Martes 16 Abril 2024
Sin embargo nuestras dudas (hablo en plural porque son dudas compartidas, según los sondeos, por el 53% de los mismos americanos) no solo no se han disipado, sino que además se han convertido con el tiempo en una serie de certezas, mientras que otras dudas e interrogantes han surgido de algunas cosas que desconocíamos, que no habíamos visto, que no sospechábamos ni siquiera que existiesen. Gracias a que en todo el mundo existen puntos de relevamiento, de análisis y de elaboración de datos, que siguen funcionando incesantemente y comunicando lo que descubren.
No es mi intención repasar todos los análisis que nosotros (los creadores del Film “Zero”, los autores del libro “Zero” y miles de otras personas) hemos promovido y realizado. Sé bien que sobre los mismos ha habido y hay debates encendidos y que pequeños grupitos de personas más o menos desprevenidas e interesados debunkers (desmitificadores) son activos en el intento, a menudo torpe -casi siempre con intenciones calumniadoras y no de búsqueda de la verdad- de contradecirlos.
Pero yo deseo hacer referencia a los nuevos datos que han emergido después del trabajo de la Comisión que fue instituida con una ley especial a finales del 2002 (venciendo la áspera resistencia de la Casa Blanca de Bush, Cheney, Rumsfeld, Rice) y que emitió su ridículo al mismo tiempo que gravísimo veredicto –ahora lo sabemos con absoluta certeza- a finales del verano del 2004.
Me refiero sobre todo a tres libros, los tres publicados en los Estados Unidos, por obra de autores americanos, en dos o tres casos protagonistas personalmente, en el tercer caso se trata de un observador cualificado y tan “imparcial” como para rozar en varios puntos el umbral de la ingenuidad, por no decir del ridículo. Está muy bien documentado sobre los hechos reales. Precisamente por su decisión aparentemente cándida de no dejarse llevar ni siquiera por las más obvias e inevitables deducciones, resulta extraordinariamente interesante y relevante.
Hablo –a propósito de este tercer autor- del volumen de más de 500 páginas (edición italiana), escrito por Philip Shenon, publicado en el 2008 y que ha estado semanas a la cabeza de la lista de ventas en los Estados Unidos con el título “The Commission”. Shenon es corresponsal del “New York Times”, está considerado uno de los reporteros investigadores estadounidenses más competentes y no ha escrito de seguro lo que ha escrito sin consultar con su periódico y con su editor, de quienes había recibido el encargo de seguir, paso a paso, el trabajo de la Comisión. Por lo tanto, Philip Shenon expresa la opinión y los sentimientos de una parte no secundaria del establishment y del periodismo americano.
Cuanto es pesado el contenido de lo que escribe lo dice el título que el autor ha consentido dar a la edición italiana (Piemme, Milán 2009). “OMISSIS” (Omisión) – Todo lo que no han querido hacernos saber sobre el 11 de septiembre”). Pero volveré al tema de algunas “revelaciones” más adelante. No sin antes haber relevado (por este motivo lo puse entre comillas) que se trata de un reconocimiento tardío y reticente de muchas cosas que nosotros habíamos revelado, sin comillas, mucho antes que Shenon. Y cuando digo “nosotros” me refiero a muchísimos en Italia, pero sobretodo en Estados Unidos, que nos han precedido y acompañado en estos años en la búsqueda de la verdad sobre el 11 septiembre.
Los otros dos libros citados son “Against all Enemies” (2002) de Richard Clarke, la persona protagonista de todo el asunto de la caza a Bin Laden, con Clinton, hasta los primeros meses de Bush Junior, el coordinador de la lucha al terrorismo y que fue secamente liquidado por Condoleeza Rice nada más subir al poder. Y “Without Precedent” (2006), cuyo autor es nada menos que uno de los dos presidentes de la Comisión que produjo el definitivo (y, repito, sorprendente) informe final de la Comisión, el “9/11 Commission Report” (De aquí en adelante Report).
Ninguno de estos dos libros ha salido todavía en la edición italiana.
