Salvatore Borsellino es el hermano del juez antimafia Paolo Borsellino, asesinado junto a su escolta en 1992, después del homicidio del amigo y colega Giovanni Falcone y antes de las bombas que el año siguiente ensangrentarían nuestra Italia causando muchas, enésimas, víctimas inocentes. La ocasión es una conferencia titulada “Cultura de la Justicia” que tuvo lugar el pasado 28 de noviembre en la ciudad de Pesaro, en la región de Le Marche y a la que fue invitada la Redacción Antimafia, entre los relatores junto a Benny Calasanzio Borsellino, pariente de víctimas de la mafia.
El hilo conductor del discurso de Salvatore, amigo de Giorgio y de todos nosotros, es precisamente el “sueño simple” de su hermano Paolo: el de ver a Sicilia transformada en una tierra como todas las demás, donde los jóvenes puedan esperar por un futuro y no tengan que pedir la limosna de un trabajo como si fuera un favor que hay que devolver. “Mi hermano luchaba por ello, en esas regiones abandonadas por el estado con la “e” minúscula y dejadas bajo el control de la criminalidad organizada, quizás en la esperanza de que el cáncer pudiese quedar circunscrito en esas tierras. Y sin embargo el cáncer, poco a poco, ha entrado en metástasis y ha corrompido todo nuestro tejido social y político”. Ahora ya no hay región de nuestro país, no hay país de nuestra Europa que no esté contaminado por la mafia. “En Duisburg, en Marbella, solo por citar dos ejemplos, estan surgiendo ciudades controladas por la criminalidad organizada. Ya no tenemos salida”. Pero lo que es peor es que la mafia ha llegado a “los cargos más altos de las instituciones” obligándonos a presenciar impotentes “las violencias perpetradas en perjuicio de nuestra Constitución” y a ese status de impunidad creado a propósito para proteger esas mismas instituciones contra cualquier forma de delito. Salvatore Borsellino recuerda las investigaciones que involucraron a Silvio Berlusconi y Marcello Dell'Utri seguido al período de los estragos de los primeros años noventa debido a la sospecha de que detrás de sus nombres pudieran esconderse esos individuos “involucrados” en los estragos de Capaci y de Via D'Amelio sobre los cuales se estaban llevando a cabo verificaciones que después fueron interrumpidas, después de que las investigaciones fueran archivadas. “Yo me auguro que estas cosas no sean verdad, comenta con amargura, que Berlusconi y Dell'Utri se puedan disculpar de estas tremendas acusaciones, pero lo que es absolutamente necesario es que las investigaciones puedan continuar. Es necesario que los procesos sigan adelante y que se compruebe la verdad... no es posible que en nuestro país se hagan leyes para impedir que los altos cargos del Estado puedan ser investigados”. Se hace referencia al llamado “Lodo Alfano” ley aprobada el 22 de julio 2008 que garantiza la inmunidad penal a los cinco cargos más altos del Estado), “muy útil sobretodo para nuestro Presidente del Consejo”, que ha tenido la misma actitud en lo que se refiere al delito de falsear el balance. Salvatore, a este punto, grita: “No es posible que si una empresa de nuestro Presidente del Consejo corre el riesgo de ser investigada por falsear el balance, este delito deje de ser penalizado. No sucede en ningun país del mundo. Y actualmente en Italia falsear el balance ya no es un delito penalizado, lo cual permite a una sociedad el crear fondos negros para utilizarlos posteriormente para corromper personas, políticos, etc. A esto se le llama: legalizar la corrupción”. ¿Y el futuro? Se pregunta. “Si no cambiamos radicalmente no tendremos futuro. Y esto quizás, al contrario que nosotros, nuestros jóvenes lo han comprendido”. Sus palabras, ahora, se llenan de esperanza. « La señal positiva viene de las plazas, de las protestas de los estudiantes contra los recortes del gobierno para la educación, contra el cual « nuestros jóvenes han empezado a rebelarse », porque « destruir la educación gratuita y favorecer la escuela privada en vez de la pública equivale en substancia a privarles de ese futuro”. Y ante todo esto ¿sabéis lo que sucede? » De nuevo un tono de rabia en la voz. “Que un presidente