
Respuesta. Los documentos son solo el 1% de los existentes, pero de alguna manera son una especie de destilación de los peores procedimientos. En ellos se ven los abusos a los prisioneros, la falta de fiabilidad de los testimonios y lo naif que son los militares estadounidenses. Las supuestas evidencias de las que hablan son falsas. Si comparamos el contenido de los papeles con el dictamen de los jueces federales estadounidenses, queda claro que utilizan fuentes nada fiables y completamente inútiles. Basta con ver el caso de Mohamed el Gharani. La persona que le delató dijo que formaba parte de la llamada célula de Londres. ¡Pero el chico tenía 11 años cuando se supone que preparaba atentados y nunca había estado en el Reino Unido!
P. ¿Por qué cree que los papeles son una destilación de lo peor?

P. Las fichas secretas describen a decenas de detenidos con enfermedades psiquiátricas. ¿Son en su opinión un reflejo del estado de los prisioneros dentro del penal?

P. ¿Cree que la filtración contribuirá a acelerar el cierre de Guantánamo?
R. Creo que va a ser un proceso largo. Los republicanos utilizan el tema de Guantánamo para dividir y para dañar la imagen de Obama.
P. ¿Piensa que las revelaciones abren la puerta a nuevas acciones legales para pedir compensaciones?
R. Hay documentos que hablan de la implicación británica. Eso abre la puerta a nuevas demandas en Reino Unido.
P. ¿Y en Estados Unidos?
R. Allí es muy difícil. La justicia es muy sesgada. No creo que podamos ganar muchos casos en Estados Unidos.(Entrevista de Ana Carbajara El País de Madrid)
Prisión sin garantías


Los informes, fechados entre 2002 y 2009, que en la mayoría de los casos tienen como finalidad recomendar si el preso debe continuar en el penal, ser liberado o trasladado a otro país, documentan por primera vez cómo valoraba EE UU a cada uno de los internos y lo que sabían de ellos. Revelan un sistema basado en delaciones de otros internos, sin normas claras, basado en sospechas y conjeturas, que no necesita pruebas para mantener a una persona encarcelada largo tiempo -143 personas lo han estado más de nueve años- y que establece tres niveles de riesgo que se definen con apenas una frase. El más alto solo implica que la persona "probablemente" supone "una amenaza para EE UU, sus intereses y aliados"; el medio, que "quizá" lo suponga; y el bajo, nivel en el que aparecen catalogados presos que han estado ocho y nueve años en la prisión, que es "improbable" que sea un riesgo para la seguridad del país.
Hay casos, según revelan los informes secretos, en los que ni siquiera el Gobierno de EE UU sabe los motivos por los que alguien fue trasladado a Guantánamo, y otros en los que ha concluido que el detenido no suponía peligro alguno: un anciano de 89 años con demencia senil y depresión que vivía en un complejo residencial en el que apareció un teléfono por satélite; un padre que iba a buscar a su hijo al frente talibán; un mercader que viajaba sin documentación; un hombre que hacía autostop para comprar medicinas.

Guantánamo es una cárcel, pero la prioridad no es imponer sanciones por delitos cometidos. Solo siete presos han sido juzgados y condenados hasta el momento: seis en las comisiones militares de la base y uno en un tribunal civil de Nueva York. Lo que se pretende fundamentalmente, según muestran los informes, es obtener información a través de los interrogatorios. Uno de los dos parámetros que se maneja para decidir si se puede liberar o no a un preso es precisamente su "valor de inteligencia", según la terminología empleada en las fichas secretas.
La prisión funciona como una inmensa comisaría de policía sin límite de estancia y en la que la duración del castigo no es proporcional al supuesto hecho cometido. Las fichas secretas muestran a unos reclusos tratados como presuntos culpables que deben demostrar no solo su inocencia sino su falta de conocimiento sobre Al Qaeda y los talibanes para obtener la libertad. El único delito que las autoridades adjudican a algunos de ellos ha sido tener un primo, amigo o hermano relacionado con la yihad; o vivir en un pueblo en el que ha habido ataques importantes de los talibanes; o viajar por rutas usadas por los terroristas y, por lo tanto, conocerlas bien.

