bastión de Hezbolá, donde recibió un nuevo baño de multitudes durante el segundo día de una visita que Estados Unidos e Israel han considerado una "provocación" innecesaria. Allí, el presidente iraní se dirigió a miles de seguidores que le esperaban en Bint Jbeil, epicentro de la resistencia chií libanesa, apenas a cuatro kilómetros de distancia de territorio israelí. Entre vítores felicitó a la multitud por su lucha contra "el ocupante" y les dijo que "el mundo debe saber que los sionistas van a dejar de existir". "No tienen otra opción que rendirse, abandonar la tierra que ocupan y volver a sus países". Y reiteró a sus incondicionales que Irán siempre estará de su parte. Todo eso lo dijo en una zona que quedó devastada tras los 34 días de bombardeos israelíes en 2006 y que ha sido reconstruida gracias al dinero procedente de Teherán.
Habló Ahmadineyad a los que en la tarde de ayer llenaron el estadio de Bint Jbeil, pero en realidad su mensaje iba dirigido a la comunidad internacional, que seguía con suma atención la visita del mandatario iraní. A los países occidentales, que buscan el aislamiento de Teherán con el fin de frenar un programa nuclear del que desconfían, les dejó claro que su alianza con Hezbolá, y en general con Líbano, goza de excelente salud. [Precisamente ayer, la alta representante de la UE, Catherine Ashton, propuso reanudar las negociaciones con Teherán sobre su programa atómico el próximo mes. Ashton habló de "recientes indicaciones positivas" recibidas desde Teherán para justificar ese eventual retorno a la negociación].
Durante los dos días que ha durado la primera visita oficial de Ahmadineyad desde su elección en 2005, el líder iraní se ha reunido con todos los representantes del fragmentado sistema político libanés. Ahmadineyad no se ha cansado en estos días de hacer hincapié en su apoyo a la unidad de Líbano. Porque se trataba de ejercer de hombre de Estado, pero sobre todo de calmar a la mayoría parlamentaria prooccidental libanesa, que teme que su país acabe convertido en una base iraní en el Mediterráneo, gracias a la alianza chií. Ese otro Líbano, el que no salió a la calle a recibir a Ahmadineyad, no ve con buenos ojos que el líder iraní se pasee por el país como si fuera su territorio; como si pasara revista a sus tropas.
Pero cualquier mensaje de unidad es bienvenido estos días en Líbano, un país cuyo Gobierno de unidad -en el que Hezbolá participa y ostenta el derecho de veto- corre el riesgo de romperse debido a las tensiones entre las comunidades chiíes y suníes. El colapso del Ejecutivo podría acarrear un nuevo brote de violencia intersectaria como el de 2008, que se saldó con decenas de muertos.
En Israel, la presencia del archienemigo a sus puertas puso en alerta a buena parte del país. "Más cerca que nunca", tituló ayer en primera el diario Maariv. "Ahmadineyad conquista Líbano", publicó el progubernamental Israel Hayom. La oficina del primer ministro, Benjamín Netanyahu, emitió un comunicado en el que estimó que Líbano se ha convertido en "un satélite de Irán y en el centro del terror y la inestabilidad regional". Después, desde el salón en el que se declaró en Tel Aviv la independencia de Israel en mayo de 1948, Netanyahu añadió: "La mejor respuesta a quienes nos desprecian se dio en este auditorio hace 62 años... Seguiremos construyendo y creando, y sabremos cómo protegernos de la mejor manera que podamos".
A pesar de la retórica subida de tono procedente de los países vecinos y enemigos, los expertos insisten en que ni Israel ni Líbano tienen interés en un nuevo enfrentamiento a gran escala. Quieren evitar una tercera guerra de Líbano, que "resultaría más devastadora y con más ramificaciones regionales que las anteriores", teniendo en cuenta el rearme de Hezbolá durante los últimos años y la solidez de las alianzas regionales como la de Teherán con la resistencia libanesa, según un informe reciente del International Crisis Group sobre la zona.