Ese día no se renunció a la libertad, ese día se escondieron los volantines para poder elevarlos el día en que cayera la dictadura que ensombreció el cielo de Chile.

El alma de un poeta moría de pena (Pablo Neruda falleció ocho días después), tanto era el dolor de su pueblo, y el poeta era puro pueblo. Lo velaron en su casa de amores, La chascona, en las faldas de la cordillera. Destruyeron sus libros y sin quererlo regaron la tierra con sus versos; Neruda se volvió inmortal, el dictador se volvió símbolo universal de la infamia. Y cómo olvidar al gran Víctor Jara, cuyo horrible asesinato no se puede desconectar de estos sucesos.

Cada uno ocupó su puesto en la historia.

Neruda y Jara junto a Allende al lado de los humildes de mi tierra, Pinochet y los suyos al lado del dolor y la crueldad.

Bombardeo en La Moneda

Unos construían esperanza, otros destruían la esperanza, unos construían la victoria, otros, los vencedores ese 11 de septiembre, sin saberlo, construían su derrota, grababan sus nombres en las páginas de la historia de la infamia.

Durante la transición, la memoria oficial de lo que representa septiembre de 1973 se autoproclamó sin posición ideológica, instalando una política del olvido. Esta se materializó institucionalmente a través de la judicialización de las violaciones a los derechos humanos y las comisiones de verdad y reconciliación. La necesidad de justicia y verdad, sin embargo, omitió la historicidad y la representación ideológica de esos cuerpos y, por otra parte, soslayó el juicio histórico y social. Del mismo modo, esta política del olvido levantó la consigna del ‘nunca más’ al mismo tiempo en que mantenía la Ley de Amnistía de 1978, y traía de vuelta al dictador desde Londres para ser juzgado por los Tribunales de Justicia chilenos. Por otro lado, se instaló una narrativa política que relativizó las responsabilidades sobre el quiebre de la democracia, justificando el actuar de las Fuerzas Armadas como una respuesta a la ´sobreideologización´ de la sociedad durante la Unidad Popular, desconociendo con ello el proyecto político de izquierda que democratizó la sociedad durante el siglo XX.

Los efectos sociales de la memoria oficial se pueden describir bajo la lógica del eterno presentismo. La política del olvido propició la ausencia de historicidad, dejando el cuerpo colectivo sin ligazón con su propio pasado. Al no haber pasado popular ni historicidad de los sujetos, se excluye a la sociedad del recordamiento, condenándola al presente, a una memoria impedida, manipulada. Estos ‘silencios de la transición’, no han hecho otra cosa que relativizar las responsabilidades y culpar a todos los chilenos del pasado reciente.

Por otra parte, los aportes de la historiografía a la memoria durante los inicios de la transición, se enfocaron en explicar la derrota y resaltar el terror, a fin de comprender las causas que llevaron al final de la Unidad Popular. Aportes urgentes que buscaron colaborar con la búsqueda de verdad. El terrorismo de Estado pasó a ser un foco de análisis desde múltiples aristas y disciplinas, revelando su estructura, sistematicidad, verdugos, crueldad y sus efectos sociales. Se fue configurando así una memoria focalizada en el trauma y la víctima que, aunque crucial y en combate con su propio contexto político de producción, posicionaba la muerte y la tortura por sobre las experiencias de lucha y la historicidad de sus protagonistas.

Lo que cierra el 11 de septiembre es una trayectoria político popular. Lo que abre es una disputa por la memoria aún pendiente. Múltiples actores sociales y académicos están luchando contra el silenciamiento, haciendo que la historia de muchos y muchas, pueda ser apropiada no desde la muerte y la derrota, sino que sea resignificada desde el proyecto político que encarna, que sirva como bandera de lucha para las disputas presentes y futuras.

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*Foto de Portada: www.elpais.com

*Foto 2: www.jornadabc.mx

 

Último discurso de Salvador Allende difundido por radio.