Bien, es precisamente Hamilton, democrático, quien denuncia ahora, cuando el mal ya está hecho, que la Comisión fue desviada con “informaciones no fidedignas” y se impidió el acceso a documentos esenciales para la investigación, incluso a los expedientes de los interrogatorios de Khaled Sheikh Mohammed (KSM). Hamilton escribe: “Nosotros (...) no teníamos ningún modo de evaluar la credibilidad de la información del detenido. ¿Cómo podíamos afirmar si un tal de nombre Khaled Sheikh Mohammed (...) nos estaba diciendo la verdad? (“Without Precedent, pág. 119). Ahora, en el 2009, sabemos que esa confesión fue obtenida con la tortura y por lo tanto no tiene ninguna validez, para ningún tribunal, tampoco para un tribunal militar americano.
Pero incluso ante la evidente invalidez de principio, esa confesión contiene una presunta “verdad” en la que los investigadores de la CIA han dicho que creen (lo cual no sorprende visto que, con toda probabilidad, la han inventado ellos mismos, sacándosela al indagado con la tortura). Esta verdad contradice teatralmente la atribución de la responsabilidad de los atentados del 11 de septiembre a Osama Bin Laden, visto que KSM confiesa la paternidad de esta y de una trentena de otras operaciones terroristas en todas las partes del mundo, hasta la famosa “Operación Bojinka”. Además Osama, el “terrorista más buscado” no resulta acusado por el FBI por los atentados del 11 de septiembre, sino solo por los de las dos embajadas americanas en África en 1998. En cualquier caso, ningún procedimiento penal se ha abierto jamás en contra suyo. ¡Y han pasado 11 años!
A pesar de esta masa de incongruencias, el Informe lo señala como el responsable del 11 de septiembre. Hamilton, en su libro, guarda completo silencio sobre todo el tema. Sobre ello el diputado democrático japonés, Yukihisa Fujita le ha enviado una carta con preguntas explícitas (que citaremos más adelante), sobre este y otros hechos concernientes incongruencias y omisiones contenidas en el Informe, pero no ha recibido ninguna respuesta. Mientras que otras, muchas preguntas, quedan abiertas minando las raíces de toda la investigación.
Entre todas ellas, el papel que ha jugado el Director Ejecutivo de la Comisión, Philip Zelikow. La lista de los delitos probados de Zelikow es obra de Philip Shenon y es impresionante de verdad. Shenon no se ha inventado nada; ha entrevistado “casi dos terceras partes de los 80 miembros del staff” (grupo de trabajo) de la Comisión y ha recogido “las declaraciones de casi todos los diez comisarios”. Ocho para ser exactos, porque dos de ellos, los republicanos Fred Fielding y James Thompson, se rehusaron a dejarse entrevistar. Shenon explica también porque “en cualquier informe referente al trabajo del gobierno, sobre todo en lo que concierne los servicios secretos y las informaciones clasificadas, es casi siempre necesario recurrir a fuentes que no puedan ser identificadas por nombre”. Las mismas, efectivamente “tenían óptimas razones para que no aparecieran sus nombres. Después de que la Comisión cerrara los batientes en agosto del 2004, muchos miembros del staff retomaron sus respectivos puestos en la CIA, en el Pentágono, o en las agencias gubernativas y habrían corrido el riesgo de perder el puesto, o incluso de terminar bajo proceso, si se hubiera descubierto que habían hablado con un periodista”.
Con esto, hay que precisar, por justicia a la pregunta más tonta que he tenido que afrontar a menudo: “¿Cómo es posible que nadie (de los muchísimos que tomaron parte en la operación) haya hablado?”, porque la operación de encubrimiento y falsificación es siempre parte integrante del conjunto. Como en todas las operaciones de terrorismo de Estado, podemos afirmar que la respuesta correcta niega la pregunta. En efecto, hay un montón de gente que “ha hablado”, ¡y como ha hablado! Y ha habido decenas de testigos que han hablado, pero que han sido censurados. Y otras decenas de testigos en conocimiento de los hechos que no han podido hablar porque alguien ha decidido no escucharles. Así el gran público (o la mayor parte de el no ha sabido nada porque mucho ha sido eliminado del discurso público antes de que fuera pronunciado, pero también porque entorno a las declaraciones de aquellos que, accidentalmente, han podido hablar, se ha elevado un muro de silencio, que el mainstream informativo ha respetado escrupulosamente.
