ReporterosmuertosfotoAgenciasReutersEfeElPasFoto1La primavera árabe es la primavera del periodismo de guerra. Tras dos conflictos terribles, Irak y Afganistán, donde no ha sido posible moverse libremente porque un bando no quería -el bando que secuestraba y degollaba-, ha regresado la guerra de siempre, la de Bosnia, la de Líbano, en la que la parte débil acoge a los reporteros extranjeros porque quieren que su historia se conozca; esa es, a veces, su única munición.
Hetherington, 40 años, no tenía nada que demostrar: venía de ganar en Sundance el premio al mejor documental con Restrepo, realizado junto a Sebastian Junger, 49 años, que lo acaba de plasmar en un libro: Guerra (Crítica). Libia no era un viaje como otros, era el inicio de un nuevo proyecto con Junger, un trabajo en profundidad que les iba a ocupar meses. Llegó a Bengasi y ChrisHondrosfotoAgenciasFoto2buscó a Jon Lee Anderson, un viejo amigo, para pedirle consejo. No le gustó el ambiente, el caos que reinaba en la capital rebelde y a los cuatro días decidió regresar. "El asunto estaba muy loco", asegura Anderson en conversación telefónica. Pero Hetherington no duró mucho en Nueva York. A las 48 horas tomó un avión y volvió a El Cairo. "Decía que un bichito le comía por dentro, que las guerras se retroalimentan con las imágenes y que él quería trabajar", cuenta Lee.
Jon Lee le conocía bien, de la guerra de Liberia, una de las más crueles de África con Sierra Leona y Congo. "Tim era poco inglés. Había estudiado en Oxford, pero no se le notaba. Creo que la culpa la tenía Nueva York, y África. Era un hombre amable. Pese al éxito de Restrepo no tenía mucho dinero. A Libia llegó como freelance sin ninguna garantía".
"Tenía que haber ido con él a Misrata. No lo hice por algo personal (su mujer estaba embarazada). Teníamos un nuevo proyecto, queríamos hacer un trabajo que nos iba a ocupar hasta otoño. Ahora me siento triste y estoy desorientado", explica Junger desde Nueva York. "Existe una progresión vital natural en la que el reportero necesita trasladar su trabajo a libros y documentales. Con el paso del tiempo no tienes la misma energía; cuando eres joven y tienes energía careces de la sabiduría necesaria", añade.
Los periodistas que van a guerras son supersticiosos. Miman los detalles esenciales: la misma agencia de viajes, la misma maleta, la misma ropa a la ida y a la vuelta, no cambiar nunca de conductor, no permitir que le saquen fotos...
A Hetherington le generó inseguridad viajar a Libia sin su amigo, su compadre, Sebastian Junger. Cinco meses juntos en el valle de Korengal, el valle de la muerte, hermanan: cinco viajes entre junio de 2007 y junio de 2008 empotrados en la segunda sección de la compañía Batalla: 150 hombres que libraban la quinta parte de los enfrentamientos de la OTAN en Afganistán. Sin Junger, Tim se sintió huérfano. Le animó a regresar a Libia saber que su amigo Chris Hondros, 41 años, el experto en guerras de la agencia Getty, se encontraba de camino o a punto de viajar con destino a Misrata. Hondros, como Hetherington, pertenecía a la generación de las guerras de Irak y Afganistán, fotógrafos que han construido sus reputaciones en los últimos 10 años. Es la generación que comienza a trabajar en Kosovo, en 1999, o tras el 11-S.
TimHetheringtonfotoAgenciasFoto4Hondros era un fotógrafo valiente. Siempre demasiado cerca, como Goran Tomasevic, 42 años, de la agencia Reuters. "La mañana del día en el que murió, Chris entró en un edificio ocupado por soldados de Gadafi pegado a una unidad rebelde que trataba de tomarlo. Si observas esas fotos", dice Lyon, "te das cuenta de lo cerca que estaba de la acción, más cerca imposible. Ese es el trabajo: meterse en situaciones peligrosas y salir de ellas, pero no funciona". Una semana después de la muerte de Hondros, se celebró en Brooklyn su funeral. Acudieron más de mil personas. Entre ellas, su novia, con quien se iba a casar en esa misma iglesia en agosto.
Robert Capa, el fotoperiodista de guerra por excelencia, decía: "Si tu foto no es suficientemente buena, es que no estás suficientemente cerca". Capa no solo se refería a la distancia física, también a la mental y emocional.
Enrique Meneses, 81 años, autor de las célebres fotos de Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra, ha pasado parte de su vida coqueteando con esa cercanía. Meneses sostiene que "el fotoperiodismo es contar una historia con una cámara; cómo vive el soldado, cómo se cansa, cómo se deprime (...) Para contar una guerra hay que estar allí, no en la frontera viendo pasar refugiados. Libia está lleno de gente joven, de freelance que se buscan la vida, que quieren estar donde se encuentra la acción, persiguiendo la foto que puede dar la vuelta al mundo".
Cada generación tiene sus muertos y sus fotos-símbolo. Sucede con la más importante, la de Vietnam. Aquella fue una guerra tan bien narrada y fotografiada que EE.UU. la perdió tras perder el apoyo de su opinión pública. Vietnam esconde miles de tragedias: gas naranja, napalm, May Lai. Para los fotoperiodistas de aquella generación hay una fecha maldita: 10 de febrero de 1971. Cuatro de los mejores fotógrafos, Henri Huet (43 años), de AP; Larry Burrows (44), de Life; Kent Potter, 23 de UPI, y Kaisaburo Shimamoto (34), de Newsweek, perdieron la vida cuando su helicóptero se extravió y fue abatido.
Sudáfrica fue otra escuela de fotoperiodistas: produjo el Club del Bang Bang. Cuatro fotógrafos -Greg Marinovich, Joao Silva, Kevin Carter y Ken Ken Oosterbroek- crecieron como reporteros y personas en la lucha contra el apartheid. Dos de ellos están muertos. A Oosterbroek lo mató una bala de francotirador en 1994 y a Carter, autor de la foto de la niña sudanesa desmayada sobre una tierra yerma con un buitre detrás, lo mató su desgana por sobrevivir. Marinovich resultó herido cuatro veces en su carrera; Silva perdió sus piernas en octubre en Afganistán.
Emilio Morenatti trabaja en AP. Él tuvo suerte cuando viajaba en agosto de 2009 empotrado con las tropas estadounidenses en Kandahar, su vehículo pisó una mina anticarro. Todos los que iban dentro resultaron heridos. Él perdió la pierna izquierda por debajo de la rodilla. Tras una larga rehabilitación, en el Walter Reed (quería estar con los soldados que habían pasado por lo mismo que él) ha vuelto al trabajo: Haití, Egipto, Túnez, Libia.
Fuente: El País/El País de Madrid