Históricamente, los gobernantes del Sur (con raras excepciones), desde Roca hasta Macri o Kirchner; desde José J. Pérez hasta Piñera, siguieron sistemáticamente el “Manual de una Sociedad Racista”, en pos del progreso, del nacionalismo colonial. Y lastimosamente el estereotipo del orgullo por los orígenes europeo y el desprecio a las raíces originarias es un cáncer que se enraizó por mucho tiempo en Latinoamérica.

Se enraizó tanto esta idea, como la idea antisemita que sembró el nazismo antes de la 2da Guerra Mundial, y con la que se justificó uno de los genocidios más grandes de la historia. El otro genocidio fue el de las comunidades indígenas de América.

Está tan arraigado el colonialismo, que hoy, en este milenio, las fuerzas del Estado represor, por ejemplo, matan a Rafael Nahuel, un pibe pobre de una comunidad de la cordillera, y la sociedad, en vez de estar protestando con rabia porque el principal acusado de asesinato anda libremente, no se inmuta, y permite que las noticias de tapa aborden cuestiones de extrema frivolidad.

Nicholas Murray Buthler dejó bien escrito: “El mundo se divide en tres categorías de personas: un pequeñísimo número que hace producir los acontecimientos, un grupo un poco más importante que vigila su ejecución y asiste a su cumplimiento, y una vasta mayoría que jamás sabrá lo que en realidad ha acontecido”.

Los que producen los acontecimientos, o sea “los rebeldes” al sistema, son vigilados constantemente por el Estado, mientras la sociedad es guiada (por la pantalla) hacia lo que el grupo poderoso les quiere mostrar, para así perpetuar el status quo, el sistema de reproducción capitalista. Un sistema de dominación perfecto, donde todos obedecen las reglas o no tienen un lugar en el mismo.

La cosmovisión indígena, concibe la vida en términos de igualdad, reciprocidad y equilibrio con la naturaleza, respetando la vida de todos los seres que la conforman. Esto no tiene lugar en el sistema que hoy vivimos en las sociedades occidentales del capitalismo feroz que aniquila y promueve el saqueo extractivista.

El justo reclamo de los presos políticos mapuches en Chile, es ante todo por esto, por el bien común y si están allí es porque la justicia de los Estados los ha perseguido y criminalizado a lo largo de siglos.

Si no es así, nos preguntamos: ¿Y los asesinos de Camilo Catrillanca, Matías Catrileo, Macarena Valdés, Alejandro Treuquil y Rafael Nahuel? Los asesinos están tranquilos en sus casas y no pocas causas están encajonadas.

El sabotaje de máquinas a empresas forestales, y a otras empresas extranjeras como acción política, que han ejercido agrupaciones mapuches como la CAM, es por lo que algunos presos políticos hoy cumplen su condena (en su mayoría sin mérito de pruebas). Ellos siguen presos por el Estado Chileno y no hubo ni una mínima consideración de aplicar protocolos de salud para que cumplan la cuarentena en sus comunidades.

La respuesta del Estado racista es única y precisa (contundente): que se pudran en sus celdas.

Una de las principales debilidades que han tenido los integrantes de las comunidades mapuche en el último tiempo, ha sido su disgregación; ya que muchos han dejado sus tierras en busca de oportunidades y se han influenciado por el mundo “winka”, (como dicen ellos al hombre blanco o mestizo).

En esta hora difícil los llamados de unión son importantes y los líderes del Wallmapu, tanto en Argentina como en Chile, hacen o han hecho llamados a la unión y gestos en ese sentido. Por ejemplo, en diciembre 2018, en el juicio al que era sometido el lonko Facundo Jones Huala del Tribunal Oral en lo Penal (TOP) de Valdivia, Chile, estuvo presente el líder de la CAM, Héctor Llaitul, y el padre del asesinado Camilo Catrillanca, Marcelo Catrillanca.

Esto es una evidencia de la intención de los líderes de buscar la unión entre las distintas comunidades. Esto nos lo ratificó presencialmente Héctor Llaitul en un encuentro. En consecuencia, y en esta misma dirección, el machi (consejero espiritual) del pueblo mapuche, Celestino Córdova, (preso político- condenado a 18 años de presidio por un crimen que no cometió) quien lleva más de 90 días en huelga de hambre, llamó a su pueblo a no cesar la lucha por sus derechos ante el Estado chileno y exigir la devolución de sus tierras ancestrales, según un mensaje difundido por redes sociales.

