Por Saverio Lodato-2 de noviembre de 2022

Segunda parte

Decíamos, en el artículo anterior, que la derecha se venía preparando para el Meloni Day desde hace al menos treinta años. Y para preparar la travesía por el desierto estuvo la caída del Muro de Berlín, la desaparición del viejo PCI (Partido Comunista Italiano), y el fin de las ideologías.

Tangentopoli y Mafiopoli fueron grandes épocas de esperanzas populares que asestaron duros golpes a la política, entendida en su forma tradicional, basada en el sistema de partidos que se remonta a la Liberación Nacional, y que en el espacio de pocos años devino en una insoportable partidocracia, impopular entre la opinión pública, que pasó a llamarse, para la ocasión, sociedad civil.

Hasta entonces, el antiguo PCI contaba con un sólido diccionario de referencia.

Las fórmulas más acuñadas fueron el tema de la paz, el tema del sur y el tema moral. Y a propósito de esta última, algunos de sus miembros empezaron a hacer referencia a la corrupción que comenzaba a extenderse como mancha de aceite entre la clase política y a las estrechas y ahora evidentes relaciones entre la mafia y la política.

Enrico Berlinguer fue el político sobrio que encarnó, simbólicamente y en sí mismo, la necesidad del PCI de reducir la brecha entre el Norte y el Sur y de derrotar a la mafia que comenzaba a corroer las estructuras de la cosa pública.

Tras la desaparición de Berlinguer y el ocaso del antiguo PCI, resurgió de sus cenizas el PDS (Partido Democrático de la Izquierda) de Achille Occhetto (1991) como un intento extremo y generoso de llegar a nuevas costas, pero ese sólido diccionario de referencia comenzó a evaporarse lentamente.

Fue el fin del tema del Sur, rápidamente socavado por la nueva globalización, el fin de la cuestión moral, el fin de los informes de la minoría en las comisiones parlamentarias antimafia, dedicadas a las relaciones entre la mafia y la política. Todo imperceptiblemente y en forma gradual, por supuesto. No de la noche a la mañana.

En cuanto a la DC (Democracia Cristiana) como partido de centro, hacía tiempo que iba camino a ser una enfermedad terminal, debido a la tragedia del secuestro y asesinato de Aldo Moro (1978).

Hay que leer y releer hoy el "Affaire Moro", de Leonardo Sciascia, como si fuera una vacuna de refuerzo para resistir a la Italia que tenemos ante los ojos.

La triste parábola de Bettino Craxi, que culminó primero en el lanzamiento de monedas en el Hotel Raphael y luego con la fuga a Túnez, cerró el círculo para el PSI (Partido Socialista Italiano) de la época.

El poder judicial se encontró en el centro de estos escenarios, que se sucedían muy rápidamente, ocupando en realidad los abismos que la política dejaba al descubierto.

A la política nunca le gustó Tangentopoli, con su "pool" de magistrados, ni Mafiopoli, también con su "pool" de magistrados.

Primero sintió la presión, luego comenzó a correr para ponerse a cubierto.

Mientras tanto, al PDS de Occhetto le siguió la llamada "fusión fría" entre ex democristianos, la "Margherita" – con Romano Prodi como su representante más autorizado - y excomunistas. Una nueva criatura, rebautizada como DS, y el sello definitivo del plano inclinado (2007).

A esas alturas ya todo había cambiado.

La primera ayuda roja al siete veces primer ministro, el demócrata cristiano Giulio Andreotti, procesado por hechos mafiosos, vino, por ironía del destino post ideológico, por parte de algunos líderes de la vieja guardia del PCI, en la creencia de que los magistrados no solo querían garantizar el control de la legalidad, sino que pretendían escribir y reescribir la historia.

Los restos de la Primera República se habían ya – profusa y tácitamente – unido contra el "excesivo poder" de los fiscales y de la magistratura.

Las matanzas de Capaci y Via D'Amelio (1992) harían comprender a la posteridad que, en la Italia de entonces, los buenos magistrados fueron primero aislados y luego asesinados.

El tema de la justicia ocuparía a partir de entonces el centro de la escena política.

En ese momento, entra en escena él, Silvio Berlusconi.

Y los magistrados, en un instante, oficial, institucional y televisivamente, se convirtieron en el castigo de Dios.

(Continúa)

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*Foto de portada: © Imagoeconomica