Los detenidos vieron las caras de muchos interrogadores: militares, agentes de la CIA y policías de sus propios países que desfilaron en secreto por sus celdas, entre ellos españoles, y les tomaron declaración esposados y encadenados por una argolla al suelo. La actividad en los campos de entrenamiento terrorista en Afganistán, los experimentos con explosivos, la fijación de los yihadistas por conseguir la denominada "bomba sucia", el trato y cercanía a Osama Bin Laden, Al Zahawiri o el mulá Mohamed Omar eran objetivos prioritarios. Un reloj Casio F91W en la muñeca de un preso se consideraba prueba suficiente de que había recibido formación de explosivos.
Los documentos revelan nuevos detalles sobre los 16 detenidos de alta seguridad relacionados con los atentados del 11-S. El cerebro de la masacre, Khalid Sheikh Mohammed, ordenó en 2002 a otro preso del penal un ataque suicida contra el entonces presidente de Pakistán, Pervez Musharraf. En realidad se trataba solamente de una prueba de su disposición a "morir por la causa".

Pero en ningún momento se informa de en qué circunstancias los presos han admitido su supuesta culpa o incriminado a otros. A veces, un preso declara sufrir tortura, pero el propio redactor del informe se encarga de afirmar que esa declaración no tiene ninguna credibilidad. A algunos, sin embargo, no había manera de arrancarles información. "Estoy preparado para estar en Guantánamo 100 años si es necesario, pero no revelaré información", espetó el kuwaití Khalid Abdullah Mishal al Mutairi a sus interrogadores.
Los informes son textos fríos, de prosa funcionarial. Apenas se detienen en cuestiones personales como los intentos de suicidio, el estado de salud o las huelgas de hambre y, en el caso del rosario de presos con enfermedades psiquiátricas, uno de los rostros más retorcidos de Guantánamo, se limitan a constatar si, a pesar de su trastorno (acompañado muchas veces de múltiples intentos de quitarse la vida), puede ser útil seguir haciéndoles preguntas.
Al afgano Kudai Dat, diagnosticado de esquizofrenia, trataron infructuosamente de hacerle un interrogatorio final a pesar de que había sido hospitalizado con síntomas agudos de psicosis. Cuando mejoró lo llevaron ante el polígrafo, provocando de nuevo alucinaciones en el enfermo, según un informe psiquiátrico de la prisión. Su pronóstico a largo plazo era "pobre". Pero, a pesar de la ficha médica, la autoridad militar aseguraba que fingía los ataques de nervios y se recomendó mantenerlo en la base. Pasó cuatro años encerrado.
Los documentos son extremadamente protocolarios, pero por debajo del lenguaje administrativo se vislumbran informaciones que aportan un retrato de las condiciones de vida en el presidio. Cuando se habla de la conducta del detenido, por un lado se registran las infracciones disciplinarias y por otro las agresiones. Cualquier incidente se hace constar sin apenas detalles: "Inapropiado uso de los fluidos corporales, comunicaciones desautorizadas, daño sobre las propiedades del Gobierno, incitar y participar en disturbios de masa, intento de ataques, ataques, palabras y gestos provocativos, posesión de comida y contrabando de objetos que no son armas..."
Todo se contabiliza y registra. Pero tan solo se aporta información concreta sobre el último incidente disciplinario. Y es ahí, precisamente, en ese pasaje fugaz de apenas un renglón, donde aparecen destellos de la dura vida en Guantánamo: la mayoría de los presos han lanzado orina y heces a los vigilantes. Nunca se especifica cuál es el castigo que sufren por esas acciones ni en qué contexto se perpetraron. Otros reclusos han sido expedientados por cubrir la ventilación de su celda con papel higiénico, devolver un libro a la biblioteca subrayado o con marcas, rechazar la comida o negarse a salir de la ducha.

De la documentación no solo se extraen conclusiones sobre la motivación que llevó a tantos hombres a Kabul, Kandahar o a las montañas de Tora Bora. También es posible dibujar un perfil con los puntos en común de la mayoría. Da igual que tuvieran nacionalidad de algún país europeo, argelina, yemení o filipina.
Antes de entrar en la prisión estadounidense, muchos viajaron constantemente a través del mundo árabe-musulmán. Abundan los relatos de hombres que cruzan la frontera de Pakistán a Afganistán a pie o que se citan con otros activistas en una mezquita de la ciudad paquistaní de Lahore. Las fichas explican también cómo los islamistas se apoyan entre sí a través de una red de puntos de encuentro -seis de los siete franceses detenidos pasaron por una casa de huéspedes, a la que denominan "de los argelinos", en la ciudad afgana de Jalalabad-, del dinero que les proporcionan miembros de la red -los documentos mencionan que muchos detenidos son arrestados con 10.000 dólares, la cantidad típica que Al Qaeda entrega a sus activistas-, o de organizaciones de caridad como Al Wafa que, según las autoridades de EE UU, contribuyen a financiar las actividades terroristas.
Pero en muchas ocasiones el hecho de viajar por la zona se convierte en una actitud sospechosa que envía sin más al penal a decenas de personas. En una nota de apenas dos páginas se relata el paso de Imad Achab Kanouni por Alemania, Albania, Pakistán y Afganistán. En el apartado de razones para justificar su estancia en Guantánamo, se le acusa de no haber podido explicar las condiciones de su viaje a Afganistán. No hay ni una sola prueba que le

