¿Qué sentido tiene esta obstinación homicida? Algún sentido tiene que tener. No es guerra al terrorismo internacional porque éste ya no está en Afganistán, admitiendo que haya estado ahí alguna vez. No había ni un solo afgano en los comandos que derribaron las Torres Gemelas, no se ha encontrado ni un solo afgano en las células, reales o presuntas, de Al-Qaeda descubiertas luego del 11 de septiembre e incluso en los últimos episodios de pseudo-terrorismo, de terrorismo cómico, se han visto implicados a yemenitas y paquistaníes, pero no afganos. A los cuales históricamente solo les interesa su país, y a pesar de ser extraordinarios guerreros, que lo son, jamás han llevado un conflicto fuera de sus fronteras. En compensación han padecido tres ocupaciones. A la inglesa del Ochocientos, la expulsaron con paciencia. A la soviética del Novecientos, idem. Con la occidental, la más sórdida, incluso por el infame modo con el cual se está combatiendo (robots contra hombres) lo están intentando. Como siempre el tiempo trabaja a favor suyo.
Hay que excluir que nosotros estemos queriendo llevar seguridad, estabilidad y desarrollo económico a Afganistán. Porque es precisamente la presencia de las tropas extranjeras la que prende en llamas a ese país y es un hecho real, que con nuestros dólares o nuestros euros hemos destruido la economía afgana, por más modesta que sea, sin crear una nueva que no sea criminal. Incluso hemos renunciado, afortunadamente, a llevar allí la mítica democracia occidental (un modo para dar por el culo a la gente y sobre todo a la gente pobre, con su consenso, como lo he definido en mi libro “Sudditi”), habiendo entendido tal vez, aunque con un poco de retraso, que esa gente tiene una historia, tradiciones, costumbres y una concepción del liderazgo (que por esas partes se conquista con el valor guerrero y el coraje, físico y moral, no con el papel inservible de las fichas) completamente ajenas a las nuestras. ¿Y entonces por qué nos obstinamos en continuar la guerra a Afganistán? Algún sentido debe tener. Y efectivamente lo tiene. Para los americanos. En efecto si la OTAN se va y deja Afganistán en manos de los talibanes (quienes sin la presencia de las tropas extranjeras, tardarían unas 24 horas en expulsar a patadas al payaso Karzai) es el fin de la Alianza Atlántica. Y esta Alianza, es decir la OTAN, ha sido el instrumento con el cual por más de medio siglo los americanos han tenido ahorcada a Europa, política, militarmente, económicamente y finalmente incluso culturalmente. Pero aquello que para los americanos sería una desgracia, para nosotros europeos en cambio sería una chance. Porque finalmente nos liberaríamos de este sometimiento semi-secular.
La Alianza Atlántica tuvo un sentido hasta que existió la URSS, porque sólo los Estados Unidos tenían el disuasivo atómico necesario para poder desanimar al “oso ruso” en su intento de aventuras militares en Europa. Pero desde 1989 la Unión Soviética ya no existe más y las cosas han cambiado radicalmente. Los intereses militares, políticos, económicos, culturales, entre americanos y europeos no sólo ya no coinciden, sino que están en conflicto. Nosotros los europeos no tenemos ningún interés en seguir el aventurismo imperial americano (disfrazado de lucha en contra del terrorismo), su política agresiva en relación al mundo islámico que para nosotros, a diferencia de los Estados Unidos, no está a 10.000 kilómetros de distancia, sino que en el portón de casa, para molestar a Irán con quien los europeos y en particular Italia, la cual es el primer socio comercial del Occidente, hacen conspicuos negocios. Los europeos tendrían que haber comprendido estas cosas hace veinte años. Y en cambio todavía están allí, en Afganistán, hacen como beocios, los que le sostienen la cola a los americanos. Mullah Omar, que Allah te tenga siempre en la gloria, ayúdanos tu.
por Massimo Fini
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Il Fatto Quotidiano 12 de junio de 2010