podría decir, colateralmente, que Italia financia las mafias extranjeras para bloquear la inmigración, diciendo que es para mantener la seguridad en Italia, cuando en realidad no es así; aumenta simplemente el financiamiento de las mafias, aumenta la montaña de mierda, como lo es la mafia, y aumentan los muertos en el Mediterráneo y la discriminación racial que vivimos aquí en Italia”.

“Como representante del Movimiento del que hago parte, Our Voice, precisamente pedimos justicia para Alika, pedimos que en Italia termine esta propaganda política, que sea reconocida la discriminación racial como un agravante, en este caso; y pedimos que la población italiana, la ciudadanía italiana, baje a la plaza con nosotros, pida justicia para Alika, así como para Emmanuel, muerto también en Le Marche en 2017, y por la masacre cometida por Traini. Y sobre todo que nuestros políticos tomen partido firmemente contra esta discriminación racial, y más que tomar partido, además, que rectifiquen la política que llevan a cabo”

Como cierre inequívoco de una movilización inédita, para Civitanova, se deparó un respetuoso momento en la escena del hecho, en la calle en la que se talló la vida de Alika. El ceremonial de la resignación, podría alguien imaginar, pero no fue tal. Fue más bien el ceremonial del inicio de una lucha que ahora ya hace parte de la memoria histórica de una ciudad que tiene entre sus ciudadanos, el sentimiento inclemente y agrio del racismo, como ADN de una convivencia que en apariencia es pacífica, apaciguadora.

Pero la realidad es otra muy distinta. ¿Por qué? ¿Por qué el ADN que se ejercita diariamente en las calles italianas, de Norte a Sur y de Sur a Norte, y que se extiende a las aguas jurisdiccionales, especialmente cuando vienen oleadas de migrantes agazapados a las cubiertas de los barcos rescatistas de ONGs humanitarias, es uno muy diferente? Es un ADN de prejuicios y discriminaciones al zumun.

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El racismo no es solo dar muerte a golpes a un ser humano -y con alevosía, como en el caso Alika, la que después se enmascarará con los trastornos psíquicos, que siempre se sacan a la luz pública porque son funcionales a la defensa de los victimarios, cuando se trata de atentados a la vida por motivaciones ideológicas especialmente- sino, es también, mirar con recelo a otro ser humano que tiene otro color de piel, sometiéndolo a toda suerte de comentarios prejuiciosos, exclusivos, y racistas. Racismo, también, es no comprender (y no tener la voluntad) de reconocer (distinguir con discernimiento) que, desde los sitiales del poder institucional, económico, social, político, judicial y parlamentario, el discurso de la discriminación no es un eufemismo, sino más bien, un hecho, un plan de convivencia, que dispara a troche y moche ideas y proyectos, en apariencia desprejuiciados, pero que son en realidad desestabilizadores de la convivencia humana. Y en muy definidas ocasiones, el caldo de cultivo para que sobrevengan (y se multipliquen) casos como el de Alika.

El color de la piel de los seres humanos, ha sido y sigue siendo uno de los temas más urticantes  de la conciencia europea (Italia por cierto no está exenta) ; una historia que se repite en América Latina, por cierto; el criminal y grotesco colonialismo europeo de siglos atrás sigue marcando rumbos, aun en las generaciones de hoy; los unos tenuemente, y los otros, más descaradamente, pero siempre la supremacía del hombre blanco, hace añicos todo empeño por transformar realidades, pareceres, visiones.

Todavía, como periodistas, seguimos viendo episodios como los de Alika, porque son episodios que tiñeron de sangre la vía pública, no lo sabremos a ciencia cierta, los que se registran entre cuatro paredes, donde las prepotencias en contra de los hombres y mujeres de la raza negra, por ser de la raza negra, se siguen cometiendo, de una u otra forma. Todavía, las sociedades no han aprendido nada del pasado. No han aprendido, que no debe haber distinciones por el color de la piel. Ocurre en este lado del Atlántico y ocurre en América Latina, donde los pueblos originarios -como las comunidades mapuches de Argentina y Chile, por citar un ejemplo, porque hay varios en puerta- sufren iguales penurias, también con el saldo de muerte, de heridos y demás avasallamientos.

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Alika, hoy, en pleno siglo 21, nos pone de bruces con nuestra conciencia. Y nos dice al oído: que seguimos siendo colonialistas, encubiertos. Desgraciadamente.

¡Ah! E insisto: racismo, también es (o fue), que la población de Civitanova no hubo tenido la capacidad de conciencia para hacerse su tiempo y salir a las calles, a manifestarse contra un crimen, de neto corte racista, en una sociedad racista y discriminadora.

Entonces, decir, hablar, alardear, de que no hay racismo, en una sociedad que tiene ya dos muertos en su haber, es un negacionismo, que ya en sí mismo, es racista.

¡Por favor, dejémonos de retóricas, posturas y actitudes ciudadanas (e institucionales) visceralmente colonialistas! ¡Basta!

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*Foto de portada y restantes: Giorgio David Almendras y Antimafia Dos Mil