Los informes también afectan a España; a Hamed Abderramán, el denominado talibán ceutí, condenado por la Audiencia Nacional y luego absuelto por el Tribunal Supremo al inhabilitar las pruebas obtenidas sin ninguna garantía por policías españoles en el penal; y a Lachen Ikasrrien, un marroquí residente en España que corrió la misma suerte judicial que Hamed y que se negó durante cinco años de presidio a reconocer vínculos con Al Qaeda.
Los tres presos acogidos por España en 2010, un palestino, un yemení y un afgano, son una pequeña muestra de las patologías del penal. Uno es un enfermo mental con problemas graves al que mantuvieron durante años encarcelado y sometido a interrogatorios; otro, que estuvo a las órdenes de Bin Laden en Tora Bora, se prestó a colaborar con EE UU; y al tercero, contra el que no llegó a haber nunca pruebas fehacientes, lo califican de problemático. Es, sin embargo, el único que por el momento ha logrado hacer una vida relativamente normal en nuestro país.
El Pentágono ha redactado un comunicado en el que lamenta la publicación de los documentos secretos por su carácter sensible para la seguridad de EE UU.(Fuente: Mónica Ceberio Belaza/Luis Doncel/José María Irujo/ Francisco Peregil/ El País de Madrid)
La complicidad de los médicos El personal sanitario asignado al Departamento de Defensa de EE UU para prestar ayuda médica a los presos de Guantánamo ocultó o pasó por alto las pruebas de torturas sufridas por al menos nueve presos, cuyos casos han sido ahora estudiados exhaustivamente por un equipo independiente de investigadores. Estos han tenido acceso a historiales médicos, información de los abogados y documentos desclasificados para estudiar estos nueve casos y presentar sus conclusiones en la prestigiosa revista científica estadounidense Plos Medicine, de acceso por internet.
Esos médicos de Guantánamo atribuyeron a "disfunciones de la personalidad" o "tensión rutinaria por el confinamiento" problemas psicológicos y lesiones que presentaban los presos tras ser sometidos a las llamadas técnicas severas de interrogatorio, consideradas inequívocamente torturas por Naciones Unidas. "La comisión de actos de tortura o su encubrimiento no puede justificarse en ningún profesional de la salud, ya sea clínico o no clínico, militar o no militar", afirman los autores de la investigación Vincent Iacopino y Stephen N. Xenakis. Iacopino es médico de la Universidad de Minnesota y trabaja como experto en Derechos Humanos; Xenakis es general retirado del Ejército estadounidense.
"Los informes médicos en cada uno de los nueve casos indican que las alegaciones específicas de torturas y malos tratos eran altamente consistentes con las pruebas médicas y psicológicas documentadas en los informes médicos y evaluaciones realizadas por expertos no gubernamentales", explican los dos investigadores. "Sin embargo, el personal médico que trató a los detenidos en Guantánamo no les preguntó ni documentó las causas ni de las lesiones físicas y/o los trastornos psicológicos que presentaban".
Los nueve detenidos afirmaron haber sido sometidos a varias formas de tortura, como privación del sueño, temperaturas extremas, amenazas, golpes u obligación de permanecer desnudos, prácticas recogidas entre las técnicas de interrogatorio severas autorizadas por el Gobierno de EE UU tras el 11-S. Pero además, declararon haber sido sometidos a torturas "no autorizadas", como fuertes palizas que a menudo provocaron fracturas óseas; agresión sexual, amenaza de violación, simulacro de ejecución y casi asfixia.
Varios de los detenidos declararon después haber sufrido pérdida de consciencia durante los interrogatorios. Intentos de suicidio, pesadillas, depresión y alucinaciones son algunas de las consecuencias psicológicas padecidas por estos hombres.
Los médicos del Departamento de Defensa no vieron ni notaron nada que apuntara a daños realizados intencionadamente en los prisioneros que estaban a su cargo. Pero en al menos un caso la información médica sí que contó, y precisamente en contra del interrogado, ya que la dolencia lumbar que padecía fue comunicada a sus torturadores para que la explotaran en sus prácticas.
Los nueve casos que se han podido analizar corresponden a personas detenidas en 2002, con una edad media de 33 años al ser encarcelados (Fuente: Alicia Rivera.El País de Madrid)