emérito de la República como Francesco Cossiga, escribe textualmente en una carta que “hay que infiltrar ese movimento con agentes provocatores dispuestos a todo, y dejar que durante unos diez días los manifestantes devasten los comercios, incendien los coches y pongan a hierro y fuego las ciudades. Cuando se cuente fuértemente con el consenso popular, el sonido de las sirenas de las ambulancias tendrá que prevalecer sobre el de los coches de la policía y de los Carabinieri. En el sentido de que las fuerzas del orden no tendrán que tener piedad para mandarles a todos al hospital. Y que Cossiga diga estas cosas es grave de verdad. Cossiga no es un pobre demente, como le definen, sino una persona muy lúcida que aconseja cumplir estas acciones porque en una Italia como la de hoy se lo puede permitir”. Ante esas palabras todo el país hubiera tenido que indignarse, el Parlamento hubiera tenido que hacer una serie de interrogaciones, “pero en un Parlamento en el que la oposición prácticamente ha desaparecido no se ha elevado ninguna voz”. Hasta el punto que después Cossiga ha añadido: “Lo ideal sería que en estas manifestaciones muriese un peón, mejor todavía como ya he dicho si se trata de una mujer o de un niño”. En pocas palabras, sigue diciendo Salvatore, Cossiga no ha hecho más que confesar exactamente lo que se hizo en la cumbre del G8, esa carnicería por la que solo algunos policías han sido condenados, mientras en cambio los ideólogos, sus jefes, han sido absueltos.
Y en un país como el nuestro todo pasa ante el completo silencio de los medios de comunicación. “En Italia no existe una prensa libre, pero no porque alguien les ponga la mordaza, sino porque nosotros somos un pueblo de siervos, un pueblo de cobardes y necesitamos a quien nos tiene metida la cabeza en un saco. Los periódicos se censuran por si solos, no publican las noticias que deberían de publicar, no hay ninguna entrevista en la que se haga a un político la “segunda pregunta”. No hay debate y es por este motivo que nuestro Presidente del Consejo puede aparecer en la TV, con un brazo en la espalda del senador Dell’Utri, condenado en primer grado a 9 años por implicación externa en asociación mafiosa, proclamando héroe un mafioso como Vittorio Mangano”.
La voz de Salvatore se hace sentir por encima del fragoroso aplauso del público y denuncia un sistema electoral que contribuye a mantener las cosas así como están, porque ya no nos permite que votemos a nuestros representantes en el gobierno, sino que podemos poner solo una “x como analfabetos” en el símbolo de un partido que elije a nuestros políticos por nosotros. “¡Nos tratan como analfabetos y no nos rebelamos! ¡Somos nosotros los que merecemos los golpes de Cossiga! Somos nosotros los que nos tenemos que poner delante de esos chicos para protegerles, somos nosotros los que tenemos que rebelarnos cuando el Presidente del Consejo define héroe a un mafioso condenado por más de un homicidio por manos de esos jueces que son definidos pervertidos, dementes y que según el mismo Berlusconi deberían ser sometidos a exámenes psiquiátricos. Mientras él y Dell’Utri proclaman heróica la ley del silencio.
Y en Italia donde los valores son completamente al contrario también nuestra historia es tergiversada y los libros de texto serán revisados muy pronto. “Y es precisamente Dell’Utri el que se está ocupando de revisar los libros de historia, veremos que se pondrán al mismo nivel a los partisanos y las víctimas de Saló”.
A este punto Salvatore se para un momento y su voz se calma. “Pero yo me llamo Borsellino y si puedo venir aquí a hablar es solo porque soy el hermano de Paolo. De lo contrario no sería nadie. Y entonces quiero contaros la historia de mi hermano, como tiene que ser contada y no como nos la transmiten las ficciones por la televisión, que son capaces de convertir en héroe incluso una bestia como Totó Riina”. Salvatore habla de los últimos días de la vida de Paolo Borsellino, lee una carta dirigida a los jóvenes de un instituto de Padova, llena de esa misma esperanza que nunca le abandonó, ni siquiera cuando supo que el explosivo para él ya había llegado a Palermo.
