Chernobyl, Ucrania, abril de 1986
 
Por Adriana Navarro-20 de abril de 2021

Estamos a pocos días de que se cumplan 35 años de la primera gran catástrofe provocada por el hombre a causa de la utilización de una energía que se presenta como necesaria e irremplazable, otras veces como sustentable y barata, cuando debería ser presentada simplemente como energía asesina; al menos cuando es el hombre quien la manipula. Nos referimos obviamente a la energía nuclear, y al accidente ocurrido el 26 de abril de 1986 en Chernobyl, Ucrania, en ese entonces parte de la URSS.

No debemos desconocer que la radiactividad natural tiene una función en la dinámica terrestre y es esencial para la vida en la tierra, está relacionada con la gravedad y con la existencia atmosférica, pero en las manos del hombre, y especialmente en la producción de energía en las plantas nucleares, se transforma en una energía asesina. El hombre una vez más intenta manejar y utilizar aquello que apenas conoce, además de que siempre toda tecnología descubierta termina siendo utilizada para hacer la guerra, es decir para agredir a su propia especie.

Aún hoy por hoy quienes son partidarios de la utilización de la energía nuclear dicen que no puede ser dejada de lado porque es limpia y barata ¡¿Cómo puede decirse una mentira tan grande?! Podríamos hablar de los miles de millones que cuesta construir una planta nuclear y de lo que cuesta desmantelarla una vez que ya no funciona más, y los costos de almacenamiento de los residuos de las mismas que deben ser resguardados incluso militarmente, por el riesgo que implican para la salud humana, y el peligro de constituirse en blancos de ataques terroristas. Desechos que no perderán su poder radiactivo durante cientos de años. Sólo con eso, y con saber que una pequeña partícula radiactiva puede matarnos en segundos, ya deberíamos descartar el uso de esta energía.

Pero contamos con mucho más, tenemos a la vista todas las vidas que se ha cobrado el accidente de Chernobyl, no sólo en el momento mismo de la explosión de uno de sus reactores, sino durante todo el tiempo en que 600.000 personas arriesgaron sus vidas. Los llamados “liquidadores”, donaron sus vidas para poder “sellar” el reactor y evitar que la radiactividad siguiera emanando sin cesar. Ciento ochenta toneladas de combustible nuclear han quedado bajo el manto de cemento construido a toda prisa. Se calcula que con el uranio y plutonio que hay dentro podrían construirse decenas de bombas nucleares.

La explosión del techo del reactor, produjo nubes radiactivas que llegarían a toda Europa y Bielorrusia. En los primeros meses siguientes al accidente, a consecuencia de las radiaciones murieron 31 personas. Muchos vieron en los días siguientes como aparecían quemaduras en su piel, como ésta se tornaba oscura, sufrían de naúseas y vómitos. Más tarde aparecerían las muertes por cáncer de tiroides, leucemia, e incluso enfermedades cardíacas. Se determinó una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de la planta y se evacuó a todo el pueblo de Príapiat, donde vivían las familias de los trabajadores de la planta de Chernobyl. Sin embargo, en Chernihiv, al norte de Ucrania, fuera de la zona de exclusión, en la planta de procesamiento de lana, casi 300 mujeres enfermaron a consecuencia de la radiación que se encontraba en la propia lana.

Como si no fuera bastante, está todo el daño síquico que este accidente produjo en miles de personas, muchos sufrieron depresión, pues se vieron obligados a abandonar sus casas para siempre, y fueron presas del pánico de enfermar. Las familias de los liquidadores, enfrentaron consecuencias de por vida, conviviendo por siempre con el fantasma de esta tragedia.

Según Viktor Sushko, subdirector general del Centro Nacional de Investigación en Medicina de Radiación, con sede en Kiev, Ucrania en enero de 2018, 1,8 millones de personas en Ucrania, entre los que se contaban 377.589 niños contaban con el estado de “víctimas del desastre”.

Hubo costos millonarios en la construcción del primer manto cementicio realizado para cubrir el reactor, que tan sólo demoró 30 años en ser destruido por la radioactividad y del último sarcófago de acero realizado para sustituirlo junto al nuevo sistema de protección terminados en 2017. Este último con un costo total aproximado de 2150 millones de euros. La bóveda de acero fue construida fuera de lugar, y transportada, por lo inviable que sigue siendo al día de hoy el acercarse al reactor nuclear.

