Jueves 28 Marzo 2024
Los miles de millones dados a Grecia y los del maxifondo “para batir la especulación” son una partida compensada. Se trata de dinero que no existe, “tóxico”, no menos que los títulos “tóxicos”, que sirven para drogar aún mas el caballo ya dopado para que dé todavía algún paso más antes de reventar definitivamente. Hace 15 años que los países industrializados, frente a las crisis que continúan a ritmos cada vez más apremiantes, se comportan de esta manera: introducen en el sistema más dinero inexistente. En 1996 México estaba al borde de la quiebra: debía 50 mil millones de dólares a los países industrializados. ¿Qué hicieron éstos? Le prestaron otros 50 mil millones para que pudiese devolver los primeros 50. Una operación aparentemente absurda, pero que servía para tener a México en el gancho del mundo industrializado que de este modo podía seguir vendiendo a los mexicanos sus propios productos. Más o menos se adoptó el mismo comportamiento, con alguna variante, respecto a la crisis de las “pequeñas tigresas” asiáticas en 1997.
Se ha hecho lo mismo con la quiebra de las hipotecas “subprime” americanas durante el verano del 2007, default que después se ha propagado en Europa y del cual la crisis actual es una consecuencia más (¿Qué son los asombrosos tres trillones de dólares aparecidos de improviso en las manos del gobierno de Washington? ¿O los tenían ya antes y entonces no se entiende el porqué no los hayan usado o es dinero puramente virtual?).
Se tiende por parte de los gobiernos y de los economistas a su servicio a dar la culpa de estas crisis a la “especulación” y a los “excesos” del capitalismo financiero. Es una descarga de responsabilidad, para nada inocente, para eludir el duro y verdadero nudo de la cuestión: es todo nuestro modelo de desarrollo el que es “tóxico”. El capitalismo financiero no es más que la directa e inevitabile consecuencia, además que, de alguna forma, la precondición necesaria del industrial. Se accionan las mismas lógicas: el beneficio, la maximización del mismo con un esfuerzo mínimo y, sobretodo, la inagotable apuesta sobre el futuro. Un futuro hipotecado hasta épocas tan lejanas sideralmente que son inexistentes. Como el dinero que lo representa (con un milésimo del dinero que circula actualmente, en sus variadas formas, se compran todos los bienes y los servicios del mundo. ¿El resto, que es?) Tomársela con el capitalismo financiero, omitiendo el industrial, es como sorprenderse de que habiendo inventado la bala se haya llegado al mísil.
Nosotros nos estamos comportando como un individuo que teniendo una deuda, para cubrirla, hace una más grande todavía y después otra más grande y así continúa. A nivel individual el juego dura poco. Para un modelo que se presenta a nivel planetario las cosas pueden durar. Pero un sistema que se basa sobre el crecimiento exponencial, que existe en matemáticas pero no en la naturaleza, cuando ya no tenga posibilidad de expandirse, implosionará. Y estamos cerca de ello. Lo dice también el hecho de que, dado que nuestros mercados ya están muy saturados, estamos en la búsqueda desesperada de otros, aunque sean pobres, aunque sean pobrísimos y estamos dispuestos a bombardear sin piedad las poblaciones, como la afgana, que se resisten a entrar en nuestro mecanismo.
La paradoja de este modelo de desarrollo es que habiendo apuntado todo sobre el caballo de la economía, marginalizando cualquier otro valor y exigencia humana, está fracasando precisamente sobre el plano de la economía.
Espero que esto abra los ojos a la gente y la induzca, pronto, mañana, enseguida, a colgar en el pico más alto a los idiotas y a los impostores que están segando la rama del árbol sobre la que estamos sentados. Pero no creo mucho en ésto. Si estuviese sobre otro árbol me reiría hasta más no poder mirándoles mientras se hacen el harakiri. Pero estoy en la misma rama y me toca, impotente, el mismo destino que a muchos de mis similares, el destino que estos canallas imbéciles nos estan preparando.