“Lo sabía y lo sabíamos también nosotros que él era un muerto que caminaba. Que después del homicidio de Falcone, para completar la obra, tendrían que matarle también a él. En esos días Paolo estaba ansioso. “Tengo que darme prisa”, repetía, mientras intentaba alejarse afectivamente de sus hijos, de no darles las mismas atenciones que les había dado hasta ese momento con la desesperada intención de hacer menos dolorosa y violenta la separación física cuando le hubieran asesinado. Eran los días en los que Paolo estaba interrogando a los arrepentidos Leonardo Messina, Vincenzo Calcara y Gaspare Mutolo. Que no hablaban solo de otros mafiosos, sino de las infiltraciones de la mafia en la magistratura, en las instituciones, en las fuerzas del orden. Es más, mi hermano decía a su esposa : “Cuando muera, habrá sido la mafia la que me habrá matado, pero no habrá sido la mafia la que habrá deseado mi muerte”. En esos días así de terribles Paolo tuvo la fuerza de decir que la lucha contra la mafia es sobretodo un problema moral. No solo una obra de represión, sino un movimiento cultural y moral que tiene que involucrarnos a todos, que todos se acostumbren a sentir la bellezza del fresco perfume de libertad que se opone al mal olor del compromiso moral. Un problema moral contra el cual luchar en las escuelas, entre la gente, en los congresos públicos y no solo una acción represiva que delegar a la magistratura. Si la mafia fuesen solo esos hombres armados sería fácil derrotarla. Sin embargo no es así y por esta razón la lucha tiene que empezar en las escuelas, en la familia, por la independencia que está en cada uno de nosotros.
Toda esta interminable serie de magistrados, policías, periodistas, sindicalistas han sido asesinados gracias también a nuestra indiferencia, porque esta lucha no hay que pedírsela a ellos sino a cada uno de nosotros”. “Lo mismo vale para Paolo Borsellino, aunque el suyo fue un estrago de estado”. Lo escribí hace un año en una carta abierta que se difundió en internet como un virus pero que ningún periódico publicó. No se trató de un estrago de mafia el que terminó con la vida de Paolo y de los hombres de su escolta y para saber los motivos por los cuales fue asesinado bastaría hablar con Nicola Mancino, actual vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura, y que nos diga porque el 1 de julio del 1992 llamó para que fuera a su oficina a mi hermano que en ese momento estaba interrogando a Gaspare Mutolo. Ese encuentro está escrito en la agenda de Paolo. Según ha declarado el arrepentido, estaba tan nervioso después de haber hablado con el que en aquel entonces era ministro que se encendió a la vez dos cigarrillos. Actualmente Mancino niega haber hablado con mi hermano ese día, dice que no recuerda, porque si admitiese que recuerda quizás tendría que declarar que ese mismo día le fue ofrecida a Paolo la perversa negociación entre mafia y estado contra la que se había puesto como obstáculo. “En efecto, mientras en lo que se refiere a otros homicidios por mafia se sabe al menos quien ha apretado el detonador, de Via D’Amelio no se sabe nada”. El porque está claro: “El botón no fue apretado en Via D’Amelio, donde las fachadas de los edificios se desplomaron después de la explosión, sino desde el Castello Utveggio, en el Monte Pellegrino que domina Palermo, donde tenían sede las oficinas del Sisde (Servicio Secreto Italiano). Las oficinas fueron desmontadas pocos días después del estrago. También en este caso las investigaciones se estancaron porque si hubieran seguido, como decía Sciascia, el Estado hubiera tenido que procesarse a si mismo”.
El público sigue con mucha atención sus palabras, algunas lágrimas descienden por las caras de personas del público, sobretodo cuando Salvatore recuerda las últimas palabras que Paolo dedicó a los jóvenes, que a su parecer prestaban más atención al fenómeno mafioso y estaban más decididos a combatir contra la criminalidad organizada. Después, antes de terminar su discurso, honra una promesa hecha a su madre muchos años antes y recuerda uno a uno los nombres de los jóvenes de la escolta que murieron en Via D’Amelio. “Verdaderos héroes, no de cierto como Mangano”.
Entre los aplausos del público también él se emociona de nuevo antes de contestar a las muchas preguntas que los presentes le harían a él y a nosotros después.
Mientras volvemos a casa en el coche, pensamos en los puntos principales de su discurso, felices y honrados de poder participar, aunque sea en una pequeña parte, a esta fundamental batalla en defensa de los valores de la legalidad y de la justicia.

Mónica y Marco
Redacción Antimafia

5 de diciembre 2008