Córdova, debido a la huelga que sostiene desde hace casi tres meses, se encuentra en un delicado estado de salud, por lo que pidió a su pueblo en caso de un "posible fallecimiento[...], no bajar la guardia y luchar hasta hacer que el Estado chileno" devuelva el territorio ancestral mapuche.

A lo anterior, se suma el resurgimiento de la ultraderecha y del fascismo que es un fenómeno mundial. Pero en Chile, su gobierno, que está políticamente moribundo, desafortunadamente quizás quiera pasar a la historia, antes de morir, como el que solucionó el conflicto en territorio mapuche con una limpieza étnica al estilo nazi.

Previo a estos hechos, la denominada “Asociación para la Paz y la Reconciliación de La Araucanía (APRA)”, ligada a grupos empresariales y latifundistas que mantienen conflictos de tierras con comunidades mapuche, es sindicada de generar una campaña que ha sido considerada de odio, violencia y racismo (con abiertos llamados a través de las redes sociales) para generar ataques y de efectuar numerosas acusaciones de “terrorismo mapuche”, promoviendo constantes ambientes de confrontación.

Por su parte, la Confederación Mapuche de Neuquén, manifestó su solidaridad con las comunidades Ngululche y señaló lo siguiente: “Una vez más los terratenientes y la derecha chilena muestran su brutalidad. Con un plan nada original, expresando su racismo y violencia. En Curacautín irrumpieron en la ocupación pacífica de la Municipalidad con golpes y cantos racistas dejando decenas de heridos entre la familia mapuche, ante la pasividad de las fuerzas armadas. Es la misma brutalidad que han usado en la (mal llamada) “Pacificación de la Araucanía”, en la “Conquista del Desierto” en cada golpe de Estado y en cada mapuche asesinado”.

Un dato clave a recordar, es que durante todo el estallido social no hubo un sólo atentado en la Araucanía. En la mayor expresión social de los últimos 30 años no se quemó ni un triciclo. Y si se supone que “hay terrorismo contra maquinarias en la zona”, ¿por qué no realizaron ningún “atentado” en 3 meses? ¿No será porque los Carabineros estaban ocupados reprimiendo al pueblo? ….Mención especial a que ahora estamos en cuarentena y están los militares en la calle… ¿Qué clase de ninjas son capaces de sortear todo para quemar un par de camiones? Por cierto, en el atentado a una antena en Tirúa hace un par de semanas, los Carabineros se demoraron 12 horas en denunciarlo, ahí tienen otro tongo que se cayó por incompetencia.

Paradójicamente ocurre que este sistema que se basa en “reglas establecidas” escritas bajo juramentos inviolables, los Estados argentino y chileno que adhieren a Convenios internacionales sobre los derechos Indígenas como el 169 de la OIT, casi nunca lo aplican siendo innumerables los reclamos para hacerlo valer.

La ultraderecha, si bien ha sacado lo peor de la sociedad durante la cuarentena, mostrando sin vergüenza su lado más racista, xenófobo, violento, individualista, también ha encontrado la reacción del pueblo oprimido, cada vez más unido para enfrentar a ese tirano opresor.

Tenemos mucho que aprender de las comunidades, pues fueron ellas las que resistieron a este colonialismo durante siglos de opresión mientras estábamos cómodos. Hoy, es urgente tratar muchos problemas de la sociedad en que vivimos, no solo el racismo.

No podemos seguir de la misma forma sin darnos cuenta que estamos atravesando un colapso mundial provocado por un errado estilo de vida, controlado por las grandes economías mundiales, y sin tener en cuenta en absoluto el equilibrio humano y medio ambiental.

Es casi lógico que el enemigo público de este sistema es quien defiende este equilibrio de la perpetua aniquilación, y en este escenario son referentes Indígenas Facundo Jones Huala y el Machi Celestino Córdova.

El problema de esta sociedad es cultural. Y una equivocada formación cultural se combate desde abajo hacia arriba. Somos nosotras y nosotros los que debemos comenzar a exigir que se termine con las prácticas fascistas, dialogando donde podamos sobre estos temas y apoyando desde donde estemos.

Ahora preguntémonos: ¿Aceptamos que somos parte de esa sociedad racista? ¿Entendemos que nos falta mucho para descolonizar nuestro pensar? ¿Cuántos más tenemos que dejar morir para empezar a combatir el racismo?

Preguntémonos. Por favor, preguntémonos.

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*Foto portada: www.eluniversal.cl