¿Cómo podemos hablar de energía barata y sustentable? ¿Qué costo tienen las miles de vidas trastornadas, qué costo tiene para las víctimas convivir con el cáncer, o las malformaciones de su descendencia? ¿Qué precio tiene una vida humana, para quienes dicen que no podemos prescindir de la energía eléctrica brindada por estas plantas? ¿Energía barata e insustituible?

¿Acaso podemos decir que hoy por hoy estamos exentos de cometer los errores humanos que se cometieron en Chernobyl, en cuanto al procedimiento que tenía lugar la noche del accidente y al diseño de la planta misma? Contesta esta pregunta por sí misma otra fatídica fecha para la energía nuclear, el 11 de marzo de 2011, cuando a causa de un terremoto y sunami posterior, se afecta la planta nuclear de Fukushima, pues también en la construcción de esta planta el hombre estimó improbable la ocurrencia de un temblor de tierra como el que provocó el posterior tsunami que invadió la planta de Fukushima.

Con todo lo dicho no hemos agotado lo referente al peligro de la utilización de la energía atómica, pues han habido cantidad de otros accidentes nucleares, todos con el mismo patrón de comportamiento de las autoridades, primero el intentar minimizar los hechos, con el pretexto de no generar pánico, luego negar la correlación entre las muertes y las enfermedades que esta energía provoca y los distintos accidentes ocurridos; así mismo no generar demasiada información o investigaciones serias y responsables que informen a la población mundial acerca del riesgo que corren.

Asesina 2

La nube radioactiva de Chernobyl recorrió toda Europa y parte de Rusia; la radiactividad de Fukushima sigue fluyendo, y contaminando las aguas oceánicas. Así se sigue negando a las personas lo evidente, lo que viven o padecen a causa de la afectación por radiación.

Pero siempre debemos ver tras el velo de la propaganda de distintos gobiernos, y de los organismos mundiales encargados de vigilar el uso de esta energía, como la Organización Internacional de Energía Atómica.

Un dato alcanza para comenzar a sospechar; existen alrededor de 450 plantas nucleares en todo el mundo, y sólo cubren el 11% de toda la energía utilizada a nivel planetario. ¿Cómo puede ser tan fundamental la energía nuclear, frente a la energía solar, por ejemplo, que ya está suficientemente desarrollada como para poder proveer ese 11% de energía requerida? Cada uno de los reactores nucleares de estas 450 plantas nucleares encierra el mismo potencial riesgo que los reactores de Chernobyl o Fukushima. Entonces, esto nos hace pensar que hay algo que se esconde en el empeño de perseverar en el uso de este tipo de energía, y en la construcción de nuevas plantas incluso.

La verdad escondida, es que para la fabricación de las armas nucleares, la materia prima que se utiliza es el plutonio y el uranio enriquecido, que son los productos de desechos de las plantas nucleares, siendo el plutonio una sustancia altamente radiactiva que no existe en la naturaleza. Si se dejara de manipular estos materiales, no se podrían fabricar más armas nucleares. Todos somos testigos, por las distintas noticias internacionales, de las constantes amenazas entre distintos estados haciendo alarde de las armas que poseen, lo que nos revela la posibilidad de que se desate una tercera guerra mundial, que esta vez sería además nuclear, y todo posibilitado por la existencia de la energía nuclear y de las plantas nucleares.

Uruguay no fue la excepción y estuvo candidateado para albergar una de las plantas nucleares más grandes del mundo, se buscaba el acuerdo de todos los partidos políticos, y se estaba presentando la energía nuclear como limpia, segura, sustentable, y todo tipo de adjetivos beneficiosos; pero el accidente de Fukushima paró todas las conversaciones al respecto.

Sin embargo, no podemos considerarnos a salvo de nada, primero porque las consecuencias de un accidente en una planta nuclear son impredecibles, segundo porque en Argentina se encuentra en funcionamiento la planta de Atucha, y tercero, porque nadie está a salvo de las consecuencias del uso de la enorme variedad y cantidad de armas nucleares que tenemos al día de hoy en el mundo, algunas de las cuales causarían más daño que las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Siempre debemos preguntarnos qué podemos hacer si es que no nos parece normal, vivir en un planeta al que estamos convirtiendo en una gigantesca bomba atómica; y ayudar sobre todo a las nuevas generaciones a ser conscientes lo que significa la energía nuclear para que apuesten a otras formas de energía. También nosotros debemos manifestarnos en contra de esta demencial actitud y saber, que, si aceptamos la utilización de este tipo de energía, y los pretextos eximidos por los países que la poseen, nos hacemos cómplices de todas las guerras del mundo.

----------------------

*Foto de portada: www.alquimicos.com

*Foto 2: www.goconqr.com