Volvamos al ingeniero ejecutivo de esta operación de diversión y de engaño altamente sofisticada: el ya citado Philip Zelikow. Que fue elegido para dirigir la Comisión violando claramente la ley que la instituía, la cual excluía categóricamente a todos aquellos que hubieran tenido conflictos de interés, es decir, que pudieran estar relacionados de alguna manera con la Administración de Washington. Es evidente, ya a partir de este detalle, que la Comisión hubiera debido investigar en esa dirección. Pero no lo hizo y, en lo poco que lo hizo, actuó protegiendo a las personas que deberían haber sido obligadas a dar las informaciones esenciales y que sin embargo no las dieron.
Zelikow tenía una infinidad de conflictos de interés.A través de Shenon llegamos a saber que Zelikow no reveló o escondió:a)Sus estrechas relaciones, precedentes y en acto, con Condoleeza Rice (incluso escribieron un libro juntos).
b)Su participación como consejero de Rice en la transición al nuevo Consejo de Seguridad Nacional.
c)De ser el autor –siempre por encargo de Rice- del documento del 2002 que trazó las líneas de la nueva Estrategia de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos, incluyendo en ella la idea del ataque preventivo que fue usado por Bush para justificar la guerra contra Irak.
d)Que no cesó nunca –aunque hubiese prometido hacerlo- sus contactos con la Casa Blanca. Están las pruebas (Shenon, “The Commission”, pág. 106-107; 173-174) que siguió consultándose con Condoleeza Rice y con Karl Rove, principal ayudante de Dick Cheney.A través de Hamilton sabemos también (“Without Precedent, pág. 270) que Zelikow:Ya había escrito por su cuenta un esquema del Informe, antes incluso de que la Comisión empezara su trabajo, mientras sabemos de Shenon (pág. 389), que
Este esquema era muy detallado con “títulos de los capítulos, subtítulos y sub-subtítulos” y que la existencia de este esquema se tuvo en secreto incluso al staff de la Comisión, por no decir a los diez comisarios a los que se les ocultó todo.Sabemos siempre por Hamilton (pág. 281) queEra Zelikow el que decidía lo que se debía o no se debía investigar, mientras Shenon nos dice que:
Zelikow re-escribió personalmente todos los capítulos “desde el principio hasta el final”.Sobre la base de todo esto, y de mucho más que aquí no podemos resumir, Shenon se concede uno de los raros momentos en los que expresa un juicio personal reasumido: Zelikow “era un infiltrado de la Casa Blanca, que pasaba informaciones a la Administración sobre lo que descubría la Comisión”. Y que “se sirvió de la Comisión para promover la guerra contra Irak”.
Siempre por Shenon sabemos que “el staff de la Comisión sabía que Rice había mentido (...) por casi un año sobre el contenido del PDB (Presidential Daily Briefing) del 6 agosto 2001, donde la CIA anunciaba en breve tiempo un ataque terrorista casi completamente similar al que sucedería un mes después.
A la luz de todo esto y de mucho más como veremos más adelante, queda el misterio de como es posible que alguien crea todavía en la sinceridad del Informe. Sin olvidar, además, que tanto Kean como Hamilton, a su vez, como resulta claro de la investigación de Shenon, eran responsables de haber confiado a Philip Zelikow el control completo de las investigaciones y ellos mismos han demostrado, con su comportamiento en la práctica, con sus votos, con sus omisiones, que estaban en contraste con la Casa Blanca. Es suficiente pensar que ningún mandato formal de comparecencia fue emitido hasta el 14 de octubre del 2003 (es decir que los dos presidentes se habían puesto de acuerdo con Zelikow y la Casa Blanca, de que no habrían molestado a ninguno obligándolo a testimoniar y a entregar documentos útiles a la investigación. Recordemos que ninguno de los más altos responsables de la Administración fue escuchado bajo juramento; que Kean y Hamilton aceptaron sistemáticamente los límites que Bush y Cheney, a través de Aelikow y del general González ponían a la concesión de documentos esenciales. Así que no causa ninguna sorpresa si el Comité de los familiares de las víctimas considera (Shenon, pág. 283 edición italiana) que “la comisión ha comprometido seriamente la posibilidad de conducir una investigación independiente, completa y libre”.
Pero aún no es todo. Hamilton (pág. 261) escribe que los oficiales de NORAD en “audiencias públicas” de la Comisión “dieron una descripción falsa del 11/9”, que “confinaba con la intención de querer engañar”. Hay que notar la delicadeza de ese “confinaba”.
En realidad resulta de las actas y del análisis que el NORAD mintió teatralmente a la Comisión después de haberle escondido, por meses y meses, las grabaciones de las que disponía y que eran absolutamente esenciales para comprender la dinámica de los sucesos.
Añadiendo que (Shenon, pág. 205) Zelikow, en adición a las demás operaciones evidentes de cobertura y de distorsión ya subrayadas, era amigo íntimo de Steven Cambone, a su vez “el ayudante más cercano de Donald Rumsfeld”. A pesar de todo esto la Comisión, principalmente los dos presidentes Kean y Hamilton, no duda para nada y acepta las grabaciones del NORAD que exculpan al Pentágono (porque resultaría de los mismos que la Defensa no había sido informada a tiempo por la Federal Aviation Administration) sin ni siquiera hacerse la pregunta de si esas grabaciones hubiesen podido ser falsificadas. ¿Ingenuidad o complicidad?
La lista de las mentiras, que los documentos han demostrado pero que la Comisión no ha aceptado como hechos y referidas directamente en el Informe escrito por Zelikow y firmado por Kean y Hamilton, es larga y detallada. Una de ellas tiene que ver con los desplazamientos de Donald Rumsfeld esa mañana. Según Richard Clarke, Rumsfeld estaba participando, en persona, en una video conferencia en la Casa Blanca que había comenzado en torno a las 9:15. El informe dice en cambio que en esos minutos Rumsfeld estaba en su oficina y que fue a la Casa Blanca solo después de las 10:00. El informe ignora la versión de Clark, aunque su libro “Against all Enemies”, ya estuviese en venta desde el 2002. Es decir que Zelikow no cree en Richard Clarke. Pero se rehúsa a examinar las grabaciones de esa video conferencia que habrían demostrado cual era la verdad. Todo inexplicable, o explicable solo con la voluntad de cubrir los comportamientos del secretario de Defensa.
Lo mismo sucedió con lo que describe el Informe acerca de los desplazamientos del general Richard Myers, al mando de la defensa aérea de los Estados Unidos en esas horas. Clarke habla muy claro al respecto (pág. 4-5 de su libro) y cuenta que Myers participó en la video conferencia citando incluso las palabras que dijo a las 9:28: “Otis ha lanzado dos pájaros hacia New York. Langley está intentando ahora mandar en vuelo otros dos”. Pero de todo esto no hay huella en el Informe que afirma sin embargo que Myers en ese momento estaba en Campidoglio, dialogando con uno de los futuros miembros de la Comisión, el democrático Max Cleland. El mundo de Washington es pequeño. Hubiera bastado pedir confirmación al comisario Cleland para descubrir las mentiras de Richard Clarke. Pero Zelikow no ha perdido tiempo. Clarke fue censurado sin verificar nada: ni interrogando Cleland, ni examinando la grabación de la video conferencia. La misma e idéntica operación vale para los desplazamientos del vice-presidente Dick Cheney. El Informe en este caso contradice no solo a Clarke, sino también al Secretario del Transporte Norman Mineta e incluso lo que Cheney en persona declaró a Meet the Press cinco días después del 11 de septiembre. Yukihisa Fujita, en la ya citada carta a Hamilton, expone con precisión implacable todas las incongruencias temporales contenidas en el Informe. Y formula la pregunta: ¿cómo es que Hamilton y Kean, vista la comprobada deshonestidad de Zelikow (que ellos, como afirma el libro de Shenon, conocían perfectamente), no solo no han vuelto a examinar el Informe, sino que después de su publicación non han dado a conocer al público su eventual contrariedad?
A estas preguntas todavía no ha llegado ninguna respuesta por ahora. Pero nosotros podemos aquí resumir lo que resulta: Zelikow ha obscurecido a propósito las posiciones y los desplazamientos de las tres figuras claves de la Administración y de la Defensa de los Estados Unidos en ese momento en Washington: Cheney, Rumsfeld y Myers.
Para terminar (pero repito que estas son solo gotas en el mar de las falsificaciones intencionadas y pre intencionadas) está el asunto de las telefoneadas de celulares que partieron de los aviones secuestrados. Estas llamadas dieron la vuelta al mundo, añadiendo angustia y desconcierto a la ya tremenda emoción general. Por lo tanto fueron muy importantes al fin de formar la opinión pública, mejor dicho, el miedo y la indignación colectiva. El Informe las considera válidas, es decir que las legitima. Pero de esta forma, demuestra que ignora completamente un documento del FBI que afirma que hubo “solo dos” llamadas de celulares de los cuatro aviones secuestrados. Ambas del vuelo UA-93 (el que “cayó en Pensilvania”: una de una azafata y otra de un pasajero que llamó al nº 911. Este informe del FBI se hizo público en el 2006 en el proceso contra Zakharias Moussaoui y se puede leer en internet (http://www.vaed.uscourts.gov/notablecases/moussaoui/exhibits/prosecution/flights/P200054.html).
¿La Comisión conocía este informe cuando terminó su tarea en el verano del 2004? Hay un archivo, que también se puede leer en internet (http://www.archives.gov/legislative/research/9-11/staff-report-sept2005.pdf), del 26 de agosto 2004, en el que aflora (cito el texto de la carta de Fukihisa Fuijta a Kean y Hamilton) que “la Comisión había recibido el documento en el 2004 porque este reporte del staff habla también solo de dos llamadas de celulares, aunque la opinión común (en ese momento ndr.) fuese la de que hubo muchas llamadas desde ese vuelo, también la de Tom Burnett, fueron hechas con celulares”.
El diputado japonés dice: “Si replicáis a la luz de que este informe del staff tiene fecha del 26 agosto, que la Comisión lo recibió del FBI solo después de la publicación del Informe, ¿Por qué no hicisteis una declaración pública a la luz de esta importante nueva circunstancia? ¿Por qué Ud. (Sr. Hamilton, ndr) no lo ha referido en “Without Precedent”? ¿O se trata de otro fragmento de información que os sacó Philip Zelikow?”
El asunto de las llamadas de los celulares es más clamoroso y revelador de cuanto pueda parecer a primera vista, porque multiplica la cantidad de mentirosos y de falsos testigos que deberían ser interrogados de nuevo, esta vez bajo juramento y, si fuera el caso, incriminarlos.
Uno de estos, con todas las pruebas, Ted Olson, marido de Bárbara Olson, el cual contó a la prensa y a las televisiones que había recibido dos llamadas de la mujer desde el avión AA-77, la segunda de ellas entre las 9:16 y las 9:26. El Informe oficial lo da todo por bueno, pero el informe citado del FBI es categórico: no hubo ninguna llamada desde un celular desde el vuelo AA-77 (el del Pentágono). Bárbara Olson intentó una sola llamada que, en base a los tabulados, resultó perdida. En efecto duró cero segundos.
Todo lo que hemos escrito aquí no es harina del saco de los “complotistas” a menos que no se considere así a Richard Clarke o al mismo Hamilton, por no hablar de Philip Shenon. Respecto a este último, después de haberle agradecido sinceramente por su trabajo, se podría añadir solo que a menudo da la impresión de haberse caído del peral, por la gran ingenuidad con la que describe los cálculos cínicos de los protagonistas, de Zelikow, de Kean, de Hamilton. Pero, quizás, más que ingenuidad, se trata de prudencia y de autocensura, al fin de no tener que afrontar después las preguntas más graves que brotan de su misma documentación. Está claro que él sostiene la tesis de la tremenda incompetencia de las distintas administraciones que tuvieron que ver con el 11 de septiembre y no tiene intención de ir más allá. Pero lo que escribe es de todos modos suficiente también para la abertura de una serie de procedimientos penales.
Gracias a Shenon por esto. Por lo demás, su valiosa recopilación evidencia los límites del periodismo americano de investigación. Lo demuestra la historia que Shenon cuenta –evitando atentamente de profundizarla- de los dos “pilotos” presuntos del vuelo AA-77: Nawaf al-Hazmi y Khalid al-Mindhar. Resulta que eran en la lista TIPOFF del Departamento de Estado, alrededor de 60.000 nombres, como “potenciales terroristas”. Lista que resulta estar en poder de la FAA y de las compañías aéreas americanas. Sin embargo los dos habían entrado en los Estados Unidos con sus nombres y habían vivido allí por casi un año. Shenon no se pregunta cómo pueda haber sucedido. Quizás hubiera sido útil preguntárselo a la CIA, principalmente a los adeptos de la agencia que hacían entrar terroristas en los Estados Unidos a partir del Consulado americano de Jedda, en Arabia Saudita. Pero también en este caso se cae en lo absurdo, en la farsa: los dos habían vivido en San Diego, California, en el apartamento de un “histórico informador” del FBI. Mira como es pequeño el mundo: dos ya sospechosos de terrorismo no solo entran con sus nombres en los Estados Unidos, sino que van a parar a casa de Abdusattar Sheikh, que Shenon, en otro pasaje de su libro, define “viejo informador del FBI”.
¿Se puede hablar aún de “incompetencia” como hace Shenon? ¿Es suficiente esta “incompetencia” para explicar el silencio del FBI no solo durante casi un año antes del 11 de septiembre sino también por más de un año después? ¿O se puede formular la hipótesis de complicidad? ¿No hay bastante para abrir un procedimiento penal contra Abdusattar Shaikh? ¿Pero dónde ha ido a parar esta persona? Resulta que ni siquiera fue interrogado. Resulta que el FBI se opuso a que fuera interrogado.
Por otra parte resulta que el senador Bob Graham, del Comité del Senado para la Inteligencia, había indagado (antes de la famosa Comisión, hubo otra investigación del Congreso, sobre la cual ha caído el silencio), de la que emerge que “algunos funcionarios del gobierno saudita tuvieron un rol en el 11 de Septiembre”. Eran 28 páginas de un informe muy detallado pero que “quedaron en secreto por motivos de seguridad nacional”. La Comisión no pide ni siquiera verlas. Michael Jacobson, ex legal del FBI y funcionario del staff a las órdenes de Philip Zelikow, había descubierto que los dos “secuestradores” ni siquiera se escondían: “el nombre, la dirección y el número de Hazmi estaban en la guía de teléfonos de San Diego”.
De los archivos locales del FBI resulta que los dos estaban controlados, porque se sabe que fueron recibidos y recibieron dinero de un “misterioso” expatriado saudita, Omar al-Bayoumi. Uno que nunca fue escuchado por la Comisión. Jacobson descubrió que el FBI sabía que el dinero para los dos terroristas llegaba directamente de la princesa Haifa al-Faysal, mujer del embajador saudita en Washington. En el Informe no hay huella de todo esto.
Como se suele decir, tres indicios que convergen son casi una prueba. Aquí, tenemos decenas de indicios convergentes.
15 de septiembre - www.megachip.info